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Entrevistas

14 de Septiembre de 2024

Luis Jara: “Soy un resiliente del bullying, el gordito que no juega a la pelota, que no tiene un buen mono para la tele”

Después de pasar por lo que él define como una especie de limbo después de la pandemia, Luis Jara está de vuelta. Este regreso lo tiene viviendo en Miami junto a su familia y trabajando en Chile. Aquí graba capítulos del programa de concursos “Mi nombre es”, de TVN, y sostiene el espacio de conversación “Al piano con Lucho”, en el canal TV+. También promociona su más reciente trabajo, “Latin Swing”, grabado junto a Humberto Gatica, en Los Angeles. Jara dice que haber parado por obligación le enseñó a esperar y a vivir sin expectativas, a no correr. También asegura que no volvería a hacer un matinal, porque quiere seguir siendo dueño de su tiempo: “Tener el pase en la mano es intransable para esta etapa de la vida”.

Por Jimena Villegas
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Son pasadas las siete de la tarde del primer martes de septiembre y Luis Alberto Jara Cantillana, de 58 años, sale por el backstage del enorme estudio 9 en TVN, avanza por un pasillo del canal público y mira su teléfono, que está sonando.

-“Es Mario Kreutzberger”, dice. “¿Qué querrá?”. Saludarlo era lo que quería Don Francisco.

Ya en un camarín un poco desangelado, a punto de sentarse en un sofá que ha vivido tiempos mejores, Luis Alberto Jara Cantillana, más conocido como Luis Jara a secas, dirá primero, así al aire, pensando en voz alta, que el animador de televisión más famoso de Chile es casi como de su familia. Ya para esta entrevista, explicará que su relación con él ha ido mutando a lo largo de la vida y que, aunque Kreutzberger “es una marca registrada tremenda”, para él es sólo otro ser humano sobre la faz de la Tierra: “Yo lo miro y es un abuelo, un animador, un creativo, un marido. Fue un hijo. Es un humano. Nadie de otro planeta. Y es así como más me gusta verlo, porque es la forma en que más me he podido acercar a él. Me gusta poder mirarlo sin afanes, sin influencias, sin expectativas”.

Luis Jara, cantante, filántropo y también animador de televisión, conoce a Mario Kreutzberger desde que era un niño. Un viral de RecTV -el canal del recuerdo de C13- lo muestra cantando el año 1978 en “El mundo del capitán sacacorchos”, un programa que conducía Armando Navarrete, “Mandolino”, el socio que tenía entonces Don Francisco para hacer humor.

Desde ahí, Luis Jara fue creciendo. Avanzó primero hacia un segmento de “Sábados gigantes” llamado “El Clan Infantil”, para después desarrollar una extensa carrera artística, que suma unos 18 programas de TV y 20 discos, y que -asegura él- tiene un punto de quiebre en la canción “Ámame”, que le cambió las tornas: “Tiene que ver con alguien que se la jugó por mí y con cómo, con esa herramienta, con esa llave, he abierto mi vida, mi carrera, todo. Sin esa canción no estaría sentado aquí”, explica.

Para él, agrega, hay en ese tema del compositor y hoy gerente de confites Mabú, Reinaldo Tomás Martínez, “una historia formidable”, que incluye la magia y a su padre, Luis Jara Vergara, metiendo la grabación de “Ámame” en plumavit, para mandarla a radios de todo Chile a través de buses interprovinciales. Con esa canción ganó en 1985 un concurso del mítico estelar “Martes 13”. Fue el tema más escuchado de ese año, su salto a la fama.

Una década después, el Luis Jara cantante se convirtió también en conductor televisivo, al debutar en “¿Cuánto vale el show?”, de Chilevisión. Ya en el siglo XXI, en 2003, saltó a la pantalla de Canal 13, donde partió con un espacio satélite del Festival de Viña del Mar y tuvo su primer estelar propio, el programa de conversación y humor “Mucho Lucho”. El año 2009 aterrizó en Mega, tras una fallida incursión en un matinal del 13.

