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Entrevistas

18 de Enero de 2020

El orgullo “C3” en palabras de Ernesto Garratt y Pepa Valenzuela: Escribir desde la clase media

El 14 de diciembre saqué mi tercer libro, pero por primera vez de manera independiente: Ciudadanos Promedio o C3 El Musical (autoedición). Le pedí a Ernesto Garratt, autor de Allegados, que lo presentara. Ernesto accedió, a pesar de que ese mismo día en la tarde lanzaba la segunda patita de la saga – Casa Propia (Hueders). A pesar de que habíamos trabajado para los mismos medios, ahí recién nos conocimos mejor. Y nos dimos cuenta de que nuestros libros, lanzados en pleno estallido social, conversaban entre sí. Que estaban escritos desde el origen. De la experiencia de Ernesto de haber vivido 20 años de su vida con su madre como allegados. De la mía, de habitar toda la vida en la clase media de las torres San Borja y vivir los sinsabores de ser una ciudadana promedio. De alguna manera ambos libros mostraban desde dentro las causas del actual estallido social. Así es que le propuse a Ernesto conversar sobre estos temas para The Clinic: la revolución, la supuesta meritocracia y el esfuerzo, la desigualdad feroz del modelo económico, contar historias como herramienta de salvación y resistencia. Esto fue lo que resultó.

Por

EL ORIGEN

Ernesto Garratt: Mi mujer dice que yo era D. Bueno, para mí todo el mundo gente de esfuerzo. Me movía siempre en los mismos espacios: Villa Frei, Macul, Gran Avenida. No sabía que había más mundo que eso. Martin Scorsesse creció en Little Italy en Nueva York y pensaba que toda la gente era morena, como él. Cuando fue a la universidad a estudiar cine fue la primera vez que vio rubias. Eso me pasaba a mí hasta que me puse a trabajar en el Faro de Apoquindo como júnior. Yo solo había visto esa vida en el gran Gatsby. Fue chocante. El trato que te dan es chocante, creen que tienen derechos adquiridos por sangre. ¿Y tú? ¿Cuándo conociste ese mundo?

Pepa Valenzuela: Antes. Yo crecí en una familia clase media, en las torres San Borja, mi mamá era secretaria y mi papá, cajero de banco. Yo era hija única de ese matrimonio. Mis papás querían “sacarme adelante”, sinónimo de darme buena educación. Venían de esta moral ochentera de sacarse la mugre trabajando para que tu hija fuera un poquito “mejor” que tú, mejor entendido en términos económicos. Así es que con mucho esfuerzo me metieron a un colegio privado. Pero desde entonces empecé a vivir en una gran contradicción vital: estaba con un pie en un mundo – con mis amigos del barrio, mis vecinos – y con el otro pie, en otro más cuico, donde era extraña, inadecuada. Mis papás tenían conciencia de que estaban haciendo un experimento social conmigo, pero tenían que hacerlo para que yo pudiera mantenerme sola, por mis propios medios después. 

E: Yo creo que sí funcionó eso de darte lo mejor porque personas como tú son mejores: saliste adelante y ahora estás aportando. 

P: No sé, ¿ah? También lo pasé mal. En séptimo básico tuvimos un profe de música que le miraba las piernas a las chicas. Yo lo caché al tiro. Y lo dije. Pero mis compañeros me vendieron, me acusaron de andar pelando al pobre profe. Del colegio llamaron a mi mamá y le dijeron que yo era un líder negativo, que tenía la mente sucia. Para las apoderadas, yo era el demonio. Años después supe que al profe lo habían echado por acoso sexual. Yo no era una niña mala, pero crecí pensando que sí. Ahora sé que solo tenía más conciencia porque provenía de otro mundo. Siempre me sentí rara. Los cabros del barrio que andaban en los videojuegos y tomando chela, me decían La Barbie. Pero en el colegio yo no era la Barbie precisamente.

Pepa Valenzuela y Ernesto Garratt por Emilia Rothen

E: Pero tú igual te veís cuica. Como la cara de cuica (ríe).

