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Padres haitianos con hijos chilenos: cómo es criar y mantener tradiciones afrodescendientes en un país donde deben enfrentan el racismo

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Haití es la segunda nación que más aportó con nacimientos en Chile, después de Venezuela. Según el anuario de Estadísticas Vitales de 2021, el más actualizado hasta hoy de la institución, las mujeres haitianas tuvieron 4.655 hijos chilenos. Así, miles de familias extranjeras originarias del país caribeño han tenido que adaptarse a Chile para poder criar: un proceso desafiante en el que ciertas costumbres son malentendidas como abandono y luchan por mantener viva su comida y su idioma dentro de sus hogares.

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La noche del 4 de noviembre de 2012, todos en la casa de Jean Demezier (47) estaban listos para dormir. Sin embargo, no alcanzaron a conciliar el sueño: su esposa, que ya llevaba nueve meses embarazada, comenzó a sentir contracciones. Con la urgencia de que su guagua nacería, Jean fue a buscar a sus otros dos hijos, que en ese entonces tenían 5 y 6 años, y los dejó al cuidado de su vecina. Con lo tarde que era, no podían llevarlos al hospital.  

Así, la pareja se dirigió a la Clínica CRS Cordillera Oriente de Peñalolén. Allí, en una sala con una camilla, su esposa lidiaba con las contracciones. “Sentía mucho dolor”, recuerda Jean. Rememora que ese malestar, que abraza la espalda y después baja por el abdomen inferior, la mujer lo sintió durante cinco horas. Pero aguantó: a las 3 de la mañana, su esposa ya estaba lista para dar a luz.

Jean entró a la sala de parto y vio cómo, en cuestión de minutos, los doctores alzaron a su segunda y última hija mujer. Allí la vio por primera vez: “Era maciza” -asegura que pesó más de tres kilos-, y tenía la piel colorada. “No nacen negras de inmediato, son como más rosaditas. Con el tiempo van teniendo su color”, explica Jean. Sin embargo, otros rasgos reflejaban su descendencia haitiana: de su cabeza caía una mata de pelo crespa. “Tenía harto, harto pelo. Era afro”, recuerda Jean. “Fue un momento mágico”.  

La niña que nació esa noche era el tercer hijo chileno de Jean. A pesar de que él y su esposa son haitianos, la nacionalidad de la pequeña era chilena. Es así con todas las personas que nacen en Chile, según el artículo número 10 de la Constitución. Así, la familia de Jean se agrandaba otra vez y se preparaban para criar a un nuevo integrante.

En el periodo 2013 y 2023 se solicitaron en Chile un total de 277.075 residencias temporales por
extranjeros provenientes de Haití
, según datos del Servicio Nacional de Migraciones. El último año se solicitaron 1.247 residencias temporales, lo que representa un descenso del 50 % con respecto del año anterior. El tramo de edad más prevalente es 18-29 años, que alcanza el 47 % de los solicitantes de residencias temporales entre 2013 y 2023. En segundo lugar el grupo 30-44 años representa el 41,3 %.

En el periodo entre el 2013 y 2023, en tanto, se solicitaron un total de 132.280 residencias definitivas
por extranjeros provenientes de Haití. El último año se solicitaron 25.793 permisos de
residencia definitiva permisos de residencia definitiva
, lo que representa un aumento del
290% con respecto del año anterior. Pero las cifras contrastan con que en el periodo entre 2013 y 2023 se han otorgado solo 355 nacionalizaciones.

Crianza a la haitiana

Ya han pasado 18 años desde que Jean llegó a Chile. Desde ese entonces, su capacidad de adaptación, casi camaleónica, lo ha llevado a desempeñarse en diferentes labores. Cuando arribó al país, se convirtió en guardia de un local que importaba productos desde China. Luego, trabajó un tiempo en un centro comercial de Lo Barnechea, y como garzón y bartender en un restaurante en Las Condes. Finalmente, decidió emprender: hizo un curso de peluquería y luego instaló en Peñalolén un negocio del mismo rubro. Paralelamente, creó la Fundación Timounyo, una organización dedicada a integrar a los haitianos recién llegados al país.

Y así como se adaptó para mantener a su familia, también lo hizo para criar a sus hijos. Jean aún recuerda, por ejemplo, cuando era niño y sus hermanos debían ir a quedarse a la casa de sus vecinos cuando su madre salía. “Si ellos sabían que mi mamá no estaba, nosotros también éramos hijos de nuestros vecinos. Nos cuidaban. Pero también nos podían castigar. Eso no se puede hacer acá en Chile”, cuenta Jean.  

