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Opinión

5 de Mayo de 2021

Columna de Constanza Michelson: Notas sobre caos y conejos

El filósofo Simon May sitúa al líder cuqui como encarnación del arquetipo de los monstruoso, como la Esfinge, medio humano, medio otra cosa; ser extraño que promete el caos y a la vez un nuevo orden, así como tampoco importa si dice la verdad o miente. Es posible que no sea casual que en Chile la candidata que lleva la delantera sea la más cuqui del espectro, y seguida de Lavín, quien también tiene algo cuqui.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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1.“Es posible ser serio respecto de lo frívolo y frívolo respecto de los serio”. Susan Sontag en sus Notas sobre lo camp, advierte sobre la compleja relación entre la frivolidad, la ironía y lo serio. La sensibilidad camp es el estilo excesivo del kitsch, artificioso, teatral, sancionado por su fealdad y moral cursi. Sontag va a su rescate y plantea: se trata de un buen mal gusto. El ridículo es capaz de evidenciar la artificialidad y absurdo que hay también en lo serio. Lo ridículo es un síntoma de la época y que, como asegura la filósofa, puede ser bueno para la digestión. Pero también es cierto que la “razón irónica” puede volverse una grave crisis gástrica. Creo que este es el asunto que inquieta estos días a la política.

2.La indigestión en la política hoy se llama Pamela Jiles. Se intenta neutralizarla con la ley del hielo, pero sabemos que sólo se ignora activamente aquello que nos importa demasiado. También se intelectualiza: es populismo aseguran algunos, otros dicen que técnicamente no, porque los “nietitos” no son un pueblo; como sea, invocar la palabra populismo no lo exorciza. Otra tentación -como lo fue erróneamente con Trump – ha sido querer demostrar que sus adherentes son ignorantes o descerebrados, dicho con solemnidad y seriedad por supuesto. Hay algo de la emergencia de cualquier poder que es inconceptualizable y que se requiere tiempo para interpretar el síntoma. Por lo tanto, sólo puedo hacer aquí algunas observaciones marginales que no habría que tomar muy en serio, pero quizá tampoco demasiado a la ligera. Una es estética; la otra, es acerca del retorno de lo reprimido.

3.Las formas son el fondo. Aunque hoy esté de moda negarlo a través de la irónica etiqueta “noeslaformita” (burla hacia quienes critican las formas de los gestos políticos), es muy fácil de comprobar en la vida cotidiana: una palabra o un vaso de agua dado con atención o desdén no es un detalle, es literalmente un mundo de diferencia. Las formas no son sólo medios para un fin, sino que determinan los fines; negarlo es rehuir de una responsabilidad. En la estética es muy evidente, el camp es el triunfo de las formas sobre el contenido. Al filósofo Simon May el camp le parece aún demasiado reconfortante, en contraste con la llamada sensibilidad cuqui: esa estética infantiloide y tierna, pero inquietante y siniestra a la vez. El cuqui no es nuevo, pero se ha ido tomando el imaginario occidental en las últimas décadas: vestirse tipo conejo, gato, mono animado; las agendas con letras rococó; la palabra Google es cuqui; las tacitas con mensajes positivos; los co-work con mobiliario de jardín infantil; unos más otros menos, ya estamos ahí, la mayoría escribimos con emoticones, seguramente estos sean nuestra educación sentimental. 

4. El cuqui es la versión occidental del Kawaii, el cuquismo hardcore japonés. Según Simon May, no se trata de un mero infantilismo, sino que sería la reacción al horror del siglo XX: se trata de un artificio que se opone a otro, terriblemente serio, el de la lógica de guerra. El cuqui encarna la fragilidad y la ternura, y logró desplazar la imagen japonesa de potencia bélica a rostro de Hello Kitty. El cuqui es reacción, y a la vez síntoma de un mundo vuelto incertidumbre. Rompe con las dicotomías clásicas: humano/animal/máquina/mono animado, hombre/mujer, adulto/niño, sexuado/asexuado, serio/irónico, verdad/mentira. Es una respuesta indeterminada a la indeterminación de los tiempos.  

“El cuqui no es nuevo, pero se ha ido tomando el imaginario occidental en las últimas décadas: vestirse tipo conejo, gato, mono animado; las agendas con letras rococó; la palabra Google es cuqui; las tacitas con mensajes positivos; los co-work con mobiliario de jardín infantil; unos más otros menos, ya estamos ahí, la mayoría escribimos con emoticones, seguramente estos sean nuestra educación sentimental”. 

5. Si el siglo XX fue el de los muros y los nacionalismos, la respuesta de las generaciones siguientes fue romper con todo aquello; lo fluido es el rasgo no sólo de la liberación sexual, sino que también del capitalismo financiero, y de la lógica de los nuevos poderosos de Silicon Valley, por cierto, muy cuquis. Pero aún colgamos de dos siglos: algunos no se enteran, es como los futbolistas que siguen jugando cuando el arbitro ya tocó el pito y se ve un poco raro. Por ejemplo, empresarios tradicionales que temen cosas como el alza de impuestos, cuando seguramente su mayor amenaza venga del lado de un joven vestido con polera de arcoíris que destruya a los bancos con tecnología Blockchain. Así como hay quienes se aferran a las formas del pasado, otros sólo creen que si es nuevo es mejor, como si todo presente fuera una superación de la historia, actitud que a veces sólo se traduce en errancia. 