P: Encajaba físicamente, pero cuando abría la boca, dejaba la cagada. Aprendí a moverme, pero cuando me preguntaban algo, era incómoda, porque veía cosas que los demás no veían o no decían. Tuve que pasar por un proceso de construcción y deconstrucción para volver al origen. Tener más herramientas es un arma de doble filo: para el sistema te vas perfeccionando, pero una parte tuya, más invisible, se va desconectando. Y yo tuve que hacer el camino de ida y vuelta. En el trayecto a veces me desconecté. Es fácil perderse. Ahora recién a mis 38 sé que tengo estas herramientas para usarlas al servicio de, no a favor mío ni para llegar a ser algo que no soy. Hay mucha gente que tiene la misma historia que yo: papás que pelaron el ajo para darles lo mejor, pero se desconectaron nomás. Gente a la que le encantan sus privilegios.

E: Yo nunca he olvidado de dónde vengo. De chico sabía que el cine y los libros eran demasiado importantes. Tenía la conciencia de que mi educación era insuficiente, la educación pública brindada en dictadura no era tan buena, pero sí me tocaron buenos profes que venían de otro modelo. La mayoría de mis compañeros eran feriantes o hijos de pacos. Mi mamá era pobre, pero autodidacta. Ella llegó a segundo básico, pero era instruida, hablaba bien, leía y tenía otra manera de ver el mundo. Y yo me contaminé con eso. En mi escuela yo era el pobre ilustrado. Tú sabes que yo viví de allegado con mi mamá desde los cero hasta los 20 años. Ahora tengo 47. Llevo 27 años libre. 

P: ¿Qué te decía tu mamá sobre el futuro?

E: Nada, ella estaba en la subsistencia, pero cuando entré a la universidad, estaba chocha. Murió cuando yo tenía 26 años, me tuvo a mí mayor, a los 44. Nunca dejé de tener conciencia de que mi vieja se marchitaba tratando de protegerme de un ambiente sumamente hostil. Ella tenía como 65 años cuando le dieron su casa propia en Macul, en la villa Fundación. Le dieron el subsidio, pero sin seguro de desgravamen. Cuando murió, tuve que seguir pagando la deuda. No pude sacar sus cosas. No podía aceptar que la única persona que era el escudo contra este mundo de mierda ya no estuviera. Cuando al fin fui a buscar sus cosas, había una chauchera con 300 lucas. “Esto es para ti”, decía. Con eso terminé de pagar la casa. 

Ernesto Garratt por Emilia Rothen

NO ENCAJAR Y SALIR DE LA BURBUJA

E: Cuando empecé a viajar por los festivales de cine por mi trabajo, – Ernesto trabajó muchos años escribiendo sobre cine para revista Wikén – me di cuenta de que en el extranjero el trato es súper horizontal, que había algo mal acá. 

P: Sí, también me di cuenta de eso la primera vez que salí de Chile. Acá en Chile nunca me gané nada. Pero en el extranjero sí, varias veces. Así fue como salí la primera vez: por un premio de la Comisión Europea que premiaba a tres periodistas por continente que defendían la democracia y los derechos humanos. La premiación era en Bélgica. Allá, por primera vez en mi vida, tuve esa perspectiva de Chile: primero, todos hablaban del genocida Pinochet y de la dictadura chilena. También fue la primera vez que me encontré con gente a quienes no les importaba tu origen, tu clase social, sino lo que estabas haciendo, cómo eras tú como persona. Ahí me di cuenta de que eso era una cosa de pueblo, del pueblo chileno. 

E: Claro. Yo una vez estaba en Rusia con otros periodistas, cubriendo un festival. Un colega me preguntó: ¿Cuál es tu tribu? Le dije: I am huacho. Tal vez inca porque mi papá era peruano y mestizo, mestizaje mapuche. ¿Y tú? Yo soy vikingo, me dijo él. Me estaba hablando de igual a igual, en buena. Fue la raja hablar así de algo que acá en Chile es mirado en menos. Es difícil explicarlo afuera. Explicar el cuiquerío, y a ese facho de izquierda que tiene el discurso, pero a la hora de los quiubos tampoco te deja entrar. Ese editor de libros cancerbero que les cuida la pega a sus amigos, a su pareja, o ese escritor de familia poderosa que cree que tiene derecho a no dejarte cupos. Y este tipo de gente tiene el poder. Es un poco triste. 

