Opinión
27 de Noviembre de 2024¿Y dónde están las feministas?
"El problema está en exigirle todo al feminismo y las feministas: que sean juez y parte, apoyo y defensa. Que sea perfecto, uniforme y a prueba de errores, lo que es imposible para cualquier movimiento político. Ni la justicia, ni el periodismo deben ser feministas, sino que deben ser justos", señala Isabel Plant en su columna de opinión, a raíz del reciente caso de denuncia de filtración de fotos íntimas en contra del Presidente Boric. "Nos preguntan: ¿No era 'amiga, yo te creo', a toda costa?":
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Acá estamos.
Ser feminista es, por estos últimos meses, tener que rendir cuentas. De lo que hacemos o lo que no hacemos, de lo que decimos y cómo actuamos. Parte natural de un movimiento que se transformó en ola, y lo que ha pasado en otros momentos históricos: tenemos que justificar la existencia de la búsqueda de la igualdad, aunque todos estemos de acuerdo que esa igualdad no ha sido alcanzada.
Aquí vamos de nuevo.
A veces hay que partir por recordatorios simples. No todas las feministas somos amigas, porque no todas las mujeres somos amigas, ni estamos obligadas a caernos bien sólo por nuestro género. Como feministas sí estamos obligadas a defender la igualdad, la justicia y los derechos de todas las mujeres, sin importar si me caen bien o mal, opinan igual que yo o complemente opuesto a mí.
Como feministas, también, tendemos a creerle a las mujeres que denuncian por abuso o acoso sexual, porque es difícil, expuesto y doloroso. Y acá podría ir por las cifras usualmente citadas: que las acusaciones falsas existen, pero son el mínimo, alrededor del 5 por ciento dependiendo del estudio (de los que hay pocos). Podríamos hablar de revictimización y de discriminación, de trauma y de cicatrices que demoran toda una vida en sanar.
No les creemos porque son nuestras amigas, sino porque en la mayoría de los casos, dicen la verdad.
Y justamente por todo lo anterior es que el feminismo no se contradice con la presunción de inocencia o el debido proceso, sino que lo necesita para poder ser lo que tiene que ser: una búsqueda de justicia. Para las que me caen bien y mal, para las que militan en mí vereda o las que la desprecian. Y si el acusado o imputado no tiene un juicio justo, es el mismo feminismo el que se ve afectado. Justamente porque hay un porcentaje de denuncias que no son ciertas, es que el debido proceso es fundamental.
El problema está, nuevamente, en exigirle todo al feminismo y las feministas: que sean juez y parte, apoyo y defensa. Que sea perfecto, uniforme y a prueba de errores, lo que es imposible para cualquier movimiento político. Ni la justicia, ni el periodismo deben ser feministas, sino que deben ser justos.
No soy muy fanática de tomar casos mediáticos cuando aún no tenemos toda la información -algún comentarista de este medio en Instagram me bautizó como “Pepe Rojas” por tomarme unos días para opinar cuando estalló el caso Monsalve-, pero es válido decir que la acusación de supuesta difusión e imágenes íntimas en contra del presidente Boric es la nueva “prueba de fuego” del nuevo feminismo. Nos preguntan: ¿No que era “amiga yo te creo” a toda costa?
En esta misma columna he sido autocrítica de cómo uno de nuestros errores como movimiento incluyó que tras el #MeToo el abuso pareciera igual de grave que una violación, por ejemplo. Se fueron borrando las diferencias entre delitos y malas conductas. Se normalizó el uso de la funa en vez de la denuncia formal. Pero esto último sucede porque es muy difícil, históricamente y ahora, probar delitos sexuales, a menos que sean en flagrancia. Ni hablar de que son una minoría las denuncias de este tipo de agresiones las que logran una condena.
La justicia, hasta hoy, va lentamente usando la perspectiva de género, pero aún es muy difícil probar estos delitos. Por eso el caso Antonia Barra fue tan importante, por ejemplo. Por eso el Ministerio Público demoró en pedir la prisión preventiva del exsubsecretario Monsalve, por ejemplo. Por eso las cárceles no están desbordantes de pobres hombres injustamente funados, como quieren hacer creer algunos. No hay tampoco que confundir juicio público y culpabilidad.
¿Qué pasa entonces con el “Amiga, yo te creo”? Un eslogan exagerado, sí. Una deformación del “yo te creo” que nació en el alud de experiencias compartidas en el #MeToo. Que no sólo se fue extremando por las mismas feministas, sino que fue manoseado por políticos y políticas oportunistas hablándole a la barra, por matinales buscando rating, por abogados y abogadas acortando camino al usar acusaciones como sentencias (revictimizando a sus representadas, de paso).
Quizás debemos replantearlo a mujer, yo te escucho, y espero poder crear el espacio para que la justicia también lo haga.
Hace unos años, con mis compañeras de plataforma feminista, nos sumamos entusiastas a entonar el himno de Las Tesis, que tanto ofende a muchos y ha vuelto a ser cuestionado con la contingencia. ¿Violador yo? Tampoco puedo creer que tengo que explicar aquí que no, no creemos todos los hombres son violadores y que todas hemos sido violadas –eso sería una falta de respeto para las víctimas reales de violencia sexual- sino que es una interpelación a la sociedad como un todo, de qué opresiones estaban realizando sobre las mujeres. Por eso mismo se hizo viral no solo en Chile, sino que en Estados Unidos, Europa y hasta África: porque fue una catarsis. ¿Me arrepiento de haberlo bailado, gritado y compartido? Nada.
Ahora, como mujeres, ese himno también debería ser un cuestionamiento a lo que hacemos para contribuir a esa cultura, ese patriarcado, de manera consciente o inconsciente. Y eso incluye saber que así como no todas las víctimas son perfectas y no por eso dejo de creerles, el apoyar a la justicia, el debido proceso y los tribunales –y no exigir juicios apresurados ni condenas que van más allá de las merecidas- es parte de hacer el feminismo un movimiento transformador perdurable.