Este es un ejemplo de lo que algunos autores llaman como “crianza comunitaria” o “colectiva” en la cultura de los ciudadanos haitianos. De acuerdo con N’Kulama Saint Louis, sociólogo haitiano de la Universidad Católica Silva Henríquez, estas prácticas son históricas en el país. Explica que, la confianza en el otro, es parte de la cultura.

“(Haití) es una isla, un país chico. En cada ciudad, en cada pueblo, la gente se conoce. No es un país donde hay un flujo migratorio tan fuerte, que sea a nivel interno como externo. Entonces, la persona lleva 20 años viviendo en el mismo barrio, compartiendo con el mismo vecino (…) Los haitianos tienen un nivel de confianza que, en el caso de Chile, podrían decir que está un poco exagerado”, explica Saint Louis.

Como ejemplo, el sociólogo cuenta que en el país haitiano es común que los niños se junten en el patio de un mismo barrio a escuchar cómo un adulto cuenta un cuento. Así, la vida en el barrio y en comunidad se va afianzando cada vez más. “Cuando uno es adulto y estás en tu país, no tienes problema en hacer un conjunto de actividades con un niño que quizás no conoces”, ejemplifica Saint Louis.

Sin embargo, a ojos de una persona chilena, e incluso del Estado, estas prácticas son interpretadas como abandono o negligencia parental. Así fue en el caso de Joane Florvil, quien fue detenida por haber dejado a su hija en un coche al cuidado de un guardia en la Municipalidad de Lo Prado. Lo hizo mientras buscaba a una persona que pudiera traducir su petición, ya que quería consultar sobre los documentos que le habían robado a su esposo. Por lo mismo, la mujer salió del recinto.

Los funcionarios del lugar interpretaron la acción como un abandono por parte de la madre. Desde ese momento, las consecuencias de su arresto fueron fatales. Según Carabineros de Chile, la mujer comenzó a pegarse en la cabeza contra las paredes del calabozo. Para que no siguiera haciéndose daño, los funcionarios le pusieron un casco de motocicleta y cubrieron el lugar con colchones. Sin embargo, ese fue el comienzo de varias complicaciones a su salud: horas después de que ingresara a la ex Posta Central por sus heridas, la mujer presentó una falla renal. Después de un mes, Florvil murió. Durante ese período la mujer nunca pudo ver a su hija, quien desde la detención, quedó bajo custodia de Mejor Niñez (en ese entonces, llamado Sename).

“Hicieron un montón de interpretaciones. Solamente no lograron entender el nivel de confianza que tenía esa madre respecto a la gente que está alrededor”, analiza Saint Louis sobre el caso.

La Fundación Cijys es una organización que se dedica a representar judicialmente a haitianos que sufran de vulneraciones. Su directora, Michel-Ange Joseph, explica que estas malinterpretaciones de abandono se agravan porque los haitianos que viven en Chile no tienen una red de apoyo. Esto considerando que, usualmente, deben trabajar precariamente y con largas jornadas durante el día.

“Muchas veces no viven cerca de la mamá ni cerca del papá, ni de los abuelos o abuelas, entonces muchas veces los niños caen en la institucionalización. Esto también arroja a la familia a estar expuesto a tener acusaciones penales, porque cualquier cosa que pase se podría considerar negligencia”, indica Joseph. Por lo mismo, la Fundación Cijys también se dedica a realizar talleres de maternidad positiva, en los que se les informa a las madres o padres haitianos qué aspectos de la crianza son legales en Chile y los no.

Jean también recuerda que el castigo físico hacia los niños era muy común en Haití. De acuerdo con el “Perfil Estadístico de la violencia contra la infancia en América Latina y el Caribe” de Unicef del 2022, el país está entre las tres primeras naciones en las que se ejerce más disciplina violenta en contra de los infantes. “Hay gente que tiene que ir a tribunales por lo mismo, porque hay vecinos que llaman a carabineros y dicen que hay maltrato hacia los niños. Y van y le quitan el hijo a sus padres. O sea, acá eso no se puede. En mi país sí se puede“, comenta Jean.