P: Como me gusta lo que hago y vengo de la escuela del mérito, del esfuerzo, me costó mucho entender esa lógica chilena de que acá había gente que te cerraba las puertas por temor a perder su propio espacio, gente que no confía lo suficiente en su talento y que se asegura su medio de subsistencia a través del egoísmo. Primero fue desconcierto, después rabia. Yo trabajo como independiente desde los 24 años, escribí en casi todos los medios escritos. Y me topé con los grupos de jefes y sus amiguis en ciertos medios. Todos supuestamente con conciencia social, pero no te incluían como una igual. Yo era una igual no tan igual, como en La Granja de los Animales. Cuando empecé a trabajar, vi que muchas personas que estaban en cargos de poder  – desde escuelas de periodismo, medios hasta instituciones públicas y privadas – tenían menos competencias profesionales que yo, pero ganaban cuatro o cinco veces más. Además, su incompetencia no ayudaba a que este país avanzara y creciera. No lo digo con soberbia ni con rabia, sino como hecho de la causa. No me quejo porque yo no quiero esa vida, su vida. No quiero vivir en el barrio alto jamás. Pero sí quiero ser valorada por mi mérito y tener el espacio para hacer las cosas que quiero hacer. Igual me pasó en los dos mundos: en mi barrio, a medida que fui perfeccionándome, tampoco ya era tan igual. Quedas en un limbo. En general, evito hablar de lo que hago porque me empiezan a tratar diferente, me dan un estatus que no tengo. Cuando me gané esos premios internacionales, mi mamá estaba tan contenta. Me decía: “Ay qué bueno mijita, ahora por su currículum, la van a llamar de todas partes”. Y no fue así. 

SPRINGFIELD

E: ¿Cómo ves el tema del estallido social?

P:  Es todo muy Springfield, ridículo al final. Todos los días me pregunto de qué forma aportar. Y cada día me respondo que desde la creación, el arte, la escritura, el periodismo, no desde la oposición, el rechazo y la resistencia. Siento que la escritura y el periodismo tienen que estar al servicio.

Pepa Valenzuela por Emilia Rothen

E: Yo creo que hay que meterse. En este país tienes que pedir permiso todo el rato. Si es un cuico, hay que pedirle permiso. Si es red set, hay que pedirle permiso. Y eso da rabia. El gran cáncer de este país es la codicia. No puede ser que toda esta gente tenga lo que tiene y crea que está bien. Yo no quiero que sean pobres. Además, ellos jamás van a ser pobres. Yo lo que quiero es que nadie sea pobre. Se podrían haber hecho tantas cosas para la gente con lo que robaron en el Paco Gate, las FF.AA. Estos tipos te hacen creer que está bien mantener un modelo así. Son la vergüenza internacional y ellos no lo ven.

P: Eso es impresionante porque esta gente tan retrógrada, tiene plata y viaja. Pero son turistas ordinarios, es decir, lo que hacen cuando salen es comprar, consumir. Van a malls, resorts y tours, pero no se empapan de la cultura, no se vinculan con la gente. Entonces no crecen ni se dan cuenta de que afuera nos ven muy mal. Yo viví un tiempo afuera, me gané una beca extranjera, pero postulé porque quería estar lejos. Estas cosas de Chile me terminaron cansando en un momento de la vida. ¿Tú has pensado irte?

E: ¿Para manejar Uber? ¿O renunciar a lo que me gusta que es escribir? ¿Ahora que tengo una familia? No. Siento que tenemos que estar y dar la pelea acá. Es difícil publicar porque en todas las áreas se replica Chile y su modelo. En las editoriales y en los medios también: publican a los amigos, no a quien merece ser publicado. Uno rompe con eso, pero es un desgaste emocional e intelectual muy grande. ¿Que vengan todos estos monstruosos personajes a tratar de decirnos cómo vivir? ¿Y nosotros con conciencia? Es patético. Tenemos que luchar por el cambio, desde la escritura, desde la reflexión, desde el pensar. 

