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Opinión

28 de Mayo de 2023

Columna de Jorge Navarrete | Monkey Wrench

jorge navarrete

"'Si les quieren seguir hablando a los monos peludos…'. No cabe la menor duda que la frase fue desafortunada, hiriente y descalificadora. Piergentili pidió excusas, pero, sin embargo, ¿por qué la tempestad política no amaina?", escribe Jorge Navarrete en su columna para The Clinic.

Por Jorge Navarrete

“Si les quieren seguir hablando a los monos peludos…”

No cabe la menor duda que la frase fue desafortunada, hiriente y descalificadora. Piergentili pidió excusas, pero, sin embargo, ¿por qué la tempestad política no amaina? Y aunque probablemente existen varias razones -como cuentas pendientes por una decisión táctica electoral que no rindió sus frutos; o el haber contribuido a olvidar, con un episodio más, las pocas buenas noticias que acumulaba el gobierno; y el que se ahonda en una disputa interna en el oficialismo desde que se inició la segunda vuelta electoral que llevó a la Moneda a Gabriel Boric- el trasfondo de esta reyerta es un poco más profundo.

“Piergentili tocó un nervio sensible”, según Auth. Pero ella no fue la única, ni menos la primera. “Nuestra escala de valores y principios dista de la generación que nos antecedió” sentenció Jackson, desatando la furia de los aludidos. “Uno no puede hacer una estrategia moderna… y al mismo tiempo dejar contentos a los Quilapayun”, afirmó de manera también desafortunada Landerretche. 

¿Qué hay detrás de estas frases y cuál es el verdadero problema de fondo -si se me permite la caricatura- en la disputa que protagonizan los herederos de los 30 años con los padres del estallido social?

Esto no es sólo la borrachera de la superioridad moral de los segundos, a resultas de haber construido su identidad política sobre el desprecio hacia lo que representaban los primeros; o la injusticia y rabia que sienten estos, porque a muchos se les estaba jubilando de manera forzosa y anticipada. Tampoco es preferentemente la disputa por el control de un gobierno, donde unos -pese a ser los invitados- miran con desdén las capacidades de los anfitriones, o por cómo estos últimos reclaman que les están usurpando su gobierno.

Aquí hay una diferencia generacional y cultural sobre el sentido último de la vocación y acción política. En dos dimensiones, me parece a mí.

La primera versa sobre el punto de equilibrio entre morir arrodillado y vivir humillado. Para los más nóveles, con menos experiencia, pero sí más épica, las tempranas renuncias son vistas como un acto de traición, donde los acuerdos y negociaciones son siempre un retroceso respecto de un horizonte de voluntades. En cambio, para los más veteranos, con menos ímpetu, pero sí más cabeza, la eficacia de la acción política se mide por los resultados en el marco de sus condiciones de posibilidad; y entonces, la tarea de gobernar descansa sobre la construcción de mayorías. Y aunque no se trata de una condición binaria, lo que se reprochan respectivamente es que la épica, sin cabeza, deviene en una política ciega; mientras la cabeza, sin épica, se convierte en una política vacía.

Y si nos remontamos un poco atrás, la segunda dimensión se relaciona con una disputa entre la política universalista, como un relato general y comprensivo, frente a la política de las identidades, como la preocupación por las zozobras e invisibilidades que padecen algunos grupos o minorías. Me atrevería incluso a sugerir que, junto a una disputa ideológica, hay también una tensión socio-cultural. Ya me arrepentí de haberlo escrito, pero al menos en Chile la vocación de una parte de la izquierda por la injusticia particular supone una cierta superación -a lo menos en el relato- de las viejas causas que daban origen a la desigualdad estructural.

Sea o no correcto lo anterior, en el momento del Chile actual -dominado por la demanda de seguridad, tanto en su expresión policial como material- no es extraño que el discurso que apunta a visibilizar las brechas de género, las desigualdades en la orientación y condición sexual, o las injusticias con los pueblos originarios, conecten hoy menos con las preferencias electorales de las personas. Más todavía, resulta revelador que en los antiguos bastiones electorales de la izquierda -me refiero a los sectores más pobres y vulnerables- este discurso sea percibido como una cuestión secundaria o accesoria, la que distrae de las prioridades que los ciudadanos consideran fundamentales.

Sin embargo, nunca está de más recordar que la buena política es algo que equidista del populismo y el voluntarismo; a saber, se trata de una actividad que ineludiblemente debe conectar con las aspiraciones y demandas de los ciudadanos, al mismo tiempo que también debe señalizar los desafíos de una sociedad justa, aunque éstos no siempre empaticen con los estados de ánimo de los electores. 

En efecto, hace pocos días, de forma más sobria, y quizás por lo mismo sus palabras pasaron algo inadvertidas, Lagos Weber se quejó diciendo “es bien jodido que haya ministros que estén poniendo la cara y otros que estén preocupados por temas identitarios”.

Quizás lo único jodido, para los miembros de una familia política -la que adicionalmente aspira a tener éxito en la tarea de gobernar juntos- es que unos menosprecien los énfasis en las voces políticas de los otros.

Entonces, y como dijo David Grohl -ese filósofo del grunge y de la vida- “Es tu voz. Respétala. Cuídala. Desafíala.”

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