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Felipe Figueroa / The Clinic

Entrevistas

7 de Diciembre de 2024

Fernando Ubiergo: “En Chile, los niños y los viejos no pueden estar más maltratados”

Próximo a cumplir medio siglo artístico y con nuevo disco recién estrenado –“La Vida es”-, el cantautor sigue en plena actividad. Prepara dos álbumes y una autobiografía. Acá, recuerda su impensado triunfo en la OTI, su infancia en un hogar sin televisor, sus discrepancias creativas con Horacio Saavedra y relata los problemas de salud de algunos integrantes de su familia. Pero también evidencia desencanto del presente mundial. “Hay una infravaloración de la vida”, asegura.

Por Felipe Rodríguez
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El 9 de noviembre de 1984, hace casi exactos cuarenta años, Fernando Ubiergo estaba en la pieza de un hotel en Ciudad de México. Ensayaba cuando lo interrumpió un llamado al citófono de la habitación. Eran dos ejecutivos de Canal 11, la televisora que transmitiría al día siguiente para Chile el festival OTI de la canción iberoamericana. Ubiergo bajó y, tras los saludos de rigor, le mostraron unos folletos de turismo. “Podemos irnos pasado mañana a Acapulco, a buenas playas a descansar. No te preocupes que el canal paga todo”, le dijeron. La escasa fe al éxito del cantautor en el evento musical derivaba de una razón. En sus doce versiones anteriores, nuestro país nunca había ganado ni obtenido un segundo lugar en la OTI.

Ubiergo se sorprendió. Había ido con un tema inédito, “Agualuna”, a ganar. Tenía una competencia dura que jugaba de local: Yuri. Eran amigos y compartían sello discográfico. Cuando triunfó -recibiendo el premio de manos del ex presidente de la FIFA, Joao Havelange- a miles de kilómetros se desató un carnaval. Ese sábado por la noche en Chile había toque de queda y el éxito del solista se emitió en diferido. Junto al primer lugar de Cecilia Bolocco en un concurso de belleza en 1987 y el paso a la final de la Copa América en Argentina en ese mismo año tras derrotar a Colombia, fueron los instantes estelares de algarabía colectiva nacional en la década. Observar a la distancia a un chileno vencedor fue una inyección de autoestima para un pueblo que, en ese periodo, estaba aturdido, aislado, reprimido y más triste de lo normal.

Al día siguiente, el cantante fue a un programa de la televisión mexicana. Cuando le pidieron interpretar la canción ganadora, sacó la guitarra de su maleta y se la habían destrozado. Era la única que tenía y Ubiergo se sentía “como cuando estás en la trinchera con un compañero, termina la guerra, te das vuelta para abrazarlo y ves que lo han asesinado”.

El conductor se molestó –“¿qué clase de pueblo somos?”, sentenció al aire- y, a los pocos minutos, artistas aztecas como Armando Manzanero se comunicaron con el programa para regalarle una guitarra. En poco más de una hora, le obsequiaron doce. Solo se trajo una. Una semana después, a su llegada a Chile, el pueblo lo fue a recibir al aeropuerto con banderas chilenas y la eufórica caravana humana se extendió hasta Las Rejas. Fue su momento de mayor gloria: por cada presentación le pagaban 5.000 dólares, estuvo tocando en el Orange Bowl 1985 junto a José Feliciano y actuó en el Festival de Viña de ese mismo año cobrando como una estrella internacional. Algo inédito, hasta entonces, para un chileno.

Cuarenta años después, Fernando Ubiergo, 71 años, y 49 temporadas ligado a la creación musical, acaba de lanzar un nuevo disco titulado “La Vida es”. Su presencia no tiene el impacto de esas décadas -70 y 80- cuando su aparición fue una de las más explosivas que recuerda la historia de la música popular chilena. Pero sus canciones siguen teniendo reconocimiento masivo. En cinco días de esta última semana, hizo tres presentaciones en el sur y no se siente agotado. Durante la entrevista, varias personas le piden fotos y otros que pasan caminando lo saludan con respeto. 

“La gente en la calle no se sabía mi nombre y me decía Platón”

Ubiergo es una especie extraña en el ecosistema musical chileno. Apareció en la segunda mitad de los setenta, cuando la dictadura había descabezado todo indicio de la Nueva Canción Chilena y el exclusivo artista popular era Tito Fernández. Su lenguaje sencillo y plagado de metáforas lo acercaba al Canto Nuevo, pero ni él se sentía parte de ese movimiento, ni los integrantes de esa escena lo mencionaban como uno de los suyos. Era algo así como un hijo único. El alumno que llegaba al colegio nuevo y que, a fines de año, se llevaba todos los premios. Había ganado siete festivales y cuando obtuvo el de la Primavera en 1977 con “Un café para Platón”, se hizo famoso porque se transmitió por TVN.

“La gente en la calle no se sabía mi nombre y me decía Platón”, rememora. A los pocos meses de ese éxito, grabó “El Tiempo en las Bastillas” y triunfó en el Festival de Viña. En un principio, esa canción tendría arreglos de Horacio Saavedra. El director de orquesta, premiado por la dictadura con el monopolio artístico en programas de televisión por haber escrito jingles contra Salvador Allende, quería hacer un tema bailable. El solista, en cambio, tenía en su cabeza un inicio más “beatlesco” y una melodía más nostálgica. A Saavedra no le pareció la idea y le lanzó las partituras al cantautor.