P: Antes eso me frustraba. Ahora siento que todo eso es una oportunidad para aprender a hacer las cosas de otra manera, que fue la experiencia de este último libro – Ciudadanos Promedio o C3 El Musical – que lo edité de manera independiente y con la colaboración de mucha gente talentosa y generosa como el artista Caiozzama que me hizo la portada del libro, el fotógrafo Sebastián Utreras, que hizo las fotos de autor, y muchos más que me dieron una mano para publicarlo. El libro fue rechazado por grandes editoriales y sacarlo por las mías, me enseñó que puedo prescindir de los poderes, de la estructura, que puedo hacerlo igual. En vez de estar tratando de encajar en espacios donde no me van a aceptar o intentar abrir puertas a la fuerza, puedo emplear mi energía en hacer las cosas por otras vías, con gente que piensa parecido a mí. Además, el regalo de la independencia. No entrar a estos círculos de poder, también te permite ser absolutamente independiente de palabra, pensamiento y acción. Y eso es algo que muy poca gente en este país tiene. Todos tienen miedo: que mi barrio, que mi marido, que mi pega, que mi jefe. Yo no le tengo que rendir cuentas a nadie. Y eso me convierte en una persona independiente. Y peligrosa. Siento que ese es el deber de todos: volvernos independientes. Y peligrosos. 

E: En Chile tienes que estar agradecido de que te dejemos endeudarte, que te dejemos trabajar, que te caguemos con la AFP, agradecido de ser un esclavo del 1% que tiene el poder. Es dramático. Yo empecé a escribir Allegados antes del 18/10, pero desde la misma rabia del 18/10. Es como tu libro: hablas desde un lugar donde ningún narrador chileno habla, desde la emoción pura, en directo. No hay muchos autores ahora que hablen desde su origen, descarnada y honestamente, sin poses. Hay algunos que escriben de la pobreza, del barrio, pero entomológicamente, para el cuico. Los aplaudo, pero no me representan. Para mí la literatura C3 o D es la verdad. Cuando hablas desde este mundo y para este mundo, tienes que hablar en melodrama, sin ser críptico ni cool. En mi mundo todo tiene un principio, desarrollo y final y ojalá ese final te deje “ohhh”. 

P: Cuando terminé mi libro, mi profesora en el máster me decía: ¿por qué hay cuentos más largos de diez páginas? No sabía qué decirle porque nunca había escrito ficción. ¿Pero te gustaron las historias o no? Eso quería saber. Eso era lo importante para mí. Y ahora, que la gente lo pase bien leyendo los cuentos. Que se emocionen. Que se diviertan. Pero para algunos, pareciera que la literatura o la alta literatura no debería entretener. Es como un pecado. Algunos también han convertido la literatura en un asunto elitista y en muchos casos, por puro ego. Es fantástico que exista lo complejo y lo intelectual. Pero también las historias que contamos nosotros. Que existan todas las voces. Hay espacio para todos. Para mí no hay escritores con mayúscula y escritores con minúscula, todos somos necesarios.

E: Allegados fue muy castigado por no hacerlo como el formato indicaba, a lo Manuel Rojas, costumbrista. El libro tiene fantasía, un vampiro. “Por favor, léanlo”, les decía a los editores. Encuentro que las grandes editoriales se perdieron tu libro. Me encantó en especial el cuento Los Borja Rollers, es súper lindo y nostálgico. Es el corto precioso de cómo una mujer se mete en un mundo de hombres, cómo una persona c3 se mete en un mundo cuico donde la van a desechar. 

P: ¿Pero nosotros ahora seguimos siendo clase media para ti? ¿Desde dónde hablamos? Yo siento que soy puro fruto de la meritocracia y sacarme la mugre trabajando. Sigo siendo clase media, más instruida nomás. Pero me gusta serlo. 

