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Entrevista Canalla

19 de Junio de 2020

Zalo Reyes en modo coronavirus: “Si llego al cielo no voy a abrazar a ningún artista”

Montaje: Emilia Rothen

El cantante permanece encerrado desde hace varios meses y ha mantenido la calma. Critica a Piñera, a Mañalich, calcula su muerte, programa su funeral y comenta sus cambios sicológicos.

Por

“Tengo un poco de miedo”, afirma, rotundo, Zalo Reyes, 67 años, el Gorrión que en los ochenta hipnotizó a toda la pirámide social, la leyenda viva del pop lacrimógeno. Permanece, como todos, enjaulado por orden sanitaria y no ha recibido un rayo de sol desde el 29 de febrero. Si bien él no contesta el teléfono desde hace doce años, porque se aburrió de interactuar y prefiere inventar canciones en silencio, accede a hablar desde el teléfono de su hijo. Su único hijo. Boris, de 46 años, el manager, el que también lleva su nombre. 

-¡Alóó!- y éste es el mismísimo ídolo al teléfono.

-Es un honor, Zalo.

-Ah- y entonces tose.

Tranquilito

Zalo, a decir verdad, acumula setenta y ocho días residiendo en un sillón, el sillón de los Reyes. Desde ese mueble instalado en el living frente al televisor, esa cabina con vista a todos los canales, el artista ve pasar el día, ocupado básicamente en cambiar las películas. Estira la pierna imperfecta, la izquierda, esa que tiene los cinco dedos del pie amputados desde el 2008; acomoda la otra, la derecha, compuesta de una rodilla que aún gira, y se momifica frente al Led de 60 pulgadas.

A veces, por un arrebato, sintoniza un canal chileno y exclama:

-¡Dicen puras huevadas!

Y pierde oxígeno.

Otras veces, por un anhelo, sintoniza a un tigre que gruñe en Animal Planet, y exclama:

-¡Uuuuu!

Y gana oxígeno.

El ídolo ha pasado la pandemia totalmente sentado. Va al baño, come y se sienta. Hoy consta de 90 kilos históricos esparcidos en un Rosen de cuero negro; se cubre con un buzo. Toma agua y come espinacas. Y el rey de los Reyes, el monarca del hit emotivo, no ve las noticias, pues, la actualidad le genera un bajón; Zalo se interna, con los pelos de punta, por canales de felinos. Va de fiera en fiera, indagando colmillos, hasta que se le cruza un matinal y le brota una puteada:

-¡Qué es esta tontera!

Da un alarido y cambia el canal, aterrado. Está más tranquilo frente a un tigre que frente a Nacho Gutiérrez.

-¿Y le tiene miedo a este virus?

-Tengo miedo de todas las personas. Es que el virus está en todos lados. Pero he visto que la gente usa la mascarilla, los chilenos se están cuidando- susurra.

-¿Qué opina de la labor realizada por Mañalich?

-Mira, el viejo jugó todas las cartas. 

-¿Las jugó bien o mal?

-Yo creo que había mucha mentira metida ahí. Decían una cosa y pasaba otra. Si uno ve las cosas.

-¿Cómo ha visto al Presidente Piñera?

-Se le escaparon las cosas de las manos. Aparece cuando no debe aparecer, la embarra. ¿Es que sabís algo?

-Qué…

-¡El Piñera no las puede tener todas tampoco!

-¿A qué se refiere?

-Sipo, si ya es millonario. Es inteligente. No sé, algo le tenía que salir mal.

-¿Lo veía cercano a la perfección?

-Noo. Mira, si yo ya no pienso.

-¿Ya no quiere reflexionar?

-Noooo, pa qué. Yo no analizo nada…

Hace una pausa. Según aporta su hijo, Zalo está vestido con comodidad y ha pedido un vaso de agua. 

¡El Piñera no las puede tener todas tampoco!(…) Si ya es millonario. Es inteligente. No sé, algo le tenía que salir mal“.

-¿Le preocupa Chile?

-La gente. Me preocupa la gente que está con problemas. 

-¿Esto es un castigo de Dios?

-Por ningún motivo. Dios no está en esto.

-¿Y si lo está? 

-¡Dios no castiga a nadie! El mundo no es de colores. Hay gente mala, hay asesinatos. Prendo la tele y me saltan en la cara los portonazos. 

-Se habla que en esto del coronavirus puede haber una mano negra surgida en China…

-¡Los chinos no están metidos en esto! 

-¿Quién está metido en esto, Zalo?

-Nadie. Si no hay que culpar a nadie. Esto es una pandemia.

-¿Se queda con la versión del murciélago? 

-Es que no hay que decir tanta cosa. 

