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Entrevistas

3 de Junio de 2020

Carol Hullin, experta internacional en salud digital: “Chile está enfermo, eso hay que reconocerlo”

Crédito: Daniela Huepe

Según estudios de la OCDE, 180 años le costaría salir de la pobreza a una mujer, indígena y pobre. Carol Hullin tenía esas características. Un asalto, a los 21 años, la hizo despertar. Agarró una maleta y partió a Australia, donde ha desarrollado una exitosa carrera en salud digital. Desde allá, esta mujer empoderada, como se define, observa la realidad de Chile con los ojos puestos en el sillón presidencial: “Me encantaría ser la primera presidenta indígena”.

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¿Te sientes chilena?

Se apura en responder que sí. Absolutamente. Y refuerza: “soy tan terca, luchadora y porfiada como las chilenas”. Otra cosa es que piense como australiana, el país que la dejó empezar de cero, renacer como lo llama ella, y demostrarse que era capaz de hacer lo que se propusiera. 

Carol Hullin creció en La Legua, donde supo de hambre, de frío y de hacer algunos pesos vendiendo dulces en las micros. Luego se fue con su familia a un campamento en La Florida y finalmente se instalaron en San Bernardo. Entonces, vino el punto de quiebre. A sus 21 años la asaltaron y ella decidió que debía hacer un cambio. Para lograrlo tenía que salir de Chile. Lo que vino después fue una oportunidad tras otra y decidió tomarlas sin miedos, dice. 

Partió a Australia. No duró mucho viviendo en la casa de un tío que la recibió en Melbourne y una profesora de inglés la acogió y le enseñó el idioma. Era el primer paso para la nueva vida. Buscó una beca y consiguió entrar a Enfermería en la Universidad de Tecnología de Australia. Luego, un doctorado en Filosofía e Informática en Salud y un posdoctorado en Inteligencia Artificial la convirtieron en investigadora de salud digital del gobierno local australiano y consultora del Banco Mundial. 

Carol se siente exitosa y define esa sensación de triunfo como absoluta confianza en la vida. “También es saberse humana con sombras y luces” dice Carol Lucay Cossio, quien cambió su apellido original a Hullin para unir sus raíces con las de su hija mayor australiana, Alayne. Luce relajada y sonriente en la pantalla del computador, cuando son las 4 de la mañana en Melbourne. 

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¿Siempre te despiertas tan temprano? 

-Para tener una vida extraordinaria hay que hacer cosas extraordinarias.

¿Cómo ha sido estar en cuarentena total desde la primera semana de marzo?

-Australia ya pasó el peak y está preparándose para la segunda ola. Acá está bajando la curva, aunque no ha desaparecido por completo. La semana pasada se levantó la primera etapa, 10 personas se pueden reunir y 20 personas pueden ir al mismo tiempo a un restorán.

Tu marido está en Chile, ¿eso te asusta?

-Está cuidando nuestra casa en Curacaví y trabajando en sus proyectos. Chile no me asusta, creo que mi marido está en el lugar adecuado. Tengo una frase que repito mucho: las acciones mandan los miedos. Esta pandemia se mata con educación y él es una persona que tiene conocimientos y nuestro apoyo con telesalud frente a cualquier síntoma del virus. Nosotros lo vemos como una posibilidad de reconectar como familia. 

¿Cómo empatizas con la gente que no tuvo tus oportunidades y se siente aislada del sistema, sobre todo en esta pandemia?

-Empatizo el 100% con personas enfermas y me dedico a eso. Una persona que no ve la luz está enferma y tiene una patología, que sea diagnosticada es otra cosa. El mayor problema que va a dejar la pandemia, por lo menos 20 años, es la salud mental. La persona que no ve nada positivo, ni siquiera respirar, está enferma. Y Chile está enfermo, eso hay que reconocerlo. Tenemos una herida abierta de la historia, nunca se nos ha explicado por qué no respetamos a nuestros pueblos indígenas, nunca se nos ha pedido perdón, nunca ha habido un proceso terapéutico donde podamos mirarnos la cara como iguales. 

Tenemos una herida abierta de la historia, nunca se nos ha explicado por qué no respetamos a nuestros pueblos indígenas, nunca se nos ha pedido perdón, nunca ha habido un proceso terapéutico donde podamos mirarnos la cara como iguales. 

