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Opinión

25 de Noviembre de 2019

5 condiciones para salir de tu trinchera, tener un diálogo verdadero con alguien que piensa diferente y comenzar a construir un mundo común

Agencia UNO

Durante las últimas semanas en nuestro país ha reflotado un clima de tensión que nos ha polarizado de manera muy agresiva, desafiando intensamente nuestra capacidad - y voluntad - para conversar con personas que piensan distinto a uno. Tendemos a conversar solo con personas que piensan igual que nosotros y escondernos en nuestra trinchera política, intelectual o ética. Esto es ceguera y está en la raíz de la violencia. Necesitamos salir de la trinchera y arriesgarnos al diálogo con quienes no piensan como pensamos nosotros. Incluso con quienes piensan de manera opuesta.

José Andrés Murillo
José Andrés Murillo
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Algunos piensan que conversar es renunciar a los cambios reales, renunciar a la acción, porque, o no lleva a ninguna parte, o porque la palabra la impone quien tiene más poder (o más capital cultural). Entonces, mejor no hablar y pasar directo a la imposición por agresión, al desprecio, el insulto, el estigma, la reducción. Eso es lo fácil y lo común. Aquí quiero hacer una invitación a recobrar el sentido y el valor de la conversación como un desafío crítico y fundamental. Es un desafío porque expone la propia visión de mundo ante la visión de mundo que tiene otra persona. El resultado no es que una de las visiones gane, se imponga ante la otra, ni siquiera que demuestre lógicamente la debilidad del otro y la fuerza irresistible de la propia. El resultado de la conversación consiste en una visión más amplia del mundo. Mi visión es alimentada por la visión que tiene otra persona; y esa persona se lleva una visión más completa de la suya propia, también, si me permite mostrar mi visión.  

Pero para que esto suceda hay algunas condiciones. No todo intercambio de palabras y opiniones es una verdadera conversación transformadora. Hay muchas maneras de simular el diálogo, desacreditarlo, hacerlo fracasar. Hacer como que se dialoga en la manipulación, engañando e intentando aplastar al otro a través de argumentos, falacias, insultos, trampas del lenguaje.

Aquí propongo algunas condiciones necesarias para que una conversación sea una verdadera conversación, una conversación transformadora.

En primer lugar, es imprescindible tomar en cuenta el contexto asimétrico de una conversación. Siempre hay asimetrías, de diferentes tipos, difíciles de eliminar. Asimetría de fuerza, autoridad, edad, asimetría cultural, política, incluso psicológica o intelectual, que pueden hacer fracasar una conversación. La asimetría es campo fértil para el abuso y la desconfianza. Por eso quien está en posición favorecida, tiene el deber de hacer presente esta situación y no utilizar su poder para imponer su punto de vista, sino cuidar que la visión de la otra persona sea respetada.  

La segunda es tener conciencia de los sesgos del propio punto de vista. Cada punto de vista está instalado en un lugar que no es neutro. Tiene historia personal, política, psicológica, relacional. También tiene intereses, proyecciones, desconfianzas aprendidas, desilusiones, contradicciones, heridas y rabias. La condición para dialogar consiste en tener presente estos sesgos, no ocultarlos, pero tampoco invalidar un argumento por tenerlos. Parte de esta apertura es el pensamiento crítico. Considerar que mis argumentos también pueden ser prejuicios me ayuda a tener la humildad necesaria para sentarme con otro a conversar.

La tercera condición es la disposición o apertura previa a la conversación. Si creo que tengo la verdad y debo enseñarle al otro, tengo pocas posibilidades de entrar en la experiencia verdadera de diálogo. La propuesta es entrar al diálogo sabiendo que ni yo ni nadie tiene acceso a la verdad absoluta, sino que la verdad se va descubriendo o construyendo en el mismo diálogo. El otro siempre tiene acceso a una parte del mundo que yo no podré ver si no intento ponerme en su posición. Siendo aún más radical, diría que al entrar en una conversación necesito estar seguro/a de haber comprendido el punto de vista del otro y no solo mi prejuicio acerca de lo que piensa. Propongo siempre verificar, a través de preguntas honestas, que lo que entiendo es exactamente lo que la otra persona cree. Sin esa verificación flotaremos de prejuicios en prejuicios y tal vez nunca toquemos el argumento de la otra persona ni ella mis argumentos si no pasamos por el momento de verificación. Aquí es clave la confianza expresada en que tanto la otra persona como yo mismo queremos comprender y resolver, de manera razonable, una diferencia de opinión.

La cuarta es lo que en pragma-dialéctica se ha establecido como las reglas de la argumentación para resolver diferencias de opinión de manera razonable. La libertad para expresar y defender los puntos de vista de cada uno, la necesidad de contar con argumentos válidos, así como la de evitar las falacias y manipulaciones. (Por ejemplo, Van Eemeren y Grootendorst, A Systematic Theory of Argumentation, 2004).

Por último, la quinta condición es la disposición a dejarse convencer ante argumentos de otra persona cuando estos son suficientemente sólidos. O, Dicho de otra manera, como decía nuestro querido gran filósofo chileno, Humberto Giannini, la disposición a hacer entrar en crisis la propia verdad ante la verdad de otro (En “Hospitalidad y tolerancia”, CEP, 66, 1997). 

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