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Entrevistas

5 de Agosto de 2021

Pablo Ortúzar, antropólogo y analista político: “Sichel debe ofrecerle un espacio digno a los derrotados del ciclo político pasado”

Agencia Uno

Observador agudo, Pablo Ortúzar sostiene que la derecha está mareada todavía: “Le sacaron la cresta en la calle y en las urnas”; y afirma que si quieren ganar, el candidato tendrá que “renovar el sector, jubilando a buena parte de sus dirigentes tradicionales”.

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Es parte de la nueva camada de intelectuales de derecha y será parte del equipo que va a elaborar el relato con que Sebastián Sichel bajará a esta nueva etapa de la carrera presidencial.

Antropólogo social y magíster de la Universidad de Chile en Análisis Sistémicos aplicado a la Sociedad, Pablo Ortúzar vive en Edimburgo y estudia en la Universidad de Oxford, pero mantiene presencia activa en Chile. Es columnista en varios medios de comunicación e investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES).

Ortúzar tiene la porosidad intelectual de quien ha transitado por varios mundos. Fue ateo, de izquierda y tuvo una banda punk. Hoy se ubica más en el espacio de la centro derecha, pero de esa derecha liberal y más chascona que no ha tenido una expresión concreta en el mapa político nacional. Ha sido más un aire que un territorio.

De hecho, Ortúzar ha sido sumamente crítico de las estructuras tradicionales de la derecha. Alguna vez, hace ya varios años, sentenció: “La derecha es el reino de la autocomplacencia”. Aquí su mirada del cuadro político actual.

-La campaña presidencial ya partió. ¿Hacia dónde crees que se inclinan las fuerzas: hacia la izquierda, al centro o a la derecha?

-En política lo importante no es tanto quién gana, sino con qué ideas. El proyecto manda. Y estamos entrando en un ciclo político que se experimenta como izquierdización.

-¿En qué sentido?

Hay un consenso transversal en que el Estado debe asumir más responsabilidades, mejorando y expandiendo sus capacidades. En ese sentido, los roles de la transición se invierten: hoy la centroderecha parece la mejor posicionada para gestionar un proyecto de cambio que no nació de ella. 

-¿Y por qué sería la mejor posicionada? Para la derecha, el Estado debe jugar un rol acotado. Pone el acento en el mercado.

-Justamente por eso. Sólo Nixon puede ir a China: la izquierda tiene serios problemas para plantear y ejecutar reformas al Estado, pues lo llevan clientelizando por varias décadas. No van a enfrentarse a sus clientes. En cambio, la centroderecha está en mejor posición de hacerlo porque no tiene una visión mistificada del Estado ni tiene una gran clientela dentro de él. 

-También es interesante entender qué energías se moverán en esta campaña. No lo pregunto como algo esotérico, sino que en el sentido de que los climas políticos influyen y crean realidades…

-Pienso que los discursos maniqueos, simplones y odiosos han ido sucumbiendo sistemáticamente en las urnas. Va quedando un deseo de renovación profunda, pero bien hecha. Se quiere operar el corazón, pero no con cuchillo de pan, serrucho y alicate. Y ya no se confía en la clase política de la transición para ese desafío, pero tampoco en cualquier chasquilla oportunista. 

 -Con la Convención Constitucional ya instalada y con los candidatos presidenciales en carrera, ¿dirías que se ordena el escenario político o se hace más incierto todavía?

-De a poco se va ordenando. Va amainando el desorden y el espectáculo en la Convención. En algún punto debería comenzar el trabajo de fondo. Además, va quedando claro quién es quién. La farsa buena onda de la Lista del Pueblo, por ejemplo, ya no es posible de mantener. Hoy podemos juzgar a los convencionales por sus acciones.

-¿Y cómo empalma eso con la presidencial?

La presidencial adquiere también cierto carácter más de Estado que de gobierno. Lo que está ocupando el espacio político es un debate acerca de los grandes marcos generales de nuestra convivencia hacia el futuro. Ya no es administrar lo que hay, sino aportar a construir, gobernando, lo que va a ser.

Pienso que los discursos maniqueos, simplones y odiosos han ido sucumbiendo sistemáticamente en las urnas. Va quedando un deseo de renovación profunda, pero bien hecha. Se quiere operar el corazón, pero no con cuchillo de pan, serrucho y alicate.

-Escuchando a los candidatos, pareciera que “la gobernabilidad”  será el valor en disputa. ¿Lo ves así? ¿O la gobernabilidad ya no tiene el mismo peso?