Hablas de una patología que tenemos como sociedad, ¿cuál es?

-Seguimos con una patología social, política y económica que va construyendo costras. Se nota mucho cuando una persona actúa desde el amor: transmite calma, buenas vibras y no te sientes amenazada por ella. La persona que está actuando desde la rabia va a tratar de atacar porque tú eres mucha luz. Así actuamos en mi familia. Está permitido tener rabia pero no te puede durar más de cinco segundos o estás destruyendo lo más hermoso que es vivir. 

Estabas en Chile en octubre pasado,  ¿qué te pasó cuando viste las protestas en las calles?

-Mi hija de 11 años tiene diabetes tipo 1 y tiene que inyectarse insulina cada vez que come. Llegó el estallido social y yo me venía sola a Australia a trabajar pero no tenía acceso a la embajada para retirar mi pasaporte. Nos dio pánico que Mathilda no tuviera acceso a sus medicamentos y le pedimos a la embajada que nos sacaran lo antes posible. Salimos casi arrancando el 4 de noviembre. 

Las demandas que se escuchaban con tanta fuerza, ¿te removieron desde tu experiencia en La Legua?

-Estaba en Santiago en esos días, leía las noticias y estaba muy orgullosa de los jóvenes de Chile. Me pareció excelente el movimiento social, no así la violencia. Me dije: llegó la justicia, la hora que Chile se dé cuenta de toda la desigualdad. Salí de Chile con una sensación de esperanza. Estamos en un renacimiento, una transformación espiritual. 

¿Ves en las demandas de la pandemia una materialización de lo que fueron las demandas sociales?

-Es una visión chilena muy válida, pero no es correcta. Porque una pandemia es una crisis sanitaria, quiere decir que la salud de las personas está en riesgo. En el estallido social no había nadie reclamando por salud en primera instancia, eran todos por AFP o por plata. La pandemia es un reflejo de una crisis global donde vemos que se ha puesto al mercado como centro más que a las personas. 

Pero la desigualdad reflota cuando vemos la realidad de los más pobres en la pandemia. 

-Ahí está el vínculo, no hay duda. Lo que sí es cierto es que han manipulado un valor político donde no hay valor político. Han usado el estallido social como una desgracia política y que llegó la pandemia como una salvación, así lo están tratando desde el gobierno. Esa arrogancia, esa indiferencia política, a los determinantes sociales basales que están fallados por 50 años en Chile. Todo se veía estupendo, pero nunca invirtieron en educación y salud en las personas. 

La pandemia es un reflejo de una crisis global donde vemos que se ha puesto al mercado como centro más que a las personas. 

UN TRATO DIGNO

Un doctorado no fue suficiente para que Carol se sintiera cómoda en el magister de Derecho de la Universidad de Católica al que empezó a asistir el año 2016 . Está convencida que la aceptaron porque tenía dos posgrados fuera de Chile, de lo contrario le habrían dejado afuera por los 381 puntos que obtuvo en la PAA. Estudiando en su propio país se sintió excluida y volvió a sentir la desigualdad en carne propia. 

¿En qué te diste cuenta que estabas siendo discriminada?

-Entré a un espacio de la elite, ultra derechista. Yo había nacido en La Legua y había sacado 381 puntos en la Prueba de Aptitud Académica. Mi trabajo siempre ha sido viajar a Washington DC o cualquier otra parte del mundo, pero si no iba a las clases del magister, perdía. El dolor fue tan fuerte, nadie me daba trabajo acá porque yo no pertenecía a ese círculo. Tuve que dejar mi trabajo fuera de Chile y en un momento me quedé sin alimentación. No sabía con qué comprar verduras, pero creí en la comunidad y la gente de la feria en Curacaví me daba la fruta y la verdura. Yo sé vivir sin plata y hacer comunidad no es plata, es respeto. 

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¿Crees que falta ese espíritu de comunidad en Chile?

-No hay respeto por uno mismo. Cuando no te amas te das cuenta que no entiendes la confianza en ti mismo, en tus relaciones con la familia y con la comunidad que se manifiesta en la sociedad que tienes. Hay que preguntarse cómo logras un trato digno, y eso empieza en tu casa. 

Desde ahí, ¿cómo entiendes que, según cifras de las autoridades,  el 15% de los contagiados salga de sus casas, muchos para trabajar?

