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Opinión

27 de Agosto de 2020

Columna de Manfred Svensson: Prefiero a mi madre

Si Camus nos ha acompañado durante nuestra peste, no está demás pensar en las luces que su obra podría arrojar para la intensa deliberación política que tenemos por delante.

Manfred Svensson
Manfred Svensson
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No sorprende que, en los primeros meses de nuestro encierro, La peste de Camus haya estado de regreso en boca de todos. La extraordinaria novela nos sitúa no sólo ante bien conocidas incertidumbres existenciales, sino que en cada línea parece conectar al lector con nuestro entramado social y nuestra crisis política: “Se pedían medidas radicales, se acusaba a las autoridades, y algunas gentes que tenían casas junto al mar hablaban de retirarse a ellas”.

Pero si Camus nos ha acompañado durante nuestra peste, no está demás pensar en las luces que su obra podría arrojar para la intensa deliberación política que tenemos por delante. Como Orán, nuestra ciudad en alguna medida era “una ciudad sin sospecha, enteramente moderna” en septiembre del año pasado. Tras octubre, como gusta decirse, habría despertado. Pero la pregunta sobre si están las condiciones para canalizar bien ese despertar desde luego son mucho más hondas que la cuestión de las dudas sanitarias en torno al plebiscito. No vendrá de Camus, naturalmente, una idea sobre cómo ordenar las prioridades del país, pero sí tiene mucho que decirnos sobre el temple con que deben ser conducidas nuestras discusiones.

“Pero la pregunta sobre si están las condiciones para canalizar bien ese despertar desde luego son mucho más hondas que la cuestión de las dudas sanitarias en torno al plebiscito. No vendrá de Camus, naturalmente, una idea sobre cómo ordenar las prioridades del país, pero sí tiene mucho que decirnos sobre el temple con que deben ser conducidas nuestras discusiones”.

Me limito aquí a tres puntos que otros seguramente sabrán completar. En primer lugar, Camus nos puede dar cierta orientación muy básica respecto de cómo mirar a las personas y sus discursos. En una de tantas observaciones agudas de La peste, el doctor Rieux afirma que en realidad los cristianos “son mejores de lo que parecen”. El contexto que hace necesaria esa aclaración es el fatuo sermón que acaba de escuchar. Los cristianos, quiere pues decir, son mejores que sus sermones. Pero algo más adelante universaliza esa observación: todo el mundo es mejor que su sermón. Hay buenas razones para mirar con cautela o distancia crítica los muchos sermones que escucharemos en los próximos meses, razones para interrogar su consistencia y para preguntar por su pertinencia para nuestra realidad. Pero hay también buenas razones para reconocer que las personas son con frecuencia mejores que sus discursos. Sin la mínima confianza que provee esa perspectiva, es difícil imaginar que la crítica a las retóricas que oiremos se vaya a conducir de la mejor manera.

En segundo lugar, Camus es una voz que debemos oír por su moderación. Naturalmente, quienes más necesitan ese consejo suelen ser los menos inclinados a oírlo. Pero tal vez presentada por Camus sea una virtud en la que puedan descubrir cierto brillo. En él, después de todo, hay conciencia del doble filo de esta actitud. Ciertos consejos de moderación, como bien nota, sirven a “los que quieren conservarlo todo y no han comprendido que algo debe ser cambiado”. Esa ha sido, en efecto, la moderación que nuestra élite ha mostrado en numerosos temas (en lo relativo a las pensiones, pero tal vez en nada tan claramente como en la defensa irrestricta de las isapres). Pero en Camus el reconocimiento de este doble filo de la moderación no se traduce en su condena. Sin ella, en efecto, somos presa de la ceguera, y los crímenes del propio lado se vuelven invisibles o comienzan a ser justificados (la conocida causa de la ruptura entre Camus y Sartre). Si se quiere conservar alguna lucidez, tenemos que volver a apreciar y abrazar la moderación y el reconocimiento de los límites.

Por último, vale la pena notar cómo Camus se aproximaba a la relación entre ética y política. Después de todo, solemos decir que nuestro país se repolitizó. Solemos también temer que una aproximación moralista impida la deliberación sobre temas complejos, pero al mismo tiempo debemos reconocer que es ineludible tocar la dimensión moral de tantos de nuestros problemas. No es nueva, desde luego, la tarea de articular bien estas cosas. Según Camus, decir que necesitamos “más una reforma moral que una reforma política es tan tonto como afirmar lo contrario”. Él mismo se encontraba entre quienes siempre habían dado primacía a las exigencias de la moral, pero consideraba como “una estafa que esas exigencias sirvieran para escamotear la renovación política e institucional que necesitamos”. 

“Si eso es justicia, prefiero a mi madre”, diría Camus. La frase –un perfecto antídoto para el moralismo de redes sociales– había sido pronunciada el día antes de recibir el Nobel, a propósito de recientes atentados a trenes en Argelia. Camus notaba que en dichos trenes bien podría haber ido viajando su madre.

Pero esta convicción se encuentra en Camus atravesada por la conciencia de que en estas materias no podemos separar los medios de los fines. La separación entre quienes poseen y quienes no poseen tal conciencia sigue siendo igual de central hoy (baste aquí con pensar en esa mentalidad según la cual toda la violencia vivida tras octubre queda justificada por los cambios eventualmente posibilitados). “Si eso es justicia, prefiero a mi madre”, diría Camus. La frase –un perfecto antídoto para el moralismo de redes sociales– había sido pronunciada el día antes de recibir el Nobel, a propósito de recientes atentados a trenes en Argelia. Camus notaba que en dichos trenes bien podría haber ido viajando su madre. Pero incluso al margen de la violencia, nos hemos ido acostumbrando a considerar como neutras actitudes que en realidad instrumentalizan a los demás. Presiones y extorsiones son el modo de lograr que la agenda del gobierno se mueva, el Parlamento se arroga facultades que no tiene, y un ingenioso sector apuesta por radicalizar la propiedad privada de los fondos de pensiones para desde ahí construir un sistema más solidario. Cualquier medio sirve. Tal vez nuestro futuro pase simplemente porque más personas puedan decir “prefiero a mi madre”.

* Manfred Svensson es doctor en Filosofía e investigador senior del IES.

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