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Opinión

4 de Mayo de 2024

Columna de Hugo Herrera | Sobre el abandono de los territorios: Asesinato de carabineros y compra de Cochamó

Por Hugo Herrera

Hugo Herrera, académico y columnista de The Clinic, escribe sobre el abandono de los territorios y cómo el centralismo significaría "una debilidad de la institucionalidad territorial respecto de la capital nacional". Y describe: "Estos son los factores que permiten apreciar un fenómeno altamente preocupante: ningún problema territorial, ninguno, ni el conflicto mapuche, ni el abandono de las ciudades del sur y del norte, ni la sequía que afecta a la zona central, ni el deterioro cultural y social de las regiones, ni el debilitamiento en el tiempo de sus instituciones educacionales, ni los incendios que arrasan campos y ciudades cada cierto período de años, tiene solución a la vista. Se acumulan".

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Consta la noticia de la compra de otro gran pedazo de tierra en el sur de Chile (133 mil hectáreas, un tercio de Cochamó) para someterlo a régimen de conservación. El conservacionismo tiene sus virtudes, pero debe evaluárselo en su mérito y a partir de decisiones soberanas, no de la simple pasividad de los gobiernos y el sistema político. Como si quienes compran los terrenos fuesen nada más que beneficencia desinteresada de ricos.

Sucede que someter zonas enteras del país al régimen de conservación importa excluir esas zonas de su posible colonización y poblamiento por habitantes chilenos. De concretarse la mentada adquisición, sería otra gran porción de territorio sumado al conservacionismo. 

El sur y la zona austral del país adquieren cada día más la forma de un inmenso parque natural, que pone dificultades a las ya importantes barreras que enfrentan los habitantes de esos lugares. Aysén está abandonado. Carece de sistemas de educación, cultura y salud comparables a los de la capital, en la zona central. Y la conectividad sigue siendo muy difícil. Ni Aysén ni Magallanes cuentan con universidades de excelencia.

Una de las principales reservas de agua del planeta, con paisajes y valles aprovechables para que el pueblo se esparza por su territorio, queda entre el abandono y el aislamiento, rodeada de intocables zonas de conservación. Incluso desde una perspectiva geopolítica, es riesgoso mantener extensiones tan grandes de territorio bajo un régimen entre hostil y excluyente al poblamiento, en manos de capitales profundamente extranjeros.

Abandono y dificultades severas para el desarrollo constan también en el norte del país, no obstante que aquí no es el parque o la zona de conservación el factor de deterioro y exclusión. El norte es inherentemente desértico e inhóspito. Pero a eso se suma que su desarrollo cultural y educativo es muy débil, se encuentra estancado o en retroceso. Eso, por no hablar de la delincuencia, de la migración descontrolada y del tráfico ilegal que ocurre en las fronteras. 

Hay una parte aquí que se relaciona con la falta de agua, con una aridez en la que es difícil hacer crecer algo vivo. Las nuevas tecnologías de obtención, purificación, almacenamiento, transporte y conservación del agua permiten, empero, ya soñar con un desierto que en partes importantes pueda ser convertido en zona agrícolamente viable. En expandir las superficies cultivables.

¿Dónde están los fondos para que centros de investigación y enseñanza indaguen en las tecnologías del agua y su aplicación? ¿Para financiar la formación de los cuadros técnicos requeridos por la tarea? Los esfuerzos podrían tener alcance nacional: es el Norte, pero también el Valle Central, el que se halla en peores condiciones respecto del agua.

Urge que el Norte cuente con centros de investigación y enseñanza, no solo por el tema del agua, sino también para volver a Copiapó, Calama, Antofagasta, Iquique, Arica en lo que fuese, por ejemplo, Copiapó en el siglo XIX: núcleo de ideas novedosas, lugar de ebullición económica, cultural y política, de publicaciones periódicas que concentraban las principales plumas del país; cuna del Partido Radical y de un movimiento ideológico-político que condujo incluso a las élites nortinas a rivalizar con las santiaguinas, zanjado a tiros en Los Loros y Cerro Grande. El lugar desde el cual se hizo el trazado de la primera vía férrea del país.

Copiapó es hoy un fantasma de lo que otrora fuese. ¿Por qué, si las riquezas mineras siguen hallándose en la misma zona que antaño, las ciudades presentes carecen de una vida social, económica y culturalmente vigorosa? De nuevo está el problema del centralismo.

El centralismo significa una debilidad de la institucionalidad territorial respecto de la capital nacional: las autoridades que viven en los territorios son impotentes para enfrentar sus problemas con eficacia y las autoridades con las competencias para enfrentar eficazmente los problemas de los territorios, viven fuera de los territorios, en Santiago. Por eso, los problemas no les empecen, en verdad: porque no afectan su vida, más allá de alguna inquietud profesional o personal. 

Son el centralismo y la debilidad de la institucionalidad territorial los factores que permiten apreciar un fenómeno altamente preocupante: ningún problema territorial, ninguno, ni el conflicto mapuche, ni el abandono de las ciudades del sur y del norte, ni la sequía que afecta a la zona central, ni el deterioro cultural y social de las regiones, ni el debilitamiento en el tiempo de sus instituciones educacionales, ni los incendios que arrasan campos y ciudades cada cierto período de años, tiene solución a la vista. Se acumulan.

Cuanto más, en casos extremos, como el del asesinato de los tres carabineros (Carlos Cisterna, Sergio Arévalo y Misael Vidal, que no sean olvidados), se mueven de sus despachos las autoridades centrales y viajan. En ocasiones se envían “delegados presidenciales” en comisión de servicio a tramitar problemas que seguirán pendientes. Seguirán pendientes porque la solución definitiva, una federación o un Estado de las regiones (con pocas regiones que acumulen así poderes y capacidades operativas), persiste sin resolver, sin ser visto, incluso.

A tal punto afecta esto que la propia estructura de las élites políticas es centralista, de tal suerte que hoy en Chile vale usualmente mucho más más ser funcionario de segundo orden en un Ministerio que autoridad territorial a la cabeza (hoy bicéfala) de una región. Una llamativa anomalía.

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