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25 de Mayo de 2021

Columna de Constanza Michelson: Terapia grupal constituyente

La imagen muestra a Constanza Michelson frente a un panel de constituyentes

Van acá algunas observaciones del primer encuentro de constituyentes que veo por televisión. Es domingo de noche, mi único soporte es mi memoria, así que seguramente nada de lo aquí diga es demasiado exacto.

Constanza Michelson
Constanza Michelson
Por

Toda ruina tiene algo de templo.

María Zambrano

A veces pensamos que dialogamos, pero estamos haciendo otra cosa. Dialogar no está garantizado por la decisión de hacerlo, sino que requiere de una condición insoslayable: el reconocimiento mutuo. Por eso, cuando acontece un verdadero diálogo, éste es siempre democrático, es entre iguales políticos. Y ésa no es una experiencia automática, tampoco la salvan las palabras de buena crianza ni los eslóganes, está llena de resistencias consientes e inconscientes, simulacros, abusos de poder, trincheras egóticas, proyecciones paranoides, masoquismos y otras dinámicas más que ahora no se me ocurren, pero que circulan en el inconsciente del grupo que discute. Aún así, pasa a veces un encuentro, digo encuentro como aquello que cambia no sólo las cosas del mundo, sino que también cambia a sus actores; encuentro que no es unidad, sino precisamente lo contrario, es la versión más alta de la pluralidad. 

Van acá algunas observaciones del primer encuentro de constituyentes que veo por televisión. Es domingo de noche, mi único soporte es mi memoria, así que seguramente nada de lo aquí diga es demasiado exacto.

Fue más o menos así:

Eran seis invitados, sentados de a tres frente a frente. Le dieron la palabra primero a Natalia Henríquez, constituyente de la Lista del Pueblo. Y fue el mejor comienzo posible para abrir las Alamedas de cualquier futuro posible. No exagero. Dijo estar algo abrumada, porque esto está fuera de cualquier cosa que ella hubiera conocido, “es tremendo”, dijo. ¿Tremendo de grande?, le pregunta la periodista. No, es tremendo en términos de responsabilidad, dice Natalia. Y sigue con algo así: este poder constituyente es más grande que el constituido, es el poder más legitimo que hay en la política en este momento.

Sus palabras fueron tremendas, seguro lo más importante de todo lo que se dijo ese día y hace mucho tiempo; sobre todo, porque lo dijo abrumada, es decir, su palabra como testimonio encarnado, es lo contario a la palabra vacía del cliché político. Y tremendo también porque poner la palabra poder y responsabilidad juntas, hoy es un acto contracultural. Los lenguajes y las prácticas en nuestra época tienden por el contrario, a la desresponsabilización: decir sin pensar en redes sociales; la lógica financiera, la destrucción de los ecosistemas operan como si nadie estuviera a cargo; el rostro tapado on y offline; la política vuelta procedimientos vacíos; el lenguaje de la técnica que tampoco mide sus consecuencias diciendo que es “neutral”; el discurso de la salud mental cuando se pone tecnocrático y vuelve superflua la palabra de quien sufre, y así.

Este debió ser el titular del día siguiente. Por supuesto fue otro, el estridente, el que viene después.

Le preguntan a Daniel Stingo, constituyente por la Lista Apruebo Dignidad, si también se siente abrumado. “No, no, no”, dice, abrumado sí de responder tantos mensajes y entrevistas, pero afirma sentirse muy preparado para este encargo. Los demás, ni abrumados, ni con el ánimo de triunfo de Stingo, respondieron sobre la responsabilidad de representar a otros. Como buena primera ronda de calentamiento, no retuve nada muy fundamental.

En la vuelta siguiente comienzan por Henríquez otra vez, le preguntan por las declaraciones de un vocero de su lista, quien afirmó que no hablarían con la derecha ni negociarían con los partidos políticos. Y como ocurre cuando toca responder por los dichos de otro, se dan explicaciones enredadas y rebuscadas. Ella respondió algo así como que negociar no, pero sí otro tipo de diálogo en clave de dialéctica hegeliana (tesis, antítesis, síntesis).  Cuando estaba en eso, le salió al paso Stingo –en un gesto de mansplaining radical– a interpretarla. Con voz dura y subiendo el tono afirmó que los grandes acuerdos los pondrán “ellos” y que los demás tendrán que sumarse, “que quede clarito” insistió.

