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Opinión

16 de Abril de 2021

Columna de María José Navia: Ojo con Ecuador

Una de las cosas más interesantes en el panorama narrativo latinoamericano actual son las letras que nos llegan desde Ecuador. Por eso, aquí hablo de cinco autoras de libros a la vez inquietantes y hermosos, con garras y plumas, con frases largas y envolventes, con atmósferas enrarecidas.

María José Navia
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Hay libros que muerden. Que inquietan, que dan la corriente, y al hacerlo, te despiertan. Y probablemente una de las cosas más interesantes en el panorama narrativo latinoamericano actual son las letras que nos llegan desde Ecuador. Letras desviadas vía España (publicadas por editoriales de ese país, en el que también viven o han vivido algunas de las autoras de las que hoy quiero hablarles), o letras incluso publicadas en Chile por una editorial independiente. Letras también que aparecen primero en inglés y postulando un paisaje nuevo (es el caso de Mauro Javier Cárdenas con su novela The Revolutionaries Try Again, por ejemplo, traducida al español y publicada por Random House, y que el año pasado deslumbró a los lectores con una novela brillante y ambiciosa: Aphasia, aún no traducida al castellano).

Pero hoy quiero hablarles de cinco escritoras. Cinco autoras de libros a la vez inquietantes y hermosos, con garras y plumas, con frases largas y envolventes, con atmósferas enrarecidas.

La primera es Mónica Ojeda (1988) -una de las autoras jóvenes seleccionadas por la revista Granta-, quien acaba de llegar a librerías con Las voladoras, una colección de relatos que es un verdadero huracán. Las palabras de Ojeda vibran, brillan en la oscuridad. La han catalogado como “gótico andino”, pero me parece que hay más en su fosforescencia, en su radiación. Antes, ya había armado un camino fascinante con sus novelas La desfiguración Silva, Nefando, Mandíbula y La historia de la leche (un libro de poemas). Historias en las cuales la tecnología muestra monstruos, la naturaleza quema y el cuerpo se pudre, se estremece porque, como se lee en Nefando: “nunca nuestro cuerpo es más nuestro que cuando nos duele”. Y también: “Narrar nuestros horrores, ¿para qué servía la ciencia si no era para narrar nuestros horrores?(…) ¿para qué servía la tecnología si no era para narrar nuestros horrores?”.

“Las palabras de Ojeda vibran, brillan en la oscuridad. La han catalogado como “gótico andino”, pero me parece que hay más en su fosforescencia, en su radiación. Antes, ya había armado un camino fascinante con sus novelas La desfiguración Silva, Nefando, Mandíbula y La historia de la leche (un libro de poemas). Historias en las cuales la tecnología muestra monstruos, la naturaleza quema y el cuerpo se pudre”.

Y así empieza Las voladoras (así nos despierta, así nos embruja): “¿Bajar la voz? ¿Por qué tendría que hacerlo? Si uno murmura es porque teme o porque se avergüenza, pero yo no temo. Yo no me avergüenzo. Son otros los que sienten que tengo que bajar la voz, achicarla, convertirla en un topo que desciende, que avanza cuando lo que quiero es ir hacia arriba, ¿sabe?, como una nube.”

María Fernanda Ampuero (1976) acaba de publicar su segunda colección de cuentos: Sacrificios humanos, y en ellos también la tecnología saca garras. Leemos: “La desesperación e internet se juntan, se montan, paren crías monstruosas, barbaridades.” Y, en esas barbaridades, Ampuero fija la mirada: en las relaciones familiares como casas embrujadas, o el peligro que rodea como un halo a los cuerpos femeninos, especialmente el de las inmigrantes porque: “Las mujeres desesperadas somos la carne de la molienda. Las inmigrantes, además, solos el hueso que trituran para que coman los animales. El cartílago del mundo.” Sacrificios humanos continúa esa maravilla que fue Pelea de gallos (publicado también por la editorial Páginas de espuma al igual que Las voladoras, de Ojeda), una colección de trece cuentos que se pasean, con maestría, desde lo más íntimo de lo cotidiano, a la reescritura de relatos bíblicos. En ellos, el cuerpo de la mujer (el cuerpo de las niñas que, dice Ampuero en otro momento, “siempre, siempre, siempre, comen abismos”) duele y nos duele. Leemos: “Ofreció más nuggets, más puré, y ellos dijeron que sí y yo también, pero tragándome las lágrimas porque en mi casa cuando te estás ahogando comes y cuando nadie te rescata comes y cuando estás morada, hinchada, muerta, comes.”