En Mega volvió a los estelares y también consiguió instalarse como rostro de la mañana, en “Mucho gusto”. De allí salió tras el estallido social de 2019, cuando el canal, presionado por protestas en las afueras de su sede en Vicuña Mackenna, se vio obligado a modificar el menú de contenido liviano por pautas más periodísticas. En 2020, mientras el mundo se sumergía en la pandemia del Covid-19, Luis Jara se instaló junto a su familia en Miami, donde todavía reside, aun cuando desarrolla su agenda laboral en Chile.

En este momento tiene tres proyectos en desarrollo. Graba -junto a Amaya Forch, Gonzalo Valenzuela y Jean Philippe Cretton- los capítulos del espacio de talentos “Mi nombre es”, que debutará en la pantalla de TVN durante el último trimestre. Conduce el franjeado nocturno de conversación “Al piano con Lucho”, en el canal TV+, en cuya propiedad todavía la UC de Valparaíso tiene un 10%. Y va quemando fechas del tour “Latin Swing”, en el que promociona su más reciente disco y que -afirma él- tendrá un primer cierre el 11 de octubre próximo.

—¿Y va a celebrar los 40 años de “Ámame”?

—Lo había hablado en mi fuero más interno. Pero sí, públicamente creo que hay que celebrar a los 40 años de “Ámame”. “Ámame” lo merece.

***

Si se sacan bien las cuentas, Luis Jara suma más de cuatro décadas de oficio. En ellas pareciera que le ha pasado un poco de todo y que buena parte de ese “un poco de todo” está registrada para las audiencias. Un desgastado audiovisual grabado en los años 80 del siglo XX lo muestra siendo víctima de una pesada cámara indiscreta, en la que se lo acusa falsamente de plagio durante un Festival de Viña. Su propia red social Instagram, en la que siempre está activo, lo revela de camino a una clínica en Miami, para hacerse un trasplante capilar, o lanzándose feliz con ropa a una piscina, a modo de agradecimiento a un equipo de trabajo.

También hay disponibles en YouTube cortes recientes, que lo captan fascinado en su faceta de cantante arriba de escenarios. Uno especial, bien antiguo, lo instala en medio de un grupo pequeño, solo de famosos, con guitarra en mano y liderados por el chef Raúl Correa, mostrando su notable talento vocal. Una escena, que él suele contar, pero que no está documentada, es la del niño poco agraciado. Jara dice que oyó a un productor decir que “no tenía buen mono”. Por eso, aunque cantaba bien, otro niño doblaba su voz: “Hoy día lo miro y digo qué daño se le puede provocar una persona con esta especie de discriminación. Pero igual he ido construyendo una personalidad en base al rigor, al sobreponerse, a la resiliencia”, dice Luis Jara.

—¿Hay algo de lo que ha hecho que le haya dado vergüenza alguna vez?

—Sí. No sé si la palabra es vergüenza, pero soy una persona que cree en el arrepentimiento. He logrado entender que no soy tan soberbio como para decir que no me arrepiento de nada. Pienso que nunca me hice cargo de la responsabilidad que tuve de manejar esos grandes estelares y de saber qué posición ocupaba realmente ahí, muy a pesar de esta especie de fama de egocéntrico, un término tan manoseado y que nadie sabe realmente qué es. Yo me arrepiento y me avergüenzo de no haber sido lo suficientemente firme frente al hecho de Robbie Williams.

El 24 de noviembre de 2004, con público en un set de Canal 13, Luis Jara recibió como anfitrión del estelar “Mucho Lucho” a Robbie Williams. El encuentro, que había sido muy promocionado en la previa por la estación, duró con suerte cinco minutos. Williams no habla castellano y Jara no se comunicaba bien en inglés. A última hora, el artista anglosajón se negó a tener traducción simultánea y eso hizo que el conductor chileno quedara expuesto al azar.

