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28 de Abril de 2020

Raúl Zurita: “¿Cómo salvar gentes? Es la única pregunta que hoy cuenta”

Foto: Lorena Palavecino
Por

“El poder encerrarse es un lujo que sólo pocas personas pueden permitirse”, dice Raúl Zurita (70) desde su cuarentena. Poeta ampliamente reconocido en Hispanoamérica, autor de obras como Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), INRI (2003) y Zurita (2011), durante la dictadura integró el grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte), junto a Fernando Balcells, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Diamela Eltit, experiencia que narra en el libro aún inédito Tú que fuiste desmembrado.

A la par a su trabajo poético ha realizado instalaciones artísticas como la escritura de versos de La vida nueva en el cielo de Nueva York, en 1982; y la frase “Ni pena ni miedo” en el desierto de Atacama. Una de sus últimas instalaciones, sobre el conflicto de la inmigración en el mundo, fue El mar del dolor, expuesta en la Bienal de Kochi, India, en 2017.

Zurita, autor también de los ensayos Son importantes las estrellas (Ediciones UDP, 2018) y de la selección de entrevistas Un mar de piedras (FCE, 2018), obtuvo el Premio Nacional de Literatura 2000, el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2016 y el Premio José Donoso 2017. Ha sido traducido al inglés, alemán, holandés, francés, chino, italiano, árabe, ruso y griego. Y el año pasado se estrenó el documental Zurita, verás no ver, de Alejandra Carmona C. 

Acá, Raúl Zurita responde a The Clinic. Luego, comparte un texto inédito.

¿Desde cuándo está en cuarentena y cómo ha sido este proceso?

-Estoy recluido con Paulina (Wendt, su pareja) desde el 1 de marzo. Yo soy una persona feliz y profundamente agradecida por todo lo que he recibido, pero me es imposible dejar de pensar en el horror no del virus, sino del mundo que ha emergido con el virus. Hasta cuándo habrá que romperse la garganta gritando, una y otra vez, que el estado de las cosas no puede medirse por lo bien que están los que están bien, sino por lo mal que están los que están mal, Y los que están mal, están demasiado mal. El poder encerrarse es un lujo que solo pocas personas pueden permitirse. ¿Cómo ayudar?, ¿cómo salvar gentes? Es la única pregunta que hoy cuenta.

¿Qué reflexiones ha realizado en estos días de encierro?

-No me asusta, pero me apenaría morir en un aislamiento total, sin la mano de quien amas despidiendo la tuya. Y es quizás por eso que me asombra la arrogancia de los escritores oficiales de la pandemia, son realmente alucinantes: todos hablan desde la seguridad total, que la humanidad seguirá igual, que no seguirá igual, que mostrará el triunfo del capitalismo, que será el derrumbe del capitalismo, dando por supuesto que ellos estarán presentes cuando ese futuro post pandemia venga, sin pensar un segundo que la sola imagen de una mano enguantada cargando un solitario ataúd hace añicos, mil pedazos, todas sus afirmaciones.

BREVE CRÓNICA DE UN ENCUENTRO

A PW

i

Tú te acabas de despertar PW. Vives en un condominio de la calle Charles Hamilton, en el sector oriente de Santiago y estabas llamando a unos niños que corrían peligrosamente en el borde de una playa, pero el ruido del oleaje impedía que te escucharan, por eso al terminar de abrir los ojos te sorprende seguir oyendo el bramido del mar. Miras entonces por el ventanal de tu pieza y aunque el reloj del velador marca las 4:55 de la mañana, ves que todas las casas y edificios vecinos están con sus luces encendidas. Te levantas, abres la puerta y distingues a lo lejos una línea blanca que se alarga recortándose en el azul negro de la madrugada. Te pones una bata y sales. Enciendes el motor de tu auto estacionado en la calle, bajas por El Estoril y al llegar a la rotonda tomas la salida hacia la avenida Kennedy. Por el parabrisas divisas al fondo, muy altas, las primeras nubes que comienzan a desprenderse de la oscuridad y te dices que parecen ciudades de agua. A las pocas cuadras el creciente gentío te impide avanzar por lo que abandonas el auto y continúas a pie. Sigues por Los Españoles y, después de caminar cuatro cuadras por Pedro de Valdivia Norte, finalmente llegas. Son miles y miles de personas, de ancianos, de hombres y mujeres con niños en los brazos que se amontonan en la vereda norte de Providencia, detrás de las rejas de contención, y miran. Frente a ellos se abre el abismo sin fondo y luego, tendida un kilómetro y medio más allá, como una gigantesca cortina final, las cataratas del Pacífico destellan precipitándose. 

ii

Tú también te acabas de despertar. Vives en Los Españoles 1974, una calle del barrio de Pedro de Valdivia norte, Santiago, y te llama la atención despertarte con el estruendo del mar. Te levantas de un salto y al mirar por la ventana, ves que, aunque sean recién las cinco de la mañana, todas las casas de la cuadra tienen las luces encendidas. Ves también que un grupo cada vez mayor de gente está saliendo de ellas, familias enteras, mujeres, ancianos, niños, dirigiéndose por Los Españoles hacia la esquina de Pedro de Valdivia Norte. Te pones entonces lo primero que encuentras y los sigues. Al llegar a la esquina doblas a la derecha, continúas hasta Santa María, y cruzas el puente nuevo para seguir en línea recta todavía un par de cuadras más. Ves entonces la avenida Providencia. Amontonada en su vereda norte, apoyándose en las improvisadas barandas de contención, una muchedumbre de mujeres, hombres y niños que va creciendo minuto a minuto, mira hacia abajo el abismo sin fin que se abre a sus pies y al frente, mil quinientos metros más allá, destellando igual que una interminable cortina abierta bajo el azul profundo de la madrugada, las cataratas del Pacífico truenan precipitándose.

Revisa todos los capítulos de “Los versos en pandemia” ACÁ.


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