“Le preguntan a Daniel Stingo, constituyente por la Lista Apruebo Dignidad, si también se siente abrumado. “No, no, no”, dice, abrumado sí de responder tantos mensajes y entrevistas, pero afirma sentirse muy preparado para este encargo. Los demás, ni abrumados, ni con el ánimo de triunfo de Stingo, respondieron sobre la responsabilidad de representar a otros. Como buena primera ronda de calentamiento, no retuve nada muy fundamental”.

Reconozco que en ese momento le pegué una patada a M. quien ya estaba casi roncando al lado mío: esto se está poniendo bueno, le dije.  Penca yo, pero las peleas suben la adrenalina y es difícil resistirse de quedar fascinados como espectadores. Por su puesto que este fue el titular y el video del día siguiente. Y cierto que a veces no queda más que gritar, pero seamos honestos aquí, su gesto fue tan histérico como matar a una hormiga con una granada. O como el de esos machos de discoteque que tiran combos porque le rozaron el pelo “a su mina”: bajo el simulacro de protegerla, sólo protegen una frágil imagen de sí. Quizá Stingo tenía sus razones ese día, mal que mal fue el constituyente más votado; siempre me pregunté cómo será sentirse “el más algo”, por ejemplo, las Miss Universo, ¿cómo responder a ser la más linda del universo? Fácil no debe ser.

Pasó lo que ocurre en estas situaciones, se generó un griterío, especialmente de las dos constituyentes de derecha, y especialmente Constanza Hube entró en la lógica de guerra. Haré acá una breve digresión sobre la lógica de guerra: la bióloga Bárbara Ehrenreich tiene la tesis de que la guerra está lejos de ser una mera expresión de un instinto agresivo. Piensa que más bien la guerra es la de la conmemoración del paso humano de ser la presa, la comida para otros depredadores, a ser los cazadores. Su lógica persiste porque reprime la fragilidad, por eso yo también la llamo “lógica jalada”. No porque se consuma o no drogas, sino porque “jalado” como el guerrero son posiciones exaltadas que carecen de duda, temblor, son sin “abrumarse”. Implican la seguridad loca de eliminar al adversario.

Ese mismo día circulaba un video de Axel Kaiser. Decretaba el fracaso del proceso y llamaba a rechazar en el plebiscito de salida. Lo decía en tono solemne, pero hay locuras que se pueden decir con tono serio (basta recordar que a las brujas las asesinaron los ilustrados de la época, médicos, sacerdotes y juristas). La lógica de Kaiser es la misma de Stingo ese día: sin conflicto, sin ambigüedad.

Pero la lógica de guerra no es la única que evade el conflicto. Las constituyentes de derecha por supuesto que se pusieron a la defensiva, pero su defensa, insípida, fue en la lógica en que la derecha y la tecnocracia de todos los colores ha estado enquistada: el lenguaje sin deseo del “no se puede”, básicamente, nada. Claro que la economía es fundamental, pero para que estamos con cosas, dicho así es inaudible. Esa habla parecida a la autoayuda y a la consultoría organizacional que tomó la política de las últimas décadas, tan poco sexy, es un lenguaje sin cuerpo. Después se preguntan por qué la desconexión.

“Ese mismo día circulaba un video de Axel Kaiser. Decretaba el fracaso del proceso y llamaba a rechazar en el plebiscito de salida. Lo decía en tono solemne, pero hay locuras que se pueden decir con tono serio (basta recordar que a las brujas las asesinaron los ilustrados de la época, médicos, sacerdotes y juristas). La lógica de Kaiser es la misma de Stingo ese día: sin conflicto, sin ambigüedad”.

