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Cultura & Pop

30 de Agosto de 2024

¿Se subrayan o no los libros? Leerse a una misma

Foto autor Silvana Angelini Por Silvana Angelini

Silvana Angelini, columnista de The Clinic, debate sobre la práctica de subrayar libros, pese a que algunos lo consideren un sacrilegio. "Los que subrayamos creamos un diálogo con el libro y con nosotros mismos: nos permite reflexionar", dice.

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Estuve treinta años sin subrayar libros. Personalmente tengo la impresión de que existe un temor reverencial hacia ellos, como si para algunos fueran objetos de museos. Para esas personas el acto de rayar, anotar al margen, doblar las páginas, es un sacrilegio. Por otro lado, los que subrayamos creamos un diálogo con el libro y con nosotros mismos: nos permite reflexionar, y fijar un momento de nuestra existencia. Se convierte en una bitácora de la vida. 

¿De dónde viene la idea de que los libros son objetos intocables? Para muchos subrayar significa arruinar el objeto, como si los libros fueran un elemento sagrado al que hay que rendir pleitesías. De cierta manera, se entiende que el libro no pertenece a la vida diaria sino más bien al librero, que lo guarda y protege. 

A los subrayadores los dividiría en tres grupos: medidos, intermedios y salvajes. Los primeros, aún tienen un dejo reverencial. Subrayan con lápiz a mina y ponen post it para no arruinar las páginas. Jamás doblarían las esquinas de las páginas o usarían lápiz de pasta. 

Los segundos, los intermedios, no le tienen miedo al libro, lo usan como elemento de diálogo, de conversación. Creo que pertenezco a esta pandilla. Subrayo con lápiz de mina, doblo las páginas de arriba o abajo (dependiendo del lugar de la cita, a esta acción en inglés le llaman dog ear porque el doblez se parece a una oreja de perro), anoto en los bordes del libro reflexiones o analogías. La tarea más ardua es el uso de las últimas páginas en blanco del libro, el pliegue que el editor o editora nos regala para anotar. En ellas apunto el número de la página y transcripción de la cita. Es hermoso cuando los libros tienen más de una página en blanco al finalizar el libro. Esa página la uso medidamente, para agregar la mayor cantidad de texto. Desde hace unos meses agrego símbolos como viñetas o asteriscos: quizás con esto me estoy pasando al tercer grupo. 

Los subrayadores salvajes son bestiales, un amigo me comentó que si sus propios libros le hicieran un Juicio de Núremberg, el tribunal (sus textos más subrayados), lo condenarían sin piedad. Este tipo de subrayador es extremo, deja los libros en la playa abiertos al sol, marca con lápiz a pasta, agrega páginas dentro del libro (ya no le queda más espacio, y los corchetea), usa todo tipo de simbología imposible de descifrar, dobla las páginas sin misericordia, llena de anotaciones los bordes, y usa lápices de colores o destacadores. El libro de este subrayador extremo, es un caos por donde se mire. 

Estas definiciones sin duda se pueden agrandar y complementar, son móviles y libres, uno puede pasar de categoría en categoría. Por ejemplo, debo admitir que con los libros de poesía tiendo a subrayar menos, quizás porque las ediciones son más cuidadas y me dan la sensación de que el objeto libro en ese caso es más eterno, menos cotidiano. 

Pedro Mairal, en su libro “El subrayador”, y en el relato del mismo nombre, comenta: “En un bar de Belgrano, donde desayuno a veces, siempre encuentro los diarios subrayados en birome azul. Me intrigaba saber quién hacía eso porque son subrayados muy buenos, afilados, obsesivos, a veces mínimos. Voy a ese bar en busca de esos subrayados porque me ayudan a leer el diario con mejor humor y en menos tiempo. No leo tanto el diario, sino que leo lo que el otro señaló. Busco sus marcas en las páginas. Porque, a veces, no solo interviene las notas sino también las fotos, y lo hace apenas con unas flechitas que le encontré un par de veces señalando una cara en particular entre varias”.

El 2011 se realizó una serie de conversaciones en el museo argentino MALBA que se llamó “¿Cómo leen y qué subrayan los escritores?”. El pintor Eduardo Stupía comentó: “Cuando marco algo de un libro, me doy cuenta de que el marcado soy yo, que hay libros que efectivamente me marcaron y que hay otros que uno marcaría desde el comienzo hasta el final”. La relación de C.S. Lewis con el subrayado era la siguiente: “Para disfrutar a fondo un libro lo trato como un pasatiempo. Comienzo haciendo un mapa en una de las hojas finales, luego hago un árbol genealógico. A continuación, escribo un titular en la parte superior de cada página, finalmente indizo al final todos los pasajes que tengo subrayados por alguna razón. A menudo me pregunto, considerando cómo la gente se divierte haciendo álbumes de recortes o de fotos, por qué tan pocas personas hacen un pasatiempo de su lectura de esta manera”. 

María Moreno publicó el libro “Subrayados. Leer hasta que la muerte nos separe” donde repasa su relación con los libros, desde la niñez hasta la actualidad, y todo lo que significa el acto de subrayar a sus autores y autoras favoritas “de atrás para adelante y del lado de adentro”. En el mismo libro cita a Roland Barthes que menciona: “¿Nunca les ha sucedido, leyendo un libro, que han parado o continuamente a lo largo de la lectura, y no por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿nunca les ha pasado eso de leer levantando la cabeza?”.

En este sentido, todos estos autores tienen una estrecha relación con la interacción con los libros, donde nos convertimos nosotros mismos en artistas, en creadores de un nuevo mundo, de un nuevo libro. Estamos escribiendo junto al autor, creando nuevas realidades, acercándonos a nuevas formas de creatividad, y exponiendo nuestras ideas frente al texto.

Hace pocos días tenía que buscar una cita en el libro “Operación Shylock” de Philip Roth (una edición de bolsillo de 500 páginas con una letra pequeñísima). Al abrir el libro me di cuenta, con tristeza, que pertenecía a mi época de no subrayar, lo que fue un gran obstáculo para buscar el fragmento. No solo impidió buscar la cita, sino también saber quién era yo en ese momento. Al releer, a veces me pregunto por qué subrayé una línea y no otra. Subrayar permite en ese sentido observarnos desde la relectura futura, destacar ideas que nos parecieron interesantes, conversar con el texto, enfrentarse a lo que éramos, y lo que quizás podamos vislumbrar de nuestro futuro. Es un arma contra el olvido: la reflexión frena el tiempo, nos permite parar en este mundo moderno, levantar la cabeza, mirar y conocernos desde otro lugar.

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