Columna de Alberto Mayol: Carlos Peña y la labor intelectual

Leo a Carlos Peña: “Uno de los rasgos más notables del momento actual lo constituye el papel de algunos intelectuales, de los académicos (…) En efecto, la principal víctima de estos días ha sido la sencilla consideración de los hechos”. Pide Carlos Peña un examen de los hechos. ¿Cuáles hechos? El primer acto de un científico de la sociedad es recortar el corpus de hechos con los que trabajará. En ese recorte se definirá su potencia metodológica y se dilucidará su posible hipocresía analítica, si acaso la hay. ¿Cuáles son los hechos a considerar? Llevo 15 años trabajando empíricamente con esos hechos, no por buscarlos, sino por encontrarlos. No fue mi tema, solo se impusieron a mis ojos. 300 entrevistas cualitativas después, decenas de encuestas propias después, varios proyectos de investigación después, centenas de debates después e innmumerables sistematizaciones de los casos después; creo tener muy claros los hitos estructurantes del conflicto actual, los momentos en que la anomia se multiplicó como parte de la incapacidad de respuesta del orden político: Movimiento Pingüino, Transantiago, Movimiento Estudiantil 2011, La Polar, Aysén, Caso Penta, colusiones, José Piñera y las AFP (2016), medidores inteligentes y el 18/19 de octubre de 2019, el estallido.

Carlos Peña, el académico de mayor influencia en todo este proceso, no ha escrito ningún cuerpo sistemático de elucidación teórico-empírica de estos hechos. No hay un artículo sobre esto, no hay un libro. Se reserva el derecho a púlpito usualmente dominical. He tenido que hacer el trabajo por él. Analicé todas sus columnas relativas a estos hechos, todas. El carácter sistemático de un examen es la clave de la operación intelectual. Pero no está fácil. ¿Cómo concilio lo dicho en 2008 por Peña y lo dicho en 2019?: 

“Ya no se podrá hablar de ese tipo de temas de la forma en que hasta ahora se había hecho (refiere a después de la Comisión Meller). El informe despeja un asunto que es básico para la convivencia: nuestros niveles de desigualdad, conviene la Comisión, son intolerables y el mercado no logrará remediarlos por sí solos” (11 de mayo de 2008) 

“La desigualdad medida por el famoso índice Gini disminuyó desde 52,1 el año 1990 a 46,6 hoy (…) Y si se corrige por cohortes (generaciones), se llega a la conclusión de que, gracias a la expansión educacional, las más jóvenes (las de los 90) son mucho más iguales que las viejas (la de los 60)” (10 de noviembre de 2019).

Puedo seguir mostrando citas:

“¿Qué tienen en común los reclamos estudiantiles, las quejas generalizadas contra La Polar y las movilizaciones contra HidroAysén? En todas ellas se insinúa lo mismo: la gente parece hastiada de que el mercado —esa suma impersonal de voluntades coordinada a través de los precios— acabe decidiéndolo todo ¿Qué carreras se ofrecerán en el sistema universitario? ¿Qué ríos habrá que intervenir? ¿Cómo se financia la educación? ¿Cuánta desigualdad es tolerable? ¿Quién estará arriba y quién abajo en la escala invisible del poder?…” (25 de junio de 2011)

Pues bien, pero ahora el asunto está en la anomia de los jóvenes. Y claro, es un hecho, como es un hecho que la tasa de desempleo juvenil lleva muchos años siendo más del doble de la tasa promedio. Y es también un hecho que la educación no cumplió el rol de igualar el capital cultural y fue una máquina de exclusión. Y fue un hecho que los jóvenes se sintieron traicionados.

He omitido algo importante. Carlos Peña sí escribió un libro colateralmente vinculado: “lo que el dinero sí puede comprar” es su título. Obra reciente (2018) para decir que en los mercados habita la mayor oportunidad de autonomía y libertad de los seres humanos. No entraré en detalles sobre la relación entre ese texto y los ‘hechos’ que demanda el mismo Peña para articular. Esto no es una ironía, diría Magritte.

Nunca tan poco Kant había servido tan poco a tantos.