Daniela Alcívar Bellolio (1982) es la única que ha publicado en editorial chilena: sus cuentos Para esta mañana diáfana con Libros del Cardo. Antes también publicó, en Bolivia y España, una novela sobre el duelo que sobrevuela las complejidades del dolor sin apartar la mirada. Siberia (editado por Candaya) es un viaje a un duelo que se va revelando de a poco. Un recorrido por el dolor, por el desamor, por viajes incómodos. Todo contado por una narradora lúcida y, a ratos, inmisericorde, de quien leemos: “El odio me viene a raudales y el cuerpo se me estremece en cada oleada.” En Siberia la narradora regresa a Ecuador cargando fantasmas. Hay un hijo que vivió un día y hay un dolor que es infinito: “Y las tardes que se repiten, el mundo que vive como si todos sus goznes no hubieran estallado el día en que mi hijo murió después de haber vivido un día fuera de mí.”

Natalia García Freire (1991) con Nuestra piel muerta (publicado por la Navaja Suiza) también nos enfrenta a regresos imposibles y manchados de muerte. Así comienza: “No creo que mi difunto padre me esté observando. Pero su cuerpo está enterrado en este jardín, lo que queda del jardín de mi madre, rodeado por babosas, arañas camello, lombrices, hormigas, cucarrones y cochinillas”. Hay un eco de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, en esta novela: el regreso, la búsqueda de un padre o, al menos, su recuerdo. Solo que aquí en lugar de murmullos tenemos el zumbido constante de los insectos y el ruido de los animales. Y la noción de que, quien regresa, es también (¿es siempre?) un fantasma: “El que regresa no tiene nombre, no sabe lo que busca, y en su propia casa vive en calidad de huésped.”

Y el horror y lo sobrenatural aparecen también en Solange Rodríguez Pappe (1976) con La primera vez que vi un fantasma (también por Candaya). Allí la tecnología y lo absurdo se toman de la mano para gritar bien fuerte, la violencia invade lo cotidiano y los fantasmas abundan (aunque no siempre de la forma que creemos). En los cuentos de Rodríguez Pappe más que terror hay sorpresa. Sorpresas que muestran los dientes. Como la historia de una mujer que decide casarse con un árbol (mientras su hermana se une a un grupo de Internet que se graba mientras duerme), o la historia de una pareja que hace un turismo gastronómico que de pronto se vuelve extremo. En estos cuentos nos paseamos por ciudades de madrugada porque, como dice uno de los personajes, “yo creo que la ciudad de madrugada pertenece a un tiempo sobrenatural. No nuestro, sino de otros seres que solo deambulan mientras nosotros estamos descansando (…) todas las ciudades están construidas sobre huesos y cementerios, así que, de cada cinco habitantes, uno es un fantasma.”

“En los cuentos de Rodríguez Pappe más que terror hay sorpresa. Sorpresas que muestran los dientes. Como la historia de una mujer que decide casarse con un árbol (mientras su hermana se une a un grupo de Internet que se graba mientras duerme), o la historia de una pareja que hace un turismo gastronómico que de pronto se vuelve extremo”.

Se trata de autoras con proyectos narrativos potentes y desafiantes, que no le temen al desborde del lenguaje ni a estirar la realidad hasta que ésta amenaza con rasgarse. Que exploran el cuerpo y el duelo, que meten las manos en la tierra, que nunca bajan la voz. Como leemos en Nuestra piel muerta: “No hay nada más inútil que los miedos a los que uno se acostumbra” y, en estas obras, las autoras, y parafraseando a un cuento de Ojeda, sacan “los miedos de las personas igual que los magos extraían conejos blancos de sus sombreros.” Tal vez porque, y ahora las palabras son de Rodríguez Pappe y me despido por hoy: “Los monstruos, cuando nos encontramos, jamás volvemos a estar solos.”

Ojo con Ecuador.

*María José Navia es escritora y académica de Letras en la UC

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