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Opinión

26 de Agosto de 2022

Violencia… ¿A qué lobo alimentas?

No podemos suscribir la paz si nuestra cabeza está llena de pensamientos que giran sin cesar, si siempre creemos que el otro es responsable, si nuestra forma de relacionarnos es automática y reactiva.

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La violencia es el uso de la fuerza para conseguir un fin, especialmente para dominar a alguien o imponer algo, y es tan antigua como la humanidad. Los romanos llamaban vis a ese vigor que permite que la voluntad de uno se imponga sobre la de otro. 

Según las últimas encuestas este es un tema que nos preocupa a la mayoría de los chilenos. Muchos nos sentimos víctimas de la violencia: tenemos miedo de transitar por las calles, ser objetos de una encerrona, de un robo con agresión, etc. Este tipo de violencia es evidente, pero hay señales más sutiles del mismo fenómeno: cada vez que alguno, por la fuerza o el poder, quiere imponer su punto de vista está ejerciendo la violencia y de eso tenemos nuestra agenda país cargada, incluyendo medios de comunicación, redes sociales, políticos, constituyentes, parlamentarios, etc.

¿Y de qué se alimenta esa violencia? Se alimenta, sin duda, de un colectivo que encuentra en ella una manera válida para relacionarse. Se alimenta de la actitud de cada uno cuando estamos frente a alguien que piensa diferente y no podemos abrimos a escuchar para comprender, sino que escuchamos para destruir, para contrargumentar y para denostar. Se alimenta del desinterés, de la desidia, de la falta de empatía. Se alimenta de la escasez de diálogo, de la incapacidad de buscar lo que nos une por sobre lo que nos separa y, por sobre todo, de la dificultad de darnos cuenta de que en cada uno de esos actos generamos un ambiente propicio para instalarla en nuestras relaciones.

Alimentamos la violencia, por ejemplo, cuando sabemos perfectamente cómo va a terminar esa discusión con nuestra pareja, con nuestro hijo, con nuestro jefe, con ese amigo que es de otra corriente política, conociendo cuáles son los peldaños que iremos escalando hasta llegar a un mismo punto, donde la comprensión y la compasión se diluyen en la necesidad de sostener una idea simplemente para ganarla, salir victoriosos, tener la razón y no para abrirnos a la posibilidad de que el otro pueda mostrarnos algo que no estamos viendo, ampliando con ello nuestra mirada.

Pero finalmente ¿quién gana?, ¿el que aparentemente tiene la razón o el que busca construir y vivir en paz? Si somos consciente de ello, podemos elegir seguir alimentando ese campo de violencia u optar por algo simple pero olvidado: tomar una pausa para dejar que cese por un momento el torbellino mental, para permitirnos respirar, y tener la libertad de responder en lugar de reaccionar de manera habitual y condicionada. Hacer una pausa significa querer explorar otro camino, donde encaja perfectamente el sabio consejo de: “respira profundo” para comprender primero si lo que sale de mí serán flechas envenenadas con rabia, rencor, resentimiento y soberbia o quizá, espero un poco, tengo un momento de conexión conmigo y con lo que me está sucediendo internamente, y así puedo abrir algún espacio de comprensión y entendimiento.

Cada vez que alguno, por la fuerza o el poder, quiere imponer su punto de vista está ejerciendo la violencia y de eso tenemos nuestra agenda país cargada, incluyendo medios de comunicación, redes sociales, políticos, constituyentes, parlamentarios, etc.

En lo pequeño, en lo cotidiano, en lo concreto, así se colabora, así se construye la paz; sin  grandes declaraciones, ni inspirados discursos. Se construye en el interior de cada uno asumiendo una responsabilidad individual. No podemos suscribir la paz si nuestra cabeza está llena de pensamientos que giran sin cesar, si siempre creemos que el otro es responsable, si nuestra forma de relacionarnos es automática y reactiva. La paz, como decía el maestro vietnamita Thich Nhath Hanh,  se construye en cada paso, en el presente.

Finalmente para aquellos que no están convencidos del impacto de sus actos, quisiera traer a la memoria el antiguo cuento del anciano indio Cherokee que nos recuerda que el lobo que crece en nuestro corazón es siempre aquel que alimentamos. En los momentos que vivimos como país te invito más que nunca a preguntarte: ¿cuál quieres alimentar tú?

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