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Opinión

16 de Abril de 2020

Columna de Agustín Squella: Nuevos tics, nuevas manías

En esta columna Squella retoma sus fijaciones del lenguaje durante el encierro: "Un abrazo perdió ya todo valor si no lo haces pasando largo rato la mano por la espalda del abrazado. Abrazar sin frotar parece insuficiente, algo así como un abrazo a medias y quizás solo por compromiso. Las despedidas telefónicas son también con abrazo, pero esta vez con 'un abrazo grande'".

Agustín Squella
Agustín Squella
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Algunos lectores dicen que se divirtieron y hasta rieron bastante con la columna acerca de los tics y manías de turno en el habla común nuestra. Otros fueron más lejos y me enviaron mensajes añadiendo nuevos tics y manías que no figuraban en la columna. Por mi lado, y después de enviarla a los editores, me di cuenta también de que se me habían escapado varios de los dichos que hoy nos tienen cautivos. Entonces, lo que me propongo ahora es ensañarme.

Por ejemplo, ¿han reparado ustedes  que en Chile ya nadie trabaja y que todos “hacen la pega”? Una muletilla que, a mi juicio, empobrece al trabajo, que ya antes habíamos degradado en “empleo”.

Nadie renuncia hoy, ni a nadie se le pide que lo haga. Lo que se pide y hace es “dar un paso al costado”, como si verse obligado a dejar un cargo equivaliera a un movimiento de ballet. Los belicosos grupos de poder que hay al interior de los partidos políticos, y que andan a las zancadillas unos con otros, se hacen llamar “sensibilidades”, robándonos de ese modo una hermosa palabra. “Estoy disponible”, declaran los políticos que no logran disimular sus desmesuradas ambiciones por un cargo que por lo general les queda grande y para el que ni remotamente podrían ser elegidos. Y cada vez que pierden una elección o tienen que alejarse de un cargo público, lo que se les escucha decir es que volverán “a la academia”, donde por lo común no han estado nunca, o que tendrán más tiempo para la “familia”, donde tampoco se les ve mucho luego de que haber prometido retornar a ella.

Los políticos llaman a “reencantar” la política, una actividad que nunca ha estado encantada, y tienen la desfachatez de comparecer a diario en la televisión para decirnos que lo que hay que hacer es mejorar la calidad de la política, como si eso dependiera no de ellos, sino de quienes los escuchamos en nuestras casas. Hablan también los políticos de “privatizarse” y de “estar disponibles” para cualquier nuevo cargo que sea mejor que el que tienen (este último siempre les parece poca cosa para sus capacidades), y convendrán los lectores en que ambas expresiones son profundamente ordinarias. La gente, ahora en general, habla a menudo de “reinventarse” solo porque ha cambiado de trabajo, en circunstancias de que no se sabe de nadie que alguna vez se hubiera inventado a sí mismo.

Ya nadie asegura nada, sino que te lo da “firmado”, y hasta amenaza con hacerlo ante notario. Y luego de  dar algo firmado puede agregar que habrá “un antes y un después”.

Desaparecieron los delitos con connotación pública y ahora son “errores”, “desprolijidades”, palabras éstas que no se encuentran en ninguna legislación penal del mundo.

Un abrazo perdió ya todo valor si no lo haces pasando largo rato la mano por la espalda del abrazado. Abrazar sin frotar parece insuficiente, algo así como un abrazo a medias y quizás solo por compromiso. Las despedidas telefónicas son también con abrazo, pero esta vez  con “un abrazo grande”.

Una declaración tan solemne como comprometedora -“Gracias a Dios”- se hace hoy ante cualquier cosa. Encontrar asiento en el Metro, llegar temprano a casa, resultar vencedor del clásico que tu equipo de fútbol viene de ganar ante su “proverbial” rival, aprobar un examen de fin de curso, dar negativo un examen médico, no haber contraído el coronavirus: todo es “gracias a Dios”. Nada  parece ocurrir sin intervención divina, y lo que me pregunto es por qué los ateos tenemos que estar recordándoles a los creyentes que no se debe usar el nombre de Dios en vano. Ateos tampoco quedan, porque quienes lo son suelen presentarse como “agnósticos”, temerosos de pronunciar palabras fuertes, meterse en las patas de los caballos o ser considerados malas personas.

Las personas ya no mueren, “fallecen”; y ni siquiera eso: son llamadas a la presencia del Señor. El día de Viernes Santo escuché en un noticiero de televisión que “Jesús falleció en la cruz”. ¿Y qué se puede esperar si las propias religiones presentan la muerte como si fuera vida y no el término de ésta, como una victoria y no como la derrota final de la vida? Aplaudir, cantar a gritos, lanzar globos al aire, cual si se tratara de una fiesta, se ha vuelto ya costumbre en los funerales. A ellos no se va para un momento de recogimiento, sino de jolgorio, precedido por las muchísimas conversaciones  en voz alta que se escuchan en el templo antes de que haga su aparición el oficiante.

“Hay que seguir trabajando”, dicen entrenadores y futbolistas que acaban de perder un partido, y la verdad es que con los sueldos que ganan no se podría esperar otra cosa. “Nos pasaron por encima” reemplazó hace ya rato a lo que antes llamábamos “goleada”, así como “guardapalos” para los arqueros es hoy “guardatubos”. Desaparecieron los mediocampistas de antaño y aparecieron los “enlaces”,  mientras que los “centrodelanteros” dieron pase al “hombre en punta”. No hay ya “patadas”, sino “patadones”, y tampoco “tapadas” de los arqueros, sino “tapadones”. Ya no se sabe cuántos árbitros hay en cada partido y todos son monitoreados por los que están a cargo del VAR, una especie de Tribunal Constitucional de lo que sucede en la cancha. ¿Hinchas del fútbol y partidarios de un equipo? Se acabaron, y  usted puede ser tenido por un vulgar infiltrado si no marcha al estadio con la camiseta de su equipo mientras golpea con el puño derecho a la altura del corazón cada vez que ve una cámara que lo enfoca.

