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18 de Diciembre de 2019

“Era una continuación de la tortura”: La primera querella contra la Clínica Santa Lucía de la DINA

Gabriela Salazar, sobreviviente. Foto: Valentina Manzano

Dos sobrevivientes de la Clínica Santa Lucía (centro médico de tortura de la DINA), entregaron sus testimonios sobre su paso por el edificio. Este martes se presentó la primera querella respecto del caso que apunta a civiles, médicos y dentistas, como responsables de perpetuar la tortura de Estado.

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Este martes se presentó la primera querella en el caso de la Clínica Santa Lucía, un espacio utilizado por la DINA y operado por médicos civiles que en algunos casos, por primera vez, serán cuestionados por la justicia por su participación en la orgánica de tortura de la inteligencia en Dictadura. El centro ubicado en Santa Lucía 162, operó entre los años 1974 y 1977 como un centro médico clandestino que recibía a presos políticos descompensados por huelgas de hambre, golpes, o con secuelas graves después de sesiones de tortura en las que sus cuerpos no dieron más.

La integrante del equipo jurídico de la Asociación Sitio de Memoria Ex Clínica Santa Lucía, Romina Ampuero explicó que el “2018 pudimos terminar el primer dossier de investigación, de lo que fue un trabajo que inició originalmente el año 2012”. Este trabajo recopiló historias y breves menciones que apuntaban a la existencia de esta clínica en los informes Rettig y Valech, reunió sobrevivientes y logró armar el relato del edificio que ahora es sede de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, la que recientemente fue robada. “Mediante este levantamiento de la información, logramos establecer la orgánica interna de la DINA en estos espacios, lo cual permite derribar algunos mitos como los que plantean que estos eran espontáneos”.

“Esta fue la primera clínica clandestina de la DINA, es el puntapié inicial de cómo se materializó el trabajo de la brigada de salubridad de la DINA, que se mantiene durante toda la dictadura, y tiene como característica esencial la vinculación con los civiles, y la participación que tienen ellos en mantener la Dictadura operando”, explica Romina.

La querella, si bien apunta “contra quienes resulten responsables”, se individualiza en la investigación al cardiólogo Werner Zanghellini Martinez como el jefe de la unidad (él según reportes, sigue ejerciendo en una consulta particular arrendada a nombre de un familiar suyo en Avenida Providencia). También se menciona a la enfermera Eliana Carlota Bolumburú Taboada; el cirujano dental Dámaso González Espinoza, el dentista Sergio Muñoz Bontá; los cirujanos Vitorio Orvietto Tiplizky, Jorge Fantini y Osvaldo Leyton. Además del otorrino Eugenio Fantuzzi, quien hasta el día de hoy sigue atendiendo en la Clínica Dávila en el área de otorrinolaringología.

Gabriela Salazar y Dagoberto Trincado. Foto: Valentina Manzano

“Las torturas eran con los médicos al lado”

Dagoberto Trincado es uno de los sobrevivientes de esta clínica, cree que estuvo 15 días internado, amarrado a la cama. Él cayó detenido a Villa Grimaldi en diciembre de 1975, después de varias sesiones de tortura con electricidad, su corazón empezó a fallar y llegó a la clínica para ser “sanado”. “Cuando uno escucha hablar de una clínica lo asocia con curación, ¿no? Esta clínica tenía la gran diferencia de que curaba a las personas para que resistieran a otro tipo de torturas. Yo caí ahí por problemas cardíacos después de tanto que me electrocutaron, y el dictamen fue: “No más tortura con electricidad”, porque eso me podía provocar la muerte, entonces lo que venía después era tortura física, atropellos, colgamientos, etcétera”, relata.

“Yo llegué semi consciente, lo primero que hicieron fue tirarme a la cama y encadenarme. Siempre escuché ruidos y supe que había detenidos en otras salas. Fui sometido a sueros y a pentotal, que se usaba para hablar. Es una droga que efectivamente hace hablar pero incoherencias. Ese era el ambiente que se vivía ahí, nos estaban preparando para entregar información, no era el fin curarnos o dejarnos en buen estado de salud. Después de eso no me pusieron más corriente, pero me pegaron y me torturaron, en una clínica, con personales médicos. Las torturas eran con los médicos al lado, ellos estaban ahí simplemente para controlar que mi pulso cardíaco no se acelerara y me reventara. Eran médicos, no eran aprendices ni paramédicos, sabían perfectamente bien cómo tratar a la persona y cómo aplicar los medicamentos que tenían a su disposición. Era la clínica de la DINA, era una parte de la institucionalidad de la tortura en Chile”

Dagoberto agrega que “el único contacto que tuve con un doctor, fue en un momento determinado en que yo quería morirme, y le dije al tipo que por favor me dejara morir. Y él me dijo algo que todavía me acuerdo todos los días… el médico me dijo ‘no, no puedo hacer eso porque es éticamente reprochable’, entonces ahí yo dije ya, mejor me muero. Me recalcó que yo estaba ahí por culpa mía, era mi culpa, porque yo no colaboraba, de eso me acuerdo perfectamente. Pero ellos estaban ahí silenciosos mientras me interrogaban los de la DINA”.

