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Opinión

22 de Abril de 2021

Columna de Florencio Ceballos: Para creerle a la ciencia

No están los tiempos para anécdotas negacionistas ni relativizaciones irresponsables. Con la pandemia en su peor momento, la ciencia - ese sistema de conocimientos objetivos, sistemáticos y verificables surgidos de la observación, la experimentación y el razonamiento- se introdujo de manera súbita e inexorable en nuestra cotidianeidad más inmediata.

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Esta semana una candidata constituyente en cupo UDI afirmó muy campante en un debate televisado que “el covid fue lanzado por el gobierno comunista chino”. Lo intuía con su cuerpo, precisó. La intuición, doblada después con un desquiciado discurso antivacunas, le aseguró a la candidata sus 15 minutos de campaña en medios presos del clickbait, el people meter y el ciclo corto de la noticia estridente. Pura ganancia para ella en el repugnante mercado comunicacional del exabrupto.

Como otros anteriores -el ex diputado Hugo Gutierrez y su “plandemia”, por ejemplo- se trata de un caso extremo, anecdótico y banal. Pero es también indicativo de una narrativa anticientífica que al alero de una sociedad fragmentada y una realidad agobiante, va encontrado grietas por donde colarse. Una narrativa que, en una versión más “sofisticada”, también se anuncia cuando un intelectual libertario con más entusiasmo ideológico que talento argumental o sustento en evidencia, las emprende obsesivamente contra “la histeria” de las cuarentenas -antes era la del calentamiento global-  en sus columnas y cartas al director.

Pero no están los tiempos para anécdotas negacionistas ni relativizaciones irresponsables.

Con la pandemia en su peor momento, la ciencia – ese sistema de conocimientos objetivos,  sistemáticos y verificables surgidos de la observación, la experimentación y el razonamiento-  se introdujo de manera súbita e inexorable en nuestra cotidianeidad más inmediata.  Y si en tiempos “normales” podíamos actuar en el mundo sin necesidad de conocer la trastienda de la ciencia que subyace y sostiene nuestra vida social, en tiempos de pandemia en cambio esa ignorancia es un lujo que no podemos permitirnos. No se trata de mera curiosidad  intelectual, sino de implicaciones concretas: intentar no morir ni matar a otros depende de aceptar colectivamente ciertas recomendaciones aunque no estemos necesariamente equipados para ponderar curvas de contagios, tasas de letalidad, mapas de  nuevas variantes, modalidades de transmisión y resultados de ensayos en fase tres.

  “Y si en tiempos “normales” podíamos actuar en el mundo sin necesidad de conocer la trastienda de la ciencia que subyace y sostiene nuestra vida social, en tiempos de pandemia en cambio esa ignorancia es un lujo que no podemos permitirnos”.

Durante poco más de un siglo, la relación entre el mundo de la ciencia y la sociedad civil estuvo mediada por instituciones (la universidad, el estado, la empresa, la prensa, la escuela) que  aseguraban con relativo éxito que ésta era más o menos entendida, aceptada y acatada. A medida que las sociedades se complejizaron, los canales de comunicacion explotaron, la confianza en las instituciones decayó, con un mundo en que Trump, Bolsonaro y asociados elevaron el anticientifismo a la categoría de politica de estado, la ciencia vio disminuir su legitimidad social.

La pandemia vino a recordarnos de manera urgente que la ciencia no es un sistema estanco, sino que vive en su mediación con la política, la economía, la cultura. Y que como la democracia, los derechos humanos o la igualdad ante la ley, tampoco el estatus de la ciencia se puede dar por sentado. Y cuando esa legitimidad decae, también decae la confianza y la disposición a aceptar los múltiples -e inequitativos- sacrificios necesarios para derrotar al virus, desde distanciarse de los seres queridos hasta recibir una vacuna nueva.

“La pandemia vino a recordarnos de manera urgente que la ciencia no es un sistema estanco, sino que vive en su mediación con la política, la economía, la cultura. Y que como la democracia, los derechos humanos o la igualdad ante la ley, tampoco el estatus de la ciencia se puede dar por sentado”.

¿Es posible hacer algo para revertir esto? La verdad es que no hay respuestas fáciles, pero pareciera existir un consenso: una comunicación de riesgo bien construida, consistente, sostenida, consensuada con actores clave, capaz de alertar -de asustar incluso- pero también de explicar, amortiguando la ansiedad ante la incertidumbre, resulta indispensable. Tan indispensable como ausente en el caso chileno.  Ese esfuerzo requiere más que una conferencia ministerial o una campaña publicitaria a la rápida. Requiere involucrar  a todas esas instituciones mediadoras, y su compromiso de establecer un cerco sanitario ante el negacionismo pandémico y sus peligros. Solo así, llegado el momento, los renuentes estirarán el brazo para recibir la vacuna disponible y creerle nuevamente a la ciencia.

*Florencio Ceballos es sociólogo, DEA en Ciencias de la Educación y Especialista Principal del Programa de Intercambio de Conocimiento e Innovación (KIX) de la Alianza Global para la Educación (GPE). Reside en Canadá.

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