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Opinión

24 de Marzo de 2022

Columna de Rafael Gumucio: El pasaporte equivocado

Agencia Uno

Todos somos de alguna forma de un país que no es el nuestro. Los Boric no dejaron de ser croatas por ser chilenos, ni los Font de ser catalanes por ser de Punta Arenas. Llegaron a un lugar en que podían olvidar sus dolores o fundirlos en un presente más presente que cualquier pasado. Esa necesidad de pureza, esa ambición de origen, esa leyenda de razas y etnias de la que se escaparon los Boric, los Font, los González, los Kast y los Kayser, la han ido proyectando sin embargo en el pueblo mapuche.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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El primer Boric que llegó a Chile lo hizo con un pasaporte austrohúngaro. No era ni austriaco ni húngaro, sino dálmata. Hablaba en croata, idioma de un viejo pueblo eslavo del sur que convivía en los Balcanes con otros pueblos parecidos, pero no iguales. El Imperio Austrohúngaro no los reconocía del todo ni dejaba de reconocerlos como pueblos, y los gobernaba desde la distante Viena, visitándolos de vez en cuando.

En una de esas visitas fue asesinado el descendiente del emperador por un nacionalista bosnio. La Primera Guerra Mundial que desató ese asesinato cambió el mapa de la región drásticamente. Lo mismo hizo la Segunda Guerra Mundial y los Boric pasaron de ser austrohúngaros a ser croatas y yugoslavos para volver a mediados de los años noventa a ser croatas y dividirse el estadio y club social que compartían con los serbios en una cruenta reyerta que en Chile no llego más que a insultos y puñetazos. En los Balcanes la separación costó ríos de bombas y sangre.

El primer Boric que llego a Chile lo hizo con un pasaporte austrohúngaro. No era ni austriaco ni húngaro, sino dálmata. Hablaba en croata, idioma de un viejo pueblo eslavo del sur que convivía en los Balcanes con otros pueblos parecidos, pero no iguales.

Entre medio, los Boric se hicieron chilenos. Aprendieron un idioma que sus ancestros nunca sospecharon llegar a conocer, el castellano. Convivieron con descendientes de esos españoles que nombraron Patagonia a la región, y con ingleses y con alemanes y con yaganes y onas, diezmados estos últimos por la avaricia y la crueldad de los grandes propietarios de la tierra. El papá del presidente se casó con una descendiente de catalanes, otro pueblo medieval que habla su propia lengua y tiene su propia historia, pero que se hizo parte a finales del siglo XV de la corona española, aunque hasta el día de hoy reclama su independencia por el tiempo, la sangre, y los agravios de la historia. La idea nada original que son el pueblo original de su respectiva tierra.

Los Cayuqueo llegaron a este fin de mundo antes, mucho antes, pero por más o menos las mismas razones que lo hicieron los Boric o los Font. Buscaban un lugar donde el pasto fuera más verde, los ríos más profundos, donde pudieran escapar de algunos enemigos y vivir más o menos en paz en un extensión de tierra libre. Aquí se mezclaron con otros pueblos que ya habitaban la zona. Esa mezcla se hizo, como en Croacia, en España, o en Punta Arenas, por la fuerza y por el sexo; es decir, por las buenas y por las malas. Los incas intentaron incorporarlo a su imperio, no lo lograron, pero su idioma y sus sangres se mezclaron por la lanza, el amor o el tiempo. Lo mismo los españoles que tampoco lograron hacerlo parte de su imperio; el imperio que engendraría siglos más tarde el Imperio Austrohúngaro del que huyeron los primeros Boric a Chile.

El papá del presidente se casó con una descendiente de catalanes, otro pueblo medieval que habla su propia lengua y tiene su propia historia, pero que se hizo parte a finales del siglo XV de la corona española, aunque hasta el día de hoy reclama su independencia por el tiempo, la sangre, y los agravios de la historia.

Enumero todos esos pueblos, imperios y países sólo para recordarnos que todos venimos con el pasaporte equivocado. Todos somos de alguna forma de un país que no es el nuestro. Los Boric no dejaron de ser croatas por ser chilenos, ni los Font de ser catalanes por ser de Punta Arenas. Los Boric y los Font llegaron a un lugar sin Edad Media en que la antigüedad no constituye rango, en que podían olvidar sus crímenes, sus dolores, o fundirlo en un presente más presente que cualquier pasado. Esa necesidad de pureza, esa ambición de origen, esa leyenda de razas y etnias de la que se escaparon los Boric, los Font, los González, y los Kast y los Kayser, la han ido proyectando sin embargo en el pueblo mapuche, que justamente había logrado toda su vida resistirse a la tentación de ser un imperio, o un estado nación con castillo y duques y marqueses. Los mapuches que justamente lucharon por la libertad de que sus comunidades pudieran de manera autónoma unirse para la guerra y sólo la guerra y ser libre entre ellas sin reyes, ni presidentes.

La fantasía europea, partiendo por la de Ercilla que convirtió a los mapuches a unos vascos barrocos, hasta la de los lingüistas alemanes y los misioneros jesuitas, le han dado a los mapuches el regalo envenenado de honrarlo como símbolos, de celebrarlo como idea y de despreciarlos como individuos, como ciudadanos, como habitantes de una tierra a la que se los ata como si en vez de humanos fuesen piedra o árboles, parte no de un país sino de un paisaje.

La fantasía europea, partiendo por la de Ercilla que convirtió a los mapuches a unos vascos barrocos, hasta la de los lingüistas alemanes y los misioneros jesuitas, le han dado a los mapuches el regalo envenenado de honrarlo como símbolos, de celebrarlo como idea y de despreciarlos como individuos, como ciudadanos.

La guerra de exterminio que emprendió el estado chileno no hace nada para facilitar las cosas. Nadie está obligado a ser parte de un país cruel e invasor, pero como atestigua la historia de los Boric, los Font, los Siches, o los Cayuqueos no existe un país sin sangre, sin guerra, sin vergüenza, sin venganza en sus entrañas. Los que lo han soñado han creado las peores pesadillas. La mayor parte de los pasaporte tienen águilas terribles en su portadas. El nuestro lo tiene también, al lado de un pobre huemul. Las páginas negras de nuestra historia no las pueden enmendar, ni borrar nadie. La gracia está en que las páginas ya escritas del pasaporte son mucho menos que las por escribir. En esas páginas en blanco espero que ni los Boric ni los Font ni los Cayuqueo sean más o menos chilenos.

*Rafael Gumucio es escritor.

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