La gobernabilidad será central, pero ya no significa lo mismo que antes. Ya no es sacarle el mejor rendimiento posible al marco establecido, sino darle ritmo y espaldas a los grandes cambios que queremos hacer. Vamos hacia rutas salvajes, por lo que necesitamos una cabeza de expedición que tenga la valentía y el arrojo para avanzar en esas condiciones. Pero también la prudencia y previsión necesarias para administrar bien nuestros recursos y no tomar riesgos inútiles.

“La derecha mareada”

 -De cara a las presidenciales, ¿qué reconfiguración debiera hacer la derecha? 

-La derecha está mareada todavía. Le sacaron la cresta en la calle y en las urnas a los marcos conceptuales que dominaron por décadas en su interior. Varios adentro creen que esto puede ser una “mala volada”, de la que despertaremos ansiosos para restaurar el orden a su forma anterior. Otros creemos que eso no va a pasar ni sería deseable que pasara.

-O sea, ¿hay un tironeo en curso?

-Este choque de tesis lo vemos también en la Convención Constitucional, entre el lote de Cubillos-Marinovic y el de Cozzi. Se abre una brecha política que también es generacional. En ese sentido, el Chicago-Gremialismo tiene todas las de perder. Hay ganas y decisión de ampliar la caja de herramientas. La renovación ideológica y política a la que tantos se han resistido con uñas y dientes está rompiendo el dique. 

-¿Y cómo encaja Sichel en el mapa de esa derecha tradicional? ¿O es sólo una apuesta táctica? 

-La oligarquía miraba a Arturo Alessandri como un invento, un italiano ladino funcional a sus intereses. Hasta le adjudicaron una viña, para que fuera como ellos. Pero luego, tarde, se dieron cuenta de que los colmillos del león no eran de adorno. Ya más viejo se dejó domesticar, pero el país había cambiado por completo. 

Vamos hacia rutas salvajes, por lo que necesitamos una cabeza de expedición que tenga la valentía y el arrojo para avanzar en esas condiciones. Pero también la prudencia y previsión necesarias para administrar bien nuestros recursos y no tomar riesgos inútiles.

-¿Qué puede significar la figura de Sichel para el futuro de ese sector? ¿La refundación de la derecha? o ¿un camino incierto?

-Sichel tiene dos opciones: renovar el sector jubilando a buena parte de sus dirigentes tradicionales y reemplazándolos por una nueva generación que sea leal a un proyecto transformador, o ponerse al servicio de la vieja guardia, tratando de perfumar el cadáver. Si termina en lo segundo, por derrota o voluntad propia, estará frito. 

-¿Y Sichel podrá imponerse sin el apoyo, presencia y banderas de la derecha tradicional?

-En política ningún proceso es tan limpio ni nítido. Sichel debe ofrecerle un lugar a esa derecha, negociarle un espacio, pues no tiene sentido antagonizarla. Pero también hacerle ver que las cosas van a cambiar. Que no tendrán el protagonismo de antaño. Que ya no van a poder seguir bloqueando la renovación.

-El tema es ¿cuánto margen tiene el candidato para tomar distancia de aquello que representa el sector político al que representa?

-Bastante. Demasiado, quizás. Debe usarlo con prudencia. Al igual que Boric con la ex Nueva Mayoría, Sichel debe ofrecerle un espacio digno a los derrotados del ciclo político pasado. 

-Tener que articular un relato para una figura que viene desde fuera de la derecha, ¿es una derrota más para los partidos de Chile Vamos?

-Es una derrota peor de la que varios imaginan. No es que los votantes elijan lo nuevo por lo nuevo, sino que se busca una transformación política que pone en jaque los marcos de sentido de la derecha tradicional. Aquí se jubilan rostros, pero también ideas. 

Sichel tiene dos opciones: renovar el sector jubilando a buena parte de sus dirigentes tradicionales y reemplazándolos por una nueva generación que sea leal a un proyecto transformador, o ponerse al servicio de la vieja guardia, tratando de perfumar el cadáver.

-Sin embargo, se señala que una buena parte del apoyo interno en la derecha, el candidato Sichel lo recoge de figuras de la derecha tradicional y del empresariado…

-Eso no me consta, pero incluso si fuera cierto, significaría que esas personas, por oportunismo, han debido ponerse tras una candidatura que no representa lo que ellos querrían. Y eso ya constituiría  una derrota política e ideológica. Faltaría sólo el empujón final. 

El relato Sichel

-En tu opinión, ¿cuál es el relato con que Sichel se debiera diferenciar? 

-Sichel tiene que hacer creíble la promesa de convertir a Chile, en el mediano plazo, en un país de clase media. Un país donde pertenecer a las clases medias no sea sinónimo de ser, al mismo tiempo, demasiado rico para el Estado y demasiado pobre para el mercado. Un país de cultura popular y democrática, de intensa creatividad y empuje económico, donde los resabios de nuestro pasado estamental hayan quedado definitivamente  atrás.

