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Opinión

24 de Marzo de 2021

Columna de Rafael Gumucio: Vicios privados, virtudes públicas

A propósito del caso de Izkia Siches, una reflexión: entre la formalidad del cargo en que lo único que importa es no equivocarse, y las grabaciones privadas que se convierten en funas y mares disculpas que nadie oye, hay un estrecho espacio, el de Twitter y el de los podcast, en que ejercer los vicios privados se puede convertir en una suerte de virtud pública.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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Hace más de treinta años, Francisco Mouat publicó un hilarante artículo sobre los repetitivos titulares de la prensa de ese entonces. Denunciaba que abundaban los titulares basados en “Crónica de una muerte anunciada” de Gabriel García Márquez y “Sexo, mentiras y video tape” de Steven Soderbergh

Quizás la inspiración más extraña que solían invocar los titulares en los días pasados era “Vicios privados, virtudes públicas”, una película completamente secreta del cineasta húngaro Milkos Jancsó, que seguro no habían visto los periodistas que solían homenajear su título.

La película es una larga y cuidadosamente ambientada orgía que protagoniza Rodolfo, el heredero del imperio austrohúngaro. La película era el retrato de una época donde los vicios privados contrastaban fatalmente con las virtudes públicas. Esa distancia ya no existe. Una profesora le cuenta a una amiga el martirio de su primer día de clase. El audio se hace viral y la profesora es expulsada porque perdió la autoridad que debía tener ante sus alumnos. Sus vicios privados, que ni siquiera llegaban a pecados veniales, destruyeron de una vez todas sus virtudes públicas.

Quizás la inspiración más extraña que solían invocar los titulares en los días pasados era “Vicios privados, virtudes públicas”, una película completamente secreta del cineasta húngaro Milkos Jancsó, que seguro no habían visto los periodistas que solían homenajear su título”.

En apariencia algo parecido le sucedió a la presidenta del colegio médico Izkia Siches. En una entrevista semi amistosa, insultó a sus contrapartes del gobierno, su ministro y su presidente perdiendo la imparcial solemnidad institucional con que se había comportado hasta ahora. Aunque a diferencia del audio de la profesora, Izkia Siches sabía en todo momento que la informalidad de la entrevista era sólo aparente. Sabía que está en un medio de comunicación, interrogada por personas que ella admira pero no deja sin embargo de temer. Sabe donde está y porque está ahí. Lo explica numerosa veces: se va a de prenatal en unas semanas. Le espera un postnatal de seis meses. Antes de desaparecer a su vida privada quiere darse el lujo de decir con todos sus letras lo que ha tenido que esconder en su papel de presidenta del Colegio Médico todos estos meses.

Es un desahogo que tampoco es sólo eso. En los peores días de la pandemia, sabe que sería de mal gusto lanzarle la caballería al gobierno que intenta luchar contra ella. Pero le interesa a ella y su institución no cargar con este, nunca mejor dicho, muerto. Quiera que a la horas de las cuentas finales quede en claro que no estuvo de acuerdo. La forma insolente, altamente informal, tanto que le hizo pensar al rector Peña que había retrocedió a la infancia, es la que estos tiempos permiten y fomentan. Entre la formalidad del cargo en que lo único que importa es no equivocarse, y las grabaciones privadas que se convierten en funas y mares disculpas que nadie oye, hay un estrecho espacio, el de Twitter y el de los podcast en que ejercer los vicios privados se puede convertir en una suerte de virtud publica.

Es un desahogo que tampoco es sólo eso. En los peores días de la pandemia, sabe que sería de mal gusto lanzarle la caballería al gobierno que intenta luchar contra ella. Pero le interesa a ella y su institución no cargar con este, nunca mejor dicho, muerto”.

Izkia es demasiado joven para no saber que tarde o temprano lo que dices en privado, se va a saber. Se adelanta entonces a esa fatalidad y lo dice ella en el momento y lugar que escogió decirlo. Aleja a los viejos de mi edad que aún creen que el debate tiene que tener cierta altura para ser interesante, pero le habla a los suyos en su idioma. No otra cosa hace Pamela Jiles hablando de los nietitos y del abuelo. Todo se trata en ella en hablar con sus electores en el idioma simple e indiscreto de las filtraciones sin filtros a los que nos acostumbró cuando era periodista de farándula. Decir exactamente lo que piensa cuando lo piensa sin ahorrarse insultos a sus colegas de coalición, nepotismo desembozado, y fotos desnuda de su juventud. 

Es el contrario exacto de la estrategia de Paula Narváez, a la que le obsesiona de manera enfermiza no decir nada que pueda ser mal (o bien) interpretado. Como esas asistentes sociales de formulario, llega llena de palabras terminada en able (vulnerable) y ción (vulneración), que sólo entienden los funcionarios de las organismos internacionales de donde saca las soluciones a todos los problemas. No dice nada ni tampoco deja de decir algo, sólo se salva el pellejo. No entiende que todos, los aliades y los boomer, los degenerados y los santos, los feministos y las feministas, alguna vez van a caer. Que cada aplauso por Twitter es siempre la promesa de una abucheo futuro. Y que si bien es terrible decir lo que no hay que decir y verse masacrado por las hordas de las redes, es aún peor pasar por ahí para no decir nada.

Es el contrario exacto de la estrategia de Paula Narváez, a la que le obsesiona de manera enfermiza no decir nada que pueda ser mal (o bien) interpretado“.

No se puede pretender en estos tiempos que tus vicios privados no sean expuestos de la manera más cruel y visible. Hacerlo tú ojalá con el impudor máximo es la única manera de pasar aunque sea por una vuelta de esta perpetua ruleta rusa que se ha convertido la vida pública en estos tiempos terribles.

*Escritor. Autor de “El galán imperfecto”, entre otros libros.

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