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Opinión

12 de Julio de 2024

Columna de cine de Cristián Briones | Pearl y Maxine: hachas, porno y fama

Por Cristián Briones

Cristián Briones, columnista de cine de The Clinic, escribe sobre el estreno en cines de 'MaXXXine'. "Defender esta película como si destilara calidad por cada uno de sus poros es un despropósito. MaXXXine no se sostiene sola. Quizás hasta no deba hacerlo. Depende en sus temáticas de lo planteado en X y Pearl; y en su estilo, de un tipo de cine en el que cuesta sobremanera encontrar obras significativas", escribe. Y añade: "MaXXXine está lejos de ser una película perfecta. Está montada y escrita para repasar un cine al que se le rinde un culto que bordea en voluntarismo. Tiene menos ingenio y herramientas que sus predecesoras, pero completa una trilogía cuyo postulado tiene tanta desfachatez como peso propio".

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“No aceptaré una vida que no merezco”.

Esta semana llega a las salas loacles MaXXXine, tercera pieza y final de una trilogía de terror “menor”, dirigida por el norteamericano Ti West. Precedida por X y Pearl (ambas de 2022), que asomaron como un gran descubrimiento del terror independiente del último tiempo y que fueron encasilladas en el “Elevated Horror”. Concepto arrogante y digno de mofa que busca distinguirse del terror que consumen las masas, un terror de “mayor categoría”.

Como si el terror fuese un género de menor cuantía que necesita ser validado. Como si el terror nunca hubiese abordado temáticas clave sobre nuestra sociedad a través de pulsos narrativos extraordinarios. Desde Murnau hasta Hitchcock, desde Val Lewton hasta John Carpenter. Y si bien este último decía que las películas de terror no tienen que ser nada más que aterradoras y que “la gran mayoría eran basura”, lo cierto es que el buen cine de terror suele darnos algo extra que masticar entre saltos, sangre y muertes. 

Y eso fue justo lo que logró Ti West en 2022.

X es la historia de Maxine Minx (Mia Goth), una aspirante a estrella del cine para adultos de fines de los ’70. Junto a su equipo de rodaje, emprende un viaje a una pequeña granja con el fin de filmar una película porno llamada “La hija del granjero”. Con un evidente guiño a La Masacre de Texas (1974), Maxine y sus colegas son recibidos por la familia rural con muertes por horquetas, escopetas, un caimán, y un sangriento etc.

X es ingeniosa y respetuosa de los códigos en los que se mueve y nunca deja de usar su narrativa y pulso tanto para aterrar como para entretener. Y con mucho comentario sobre la sociedad en que se gesta, la época en que transcurre y los propios sub-géneros que aborda. 

Y es que tanto el slasher como el porno tuvieron pretensiones artísticas durante los ‘70, una época de guerrilla fílmica como pocas. Ambos subgéneros terminarían triturados por la maquinaria, convertidos en productos de digestión rápida, independiente de que el slasher lograra entrar en el mainstream. Referencia que West incluye en el cierre de la película, en la mirada horrorizada de un carrete de film.

Cierta clave está también en la edad de los victimarios, una pareja de nonagenarios que, en ninguna otra circunstancia serían vistos como un peligro, acá son forma y fondo temático. El postulado del director se centra en esa confrontación generacional que supone el deseo sexual por un lado y la exuberancia inherente a la juventud.

¿Por qué una generación anterior reacciona con tal fiereza al frenesí juvenil de la venidera? West pincela fetiches privados y virtudes públicas: odian que esos jóvenes puedan ser algo que ellos ya no. Tele-evangelismo y puritanismo ad portas de la reaccionaria era Reagan. Porno y slasher. El sistema consumiendo sus disidencias aprovechando un anhelo que surge como coincidencia y conexión en el fondo de la historia: la fama como recompensa al ser, sin contribución, solo el reflejo en un espejo y una frase de autoayuda. 

En Pearl, West (con Mia Goth en la coescritura) rasgó a hachazos el velo sobre la temática de la fama. Ambientada varias décadas antes, la historia de la anciana villana de X se transforma en un precedente espiritual de Maxine Minx. Y resulta mucho más impactante, perturbadora y profunda de lo que se podía esperar. Quizás se embelesa demasiado en la extraordinaria interpretación de su protagonista, pero el exceso de atención que bien pudo ser un tropiezo narrativo, sirve para reafirmar un punto, y de paso resignificar el mismo aspecto que ya vimos en X: la persecución del estrellato. 