6.Una parte del estallido fue en clave cuqui. Es posible que no sea casual que la candidata que lleva la delantera sea la más cuqui del espectro, y seguida de Lavín, quien también tiene algo cuqui. Pensemos en otros candidatos cuqui: Trump sí, Hillary no, Kim Jong-Un sí, Putin también, Biden no. Simon May, sitúa al líder cuqui como encarnación del arquetipo de los monstruoso, como la Esfinge, medio humano, medio otra cosa; ser extraño que promete el caos y a la vez un nuevo orden que no es necesario saber cual es, así como tampoco importa si dice la verdad o miente. Hay casos en que el líder cuqui parte como broma, pero crece porque el fuego, no lo canaliza, sino que lo traduce. Y el fuego fascina, es la primera prohibición: no juegues con fuego (te puedes quemar). 

“Una parte del estallido fue en clave cuqui. Es posible que no sea casual que la candidata que lleva la delantera sea la más cuqui del espectro, y seguida de Lavín, quien también tiene algo cuqui. Pensemos en otros candidatos cuqui: Trump sí, Hillary no, Kim Jong-Un sí, Putin también, Biden no”.

7.Quizá ofrecer caos en tiempos inciertos, sea la ilusión de un derrumbamiento controlado, o bien invite a la ficción de sentirse del lado de los que administran el cambio de mundo. Jiles decía en un programa, que más que lo material, en el asunto de los retiros, importa el aspecto simbólico. Mal que mal, estos sirven a quienes aún tienen algo que retirar, antes que a los “sinmonea”. Y éste es quizá el único punto en que coincido con ella, y es que los tecnócratas, las cabezas prácticas nunca han entendido la potencia de lo simbólico. La acción política de Jiles es eficaz, administra la bola de fuego. El problema es que tal como Trump, utiliza el discurso de las víctimas para autorizarse a no barrer los escombros. Es como la replica vengativa del mismo mal del que acusa a la política institucional: parece un rasgo de la época, con traje de presidente o de conejo, la impresión ciudadana es que nadie se hace cargo. (Es comprensible que el Clonazepan se agote tan rápido). 

8. Una última observación. Es inquietante la emergencia de liderazgos, que más allá de sus contenidos, tomen formas autoritarias. Curioso, o quizá nada de curioso, que frente al desplome de legitimidad de la autoridad y las instituciones, aparezcan recaídas en la fascinación por figuras autoritarias. Alguien se preguntaba en Twitter: ¿por qué ser tratados de nietitos y no de ciudadanos?, “Doña Pamela Jiles tiene todo el derecho de dar ese trato a sus gatos, no a personas”. Los nietitos dirán que es ironía, pero no deja de ser una curiosidad. Lo cierto es que vivimos en tiempos en que la humillación se denuncia más, pero a la vez las personas pueden someterse voluntariamente a ésta. Un antecedente del escenario actual fue el auge de los reality shows, en que se validó asistir a un formato humillante, en que una voz impersonal sometía a los participantes; lo mismo que el sadismo que emergió en los programas de farándula. Eso terminó, pero no ese lenguaje vuelto loco: cada tanto hay personas que hacen su propio reality en sus redes sociales, y se despellejan a sí mismas; no se sabe bien a que están sometidas, o si se trata de un llamado a un padre que no existe más. Quizá estas formas sean algún retorno de lo reprimido de la autoridad, formas patriarcales amorfas, en tiempos de desamparo.  

“Alguien se preguntaba en Twitter: ¿por qué ser tratados de nietitos y no de ciudadanos?, “Doña Pamela Jiles tiene todo el derecho de dar ese trato a sus gatos, no a personas”. Los nietitos dirán que es ironía, pero no deja de ser una curiosidad. Lo cierto es que vivimos en tiempos en que la humillación se denuncia más, pero a la vez las personas pueden someterse voluntariamente a ésta”.

9. Algunos quieren que todo se queme de una vez, mientras otros están aferrados a la nostalgia. No hay vuelta atrás, el futuro está en disputa. Cuando no hay sentidos que orienten la existencia, más que nunca se requiere de ética, antes que de llamados a padres, abuelas o tíos apócrifos. Pero la condición de posibilidad de la ética es que existan lenguajes que lo habiliten. En el lenguaje es la guerra: hay lenguajes perversos y desresponzabilizantes, lenguajes insípidos que se reducen a designar, exigir y reprimir cosas, lenguajes desquiciados como el que toma a ratos la ciencia cuando no se hace cargo de las consecuencias políticas de sus técnicas, y hay lenguajes, como escribió Arendt, que trasmiten el amor al mundo, que hacen sentir responsabilidad por él y por una vida política. 

*Psicoanalista y escritora

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