“Un cabro chico no me va a enseñar a hacer una canción. Tengo seis festivales de Viña en el cuerpo”, le dijo y se fue. Ubiergo, desorientado, habló con el músico Guillermo Riffo, quien comprendió su intención musical. En Viña, el mismo Riffo dirigió la orquesta en esa canción. Y Horacio Saavedra contempló a lo lejos como el tema que había despreciado ganaba la competencia. 

Al día siguiente, un edecán de Carabineros se apersonó en el hotel donde se hospedaba Ubiergo. Lo invitaba a almorzar junto a Pinochet. El músico agradeció, pero se negó. “Había visto que a Hans Gildemeister y Martín Vargas los utilizaron poniéndolos en el balcón junto a Pinochet y eso te marcaba. Estuve con colitis toda la tarde”, expresa. La negativa le trajo problemas con su disquera. Pero el cantante contaba con experiencia. Las metáforas de sus letras habían hecho sospechar al régimen. Un par de agentes de seguridad habían visitado su casa para comprobar que “era un zurdo solapado” y una mujer llamada Beatriz Villalón Cáceres, jefa del área de dactiloscopia del Registro Civil y a quien nunca conoció, había ocultado su ficha personal cuando agentes fueron a pedirla.

Ubiergo estudió en el colegio Darío Salas, un nicho educacional progresista de la U. de Chile, y luego Historia en la U. Técnica, Sociología y Periodismo en la U. de Chile. Todas carreras sospechosas de probables sublevaciones para los funcionarios de la dictadura.

“Lo de Beatriz Villalón Cáceres fue muy emotivo. Un día, hace unos años, una persona en una farmacia me pide hablar. Accedo y me cuenta la historia que su madre ocultó mi ficha personal. Nunca la conocí y él me dice ‘mi mamá te salvó’. Nunca me olvidé de su nombre. Pasaban tantas cosas raras que me puse a llorar”, cuenta.

¿Cuándo grabó su disco “Ubiergo” (1979) también tuvo problemas?

—Incluí unos covers de “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara, “La era está pariendo un corazón”, de Silvio Rodríguez, y “Poema 15”, de Neruda. Lo hice porque me gustaban esas canciones y era inmensamente popular. Había vendido más de 150.000 discos de mi debut y me sentía cobijado por un aura. Incluso, toqué el tema de Víctor en TVN y, a los dos días, me avisan de la disquera que hay que sacar seis canciones por orden de Benjamín Mackenna, que era el censor cultural de la época. Me dijeron que declarara que se había quemado el máster. Pero me negué y renuncié a la compañía.

Me empezaron a sacar la chucha en todos los diarios. Mackenna declaró en La Segunda que ‘nunca más en Chile se debería publicar a autores marxistas’. Tengo el recorte de ese artículo porque mi mamá compraba todos los diarios y revistas donde yo aparecía”.

—Fue presidente de la SCD. ¿Le tocó hablar alguna vez con Mackenna?

—Él pidió una reunión conmigo una vez. Pero quise darle una lección. Había que entregar premios a músicos que cumplían una determinada cantidad de años y le entregué su premio. No tenía resentimiento. Solo quise darle a entender que la vida es más que estar aferrado a una locura.

—¿Qué hizo después de renunciar a la compañía disquera?

—Me quedé sin pega y organicé giras con un grupo de Temuco que se llamaba Best Sellers. Arrendábamos gimnasios de pueblos. Nos contactábamos con los bomberos de cada lugar, ellos pedían los gimnasios y se llevaban el 30%.

—¿Cómo llegó a trabajar en España?

—Fui a una convención musical en Río de Janeiro en el 81. Toqué dos temas y les gustaron a unos ejecutivos españoles. Llamaron a Raúl Matas, que había hecho una gran carrera en España, para preguntarle por mí. Me llama José Luis Gil, un ejecutivo que creó bandas como Locomía, y me pregunta si puedo ir a España. Le digo que sí, que a mitad de año. ‘No, quiero que vengas la semana que viene. Te mandaré los pasajes’, dice. Firmé por tres discos y estuve seis años en Madrid.

—Un gran cambio de vida…

—Tremendo. Al poco tiempo gané Benidorm, uno de los grandes festivales, con “Pienso en Ti”. Le gané a Sabina que iba con “Princesa”, una canción bellísima. Era un momento muy especial en España porque venían saliendo de la dictadura franquista. Hacía 320 radios por año en ese país. Giras de tres meses viajando en primera clase, me publicaban en veinte países. Fue el mejor periodo de la música popular española y conocí a grandes artistas de la época. Paloma San Basilio, Mari Trini, Perales, con quien todavía soy muy amigo. Yuri, a quien le tengo mucho aprecio. Pero Raphael fue el que más me impresionó.