Pearl puede parecer un estudio de personaje arquetípico del terror, pero de nuevo, su mayor cualidad está en aquello que dice “al paso”: ¿Qué hizo surgir el ansia de la fama por la fama? ¿Qué tanto cambiaron las ambiciones de las nuevas generaciones con la llegada de los medios de difusión masiva? ¿Qué consiguió que tu imagen pudiera ser vista por cientos de miles o hasta millones de personas que te reconocerían como “la estrella” que eres y te adorarían?

Potentísima es la nada sutil idea de cómo esa distorsión del “sueño americano” donde no es indispensable el esfuerzo para ser recompensado con reconocimiento, también podría ser controlado por los dueños del material que se pondría en pantalla. La declaración sobre “una chica típica estadounidense” es un cuestionamiento general a una hegemonía de la que Hollywood poco o nada se hace cargo. Y luego está el cómo West decide instalar estas imágenes en la pantalla. Con un pulso de otra época. Con movimientos de otro tiempo. Así escudriña West en las tripas del constructo hollywoodense. 

Y no pretendía dejarlo en esos dos tercios.

“Un asesino serial bajo la apariencia de una anciana respetable”. Es referencia a Psicosis (1960) pero es también una definición de los EE.UU que cae como bofetada. Y es también uno de los caminos para abordar MaXXXine (2024), el cierre de la trilogía que nuevamente se mueve de época y de entorno, aumentando la potencia de sus focos a otro aspecto de la fama hollywoodense: su absoluta superficialidad. 

Defender esta película como si destilara calidad por cada uno de sus poros es un despropósito. MaXXXine no se sostiene sola. Quizás hasta no deba hacerlo. Depende en sus temáticas de lo planteado en X y Pearl; y en su estilo, de un tipo de cine en el que cuesta sobremanera encontrar obras significativas. Así, el cine explotativo de los ‘80 le sirve a West para confirmar su punto sobre el slasher y el porno, uno infiltrando los estudios, el otro relegado a los cuartos traseros de la misma ciudad, Los Angeles. Ese Hollywood turbio donde los sueños de fama tantas veces terminaron siendo una nota en la crónica roja en vez de portada en revista de espectáculos.

Los ‘80 le dan a West un marco referencial de drogas sin consecuencias, reaccionarismo e imágenes de referencia que le terminan encasillando en un cine barato, con resultados narrativos similares. Los guiños no bastan cuando ya se ha hecho toda la cosecha dramática. A Maxine no le queda tanto que decir como personaje, pero sigue siendo el mejor vehículo para afirmar declaraciones, como el detalle de que Maxine no sea “solo otra rubia más”, que puede perfectamente emparentarse con esa declarativa en Pearl.

La(s) protagonista(s) de la trilogía de Ti West sigue aferrándose a su “derecho a ser famosa”. Y acá es donde West persevera en exponer el escaso valor de la fama misma y así cerrar una tesis encajada en la dentadura de la bestia que mastica la expresión artística y la convierte en subproductos baratos.

Maxine pasa de un cine explotativo a otro, y lo hace a sangre y fuego. Puede que Mia Goth siga huyendo de lo mismo que huía en X y en Pearl. De la ira de otra generación que desoye su propio pasado. Pero lo hace corriendo hacia una promesa hecha frente al espejo, y que incluso cuando es cumplida, sigue siendo vacía. Porque todo en Hollywood es una fachada solamente. Darle realidad a ello depende de talentos escasos y esquivos. 

En este caso, West se esmera por hacer que su película parezca de la época, que suene como tal y que las muertes e interpretaciones hagan todas las referencias posibles. Curioso recurrir a códigos cinematográficos tan específicos para hablar del anhelo de fama en tiempos donde un estabilizador para celular y un aro de luz son todo lo que se requiere “para crear contenido” y dar el salto a “influir”. Pero el autor no da su brazo a torcer, y hay un mérito en ello.

MaXXXine está lejos de ser una película perfecta. Está montada y escrita para repasar un cine al que se le rinde un culto que bordea en voluntarismo. Tiene menos ingenio y herramientas que sus predecesoras, pero completa una trilogía cuyo postulado tiene tanta desfachatez como peso propio. El cine de terror siempre ha tenido de esto último. Hollywood también. Y este recorrido que hizo Ti West por sus callejones más lúgubres tiene su lugar ganado en la conversación. El texto brilla y tiene mucho dónde escarbar.

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