Luis Jara trató de romper el hielo, dándole a Williams un mensaje personal al oído antes de ir al aire. Pero no funcionó, Williams se incomodó. Ése y otros errores comunicacionales hicieron que el invitado se sintiera maltratado, fuera de lugar y no acogido. Poco cooperó la bulliciosa audiencia en el set que gritaba “mijito rico”, sin que nadie le explicará qué significaba esa frase. Una integrante de su equipo salió a defender al músico inglés y se quejó al equipo del chileno, porque parecía no haber preguntas preparadas. Visiblemente descolocado, Robbie Williams se paró del sofá, miró a la gente y dijo: “Me voy a mi casa”. Luis Jara se quedó solo en el estudio.

Hoy, el animador chileno dice que no encuentra tan grave el hecho en sí mismo, pero contextualiza el fondo que -para él- envuelve esa anécdota: “Yo invito a mi casa, y el tipo que llega es el que me dice a qué hora hay que comer, qué hay que comer y a qué hora se va. Siento que, en mi rol de anfitrión, no fui capaz de hacerlo bien y es algo que me ha hecho repensar el saber poner límites”.

—¿A qué se refiere? ¿Qué límite había que poner?

—Yo tendría que haber dicho: “Bueno, aquí se habla español y aquí las reglas las pone un equipo”. Y haber puesto la exigencia de aquí no soy yo el responsable y que necesito que un canal se haga cargo. Miro para atrás y me pregunto: ¿por qué no lo hice?

—¿Por qué no lo hizo?

—Los miedos que uno arrastra. El miedo…

—¿A perder el trabajo?

—A perder la pega, o el miedo simplemente. Quizás el miedo de los fantasmas del principio de mi carrera, cuando decían “este pendejo no tiene buen mono”. O el miedo de tener que levantar el dedo para que te vean. Son un montón de cosas, y no es que me avergüence, pero probablemente hoy sí lo haría diferente.

—Podría haber exigido que hubiera traductor.

–Sí. Pero, más allá, creo que todos los seres humanos tenemos que aprender a poner límites, y lo digo en general. No soy una víctima de nada. Soy la consecuencia de lo que me pasó en su momento. Hoy creo que no lo supe manejar, y la verdad es que ahí sí sentí mucha vergüenza.

—Se debe haber querido morir. ¿Cómo lo hizo?

—Ahí hay parte de la resiliencia que me reconozco. Convertí la vergüenza en una oportunidad, con el humor, y es el humor a la fuerza y es un aprendizaje. No hay nada que no sea insalvable, que no se pueda superar. El humor es una herramienta y tienes que guardarla en un lugar de tu vida. Tarde temprano, todos estamos expuestos a que nos suceda algo que nos incomode, que nos haga daño, que nos exponga.

—Usted hizo una publicidad con ese momento.

—Sí. Hice una publicidad para el ministerio de Educación y grabé “Un golpe de suerte” en inglés.

—Acaba de citarlo, ¿qué es para usted el ego?

—Una vez, que me reí mucho, me regalaron “El libro del ego”, de Osho. Yo un día digo: “Bueno, busqué mi foto adentro y no estaba”. No soy protagonista de nada, pero sí de mi vida y desde ahí puedo construir. El ego tiene que ver con eso, con tu identidad y con que nadie puede indicarte el camino. Solo tú sabes el valor. Me doy el valor que creo que tengo, y eso es tu ego. A mí me importa tanto la gente, me gusta tanto la empatía, me gusta tanto escuchar a los demás, que el egocéntrico no vive conmigo. Pero, para mí, el ego es saber cómo me construí y cómo me armé.

—Ha sido pasto de imitadores y de memes. ¿Qué le pasa con eso? ¿Le da pudor o pena o rabia?

—Nunca. Eso es humor. Yo fui un resiliente del bullying. El gordito que no juega a la pelota, que no tiene patio, que no tiene un buen mono para la tele y que finalmente se constituyó en un presidente curso, en el compañero que estaba teleserie y en el más divertido de todos los compañeros. Entonces para mí, en realidad, un meme no es otra cosa que cariño. O sea, no puedo pensar que haya gente que me haga un meme porque me quiera dañar. Lo hace porque se quiere reír conmigo. Y si se quieren reír de mí, el primero que se ríe de mí soy yo. Me miro al espejo y sé exactamente cuánto peso, qué es lo que me sobra, cuánto pelo me falta.