—Es un divo. De hecho, hasta Brian Epstein, el manager de Los Beatles, se encantó con él y lo llevó a hacer shows en el Madison Square Garden…

—Es un tipo genial. Un día, en Chile, me invitaron a una comida con ocho personas. Entre ellas, Raphael. Canté un par de temas y me dijo ‘envíamelas, las voy a grabar’. Pasó el tiempo y estábamos en una premiación en un día de invierno en Madrid. Hacía frío y yo estaba con Yuri. Había arrendado un smoking y Raphael estaba con su esposa y Bertín Osborne. De repente, me queda mirando y se acerca. “Tú por acá”, me dice. Se acordó de mí. Andaba con una capa negra para cubrirse del frío y debe haber visto que yo estaba congelado, se la saca y me la pone. Lo amé para toda la vida. Es un crack. 

—¿En esos años en España que fue lo que más le impresionó?

—La alegría de vivir de la gente. Pero me llamó la atención otra cosa de esa época. Una vez en una gira hice cuatro shows en El Salvador. Era la época de las guerrillas y toqué en un pueblo donde hace doce años que no iba un músico extranjero. Estaba todo militarizado. En el local en que toqué era muy curioso porque la mayoría del público andaba con metralletas. Algo inaudito.

“Este mundo está loco, lo que lo mueve es el poder económico con dos factores: las armas y las drogas”

Ubiergo sostiene que en su peak de popularidad jamás enloqueció con la popularidad. “Siempre tuve los mismos amigos”. Tampoco bebía o se drogaba. “Nunca fui bueno para el trago. En los 90 me tomaba unas piscolas. Pero ahora nada. Soy vegetariano y camino bastante en la semana”, reconoce. Tener los pies en la tierra, estima, se lo debe a su padre.

“Nosotros no teníamos tele en la casa. Y mi facilidad con las palabras se debió a que en mi infancia mi viejo nos leía poesía. Me sabía textos de memoria de Lorca, de Quevedo. Creo que por eso me identifica la música de Serrat. A los doce años, mi papá me regaló una guitarra, que fue una gran compañía. Yo era, más bien, solitario. Me cambié muchas veces de casa y siempre era el único wanderino del colegio. Wanderers es la patria de mi infancia. Y todos se burlaban porque me gustaba ese equipo”, afirma.

Tras un periodo en que dejó los escenarios -pero no la escritura de canciones- y con una vida sosegada en Santo Domingo, donde reside hace más de treinta años, Ubiergo exhibe en su nuevo disco las preocupaciones del mundo moderno. Intelectualmente es curioso. Habla con propiedad. “Este mundo está loco. Lo que lo mueve es el poder económico con dos factores: las armas y las drogas. Me parece repugnante que el 1% de la población mundial tenga el 50% de la riqueza total. Mira lo que pasó en Chile con las isapres. Es una burla. A otros les mandan las leyes escritas para que las voten. Eso debería castigarse con traición a la patria”.

La nueva música del cantautor continúa por el camino de su historia discográfica. Canciones en baja fidelidad, historias reflexivas, donde se pasea desde el amor hasta Palestina. Siempre privilegiando el uso de las palabras. “Me encanta el buen lenguaje. Crecí con la poesía, pero también con el bolero y, especialmente, con el tango que es una maravilla. Le Pera, Gardel eran gigantes. Una vez, en 1987, estuve con Astor Piazzolla, al que admiro mucho. Fue su última vez en Chile. Cuando le di la mano, no podía estar más emocionado. Pensaba que esa misma mano se había estrechado con la de Gardel”.

Aunque no le gusta hablar demasiado sobre su intimidad, el año familiar de Ubiergo ha sido rudo. Su esposa Paulina tuvo una complicada operación en su cabeza. Le extrajeron un tumor del tamaño de una pelota de tenis. Y su hija Candela, que reside en España, tuvo un cáncer mamario. “Ha sido duro, pero vamos adelante. Mi mujer está nuevamente aprendiendo a decir palabras, pero tiene una fuerza admirable. Le queda una operación más, pero vamos bien. Y mi hija está mejor. Vendrá a pasar las fiestas a Chile lo que nos tiene muy felices”, añade.

—A sus 71 años tituló el disco “La vida es”. ¿Hacia dónde se dirige la existencia humana?

—Amo profundamente la vida. La creación es un milagro. Pero desde la revolución industrial, como especie hemos sido una plaga y siento mucha decepción porque no es un futuro esplendor lo que se viene. En Chile, los niños y los viejos no pueden estar más maltratados. Estamos viviendo el final de una era, donde hay una infravaloración de la vida humana. Lo ves en Gaza. Estimo que vamos camino a una nueva Edad Media y me provoca desesperanza el futuro para los niños. Vamos a pegarnos un conchazo muy grande porque los populismos están desatados y los gobernados no tienen confianza en sus gobernantes. La democracia está en decadencia, lo que es un evidente peligro.

—¿Por qué seguir haciendo música entonces?

—Porque hacer música es un acto de resistencia. Me encanta crear: tengo dos discos en camino y estoy preparando mi autobiografía. Pero todo sin apuro. Solo busco entregar un mensaje y tratar que la gente comprenda que somos un átomo en la inmensidad. 

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