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Opinión

22 de Diciembre de 2021
En la imagen se ve a Ernresto Águila frente a una foto de Gabriel Boric en el día de las elecciones celebrando su victoria
En la imagen se ve a Ernresto Águila frente a una foto de Gabriel Boric en el día de las elecciones celebrando su victoria
Agencia Uno

Columna de Ernesto Águila: En el umbral de un cambio histórico

La reciente elección presidencial unida al proceso constituyente ha puesto a Chile en el umbral de una oportunidad histórica de cambio.

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La elección de Gabriel Boric Font como nuevo presidente de Chile el pasado domingo 19 de diciembre dejó tras de sí épicas imágenes, fuertes emociones (el nuevo presidente trajo de vuelta la oratoria a nuestra política) e importantes señales que es necesario procesar y aquilatar.

Ya hemos aprendido que las elecciones pueden ser inciertas, pero no por ello sus resultados estrechos. Este fue uno de esos casos. Boric ganó en una segunda vuelta con la más alta participación que registran las elecciones con voto voluntario, es el presidente más votado de nuestra historia y triunfó con claridad sobre su oponente aventajándolo por más de diez puntos.

Decisivo en este contundente resultado fue la estrategia de campaña de segunda vuelta. Luego de una primera vuelta enclaustrada social y culturalmente en algunas comunas, y en la que se pecó de cautela, se salió a buscar el voto que faltaba, sin complejos. Ya en la primera vuelta comenzó a palparse en las encuestas, en los grupos focales y en el propio reporte de quienes andaban en las calles, que se había instalado una tensión entre anhelos de cambio y demandas de estabilidad; que había miedo (de los nuevos, de la cotidianeidad neoliberal, pero también de ese trauma transmitido intergeneracionalmente que dejó la dictadura), y que buena parte de la ciudadanía estaba más preocupada de cuestiones económicas concretas que de las llamadas demandas posmateriales o valóricas.

El acierto de la campaña de segunda vuelta consistió en dar el giro hacia ese mundo que pedía reducir las incertidumbres y que estaba atemorizado, sin abandonar una perspectiva de cambio ni dejar de defender cuestiones valóricas básicas. No era un giro hacia el centro sino hacia una sensibilidad y subjetividad popular más real. Como contrapartida, el gran error de Kast fue seguir hablando solo desde la demanda de orden, apostar a inocular más miedo e incluso terror en la población para luego ofrecerse, con voz monocorde y gélida, como la solución a esos males, sin reparar que los anhelos de cambio seguían presentes en la sociedad. Mientras Boric salió a buscar los votos que le faltaban, Kast se mantuvo y se radicalizó en el mismo registro.

El sorpresivo ascenso de Kast como el antagonista principal de la disputa le introdujo a la elección un dramatismo especial. El programa y el liderazgo de Kast no equivalían a una simple alternancia en el poder propia de una democracia, sino que era la democracia la que estaba en riesgo. Una parte de la ciudadanía vio que la opción Kast retrotraía al país a la política de las cavernas pre-90: radicalidad neoliberal en lo económico, conservadurismo en lo moral, negacionismo en materia de derechos humanos y autoritarismo en lo político.

Decisivo en este contundente resultado fue la estrategia de campaña de segunda vuelta. Luego de una primera vuelta enclaustrada social y culturalmente en algunas comunas, y en la que se pecó de cautela, se salió a buscar el voto que faltaba, sin complejos.

La épica movilización de las últimas semanas, en la que las personas se tomaron literalmente la campaña y comenzaron a autogestionarla, dio cuenta de que la elección había adquirido un significado y una urgencia diferente. No es retórico decir que, más allá de los indudables méritos del candidato y de la estrategia seguida, este fue un triunfo ciudadano y popular, pues miles de personas pasaron del “hay que hacer esto o aquello” (el clásico “hayqueísmo”) a “cómo nos organizamos para hacerlo”.