Para él, la crianza de sus hijos es “a la haitiana”, pero el castigo físico no está entre sus prácticas. Con sus niños -que ahora tienen 11, 17 y 18 años-, trata de dialogar y escuchar cuando existe algún problema. Por ejemplo, para el Día del Padre, Jean les pidió solo una cosa: que le hicieran una carta contándole sobre sus sueños, y las maneras en las que él podía aportar y en las que estaba fallando. “Eso es importante. Hoy en día siento que los padres somos una guía. No es como antes (…) Es necesario adaptarse a los tiempos”, explica Jean.

Aun así, el haitiano cuenta que exige respeto y orden en su hogar. Indica que en su país esos son valores recalcados: se aprecia mucho la obediencia hacia las figuras de autoridad. Puede ser desde un funcionario público hasta un padre. “Si la mamá les dice algo (a mis hijos) y ellos no lo hacen, cuando yo llego a la casa no los saludo. Ese es el castigo: sentir la indiferencia”, relata Jean.

Dentro del hogar de los haitianos: conservando la sazón y el creolé

Louise Leila Detand (42) está en Chile hace siete años. Si bien en un principio tenía amigos haitianos con los que hablaba creolé y compartía su cultura, todos terminaron yéndose del país. Así, la mayoría de las personas con las que convive son su pareja chilena, sus compañeros de trabajo en un supermercado y sus dos hijos. De estos últimos, el mayor es oriundo de Haití y el menor es chileno.  

La única persona con la que habla creolé es con su primer hijo. Sin embargo, como el mayor llegó a Chile con seis años, no domina su idioma natal con fluidez. Por ejemplo, cuando llegaron al país, no podía ver tanto a su hijo por el trabajo: él llegaba de la escuela a las tres y media de la tarde, y ella debía trabajar a la misma hora. Lo mismo provocó que no pudiera enseñarle más sobre el idioma, ya que no pasaban tanto tiempo juntos.  

“Mi hijo habla más español que mi idioma, porque pasa más tiempo con chilenos y no tiene amigos haitianos. Pero yo aún tengo mi idioma aquí, sí. El creolé ya está en mi sangre”, cuenta Louise Leila. Aun así, la mujer ha hecho intentos para seguir inculcándole el idioma: le muestra programas en creolé y cuando habla con sus tíos o primos haitianos, ella lo guía para que se comunique. En el caso de su hijo menor y chileno, Louise Leila aún no sabe qué idioma utilizará: el pequeño tiene 3 años y hace poco fue diagnosticado con trastorno del espectro autista (TEA), por lo que aún no habla.

Louise Leila también encuentra otras maneras para mantener viva su cultura dentro de su hogar en La Cisterna: la mayoría de la comida que prepara es haitiana. En las mañanas, cuando sus hijos deben ir al colegio y al jardín respectivamente, el desayuno es plátano verde frito o spaghetti haitiano. Este último es una comida típica de su país natal: son fideos con salchichas, rebozados con una salsa de kétchup y epis –una pasta de hierbas frescas, pimientos y ajo–. 

Si bien a primera vista parecen ser alimentos pesados para comenzar el día, que la comida sea contundente en Haití es común. Daniel Egaña, académico de la Universidad de Chile y uno de los autores del libro Kinan’m: gastronomía haitiana en el paisaje alimentario de la región Metropolitana, cuenta que las bases de las preparaciones haitianas son el arroz y los porotos negros.  

“Es una cocina que está vinculada a las cosas que se producen en los sistemas alimentarios locales de cada país. Por otro lado, es una cocina basada en muchos guisos de verduras, que acompañan esta base de arroz y porotos. Una lógica de cocina que es bien ajena a la chilena, aunque es bien común a otros países de Latinoamérica”, indica Egaña.  

Según la directora de la Fundación Cijys, Michel-Ange Joseph, estos platos son comunes debido al consumo energético que tienen los haitianos en su país. “Hay que recordar que en el Caribe hay mucho calor, la gente transpira mucho. Todo el mundo hace harto movimiento, por lo que la gente come mucho y no se engorda. Las personas son muy activas”, explica Joseph.  

Mientras que Louise Leila no cocina comida chilena, porque no sabe cómo hacerla, Jean y su familia prefieren no consumirla porque la encuentran sin sabor. De hecho, cuenta que sus hijos no les gusta comer fuera de casa. Los domingos en su hogar, por ejemplo, la rutina es un festín de preparaciones haitianas. “No puede faltar el plátano frito, carne frita, arroz y pikliz haitiana”, indica Jean. Esta último es otro condimento para sazonar la comida: consiste en repollo, zanahorias y pimientos en escabeche. Incluso, en el caso de Jean, le echa caldo Maggi.  