Dagoberto Trincado. Foto: Valentina Manzano

“Si usted es médico ¿por qué está acá?”

Gabriela Salazar fue detenida el 31 de diciembre de 1975, y fue trasladada a Villa Grimaldi. A Gabriela la llevaron a la Clínica Santa Lucía después de que inició una huelga de hambre (de una semana) “porque estaba decidida a morirme y que no me siguieran torturando”. Dice que estando aún en el centro de detención la atendió alguien, que le sacó la venda de los ojos y le dijo, ‘soy médico’. Ella rápidamente le respondió “y si usted es médico ¿por qué está acá? Él me dijo que era parte de un equipo médico que asiste a los prisioneros. Yo le pregunté si no le parecía que eso era espantoso, y me dijo que sí, que era espantoso lo que estaba sucediendo en Chile”. Gabriela cree que ese médico pidió que la trasladaran a la clínica Santa Lucía.

“Yo me di cuenta que venía hacia el centro de la ciudad porque me habían tirado en una furgoneta, tenía una ventana y yo veía afuera los árboles del parque forestal, algo sabía yo que existía algún ‘coso’ de los milicos, de la DINA, cerca de Santa Lucía, porque ese había sido un centro de la Universidad de Chile antes. Cuando me trajeron me subieron de las manos y los pies por las escaleras, y me di cuenta que era otro centro como la DINA, porque habían milicos por todos lados. Yo no veía nada pero sentía, porque tenía la venda en los ojos. Me llevaron al tercer piso de la clínica Santa Lucía, porque conté por las escaleras, me di cuenta, uno estará con la venda pero escucha”, agrega.

Gabriela Salazar. Foto: Valentina Manzano

Gabriel relata que “me pusieron en una cama encadenada a la cama, y ahí igual que Dagoberto, me colocaron suero. Era una situación bastante difícil porque estando encadenado y con venda, uno estaba como preso, era más que preso. Y sí había una persona que controlaba el suero, que yo calculo que debió ser una enfermera, probablemente un médico que controlaba e suero. Y había una persona situada afuera de la pieza… yo en un momento pregunté dónde estaba y me dijeron ‘no, silencio, no puede hablar’”.

“Sentía que alguien estaba al lado en la otra cama, me di cuenta porque personal médico entraba y vigilaba a la otra persona que entiendo que también le estaban poniendo suero. De un momento me decidí entonar una melodía que era especial para mi pareja y a mí, y entoné esa melodía aunque me habían dicho que tenía que estar callada, y lo hice para darme fuerza, y en ese momento me di cuenta de que la persona del lado, que me habló a pesar de que teníamos prohibido, era mi marido que estaba ahí en la misma habitación. Eso me dio fuerza porque antes de eso no sabía si estaba muerto o estaba vivo”, narra.

Para Gabriela, “lo que pasó ahí, en la clínica Santa Lucía era una continuación de la tortura. Eso era. Porque estar encadenado a un lugar, estar sin poder ver… Tenía una sensación de mucha inseguridad de estar en ese lugar, de no saber qué iba a pasar. Me habían torturado bastante antes de estar ahí, entonces no sabía si me iban a matar, no entendía. Mi sensación es que era un lugar cerrado, un lugar oscuro, un lugar duro, donde cualquier cosa te podía pasar. Tal como el compañero, yo no sabía si te iban a empezar a torturar de nuevo ahí. Era exactamente igual que Villa Grimaldi, con la diferencia de que era un centro médico. Yo me di cuenta más o menos donde estaba porque sonaba… en el cerro Santa Lucía siempre disparan a las 12 y todos los días sentía eso entonces yo más o menos ubiqué el lugar por eso, que estaba muy cerca del cerro Santa Lucía”.

La impunidad

“La impunidad en Chile nace con la Concertación”, dice Dagoberto. “Con Patricio Aylwin cuando él dice que se hará justicia en la medida de lo posible. Eso permitió la impunidad, porque nunca hubo un compromiso a hacer una investigación y reparación profunda”.

En medio de rayados y consignas en las calles, Dagoberto y Gabriela caminan y las leen, sonríen con algunas pero se preocupan por lo que se ha vivido en estos dos meses de movilizaciones sociales.

“Ahora con todo lo que está pasando este año, de repente yo pienso que es la misma metodología que usaba la DINA, es la misma forma de represión que usaban los pacos”, dice Gabriela. “Hay muchísimo atropello a la gente, siguen los atropellos. Gente que ha quedado ciega, semi ciega, miles de detenidos, y todos ellos han sido atropellados. La tortura en este país continúa igual que siempre. Aquí necesitamos un cambio frontal. Cuando comenzó el movimiento, no te voy a mentir que me dio una felicidad… que con los años que tengo… soy feliz de que los jóvenes hayan tomado la iniciativa”, cierra.

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