¡Dios no castiga a nadie! El mundo no es de colores. Hay gente mala, hay asesinatos. Prendo la tele y me saltan en la cara los portonazos“.

-¿Se opone a las especulaciones?

-¡Esta es una infección súper negativa! 

-¿A qué apunta?

-A que nos invadieron. Está cuestión está en todo el mundo.

Suspira. Según cuenta el hijo, en estos momentos Zalo da un sorbo de agua y el pulso lo tiene agitado.

-¿Qué viene?- preguntamos de pronto, seriamente.

-¿Aah?

-¿Qué viene, Zalo?- tono inmutable.

-Puta…

La voz revela desánimo. 

-Puta -continúa Zalo- está la escoba. Pero yo creo que el mundo será mejor. 

-¿Usted será mejor?

-Sí. Es que todo esto une a la familia. Yo me he acercado a mis nietos. Y también me he acercado a mi señora.

-¿La quiere más?

-No, bueno, hablamos harto.

-¿Comparten recuerdos? 

-Generalmente hablamos de las cagadas que me mandé.

Por ejemplo, chocó tres veces y en todas ellas peligró su vida. En un choque se rompió los dientes. En otro rompió la placa con que había reemplazado a los dientes. Y en el tercero, rompió unos dientes de titanio con que había reemplazado la placa. Hoy luce una carcajada de esmalte y choca menos. 

-Está tranquilito. Pura vida familiar- admite su hijo.

-¿Por qué?

-Es que ahora está quieto.

Crédito montaje: Emilia Rothen

Paz a los Reyes

Parece un Zalo dulcificado, nuestro Maradona sereno. Vive aún en Conchalí, aferrado únicamente a Yolanda Molina, su esposa, en un palacio vacío compuesto de once habitaciones.

-Pero estoy contento- insiste el crack.

-¿Por qué?

-Porque ya no me gusta el hueveo.

Antes usaba las noches para vagar de un enredo a otro. Era el Zalo, el triunfo de la chispa. El que hizo vibrar a la clase alta en 1983. El que en el programa Permitido, un emblema de la televisión acartonada, encaró a un prospecto de gerente que fumaba en primera fila, un rubio con partidura, y le dijo: “¿Pasa algo, rucio? Puta que estai serio”. El que regresó en helicóptero desde el Festival de Viña y aterrizó en el Estadio Santa Laura, así, ganador, alzando un brazo y la otra mano la guardó en el bolsillo. El que le preguntó a Raúl Matas: “¿Yo seré ordinario?” (“No creo, Zalo”, dijo Matas atónito). El que cantaba en la fuente de soda, en México, en Perú, en el comedor, en la esquina. 

-Noo, ahora lo mío es la familia- enfatiza.

Se sabe, por ejemplo, que Zalo Reyes dentro de su palacio se llama Boris y no es un rey. Boris reposa y se duerme mirando animales. Boris rechaza entrevistas, odia la gloria, muerde una marraqueta a las 18.30 horas. Y el erotismo lo derivó hacia el maduro acto de hacerse compañía. Y cuando Yolanda, la emperatriz, da el chillido:

-¡¡¡Boris!!! 

A Boris se le achica una reacción:

-¿Si?

Y todo este cambio tiene una fecha exacta: 13 de marzo del 2008. 

Esa noche Zalo Reyes iba a morir.

“Ya no me gusta el hueveo(…) Ahora lo mío es la familia”

Llevaba, en ese entonces, una vida estomacalmente impura. Comía churrascos y uvas. Fumaba tres cajetillas por día. Brindaba en el desayuno, almorzaba de noche. No se acostaba. Y esa tarde de marzo se hirió el pie izquierdo y la diabetes se lo hinchó. Luego, en la noche, tras dar un show con cojera, le iban a amputar la pierna. Había riesgo vital. Un doctor se acercó a la familia y la noqueó con una sugerencia:

-Pasen a darle la despedida final.

-¿Qué?

-Lo que escuchan. Esto será una lotería.

Boris, el hijo, no señaló nada imponente. Ánimo, parece que susurró. Por fortuna, la doctora que lo operó reconoció ser una fan y se propuso salvarle la vida, salvarle la pierna y salvarle la carrera: le amputó únicamente los cinco dedos del pie. 

Zalo nunca volvió a ser el mismo.

Empezó a ser más Boris González que Zalo Reyes. Dejó la droga, los cigarros, el alcohol, los escándalos, la noche.

Su familia volvió a ser feliz. 

-Y, bueno,- afirma Zalo en el 2020- uno se va poniendo más humilde… ¿sabís lo que pasa? Es que uno ya no quiere molestar.

-¿Ya no se siente un ídolo?

-Bueno, no sé.