E: Yo todavía sigo siendo allegado. Todavía tengo pesadillas al respecto. Algunas personas me han dicho resentido, por qué hablo de lo que hablo si soy privilegiado. No los entiendo: todo lo que tengo me lo gané con mi trabajo, pero eso no quita que no pueda ver la injusticia y la desigualdad que hay y que quiera cambiarla.  Yo no tenía fe. Este país no le da espacio a gente como yo. Gracias a mi mujer y a mi hija y su amor infinito y a mi psiquiatra, estoy aquí. Y porque me esfuerzo en estar bien porque este país es muy cruel. Si Breaking Bad fuera en Francia, el cáncer se lo paga el Estado y la serie se acaba en el episodio 1. Breaking Bad es más posible en Chile. Es un ejercicio grande el que tienes que hacer para no ser un hijo de puta. 

PELEAR EN CONTRA VERSUS BOTAR EL MICRÓFONO

P: ¿Cuál sientes tú que es el aprendizaje que has tenido en este último tiempo con el estallido social? Para mí ha sido no dar la pelea en contra ni seguir tratando de entrar, encajar, demostrar que soy lo suficientemente buena ni tratar de entrar al modelo. En Estados Unidos dicen: Drop the Mic, botar el micrófono y bajarse del escenario. Yo me salí de todas las trincheras en las cuales tuviera que enfrentarme con cuicos, con gente que está muy dentro del sistema. Dentro de mi día a día, aunque represente un 0.000001 % del porcentaje de la vida en el planeta, trato de que mi experiencia sea una demostración de que se puede vivir distinto, de una manera más colaborativa y amorosa. Siento que la manera de generar los cambios no es ir a atravesar este sistema asqueroso con una lanza y pelear. Antes esa siempre fue mi respuesta. Ahora no. Existe, lo acepto, pero como quiero otra cosa para mí y los demás, vivo de otro modo. El sistema te contamina en la medida en la que logra enrabiarte. Y yo estuve muy contaminada. Y lo pasé mal. La única perjudicada fui yo. Pero ya no más.

E: Yo creo que la rabia es parte de mí. El tema es cómo la encauzo. Pero para mí es demasiado importante ponerles límites a estas personas que representan el mal. Decirles: ustedes no van a ganar, acá no hay venezolanos, no hay rusos, no hay extraterrestres, hay gente enojada. Esto va a cambiar y va a ser el nacimiento de un país donde vamos a ser mejores personas y mejores ciudadanos. Es importante marcarles ese punto a los contrincantes, que creen que pueden hacer lo que quieran, que quieren que la gente como nosotros desaparezca, o seguir maltratándonos como siempre. Es importante darles la pelea porque atrás vienen un montón de jóvenes que necesitan espacios.

P: Sí, pero acá todos tenemos que cambiar. Todos estamos contaminados en mayor o menor medida. La gente es individualista, egoísta, consumista. En el edificio donde vivo, el comité de administración son abusadores, maltratadores, matones, malgastan los fondos de la comunidad.  Los dos hombres son acosadores sexuales. En diez meses han despedido y hostigado a alrededor de 30 trabajadores. Representan lo peor de nuestra sociedad. ¿Por qué llegamos a esto? Por la apatía de los vecinos que piensan que, al cerrar la puerta de su departamento y mientras nadie los moleste, se acaba el problema. Yo apoyo todas las demandas sociales, cómo no. Pero siento que el cambio, siempre, parte por lo interno. Y siento que aún hay mucha gente que solo vela por su metro cuadrado. Hay gente a la que le gusta mucho este sistema, a pesar de no ser parte de la élite. Ya se reabrieron los malls, las grandes tiendas, ha vuelto la “normalidad”. Están quienes van a las marchas, pero también los que quieren seguir yendo a H&M sin que nadie los moleste. Para que cambie lo de afuera, uno tiene que cambiar primero. En la medida que cada uno encienda la ampolleta en su entorno, se van a ir generando cambios sociales trascendentes.