-Las personas que salen son un signo sistemático de la falta de educación pública. No les pondría un milico en la puerta, les pondría lo que hago: telesalud. Les daría una llamadita de autoformación y generaría un espacio de aprendizaje, explicándolo con manzanas y peras. Hoy, el valor de la vida es conectar. 

Pero hay gente que no tiene ni un computador para conectarse…

-Eso es un problema de limitación que tienen los tomadores de decisiones, que no se imaginan un mundo mejor para los pobres. El celular y el computador están disponibles para todos, la penetración de la tecnología es casi de un 99% en Chile. Hay familias enteras enseñando a hacer pancito, cómo plantar porotos para prepararse para el próximo año porque esto es una crisis mundial.  Esto tiene que verlo el 1% que es dueño de Chile, aunque no tenga la capacidad de entender lo que se vive, pero por último lee acerca de la pobreza.

Cuando no te amas te das cuenta que no entiendes la confianza en ti mismo, en tus relaciones con la familia y con la comunidad que se manifiesta en la sociedad que tienes. Hay que preguntarse cómo logras un trato digno, y eso empieza en tu casa. 

¿Cómo ves las políticas públicas que se han tomado a raíz de la pandemia?

-Técnicamente no tengo nada que decir, tendría que ser una ignorante y violenta en decir que lo han hecho todo mal porque no es así. Hay un conocimiento científico, profundo y técnico, sobre todo en la Sociedad de Medicina Intensiva que son expertos en Latinoamérica, no puedo cuestionar eso. 

Hoy tenemos un sistema sanitario colapsado. 

-Claro, porque no está la educación sanitaria a nivel público. Se conoce de las personas que tienen Covid-19 y necesitan el ventilador y la cama crítica. Pero se descubrió que las sociedades que tienen un sistema basado en la confianza, en la seguridad y en la ética los pacientes no llegan al hospital porque el consultorio los contacta de inmediato y, como acá en Australia, le mandan el test directamente a su casa. Tuvimos una paciente chilena con Covid-19 y la atendimos desde acá con telesalud. En la seremi de Salud de la Araucanía la dejaron botada, no tenía atención. Y hablando con ella desde acá, sobrevivió. 

Carol hace un pausa; y dice: “Te lo pregunto a ti… si en tu casa tienes problemas económicos, ¿priorizarías la leche de tu hija o comprarte un vestido?

La leche.

-Bueno, en Chile hoy el vestido va primero. Le están pagando más a las comunicaciones de La Moneda, y lo sé, le pagan más a la imagen que quieren reflejar que a científicos que están sentados ahí. 

Dices que para la ciencia no hay plata

-Bingo. 

Ahí aparece el tema de tener más datos para aplanar la curva de contagios.

-Esta pandemia ratificó todo lo que he investigado por muchos años: sin datos no tienes nada. El poder de los datos es todo. El nuevo petróleo es el dato. Mi oasis es el mundo digital. No hay diferencias: ahí no soy mujer, hombre, soy una desarrolladora que transforma mundos. Lo que hoy deberíamos estar haciendo es que esos papás que están en su casa, esa niñita que tiene que salir a vender, tengan la tecnología para estar conectados de una forma segura. Transferir esos dulces, lo que se llama e-comerce; en India los niños ya lo hacen. Los chilenos son tremendamente inteligentes y deberían ser los pioneros en la solución al problema. 

Esta pandemia ratificó todo lo que he investigado por muchos años: sin datos no tienes nada. El poder de los datos es todo. El nuevo petróleo es el dato. Mi oasis es el mundo digital.

En una entrevista dijiste que querías ser presidenta, ¿sigues con la idea?

-Por supuesto, 2030, esa es mi misión. Me encantaría ser la primera presidenta indígena y si no llego lo más probable es que una hija mía lo haga.  

¿Qué te atrae de La Moneda?

-Me acuerdo que fui a CNN hace algunos años y la Fernanda Hansen me pregunta ¿usted ha pensado ser Presidenta? Y le respondí ¿por qué no? Y le miro la carita a la Fernanda y ella abrió los ojos. Dije “guau, si digo eso la gente queda impresionada”.  Cuando empecé a decirlo en mis clases, con comunidades vulnerables, me sentí una princesa contándole a la gente que también podía serlo. Lo que más motiva es la gente, no estoy ni ahí con La Moneda; me motiva la gente.

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