-Dicen que usted es mitad Paul Anka y mitad Juan Gabriel…

-Grandes artistas, amigo mío. Paul Anka era un genio, mucho mejor que yo. Pero, claro, Zalo Reyes es el artista chileno al que más reportajes se le han hecho…A él y a su familia. Me han perseguido. 

-¿No lo hace sentir bien?

-Sí, pero igual, hoy yo sólo quiero cantar y estar en mi casa. Nada más.

“Paul Anka era un genio, mucho mejor que yo. Pero, claro, Zalo Reyes es el artista chileno al que más reportajes se le han hecho…A él y a su familia. Me han perseguido”.

Inmortal

Zalo, durante estas semanas de encierro, ha cantado cuatro canciones al interior de su casa. Una de ellas, Ríe Que Es Mejor, el himno del Jappening, la grabó junto a un conjunto de ídolos masivos, entre ellos Tommy Rey. Lo hicieron en su estudio y la produjo su nieto. También grabó otras tres canciones, versiones nuevas de su repertorio más exitoso. 

Está activo y persiste en su slogan:

-No me cambio de barrio- lanza.

Zalo Reyes – Crédito: Agencia Uno

-El slogan de su vida.

-Es que no tengo opción. Yo vivo en Zalo Reyes.

-Claro…- balbuceamos, intuyendo una expresión alucinada.

-No, loco, vivo en la calle Zalo Reyes, desde hace dos años este pasaje se llama así.

-O sea, cuando le preguntan la dirección, usted dice…

-Zalo Reyes- responde serenamente Zalo Reyes.

-Es un logro, Zalo- apoyamos.

-Me da un poco de vergüenza decir que vivo en mi calle.

Más encima, su hijo es el Presidente de la Junta de Vecinos de esa calle. Allí impera la monarquía de los Reyes.

-¿Usted vive dentro de sí mismo?

-¿Aaah?

-¿Está orgulloso?

-Orgulloso poh, claro. Jamás me cambiaré… ¡Quién se puede cambiar de su propia calle! Noo…es una cosa de respeto…

Tuvo un shampoo con su nombre y, según dictaba la promoción, “con olor a Zalo”. Nicanor Parra le dedicó el poema Zalo Reyes. Y tiene una calle llamada Zalo Reyes. Parece que lo hizo todo, parece que este ídolo de la música melódica ya cumplió. 

-Yo quería vivir hasta los 80 años…- afirma con la voz más baja.

-¿Y?

-No llego. 

-¿A qué edad llega?

-A los 75, con cueva.

-Le quedan ocho años, Gorrión.

-Es mucho- dice él.

-Es poco- decimos.

Silencio. Pausa al teléfono. Se percibe la respiración de un ídolo que jadea. 

-¿No le quedan fuerzas, Zalo?

-No creo que pueda vivir tanto.

-¿Por qué?

-Estoy muy reventado. Me siento débil en verdad.

-¿Va a aflojar?

-… uno ya sabe cómo viene el cuento.

“Estoy muy reventado. Me siento débil en verdad”.

Y Zalo se imagina muriendo. Enterrado en el Cementerio General. Se imagina un funeral al lado de su casa. En el corazón de Conchalí, se imagina muchas carrozas. Un nieto cantando. A Marcelo de Cachureos cantando. Flores. Gente. El pueblo de Chile despidiendo a la leyenda, al chispeante, al fenómeno.

Foto: Alejandro Olivares

-¿Le queda algún sueño por cumplir?

-Ninguno. Los hice todos.

-¿Se arrepiente de algo?

-Sacaría todo lo malo, pero no diré qué ha sido eso.

-¿Y su vida ha sido plena?

-Tengo un hijo fantástico. Tengo nietos fantásticos. Tengo una señora fantástica. Puta, cómo no voy a estar pleno.

-Usted es otro.

-Pero no me cambio de barrio.

-Tiene vida de película…

-Puta, si yo te contara. Yo estuve en todas partes. Yo no podía salir a la calle.

-Y, mire, ahora tampoco.

-Pero ahora no hay 400 fanáticas esperándome en la vereda.

Risas. Son los destellos de gracia de este Zalo tranquilo. La dosis de picardía con que encandiló a todas las clases sociales. Zalo Reyes, el cebollero transversal. Un mito con vida.

-¿A qué artista abrazará al llegar al cielo?

-Si yo llego al cielo no voy a abrazar a ningún artista. No me interesan los artistas.

-¿Prefiere darse un abrazo a usted mismo?

-Eso está mejor.

-Dicen que los ídolos no mueren.

-El coronavirus se los lleva a todos…- y sonríe, suelta la respiración, jadea, tose, se reincorpora, lo hidratan. Y acomoda una pierna, luego la otra, y se queda ahí, instalado eternamente en su majestuoso sillón. 

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