E: El modelo neoliberal egoísta nos ha hecho caer en eso. Pero si trabajas 18 horas diarias, te demoras dos horas en llegar a tu casa, estás sobrepasado, endeudado, no puedes tomar conciencia. Por eso no quieren aprobar lo de las 40 horas. A veces las marchas han sido Marchapalooza y todo, pero igual el tejo se corrió 20 años. Creo que la principal herramienta de cambio es la empatía. Yo no quiero escribirle a un cuico para que haga turismo social y diga: “Qué terrible es ser pobre”, sino que la gente que viene de nuestro mundo, revalore y entienda el peso de la dignidad, la dignidad perdida. Para mí el tema central es la dignidad perdida.  

P: A mí esta revolución me sacó del esquema del logro y eso es muy bonito. Antes estaba en esa lucha: estar en un medio, que me publiquen, que me paguen, ser reconocida por mi trabajo. Ahora nada de eso me importa. Mientras pueda vivir en paz, estar con la gente que quiero, seguir haciendo lo que amo, bacán. Y mientras más libre del sistema, mejor. Entendí que si te rechazan no significa que tú no valgas, sino que estamos en un medio que no valora a su gente. La Gabriela Mistral, la Isabel Allende, la misma Mon Laferte que se tuvo que ir a México porque acá nunca la tomaron en serio. Todos esos ejemplos me dan la certeza de que no importa de si el mundo te reconoce o no, porque el mundo está enfermo. Pero sí importa que estés en tu camino, que hagas lo que tienes que hacer y lo hagas con amor. 

E: Yo estoy contento porque me llegan súper lindos mensajes por mis libros. Y quiero que me lean. Me gusta Stephen King, el best seller bien hecho, amo Los Miserables, amo a Dickens, Oliver Twist. Soy un roto y qué. Y escribo así y me gusta. 

P: ¿Qué es el éxito para ti, Ernesto? Qué sería para ti triunfar en la vida.

E: El triunfo es diario. Uno, como hijo de este país, tiene que estar todos los días diciendo estoy bien y vamos por mañana. No sé si triunfé, pero tengo una hija y una señora que me aguantan y es más de lo que yo esperaba. El amor me salvó. Y la rabia. El amor para la vida y la rabia para las cosas creativas. Creo que lo importante es que nuestras historias tengan algún valor. Para mí es bonito que Allegados sea uno de los libros de ficción mencionados por críticos tan importantes como Paty Espinoza para entender el estallido social. Eso para mí es un siete. ¿Y para ti?

P: Para mí el éxito es mantenerme independiente y ojalá lo menos contaminada posible. En ese sentido trato de ser muy exitosa: estar despierta y no dejarme llevar por esta ilusión óptica del éxito y el logro. Entender que, en lo material, menos es más porque mientras menos tienes, más libre eres. Que tu vida tiene que ser una vida al servicio del amor y de otros y que con tu ejemplo, finalmente logras más cosas que enfrentándote o luchando en contra. Eso ha sido una revelación porque yo era muy peleadora. La libertad de un ser humano no depende de un sistema, sino de lo que habita en ti internamente. Y en ese sentido, uno tiene la soberanía completa de su ser. Ahora quiero vivir cerca de la naturaleza, de manera sencilla, escribiendo, cultivando, sembrando, pintando, seguir en contacto con niños, que son lo mejor del mundo. Y estar al servicio. Cada vez que estoy al servicio de otras personas, me siento exitosa. Cada vez que una persona se conmueve con un artículo o algo que escribo y puede ponerse en el lugar del otro, me siento exitosa. 

E: Sí, para mí el éxito también es escribir en el sentido de darle dignidad a cualquier historia. Darle voz a quienes no tienen voz, darles reflejo a quienes no se ven en el espejo, visibilidad a quienes son invisibilizados por un sistema súper cruel e inhumano. Para mí eso es todo. Y me encanta. 

*Casa Propia (la secuela de Allegados, editorial Hueders) está en todas las librerías. Ciudadanos Promedio o C3 El Musical está en la Qué Leo Forestal y en La Librería Secreta o siguiendo a su autora en redes sociales (@PepaValenzuela).

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