Los partidos de fútbol ya no se ven, se “leen”, y ojala fuera así, atendido el déficit de lectura que tenemos en el país. ¿Se imaginan ustedes como mejoraríamos en lectura si  los partidos de fútbol se “leyeran” y no simplemente se vieran? Los entrenadores subieron también de pelo y hoy son todos “profesores”, o sencillamente “profes”, que es también la suerte que hemos corrido quienes damos clases en la universidad. “Profe” nos dicen los estudiantes, mientras ellos son aludidos por los directivos  como “chicos” o “chicas”. Por los “chicos” de mi curso, me preguntan a menudo, y yo dale con creer que lo que tengo son alumnos, estudiantes, y de muy diferentes estaturas.

“Tragedia” no es lo que aprendimos en el colegio leyendo a algunos clásicos. Tragedia es hoy cualquier accidente en que alguien muere (perdón, “fallece”) o tiene la condición de “víctima fatal”. Después de un accidente, periodistas y testigos empiezan a hablar todos como carabineros. Basta también con que una persona enferme y sea hospitalizada para que toda su familia adopte lenguaje médico, a veces cambiando graves palabras, como quimioterapia, por una familiar “quimio”.

¿Igualdad? ¡Cómo se le ocurre! “Equidad” no más, no vaya a ser que alguien se asuste con la primera de esas palabras. ¿Dictadura? Sí, pero solo cuando se trata de regímenes autoritarios que profesan ideas distintas a las nuestras, porque si gobiernan en nombre de estas últimas, lo que hay es una “dictablanda”. ¿Justicia social? Para nada, porque ahora basta con la “inclusión social”, ¿no ve usted que “justicia” es una palabra demasiado exigente y comprometedora para quienes la siguen utilizando?

El gesto de levantar los índices de ambas manos y agitarlos ligeramente en el aire reemplazó a las comillas, aunque igual se pronuncia esta palabra cada vez que hacemos ese gesto, como si las comillas tuvieran necesidad de ser dibujadas además de  pronunciadas. Cuando alguien dice “y punto” jamás cree que tiene que dibujar un punto en el aire.

Todos tenemos claro que un cortado no es lo mismo que un café con leche, pero la sobreabundancia de nombres para el café según le agreguen una, dos, tres, cuatro, o cinco gotas de leche resulta ya abrumadora. El menú de preparaciones del café, que suele estar escrito en las paredes de los locales, puede tomarnos sus buenos 10 minutos de atenta lectura. El viejo “gin tónica” es ahora “gin and tonic”, mientras que un rico y tradicional pisco sour vale un carajo si no es “peruano”. Los jugos subieron a la categoría de “zumos”, y los tés de siempre, oscuritos, tampoco valen nada si no son “verdes”, “de berries”, “de vainilla”, “de chocolate”, o de cualquier cosa que no tenga teína. Se perdió ya hace tiempo la diferencia entre té e infusiones, y mucha gente cree tomar el primero cuando lo que ha pedido es un “té de menta”, o sea, lo que antes se llamaba una “agüita”. Cuentan que a un antiguo alcalde de Quillota le ofrecieron aguamanil después de comer unas ostras, y lo que respondió fue: “Una agüita de cedrón no más”. Fue el mismo, dicen, que en la ceremonia del 21 de mayo en la plaza de la ciudad se dirigió a los uniformados del Ejército como “señores oficiales y señores suboficiales”, y luego, refiriéndose a la delegación de la Marina,  como “señores marinos y señores submarinos”.

Nadie que viva en Santiago y que tenga una mínima conciencia de clase parte los fines de semana (cuando se podía) a Viña, a Reñaca, a Algarrobo, a Cachagua, a Maitencillo, sino “a la costa” o, simplemente, “a la playa”. “¿Dónde estuviste?”, le preguntan el lunes sus socios, y la respuesta no falla: “en la playa”.

En los hipódromos se habla también una jerga muy extraña, única, como decir “pasó con un chancho al hombro” para un caballo que venía rezagado pasa de largo en los metros finales y gana holgadamente  la carrera. Ya saben ustedes que “añatar” es participar en una carrera sin la más mínima intención de ganar, mientras que “se les vino” lo es para cuando un caballo ñato pelea y gana la carrera contra la voluntad de sus dueños. “Le jugaron la plata”, comentan los hípicos cuando en uno de los monitores ven que un caballo paga un dividendo muy bajo, como si en los hipódromos se jugara otra cosa que dinero.

Así es como hablamos, así es como nos comportamos. Nada especialmente grave, por supuesto, salvo cuando la siutiquería o el arribismo contaminan demasiado nuestras maneras de expresarnos. Los lugares comunes también contaminan, pero son más tolerables, aunque no para mí, tengo que decirlo, porque cada día me resulta más difícil ver  noticieros de televisión en que aparecen expresiones como “aristas”, “hacer la pega”, “raya para la suma”, “ponga atención”, “vamos a cambiar bruscamente de tema”, o en los que hay trato por el diminutivo entre personas adultas que están trabajando y no en la fiesta de cuarto medio.

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