Patricio Fernández, constituyente por la Lista del Apruebo, llevaba un rato respirando profundo. Ya se podía intuir que entonces encarnaría otro rol en esa escena. Y así fue, tomó el lugar de catalizador. Cuando logró hablar, dijo básicamente lo mismo que Stingo, pero de un modo en que tradujo, no unas palabras a otras parecidas, sino que la lógica de guerra a lógica política: dio reconocimiento a todas las personas de esa mesa imaginaria. Y agregó un matiz, si bien los derechos sociales parecen ser en este punto un mínimo común poco discutible, será el cómo llevarlos a cabo donde estarán las verdaderas diferencias.

Y casi automáticamente cambió el clima. Las constituyentes de derecha de pronto estaban de acuerdo con algo que hace cinco minutos parecía imposible. Asimismo, frente a la siguiente pregunta polémica, acerca de indultar a presos políticos de la revuelta, estuvieron todos más o menos de acuerdo: sí, pero caso a caso.

El constituyente César Valenzuela de la Lista del Apruebo, al comienzo del programa aseguraba que dialogar no significa renunciar a las convicciones. Tiene razón, hay contenidos que no se tranzan en política. Sin embargo, hay otro registro de convicciones que sí se desplazan en un diálogo verdadero: la apertura a la alteridad. Y es ahí donde se suspende momentáneamente lo infernal de la repetición de los clichés y las doxas, y acontecen otras cosas. En un momento de entusiasmo, a Fernández se le ocurre que en realidad el vocero de la Lista del Pueblo tiene razón: no hay que negociar como partido, sino conversar como personas. Dice que ojalá no se sienten a comer por bancadas, sino por intereses. En ese punto todo parecía posible.

Diría que justo ahí pasaron de la parte idiota de las dinámicas de grupo; digo idiota en el sentido en que la conversación está tomada por el narcisismo de las pequeñas diferencias, o secuestrada por un miembro; a la parte más festiva de los grupos, en que el reconocimiento mutuo lleva a una especie de alegría de unidad. En ese ánimo se van del estudio y no alcanzamos a ver que venía después.

“En un momento de entusiasmo, a Fernández se le ocurre que en realidad el vocero de la Lista del Pueblo tiene razón: no hay que negociar como partido, sino conversar como personas. Dice que ojalá no se sienten a comer por bancadas, sino por intereses. En ese punto todo parecía posible”.

Por supuesto que esa unidad es momentánea, pero sólo tras ese gesto de reconocimiento mutuo es que ocurren las condiciones de posibilidad para un verdadero diálogo. Aquel que permite que emerjan las diferencias y los conflictos interesantes, aquellos que dan lugar a la pluralidad.

Amo la idea de pluralidad en Arendt, quien piensa la posibilidad de mundo como sentarse alrededor de una mesa: compartimos algo común, y a la vez hay una distancia entre cada miembro. Cuando esa dialéctica entre pertenencia y diferencia se quiebra, porque no hay igualdad frente a lo común, o bien no hay la distancia para la diferencia, se rompe la mesa y las personas caen unas sobre otras, volviéndose una masa homogénea. Luego, sin la distancia psicológica para sostener la alteridad, viene la lógica de las diferencias en clave de guerra: tú o yo.

Seguramente el trabajo constitucional estará cruzado por diversas dinámicas del inconsciente de los grupos. Ojalá no gocemos demasiado de la fase idiota, y hagamos titulares de la parte interesante, la más difícil y digna: lo abrumador de tener el poder de inventar nuestro futuro. Por primera vez constituir un pacto de manera democrática.

“Amo la idea de pluralidad en Arendt, quien piensa la posibilidad de mundo como sentarse alrededor de una mesa: compartimos algo común, y a la vez hay una distancia entre cada miembro. Cuando esa dialéctica entre pertenencia y diferencia se quiebra, porque no hay igualdad frente a lo común, o bien no hay la distancia para la diferencia, se rompe la mesa y las personas caen unas sobre otras, volviéndose una masa homogénea”.

* Constanza Michelson es escritora y psicoanalista.

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