—Ahora ya no le falta pelo.

—No, me puse. Me lo compré.

—Y lo documentó en Instagram. ¿Por qué necesitaba ponerse pelo?

—Me gusta. No me sentía cómodo tan pelado. No hice una encuesta. No le pregunté a nadie, la verdad.

—¿Ni a su señora?

—Ella estaba completamente de acuerdo: “Mi amor, qué simpático, qué bueno, te acompaño”.

-¿Y quedó contento con el resultado?

—Está espectacular, soy la envidia de todos. Me llaman 50 millones de amigos. Todos se quieren poner, pero a todos les da vergüenza.

—Usted está viviendo en Miami. Es un inmigrante. ¿Se siente un inmigrante?

—Mi propósito siempre es hacer comunidad. Me gusta estar solo pero también me gusta vivir en comunidad. Por eso entiendo que muchos inmigrantes en Chile se tomen los barrios y se los apropien. No estoy hablando de la delincuencia, sino de crear comunidad. Incluso estuve a punto de hacer un WhatsApp con todos los chilenos que van a buscar una oportunidad, pero no estoy hablando de los famosos. La gente cree que hay cuatro chilenos en Miami, Zamorano, Douglas, Rafael Araneda, y no. Hay mucho chileno bailarín, coreógrafo, actor y cocinero. Y sí, uno se siente un inmigrante.

—¿Lo han hecho sentir inmigrante? Porque allí están acostumbrados, a diferencia de lo que hoy pasa en Chile.

—Es que creo que hay problemas que son de base. Creo que los chilenos hemos sido víctimas de las malas decisiones que se han tomado como Estado, de no saber cómo vamos a recibir visitas en la casa y no ser capaces de recibir a toda la gente que llegó. O sea, yo abro la puerta de mi casa y viene todo el mundo. Entonces, no hemos sido capaces de preparar esta casa para recibir a la gente y tratarla bien, que se sientan bien.

—¿Qué tal es su relación con la comunidad de chilenos famosos allí? ¿Hace comunidad?

—Nos hablamos. Con Douglas tenemos una relación preciosa, somos colegas. Pero no existe esa obligatoriedad de juntarnos, yo vivo muy lejos de ellos. No existe esa cosa de juntémonos, cantemos todos los días. No existe eso allí como tampoco existe en Chile. Aquí no me veo todos los días con Jean Philippe Cretton y allá es lo mismo. Hay una especie de ilusión de que nosotros vivimos como en una isla, pero es parte de lo que crean los programas de farándula. Uno va al colegio y al supermercado, cocina, paga las cuentas, paga los seguros, se estaciona, se le desinfla una rueda.

—Profesionalmente, ¿en qué etapa está usted?

—El paso del tiempo te va dando perspectiva, te va quitando expectativas y te va haciendo amar más los procesos. Ya tengo una mirada más amigable de mi historia. No siempre fui tan amigable, porque soy muy autoexigente. Sin embargo, hoy día miro y estoy reconciliado con el niño que no tenía “buen mono” y siento que mi carrera es una vuelta súper larga.

—¿Puede ser que esa frase del mal mono lo haya marcado tanto como para ir a hacerse cambios? De pelo, de nariz, de físico.

—Nosotros somos consecuencia de nuestra historia y probablemente en un principio había un afán de aprobación. Pero hoy día busco el sentirme conectado conmigo, con quien quiero ser, no con como quiero que me vean. Esa es evolución y, cuando vas a cumplir 60 años, todo cuenta, todo vale, todo está bien. No borro nada de mi historia.

—¿Ha pasado por terapia?

—Mira, me he terapiado poco, porque quizás he hecho una terapia en vivo y en directo. En los últimos ocho años me hice una terapia muy breve, no muy extensa. La terapia significa, en el fondo, mirar tu vida, mirarte internamente, mirarte al espejo y no siempre uno es muy amigo del espejo. Agarré esa fuerza de mirarse al espejo después de los 50.

—¿Qué le devuelve el espejo?