-¿Y qué tan convincente puede ser ese relato para los distintos sectores que habitan en la derecha…?

Yo estoy convencido de que mucho más de lo que algunos creen. Todos hablan de la derecha del 20% del Rechazo, pero ojo con la que pertenece al 80%. Incluso en las tres comunas más adineradas de Santiago, cuando uno mira los resultados de ese plebiscito y los compara con las votaciones presidenciales, se da cuenta de que hay una gran cantidad de personas que votan por la derecha y que esperan cambios importantes. 

-A ojos de la ciudadanía,  ¿será creíble que la derecha pueda liderar ese cambio a un país “popular y democrático” que planteas?

-¿Por qué no? La izquierda, que se cree dueña del reformismo, tiene una imagen de la derecha como timorata y reactiva, unos señores estirados tomando té en alguna mansión distante. Todo eso es falso. Los dos grandes giros institucionales del siglo XX los impulsó la derecha: el del 25 y el del 80, y la Democracia Cristiana, que hizo la reforma agraria, es un apéndice del Partido Conservador. La derecha chilena no es un descampado sin historia, tradiciones ni oficio político. El que lo piense se engaña solo

Esa extraña alquimia…

-Se sabe que serás parte del equipo que defina el relato de la campaña de Sebastián Sichel. ¿Por qué un intelectual como tú decide tomar partido y, quizá, perder independencia?

-Yo siempre tomo partido. Eso no quita independencia, porque es un trabajo gratuito, nacido del compromiso con la causa y con el país. Trato de aportar desde donde creo que puedo hacerlo.

Sichel tiene que hacer creíble la promesa de convertir a Chile, en el mediano plazo, en un país de clase media. Un país donde pertenecer a las clases medias no sea sinónimo de ser, al mismo tiempo, demasiado rico para el Estado y demasiado pobre para el mercado.

-Y en tu mirada, ¿cuáles son las mochilas que carga Sichel?

-Algunos le hacen fama de ambicioso, narcisista e inescrupuloso. Yo no lo conozco personalmente. Sin embargo, esas cualidades, mezcladas con habilidad política, no suenan mal para liderar y navegar procesos de crisis y transformación social altamente complejos. La política tiene esa alquimia extraña. Relevantes figuras podrían ser descritas de esa manera: Disraeli, Churchill… hoy Macron y Johnson… y, bueno, Arturo Alessandri. 

-Su historia personal, ¿seguirá siendo un plus en este Chile en ebullición?

-Yo creo que sí. Es una historia que muestra que no nació cuchara de plata en mano, y eso es algo que hoy se valora. No te da un cheque en blanco, como mostró la estrepitosa y justificada derrota de Karina Oliva, pero es un buen inicio para sentarse a conversar. 

-¿Quién es el contendor más competitivo para Sichel? Es decir, ¿desde dónde tiene que montar su campaña?

-El gran problema de la izquierda es hacer creíble que son capaces de reformar el Estado para expandirlo de buena manera, cuando llevan décadas clientelizándolo. ¿Cómo van a ir en contra de sus propios clientes? Algo parecido le pasa a la derecha con el sector privado. La única manera de romper ese zapato chino es construir una convergencia programática en las políticas de Estado que permita una complicidad política transversal en torno a ciertas reformas estructurales. Es decir, necesitamos un nuevo pacto generacional, que es también el que tiene que recoger la nueva Constitución.

-¿Y cómo se hace?

-Así como la generación política pasada logró derrotar la pobreza, nuestra generación tiene el desafío de consolidar la clase media. Esa es la vara con la que debemos medirnos. Y creo que el contenedor más competitivo, al final, es el que logre esa tensión mimética con Sichel.

La izquierda, que se cree dueña del reformismo, tiene una imagen de la derecha como timorata y reactiva, unos señores estirados tomando té en alguna mansión distante. Todo eso es falso.

-¿Sichel tiene que inclinarse hacia el centro, más que fidelizar a su sector?

-La gran batalla de hoy es por el centro, pero no es una batalla por ocuparlo, sino por definirlo. Definir lo que significará ahora la postura moderada, la vía media. El que gane el centro terminará configurando el nuevo espacio político. Ningún candidato puede hoy dedicarse sólo a predicarle a sus convencidos sin arriesgarlo todo. 

¿Cosecha en verde?

 -¿Cómo ves la disputa en el mundo de la izquierda y la centro izquierda?

-La ex Nueva Mayoría está jodida si no reivindica su legado. Es absurdo que pretendan mimetizarse acríticamente con el Frente Amplio. Terminan pareciendo su versión vieja. Son herederos de una tradición valiosa y de un largo aprendizaje. Si no logran hacerlo visible, simplemente se quedarán sin espacio político y sin monedas de cambio.

