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Opinión

8 de Abril de 2021

Columna de Diana Aurenque: Heroicos de una “nueva realidad”

Lo real constituye, por ejemplo, algo dado en el espacio y el tiempo; un asunto que no podemos simplemente tapar con los dedos, modelar o manipular a arbitrio. Se trate de la realidad de una silla o del ser amado. Hay algo en ambos que se resiste a ser simplemente ignorado. Lo real se nos impone como un requerimiento. La pandemia es justamente, como exigencia, una “nueva realidad”.

Diana Aurenque Stephan
Diana Aurenque Stephan
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Hace unos días, la colega filósofa Aïcha Messina ofreció una charla inaugural del año académico para el Departamento de Filosofía de mi universidad. Entre las diversas y agudas reflexiones que propuso sobre nuestro habitar pandémico, me quedó grabada una en particular. Sostenía que quizás es tiempo de aceptar que esta crisis no es un “paréntesis” en la vida, sino que más bien que “somos pandemia”.

¿Sabemos que “somos pandemia”? No tanto. Pese a que la pandemia nos infecta literalmente por todas partes y de que nuestra existencia entera se ha redibujado con ella, esta adaptación tiene algo de irreal; un dejo a una pesadilla de la que pronto despertaremos. Pero lo cierto es distinto: la pandemia es una “nueva realidad”.

Comprender aquello que constituye lo real, la realidad, ha sido desde los inicios de la filosofía una de sus más grandes ocupaciones. Y de todo lo que se piensa sobre el concepto, éste se relaciona con lo que de cierto modo se sostiene desde sí mismo. Lo real constituye, por ejemplo, algo dado en el espacio y el tiempo; un asunto que no podemos simplemente tapar con los dedos, modelar o manipular a arbitrio. Se trate de que hablamos de la realidad de una silla o del ser amado. Hay algo en ambos que se resiste a ser simplemente ignorado. Lo real se nos impone como un requerimiento. La pandemia es justamente, como exigencia, una “nueva realidad”. 

“¿Sabemos que “somos pandemia”? No tanto. Pese a que la pandemia nos infecta literalmente por todas partes y de que nuestra existencia entera se ha redibujado con ella, esta adaptación tiene algo de irreal; un dejo a una pesadilla de la que pronto despertaremos. Pero lo cierto es distinto: la pandemia es una “nueva realidad””.

Ya no es un estado excepcional, por más que lo decrete un gobierno. Es cierto que el COVID-19 nos vino de súbito y nadie, ni personas ni instituciones, estaban preparadas para afrontarlo. Por eso, desde su inicio experimentamos existencias e improvisamos con ingenio maniobras para salir del paso y sortearla. Sin embargo, cuando una realidad ocurre, como ha acontecido esta nueva realidad pandémica, “salir del paso” no la hace desaparecer. 

Peor aún, negar su realidad es hoy éticamente inaceptable. A más de un año de su inicio estas improvisaciones se siguen extendiendo, dominado toda cotidianidad, pero en el más sepulcral de los silencios. La pandemia ha vuelto mártires a las personas comunes y corrientes; a los y las trabajadoras; todos un poco siendo héroes y heroínas invisibles, enlutados por los sermones eternos sobre “los porfiados”, “carreteros”.

En especial, las madres y los padres (sobre todo los que crían solos) se coronan como genios del malabarismo: los livings son aulas, las cocinas talleres de arte, los dormitorios oficinas de reuniones. Y entre medio -al medio, encima, al lado- los hijos e hijas y sus clases y tareas. Esta, sin duda, es la nueva realidad pandémica de muchos y muchas. Tan cierta, evidente y preocupante como las estadísticas sobre el alza de los contagios. Pero aquí el suceso es irrelevante; a la autoridad no le importa. 

Mientras los gobernantes sigan pensando que un día, mágico y redentor, el virus mute buena gente o la vacuna nos proteja a todos y todas automáticamente, y volvamos a una normalidad pre-pandémica, se invisibiliza la “nueva realidad” y sus heroicos protagonistas.

Mientras habite en el alma de quienes gobiernan el germen de un mañana mejor, sin ningún tipo de evidencia empírica que justifique dicho optimismo, las creencias son dogmáticas y su esperanza milagrosa. Pero ya nos dijo David Hume hace bastante sobre los milagros: si bien son posibles, a la luz de la razón son bastante poco probables.

“Mientras los gobernantes sigan pensando que un día, mágico y redentor, el virus mute buena gente o la vacuna nos proteja a todos y todas automáticamente, y volvamos a una normalidad pre-pandémica, se invisibiliza la “nueva realidad” y sus heroicos protagonistas”.

¿Por qué no renunciar a expectativas salvadoras o melancólicas de un pasado mejor y atreverse a pensar que las personas necesitan no sólo no morir, sino también protecciones sociales para querer vivir? ¿Que nadie quiere ser héroe cotidiano? No será tiempo, ¿de que se establezcan protecciones laborales, horarios de trabajo protegidos, para padres/madres con hijos en educación pre y escolar? ¿Que nuestra clase política apruebe proyectos de ley rápidos que obliguen a los empleadores a cumplir con proporcionarle a sus trabajadores/as las condiciones materiales que requieren para hacer sus funciones? ¿Por qué a nadie le importan las espaldas dolientes por sentarse en sillas inapropiadas, los ojos cansados de leer planillas Excel a poca luz o las rodillas adoloridas de tanto sostener al niño en las eternas reuniones vía zoom?

Porque aún la pandemia les suena a un pesadilla y no como una nueva realidad. El problema, es que a la realidad poco le interesa lo que piensen de ella, mucho menos darle descanso a los y las silenciosas heroicas, ni a sus espaldas. 

*Diana Aurenque es filósofa, académica de la USACH.

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