—Yo veo un niño, con todo lo que eso implica, y lo abrazo. No lo castigo ni lo discrimino. Lo quiero. Veo a un niñito de barrio, ansioso, con mucho amor por sus padres, queriendo salir al mundo, con dos cuerdas vocales y nada más. Me emociona contar esto.

***

Luis Jara cumplirá 59 años el próximo 25 de octubre. A estas alturas -dice- lo que más valora en la vida es sentirse en paz, ser dueño de su tiempo y hacer lo que de verdad quiere hacer. Parte de eso último es sostener su fundación, MusicArte. El fin de semana pasado viajó a Chiloé, donde el viernes y el sábado tenía una activación con los niños y jóvenes aspirantes a artista a los que apoya. MusicArte fue fundada en 2017 y Jara se dedica a recaudar recursos para viajes, formación y grabaciones. También da becas y organiza festivales.

“Latin Swing”, como se llama su último disco, llegó a las plataformas en mayo. Lo componen versiones orquestadas de siete temas del cancionero latino, uno de ellos “Tu falta de querer”, de Mon Laferte, en versión bossa. Es un trabajo que fue producido en Los Angeles (Estados Unidos) por Humberto Gatica, ganador de 17 premios Grammy y un hombre que ha trabajado con Michael Jackson, el grupo Chicago o Andrea Bocelli, entre muchos nombres.

Luis Jara cuenta que “Latin Swing” está atado a un decreto: “Una vez dije: ‘Mira, si algún día yo llego a ponerle un sello a mi carrera, tengo que grabar con Humberto Gatica. No sé cómo lo voy a pagar, no sé cómo lo voy a hacer, no sé cómo voy a llegar, pero yo tengo que hacer un disco con Humberto Gatica’. Punto. Nada más. Sé que lo dije, pero no sé a quién se lo dije”.

—¿Y qué significa este disco para usted?

—Cuando apareció la oportunidad, la aproveché. Para mí “Latin Swing” fue una excusa para grabar con el mejor. Humberto es el chileno que más alto ha llegado en la música en el mundo. O sea, si él dirigió a Michael Jackson, a Lionel Richie, a Cindy Lauper, a Tina Turner y yo puedo estar en ese micrófono, ¿qué más puedo pedir?

—El disco tiene un estilo musical que parece acomodarle.

—Sí, pero fue él. Humberto me invitó a hacerlo. Cuando llegué frente a él, yo no estaba claro en cómo retomar mi carrera musical. No estaba inspirado, estaba en una especie de limbo. Tampoco me critiqué por eso ni me exigí, porque yo aprendí a esperar.La inspiración llega cuando menos te lo esperas, en el momento en que tiene que llegar, por cualquier lado. Él me dijo: “Tú eres un crooner, un showman, y ésta es la propuesta”. Cuando me la ofreció, me metí al estudio inmediatamente con él y me dijo algo muy simbólico, muy representativo y muy exigente.

—¿Qué le dijo?

—Cuando me puse los audífonos en el estudio en Los Angeles, él me dijo: “Mira, en este micrófono Celine Dion grabó “My Heart Will Go On”, en este micrófono grabó Michael Bublé. Entonces, Luchito, ahora le toca a usted”. Obviamente, sentí la presión, pero es una presión rica.

—¿Qué lo tenía en el limbo?

—La pandemia, básicamente. Sirvió para parar, pero también para repensar y no me arrepiento. Creo que me permití estar en esa especie de ver qué va a pasar. No sé si me quería reinventar, pero sí quería bajar cuatro cambios, y eso significa: “Bueno, ¿vamos a seguir corriendo, haciendo cinco horas de televisión diaria?”. Me parece que fue muy bueno para mí. Aprender a esperar, dejar de correr, tener tiempo. Tener tiempo no significa que te vaya mal o no tener cosas que hacer. El ocio también fue muy importante, una especie de nueva era, de aprender qué hago con el tiempo libre.

—¿Y qué hizo?

