Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Podcasts

18 de Mayo de 2020

Cuentos en Cuarentena: “El abigeato de los payasos” por Yuri Soria-Galvarro

En un hogar en el que faltan risas, ¿qué mejor idea que ir a raptar a un payaso? Escucha este relato del escritor nacido en Bolivia y avecindado en Puerto Montt.

Por

Hay días en que vuelve lo del virus, la cuarentena y la guerra. Todo eso quedó atrás, aunque es difícil olvidar el hambre y los linchamientos. Ahora estoy concentrado en sacar adelante mi familia. Y aunque tampoco sobran los motivos, creo que todos tenemos derecho a reír. Cada maldito día cuando regreso desde la fábrica veo desfilar la miseria y mis chistes repetidos chocan con el resentimiento, el pesimismo y la impotencia. Yo no estoy dispuesto a que mis hijos crezcan sin risa, así que junto al mayor hemos decidido raptar un payaso desde el circo.

Tomando mate hablamos de los payasos, repasamos que son tipos dicharacheros y amantes del jolgorio, aunque no hay que engañarse, no son incautos y dicen que siempre andan con guardaespaldas. En la mañana di una vuelta por el circo, tenían un cerco eléctrico en todo el perímetro y logré sonsacarle a la vendedora de entradas que en la parte de atrás dejan sueltos a los leones. Mi hijo propone que nos disfracemos de payasos para que sea más fácil acercarnos, suena bien, aunque andar vestidos así por la calle es muy arriesgado.

Protegidos por la noche sin luna nos vestimos con pantalones y chaquetas de colores que conseguí en la ropa americana. Pintamos nuestras caras de blanco, la nariz y los labios rojos, nos calzamos las pelucas de lana que mi vieja ha tejido y vamos hacia el circo. Pasamos mucho rato intentando acercarnos sin ser descubiertos, los malditos enanos están vigilando y vemos cuando golpean a uno de los trapecistas que llegó borracho. Dudo de que sea posible hacernos de un payaso por eso decidimos abortar e intentarlo otro día. Regresamos sin ánimo siquiera para sacarnos los disfraces por el camino más largo donde no pasa nadie, atravesando el descampado y la cancha de fútbol.

Parece que la suerte nos sonríe. A la distancia parecía un vagabundo, al acercarnos vemos que es un payaso, seguramente no huye porque nos ve vestidos como él y hace un par de morisquetas muy graciosas. Mientras contempla a mi hijo desternillarse de la risa me acerco por detrás, lo golpeo con un palo y su cabeza suena como una plancha de calamina. Grita y se desploma. Lo vendamos con un trapo para detener la sangre, lo envolvemos con una frazada y nos lo llevamos. Lo dejo encadenado en la bodega.

Por la mañana ninguna noticia en la televisión o la radio dan cuenta del plagio; es mejor si nadie extraña a nuestro payaso, aunque yo no soy tonto, puede ser una estrategia para atraparnos.

En la fábrica disimulo para no levantar sospechas y trabajo como si nada, por la tarde me encierro en el baño para reír. Apenas concluida la jornada paso a buscar a mi hijo a su trabajo y vamos a casa apurando el ritmo de las bicicletas, dispuestos a carcajear de buena gana.

El payaso se niega a trabajar, supongo que debe acostumbrarse a su nueva vida lejos del circo y la ciudad, al menos comió y su herida en la cabeza no se ve tan mal. Nos causa algo de gracia cuando intenta soltarse las cadenas, al final ganan los bostezos y nos acostamos.

Toda la semana es igual, come como un chancho para engorda y no quiere hacernos reír. «Tal vez se arruinó con el golpe que le diste» dice mi vieja. Le ordeno que no se meta, ella no sabe de estas cosas.

El payaso llora por las noches, no tan fuerte como para alertar a los vecinos, el más cercano está como a doscientos metros, aunque lo suficiente para amargarnos. Le ofrezco dejarlo en el patio un rato o sacarlo a pasear al campo. Desde que lo trajimos no ha dicho ni una sola palabra, igual decido ventilarlo un poco cuando anochezca.

A esta hora resaltan en el horizonte las luces de la ciudad que cada día se acerca un poco más. Caminamos bastante, orillando el canal hasta una zona donde no trajinamos hace mucho, lo llevamos encadenado por si intenta escapar y cantamos para animarlo. De pronto estamos rodeados por varios perros y aparece un viejo con una escopeta, «Intentan robarme mis animales malditos chorizos», nos dice.

El payaso habla finalmente y jura que la noche en que lo atrapamos él también estaba disfrazado intentando robar un payaso y me ruega que no lo haga, pero no le creo. No nos sirve de nada un payaso descompuesto, así que se lo cambio al viejo por dos corderos que nos comeremos para navidad y año nuevo.

Escúchalo y comparte en Spotify:

Temas relevantes

#Cuentos en Cuarentena

Notas relacionadas

Deja tu comentario