Esto no es lo único de su cultura que el haitiano comparte con sus hijos: en su hogar, él y su esposa hablan en creolé y en español. Sin embargo, como le pasa al hijo mayor de Louise Leila, sus tres niños conversan más en castellano. “Entienden (el creolé) un 90%, y lo hablan en un 20%. Porque se juntan más con gente chilena (…) Yo voy a hablar con mis hijos en creolé y me contestan en español”, explica Jean.

Ser chileno y vivir con piel negra

Jean aún recuerda una de las primeras veces que presenció cómo sus hijos eran discriminados. Ocurrió cuando él estaba con sus niños en la micro: de repente, se dio cuenta de que una mujer los miraba fijamente, con recelo. Uno de los pasajeros se fijó y le dijo:

–Oye, no los puedes mirar así a ellos. Son personas también.

–Yo estoy aquí en mi país –le respondió la mujer.

–Pero señora, ellos nacieron acá –, contestó Jean, refiriéndose a que, al igual que ella, sus hijos eran chilenos. Finalmente, el hombre decidió no hacer caso.

Esa no ha sido la única vez que el haitiano ha presenciado discriminación junto con sus hijos. Reconoce que muchas familias chilenas han apuntado a la existencia de hijos de migrantes como una razón para que no haya cupos en los establecimientos educacionales. “Dicen que el gobierno o el Estado le está dando más derechos u oportunidades a hijos haitianos que a chilenos”, explica Jean.

Sin embargo, más que un tema de preferencias, es una situación de capacidad. Debido a que han llegado más migrantes al país, independientemente de si son haitianos o no, la cantidad de cupos a establecimientos educacionales se ha visto superada. Esto porque, en el artículo número 19 de la Constitución chilena, se garantiza el acceso a la educación a cualquier persona, sin importar su origen o condición migratoria.

Aún así, hay ciertas lagunas. De acuerdo con Valentina Oteiza, abogada del área de migración del estudio jurídico Migración Chile, ciertas personas migrantes pueden tener dificultades a la hora de acceder a la gratuidad. Por ejemplo, esta sólo se le puede otorgar a extranjeros que tengan la residencia definitiva. “Si tú eres, por ejemplo, una persona extranjera, que aún no te dan la definitiva porque inmigración se ha demorado, no podrías ir con gratuidad. Y ahí se les está otorgando un trato desigual a las demás personas, vulnerándose una garantía fundamental”, indica Oteiza.

Sin embargo, a pesar de que en algunos casos la Corte Suprema y de Apelaciones ordenan una mayor diligencia en la regularización de la condición migratoria para que puedan acceder a la gratuidad, esto no se refleja en la práctica. “Sin embargo, (la orden) no es algo que va en contra de las universidades. Se supone que ellos se pueden reservar ese derecho”, explica Oteiza.

En cuanto a la educación, Jean recuerda cómo su hija llegó llorando de la escuela el año pasado. Un grupo de chicos del mismo establecimiento, más grandes que ella, le empezaron a decir “negra” de manera despectiva. “Ella se sentía mal. No quería ir al colegio. Así que le conté a una conocida en el consultorio que tengo, y me dijo que eso no podía estar pasando. Que tenía que llevarla al psicólogo”, relata Jean.

Según la experiencia de María Emilia Tijoux, socióloga y académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, y experta en migraciones y racismo, los niños pueden caer en prácticas discriminatorias con sus pares porque la migración es reciente. De esa manera, ellos no están acostumbrados a relacionarse con alguien de un aspecto distinto, como la piel negra.

“Tenemos una deuda con con nuestra historia, en donde se han contado una serie de cosas mal o no se han contado. Nosotros tuvimos personas negras viviendo en Chile, y hubo personas africanas que lucharon en guerras por nuestro país, y hubo ascendencia negra que después se propagó por todo el país. Nunca se ha hablado de eso de manera positiva, porque la gente no lo sabe, no lo enseñan en los colegios”, explica Tijoux.

Además, la académica hace énfasis en el valor de que un niño se críe en un espacio multicultural y los beneficios que este puede traer a sí mismo y a la comunidad. “Estar en un ambiente intercultural a los niños les abre el mundo, les multiplica la mirada sobre las mismas cosas. Son más amplias. Porque los otros niños, aunque hayan nacido en Chile, tienen el conocimiento que les enseñan sus padres en sus propios países”, concluye.

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