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Opinión

10 de Julio de 2020

Reflexiones de un pintor frente a la ciudad en cuarentena

Acuarelas de Gonzalo Ibáñez

Esta quincena cumplo cuatro meses de cuarentena, voluntaria al principio y obligada actualmente. Veo el paisaje a través de mi ventana. Paso de necesariamente tener que moverme por la ciudad, a estar quieto y observar cómo la ciudad, paradójicamente, se mueve en vez de mí.

Gonzalo Ibáñez
Gonzalo Ibáñez
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Vivo en el piso 12 de un edificio en el centro de Santiago. Me despierto cada mañana por el ajetreo de los autos y el bullicio de la gente caminando a sus trabajos. Soy pintor y trabajo retratando la ciudad, un modelo inmóvil que es paciente y no opone resistencia a ser observado desde todo ángulo abordable.

En un modelo vivo existe una interacción negociable sobre la cual puedo modificar a mi conveniencia las condiciones atmosféricas para lograr una buena composición e iluminación: levanta un brazo, gira el torso, inclina la cabeza. Tomo la lámpara de pedestal y la acomodo para poder iluminar el cuerpo desde el lado superior izquierdo, pruebo, me doy cuenta que sería útil atenuar un poco la luz y hacer ese traspaso a la sombra un poco más suave: relájate y aguanta la postura. Me detengo y comienzo a trazar con precaución la estructura general antes de que llegue el primer descanso. Estoy plantado al frente del atril, todo se mueve y acondiciona menos yo.

Acuarelas de Gonzalo Ibáñez

Mis referencias las encuentro afuera y no adentro mío. Como acuarelista y arquitecto suelo caminar por la ciudad en búsqueda de diferentes motivos que me sirvan de inspiración. La arquitectura es un modelo perenne que no opone resistencia a la representación y suelo tomar ventaja de ello. A diferencia de la pintura de un modelo vivo en un ambiente controlado, el cual puedo modificar a mi conveniencia, el modelo arquitectónico se mantiene estable. Tanto su disposición en el espacio como las condiciones de iluminación no dependen de mí, soy yo el que se debe adaptar a ellas. Es curioso, la eterna pregunta de la representación de la realidad es posiblemente uno de los principales motores del arte y, evidentemente -ya lo dirá Platón- también de la filosofía. Pienso qué triste sería que el artista nunca hubiera sentido la necesidad de incorporar su propia voz en su obra y nunca hubiese dado el salto del artesanato al arte como lo conocemos hoy, qué triste sería hacer todo desde el mismo punto de vista.

Hoy, el encierro es una condición que me pilla de sorpresa. Por lo general, nadie piensa alguna vez en estar confinado tanto tiempo sin haber cometido algún delito, o por lo menos eso pensaba yo. Esta quincena cumplo 4 meses de cuarentena, voluntaria al principio y obligada actualmente. Lo hago porque puedo y porque mi trabajo lo permite. En este contexto ¿cómo ejercer el movimiento usual para capturar mis referencias, si el punto de vista está forzado a no cambiar? Es cuando ese recorte en el muro protegido por vidrio toma mayor importancia. Paso de necesariamente tener que moverme por la ciudad, a estar quieto y observar cómo la ciudad, paradójicamente, se mueve en vez de mí. 

Esta quincena cumplo 4 meses de cuarentena, voluntaria al principio y obligada actualmente. Lo hago porque puedo y porque mi trabajo lo permite. En este contexto ¿cómo ejercer el movimiento usual para capturar mis referencias, si el punto de vista está forzado a no cambiar?

Veo el paisaje a través de mi ventana. Consciente de que no todos tienen una, poder ver un paisaje se vuelve un privilegio. Sea el que sea. Recuerdo así algunos recortes de Panofsky acerca de la perspectiva y su creación en el Renacimiento como herramienta de tridimensionalidad. Cuando los pintores ejercían su labor como oficio carente de voz propia, sin la necesidad aún del concepto de autoría en la obra. Me encontré con apartados que me contaban que, en la época, la pintura de paisaje, más que objeto portador de belleza en sí mismo, simulaba ser un recorte en el muro, casi como una escenografía que enseñaba lugares inexistentes que daban estatus a los espacios burgueses de la antigüedad. 

Actualmente, el burgués no es el responsable por el mecenazgo del famoso “cuadro ventana” que lograba abrir muros ciegos con realidades ficticias. Todo lo contrario: es quien se ocupa de pagar un cuadro mucho más lamentable, un cuadro que se transformó en la ventana de mi departamento, un paisaje real lleno de gente que no debería estar en la calle camino a su trabajo sino que, como yo o los que tenemos el privilegio, guardando cuarentena junto a sus seres queridos. 

Desde el punto de vista confinado en el que hoy me desempeño, he podido ver una ciudad que no está desolada y vacía, una ciudad que me sigue despertando con el ajetreo de los autos y el bullicio de la gente caminando a sus trabajos. Una ciudad que, a diferencia mía, sigue teniendo un movimiento que por primera vez no lo veo de manera optimista.

Acuarelas de Gonzalo Ibáñez

Pinto calles vacías, ésa es mi normalidad. Retrato un montón de cachureos que, a falta de un patio, son acumulados en la vereda a la espera de ser vendidos en la feria del domingo, pero no pinto a quien las juntó. Me interesa la cotidianeidad que muestra una escalera apoyada en una fachada para arreglar el techo que nunca más se volvió a guardar, a diferencia de su dueño. Antenas satelitales transmitiendo canales en HD mientras toda la familia está reunida para el almuerzo. 

Desde el punto de vista confinado en el que hoy me desempeño, he podido ver una ciudad que no está desolada y vacía, una ciudad que me sigue despertando con el ajetreo de los autos y el bullicio de la gente caminando a sus trabajos. Una ciudad que, a diferencia mía, sigue teniendo un movimiento que por primera vez no lo veo de manera optimista.

Quien mira mi trabajo, verá que no suelo pintar personas y vida. Pese a que las ciudades normalmente están llenas de ello, enfoco mi observación en la pasión que siento por la arquitectura y cómo el objeto construido es portador de historias y experiencias asumidas por quién lo fabricó, por quién es usado o de qué manera es habitado. Todo ello inspirado y en humilde homenaje a artistas que lo pensaron mucho antes que yo, como Andrew Wyeth y su realismo poético, donde no aparece el ser humano, pero sí vemos su huella y rastro en el lugar. Quizás hoy esa visión entra en crisis. Quizás hoy de poético solo tiene el nombre. Quizás hoy, más que nunca, es el momento de que empiece a pintar más personas.

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