Para el presidente electo el desafío es ahora armar el gobierno y definir cuál será su hoja de ruta. En esta tarea debiera marcar una diferencia con sus predecesores. No solo hablar con los partidos ni mirar exclusivamente hacia el parlamento sino también involucrar al mundo social y popular que le permitió el triunfo.

Falta aún un análisis electoral más fino, pero en el logro de esta arrolladora victoria en segunda vuelta fueron claves las comunas populares, las mujeres y los jóvenes. Es cierto que aportaron su votación los electores de Provoste y MEO, pero también fue decisivo el voto del “octubrismo” reflejado en los apoyos de figuras de gran estatura ética como Gustavo Gatica y la senadora Fabiola Campillay. Sin duda, además, el despliegue lleno de mística y desprendimiento de la doctora Izkia Siches fue fundamental para dar vuelta la votación del norte de Chile y del voto Parisi allí dominante. Leer bien de dónde vinieron los votos es clave para formar gobierno y para construir una gobernabilidad que implique un efectivo reencuentro entre lo político y lo social.

En la vereda del frente, el reciente resultado deja a la derecha en un complejo dilema: ¿aceptar o no a Kast como líder de la oposición y del sector? Este demostró fuerza electoral, pero también techo. Y, yendo más al fondo del asunto, dejó pendiente la definición sobre el tipo de liderazgo y programa que la derecha quiere tener hacia adelante. En esta coyuntura la derecha liberal y la “derecha social” evidenciaron debilidad ideológica y política para diferenciarse de un discurso de extrema derecha y populista. Incluso quedó la impresión de que estaban y podían sentirse a sus anchas allí también. ¿Hacia dónde se reconstruye la derecha de aquí en adelante y qué tipo de oposición pretenden hacer? ¿Gana algo con atrincherarse y posicionarse desde el obstruccionismo?

El acierto de la campaña de segunda vuelta consistió en dar el giro hacia ese mundo que pedía reducir las incertidumbres y que estaba atemorizado, sin abandonar una perspectiva de cambio ni dejar de defender cuestiones valóricas básicas.

Para la izquierda agrupada en Apruebo Dignidad (AD), en proceso aun de construcción, un gran aprendizaje que deja esta elección es la constatación de que su diagnóstico de la sociedad chilena no estaba suficientemente afinado y que su inserción en vastos sectores sociales era muy precaria o inexistente. Que una parte de su discurso les decía poco a vastos sectores populares, de trabajadores, pequeñas empresas, regiones completas y mundo rural. Que se estaba frente a una sociedad, una subjetividad  y un “nuevo pueblo” más contradictorio y complejo de comprender.

El próximo gobierno será de dos tiempos o velocidades. Un primer tiempo concluirá a fines de 2022, y estará marcado por la redacción de la nueva Constitución y el plebiscito de salida (un desafío político-electoral complejo y decisivo). En un segundo momento, la nueva Constitución aprobada debiera actuar como aliada y catalizadora para seguir avanzado en los cambios comprometidos. Lo anterior no significa que el gobierno no deba ser proactivo desde el primer día en materias de reactivación económica, empleo, mejoramiento de los servicios públicos, protección social, inicio de la reforma tributaria, incremento de las pensiones básicas, endeudamiento estudiantil, entre otras. Significa simplemente no confundir lo que se le puede exigir al nuevo gobierno con aquello que está en manos de la Convención Constitucional y de la nueva Constitución resolver.

La reciente elección presidencial unida al proceso constituyente ha puesto a Chile en el umbral de una oportunidad histórica de cambio. Más allá de todas las dificultades por venir el abrazo entre el nuevo presidente de la República, Gabriel Boric, y la presidenta de la Convención Constitucional, Elisa Loncon, simboliza lo lejos que se ha llegado y lo cerca que puede estar otro Chile.

No es retórico decir que, más allá de los indudables méritos del candidato y de la estrategia seguida, este fue un triunfo ciudadano y popular, pues miles de personas pasaron del “hay que hacer esto o aquello” (el clásico “hayqueísmo”) a “cómo nos organizamos para hacerlo”.

*Ernesto Águila es analista político y académico de la Universidad de Chile.

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