-Poniendo el foco en el Frente Amplio, ¿hacia qué lado debería moverse considerando el contundente triunfo de  Gabiel Boric?

-La pregunta es si el Frente Amplio logrará cuajar un proyecto propio, en vez de volverse un satélite de las políticas del Partido Comunista, junto con el resto de la izquierda “octubrista”. Yo les tenía menos fe en ese sentido, pero muchos adentro han mostrado un hambre por ser algo distinto que pensé que no tenían. Eso es algo muy bueno, y en lo que el liderazgo de Gabriel Boric ha sido fundamental. Para cerrar ese proceso con broche de oro tendrían que ser capaces de reabsorber las tradiciones políticas de la Nueva Mayoría, que para eso tienen que seguir vivas.

 -¿Boric es el factor que ordena el mapa en la izquierda? 

-Gabriel Boric ha comenzado a hacer política por fuera de las lógicas universitarias que son el gran lastre de su izquierda. Y lo de su triunfo sobre Daniel Jadue es tremendo, porque el mismo Jadue convirtió esa elección en un plebiscito respecto a la validez de la vía institucional y el acuerdo de noviembre. Fue un choque de tesis políticas irreconciliables, lo que vuelve medio inviable y absurda la situación de alianza una vez que ese choque se resuelve. 

-¿Boric es el nuevo fenómeno de la izquierda?

-Boric ha logrado mostrar un camino político propio para un sector que estaba, hasta hace nada, sumamente perdido y confundido. Ese proyecto tiene que seguir madurando y cuajando, así como el liderazgo de Boric. Todo puede salir mal todavía. De hecho, uno de los grandes peligros que tienen, en ese sentido, sería ganar la presidencial ahora, cuando no están listos para gobernar. Una cosecha en verde les arruinaría el cultivo. 

-En esa perspectiva, ¿el PC le resta o le suma?

El PC no tiene aliados políticos. Tiene súbditos o enemigos. Si Boric no es su súbdito, entonces no le conviene estar cerca. Además, la política de Guerra Fría que practica el PC tiene muy poca sintonía con las expectativas de transformación profunda, pero responsable, que la mayoría espera. 

-Pero el dato que es que ya hay una alianza sellada entre el Frente Amplio y el PC…

-Nunca entendí su racionalidad. La leí en su momento como la derrota política final del FA, una estructura inorgánica y políticamente adolescente liderada por alguien que hablaba de “quemarlo todo”, que terminaba entregada a la fuerza gravitacional del PC. Pero eso no pasó así. Me equivoqué.

La gran batalla de hoy es por el centro, pero no es una batalla por ocuparlo, sino por definirlo. Definir lo que significará ahora la postura moderada, la vía media. El que gane el centro terminará configurando el nuevo espacio político.

-¿Te equivocaste en subestimarlos?

Me equivoqué al sopesar las ganas de existir del FA, las distintas fuerzas en su interior y el apoyo ciudadano que podrían lograr. El riesgo de ser vampirizados sigue ahí, la adolescencia también, pero la cosa cambia desde el momento en que logran doblarle la mano electoralmente al PC y hacer valer una tesis de vía institucional respecto al camino de salida de octubre. Ahora, sigo sin entender cuál es la idea de mantener un pacto con los comunistas. Parece puro daño. 

-O sea, Boric tiene la misma disyuntiva de Sichel: endurecer posiciones o inclinarse hacia el centro…

-Es que como dije, la pelea hoy es por definir lo que será el centro. Salirse de esa disputa es marginalizarse.

-La gran votación de Boric lo dejó instalado como la gran carta presidencial de la izquierda. ¿La entrada en escena de Yasna Provoste, Paula Narváez, le podrían quitan espacio para crecer? 

-Le disputan en lo electoral, pero pueden ayudarlo a crecer políticamente. Boric necesita ser desafiado e ir ganando liderazgo en la centroizquierda. Es el mundo que parece llamado a conducir en el mediano plazo, pero también el único salvavidas de gobernabilidad en caso de que ganara la presidencial. Sin un pacto y un traspaso de cuadros técnicos desde ese mundo, sería probablemente un completo naufragio. 

 -¿Yasna Provoste entró con fuerza o llega frágil a la contienda? 

-Llega debilitada porque la lucha por definir el centro ya empezó sin ella. El gesto de moderación pragmática que catapulta su candidatura pierde valor relativo cuando la disputa ya no es con Jadue y Lavín, sino con Boric y Sichel. Y se ve bastante desorientada ahí. No da con el tono. Y no ha mostrado un equipo programático a la altura de la promesa de gobernabilidad. Entre Sichel y Narváez se repartieron casi todos los cuadros técnicos de la ex Concertación.  

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