—Le abrí los ojos a mi hijo chico. Hemos tenido un reencuentro impresionante. No el del papá culposo, porque para eso tengo una compañera excepcional que me va quitando las culpas, pero sí el de poder ir a dejarlo al colegio, de poder caminar con el perro donde nadie me conoce, de poder levantarme y poder hacer un desayuno familiar, de decidir sin tener que correr para hacer un matinal. Ahora tengo tiempo y tener tiempo es una riqueza.

—¿Entonces no echa de menos el matinal?

—No, no, no. Soy muy humilde, muy agradecido, porque no quiero que alguien vaya a… aunque en realidad no me da lo mismo. No, no volvería a hacer un matinal. Creo que hicimos un matinal espléndido. Me hizo profundamente feliz y sé que hizo feliz a mucha gente, pero no. La libertad es intransable. Tener el pase en la mano es intransable para esta etapa de la vida.

—¿Qué sentimiento le provoca hoy la tele?

—Para mí la tele es nostalgia. La tele me provoca mucha añoranza. Como ser humano, creo que los recuerdos más felices de mi vida están en la tele. Los correteos o las kermesses yo los viví en la tele. Las luchas internas y la sobrevivencia las tengo en la tele. Pero hoy día, como hombre de la industria, siento que la tele tiene una gran deuda con la audiencia.

-¿Cuál es esa deuda?

-La audiencia también creció y no en densidad de gente sino en exigencia. Estar al debe es pensar que la gente no tiene una apreciación de lo que es bueno o excelente, de lo que es cariñoso, amigable o informativo. El público creció y por eso la tele no cautiva a los jóvenes. Hoy los jóvenes tienen una capacidad de discernimiento que nosotros no teníamos a nuestros 18 años. Quisiera que la televisión, que no va a morir nunca, fuera capaz de generar un contenido que vuelva a juntar a la familia. Quizás no como antes, cuando la gente tenía tiempo para tomar once. Pero hasta hace 20 años la televisión cumplía un rol en la familia y ya no lo cumple. Hay otra tele nueva, revolucionaria, inclusiva, honesta, transparente, que no tiene que ser boba sino representativa del ser humano de hoy.

Usted tiene el programa “Al piano con Lucho”. ¿Qué le significa?

—Estuve como cuatro años fuera de pantalla. Conozco la industria, soy un hombre grande. No encontraba un espacio donde yo sintiera que generaba valor. Primero, me di cuenta de que llevaba como 48 años en esto y pensé: ¿dónde me ubico?, ¿cómo me hago dueño de un espacio, no para lo que quieran de mí, sino para lo que a mí me haga feliz? Después me di cuenta de que, en realidad, más que un animador, soy un anfitrión. Lo soy en mi casa, lo soy con mis amigos y lo soy frente a una cámara. Cuando me llegó esta oferta de crear un espacio, pensé: “Bueno, son tres cámaras, un piano y un invitado”. Para mí, “Al piano con Lucho” significa un lugar donde yo me quiero quedar mucho rato.

—Es un tipo de programa como de los años 70.

—Sí, tiene esta cosa como amigable. No te da miedo ir a un programa así.

—Igual es un programa de segunda franja y no un gran estelar.

—Me da lo mismo. Si comercialmente es un negocio y funciona a las siete de la mañana, que lo pongan a las siete de la mañana. El tema de hacerlo. Yo no me voy a saltar los procesos. Las expectativas no son lo que me mueven hoy día.

—¿Qué lo mueve?

—Quiero ser feliz con lo que hago, y se me nota cuando entro al estudio, cuando llego a mi casa. Ya viví esa etapa de la expectativa. Los procesos y las sensaciones son muy importantes. Soy muy feliz haciendo “Al piano con Lucho”. Y si mañana hay un canal que dice “mira, ya no se puede vender”, lo haré en mi canal de YouTube.

–¿Tanto así?

—¡Sí! Puedo conversar con quien quiera, entrevistar a quien quiera. El piano no es de un canal, el piano está en todas partes. Y yo, mientras esté vivo, siempre voy a querer conversar con alguien y que alguien se siente al piano conmigo. Creo que es un espacio creado para mí, y lo digo con harta convicción. Qué bueno que TV+ me abrió esta puerta, pero siento que es un espacio que me pertenece.

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