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Opinión

14 de Diciembre de 2021

Columna de Rafael Gaune y Alfredo Riquelme: “El Apocalipsis no tiene futuro”, Chile sí

La imagen muestra a los dos autores frente a una imagen de Gabriel Boric Agencia Uno

Por fortuna, el atajo violento y autoritario sustentado en la imaginación apocalíptica no es un destino ineluctable en tiempos de crisis y rupturas. En este sentido, el conocimiento de la historia puede también invitarnos a ser optimistas: en diversas coyunturas de convulsión histórica ha sido posible navegar la tormenta a través de una articulación sinérgica entre continuidades y cambios. Este es el camino que representa la opción de Gabriel Boric en la disyuntiva a la que las chilenas y los chilenos estamos convocados a decidir.

Rafael Gaune y Alfredo Riquelme
Rafael Gaune y Alfredo Riquelme
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Aunque historiadoras e historiadores parecemos con frecuencia orientados hacia el pasado más o menos remoto, siempre vamos hacia él cargados de interrogantes surgidas de nuestras experiencias en el presente y expectativas respecto al futuro, sea que estudiemos a mediadores culturales del siglo XVII o actores políticos de la Guerra Fría. Conocemos, asimismo, a personas que al igual que nosotros en la actualidad, en otras épocas vivieron entre la memoria, la atención y la espera, para expresarlo con los conceptos de San Agustín que sirvieron a François Hartog para aprehender en sus Regímenes de historicidad a “ese fugitivo” que es el tiempo, en palabras de Michel de Certeau. 

La articulación entre pasado, presente y futuro está inscrita en cada fenómeno histórico y en toda experiencia humana.  Comprenderla nos otorga perspectiva y distancia. Perspectiva para analizar estos fenómenos y experiencias, y distancia para poder situarnos en ellos con lucidez, sobre todo en coyunturas como la que vivimos en el Chile del estallido y la pandemia, en las que no pocos dejan de imaginar el futuro como el espejo de nuestras mejores experiencias y deseos, cubriéndolo con un telón que cae bajo el peso del encono y el miedo.

Durante estos dos últimos años, la eclosión de esperanzas asociada a la movilización ciudadana y al proceso constituyente ha sido seguida como una mala sombra por una teleología negativa articulada en torno a la catástrofe. La violencia y la anomia que minorías radicalizadas empujaron e ideólogos despistados llegaron a exaltar, sumada a la incapacidad del actual gobierno para preservar el orden público en el marco del respeto a los derechos humanos, ha desencadenado una crisis de gobernabilidad democrática y una crispación política que se ha prolongado por dos años, en medio además de una agobiante pandemia y un exasperante incremento de la inseguridad. En esa atmósfera enrarecida, el candidato presidencial de la extrema derecha con su oferta de restauración del orden a cualquier precio atrajo a un porcentaje de electores que le permitió lograr la primera mayoría relativa en la primera vuelta presidencial del pasado 21 de noviembre. 

La articulación entre pasado, presente y futuro está inscrita en cada fenómeno histórico y en toda experiencia humana.  Comprenderla nos otorga perspectiva y distancia.

El uso político por parte de la candidatura ultraderechistas del miedo y de la incertidumbre ha escalado de cara a la segunda vuelta del próximo 19 de diciembre, afirmando en su franja electoral que “hoy Chile está en guerra” y orientándose a instalar una imaginación apocalíptica en millones de chilenos y chilenas, caracterizada por un horizonte de expectativas terrorífico o espantoso, plagado de imágenes de amenazas y devastación. Pese a la desmesura de estas representaciones, o más bien por la misma, el conocimiento de la historia nos invita a no tomarlas con ligereza: una y otra vez, los agoreros del desastre suelen ser los sepultureros de los derechos y de las libertades al imponer atajos autoritarios y violentos a las sociedades que llegan a dominar, al lograr atraer, en tiempos de crisis y rupturas, a quienes prefieren convertirse en vasallos a cambio de protección ante los miedos que estos nuevos señores les instilan. 

Sólo desde esa perspectiva podemos explicarnos -aunque jamás justificar- el respaldo de personalidades que se ven a sí mismas como liberales a un candidato como Kast, que ha planteado que el Presidente de la República debe tener la facultad -incluso sin la aquiescencia ni el control de otros poderes del Estado- de ordenar y detener durante varios días a las personas que estime conveniente en lugares que no sean cárceles, es decir, en condiciones que históricamente se han convertido en  el dominio de la tortura y de las ejecuciones extrajudiciales de adversarios políticos

Durante estos dos últimos años, la eclosión de esperanzas asociada a la movilización ciudadana y al proceso constituyente ha sido seguida como una mala sombra por una teleología negativa articulada en torno a la catástrofe.

Por fortuna, el atajo violento y autoritario sustentado en la imaginación apocalíptica no es un destino ineluctable en tiempos de crisis y rupturas. En este sentido, el conocimiento de la historia puede también invitarnos a ser optimistas: en diversas coyunturas de convulsión histórica ha sido posible navegar la tormenta a través de una articulación sinérgica entre continuidades y cambios. Este es el camino que representa la opción de Gabriel Boric en la disyuntiva a la que las chilenas y los chilenos estamos convocados a decidir el próximo domingo 19. Su liderazgo, de cara a esta segunda vuelta presidencial, reúne la defensa de los derechos recuperados y las libertades alcanzadas durante treinta años frente a la amenaza de un gobierno de extrema derecha, con la búsqueda de acuerdos muy amplios para asegurar el éxito del proceso constituyente, la recuperación económica, la gestión de la pandemia y sus efectos, así como para restablecer la gobernabilidad democrática fracturada desde el estallido y emprender las reformas que permitan ir superando el enorme malestar social que precipitó tan  profunda y prolongada crisis.

En la disyuntiva entre horizontes de expectativas en la que nos encontramos chilenas y chilenos, hacemos nuestra la afirmación que André Malraux pone en la voz de uno de los protagonistas de La esperanza de 1937: “el Apocalipsis no tiene futuro”. Y agregamos nuestra convicción de que Chile sí lo tiene. Nuestros horizontes se concentran en la expresión de la doctora Izkia Siches al ponerse a la cabeza de la campaña presidencial de nuestro candidato: “Miro la cara de mi hija y sé lo que debo hacer”. Nosotros miramos a nuestras hijas y nieta y sabemos qué debemos hacer: votar por Gabriel Boric y compartir nuestro motivos para hacerlo, con esperanza y optimismo en el futuro.

*Rafael Gaune Corradi (1982) es Doctor en Historia por la Scuola Normale Superiores, Pisa. Académico UC. Alfredo Riquelme Segovia (1955) es Doctor en Historia por la Universidad de Valencia. Académico UC.

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