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Opinión

7 de Julio de 2020

Columna de Connie Achurra: Pandemia, ese extraño momento para reconciliarse con la cocina

Cocinar no es tiempo perdido: nos enseña a improvisar, nos da lecciones, nos enfrenta a decisiones de forma permanente, nos impulsa a crear. Es lúdico y también nos permite matar el paso del tiempo, cuando las horas se hacen pesadas.

Connie Achurra
Connie Achurra
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¿Cómo se ha transformado nuestra relación con la comida durante esta pandemia? Esa es una pregunta que me hago harto en mis días de encierro. Al principio, vi un entusiasmo de la gente por ponerse a cocinar. La excusa del “no tengo tiempo” ya no existía y numerosos mujeres y hombres se volcaron a ese noble espacio del hogar. Había un ánimo por hacer cosas, por ocupar el tiempo.

Cuando entendimos que esta situación no sería momentánea y más bien tendría carácter de incierta, otros profundizaron en el tema e hicieron un cambio de switch. Vieron en esa experiencia cotidiana una suerte de responsabilidad con la alimentación de la familia y su puesta en valor. Se trataba de pensarla no sólo como algo para “salir de apuros”, sino como una oportunidad para alimentarse mejor. 

“Vieron en esa experiencia cotidiana una suerte de responsabilidad con la alimentación de la familia y su puesta en valor. Se trataba de pensarla no sólo como algo para “salir de apuros”, sino como una oportunidad para alimentarse mejor”.

Y este escenario ofrecía un lado virtuoso. Tener que volver, a diario, a ese espacio de la casa, nos desafía a buscar nuevas formas de relacionarnos con los alimentos. Ya no es reducirlos sólo a una preparación, sino que ver en ellos múltiples opciones que no necesariamente tienen que ver con cocinar los productos más caros sino con descubrir las potencialidades de los elementos que visten nuestras cocinas de forma cotidiana. Y es en esa comida diaria y sencilla, donde creo que hago mi aporte.

Mis propuestas nunca han sido los platos espectaculares, ni la apuesta súper sofisticada o gourmet, lo mío es justamente todo lo contrario: a partir de ingredientes simples, y con los que cocinamos habitualmente, jugar y mezclar para reinventar las legumbres, el jurel o las verduras. Variar y crear cosas atractivas para no estar comiendo siempre el mismo plato. Pero no sólo eso: también lograrlo de forma más sana y equilibrada.

Qué duda cabe que esta experiencia está transformando muchas de nuestras relaciones. Una de ellas, y es la razón por la que escribo esta columna, es la que tenemos con la comida. El llamado a confinamiento nos enfrenta de golpe a la necesidad de cocinarnos y cocinarle a nuestros hijos o a nuestra familia, sea cual sea. Pese a lo extraordinaria que es la situación que enfrentamos, esta crisis nos ha devuelto el tiempo para prepararnos comida y descubrir, en ese espacio, una nueva posibilidad de encuentro y amor.

Creo firmemente que cocinar no es tiempo perdido: nos enseña a improvisar, nos da lecciones, nos enfrenta a decisiones de forma permanente, nos impulsa a crear. Es lúdico y también nos permite matar el paso de los días, cuando las horas se hacen pesadas. Además es una inversión: desde el punto de vista económico estás ahorrando, la comida preparada siempre es más cara y menos saludable. 

Pero cocinar es fértil no sólo porque es beneficioso para nuestra salud, sino porque de alguna forma nos reconcilia con los alimentos. Hoy tenemos la posibilidad de ponerlos en valor, de honrarlos porque ahora entendemos y valoramos el proceso completo: el ritual de la preparación y del encuentro con otros. Los tiempos previos a la pandemia exigían un ritmo feroz, casi inconsciente. Muchos habían abandonado la cocina y habían delegado su alimentación a terceros, a los congelados, al delivery. Algunos por gusto, otros por necesidad o por falta de tiempo.

Soy una fiel creyente en que estar más cerca de la cocina y de quien la prepara, permite una relación distinta con nuestra identidad e historia. Recordemos cuando estábamos más en la casa, en contacto con la persona que hacía el pan, la cazuela o la carbonada: nuestra relación era distinta. Con el paso del tiempo y esta vida moderna, donde te llega un sándwich en una caja de plumavit y lo abres y te lo comes, nos desconectamos del proceso que implica una preparación y por qué no, también del amor que hay detrás. Hasta algo tan fundamental como comer se volvió automático. La cuarentena nos lanzó esa realidad a la cara y nos obligó a reencontrarnos en ese espacio olvidado. 

“Escribo esto porque es necesario que nos incomodemos también. Que tengamos conciencia que en esta nueva relación con los alimentos hay otros que no podrán iniciarla, porque sus necesidades hoy son más elementales que las nuestras”.

Sé que al escribir esto, lo hago desde el privilegio de los que podemos optar, de los que nos quedamos en casa, de los que podemos cocinar con la tranquilidad de que mañana vamos a tener qué comer. No me olvido, no crean que no me siento incómoda. Es por eso que si esta experiencia nos permite a nosotros, los privilegiados, entender que incluso en cosas tan cotidianas como servirnos un plato de comida, podemos transformar nuestra relación con ella, podremos después abogar por lo comunitario, por un encuentro que se extienda a los otros y que se fortalezca adquiriendo conciencia de los que hoy no tienen más opciones que lo que les ofrece una caja de alimentación o una olla común, organizada por vecinos. 

Escribo esto porque es necesario que nos incomodemos también. Que tengamos conciencia que en esta nueva relación con los alimentos hay otros que no podrán iniciarla, porque sus necesidades hoy son más elementales que las nuestras.

En Chile, no todo el mundo tiene acceso a buenas materias primas para comer. Hay gente que está cesante y sus posibilidades de alimentos son cada día más limitadas. También creo que a pesar de esas limitaciones evidentes e incuestionables, siempre se pueden tomar decisiones alimentarias que nos permitan relacionarnos mejor con nuestra comida. Los Estados también deben entenderlo. Mejorar la alimentación finalmente incide de manera directa en la salud y en el bienestar de todos. Sobre esa idea urge también construir futuro. 

*Connie Achurra es cocinera y escribió el libro de recetas Cocina sana y feliz I y II.

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