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22 de Diciembre de 2024Coca Guazzini: “Los 70 son como la adolescencia de la etapa vieja”
La actriz Coca Guazzini acaba de lanzar “Capítulo 70”, un libro dedicado -explica ella- a tender puentes e iluminar a otras mujeres que -como ella- ya tienen 70 años. Aunque no es una autobiografía, sino una recopilación de experiencias e impresiones, en él desvela sus miedos y sus sueños. Habla también de la discriminación que siente hacia los viejos, de la sexualidad a esas edades, de las batallas contra la tecnología y de cómo a veces se descoloca con los jóvenes. En esta entrevista cuenta cómo se prepara para estrenar la próxima obra de la compañía Bonono, formada por gente a la que le dobla la edad, y recuerda lo feliz que fue haciendo programas de humor en la televisión de los años 80 y 90.
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La actriz Coca Guazzini tiene 70 años, y puede ser que, para aquellos que la han visto en pantalla desde que ella tenía 28 y era la compañera de celda de Marcia, la protagonista de la legendaria telenovela “La madrastra”, el dato sea un poco fuerte de encajar. Coca Guazzini se ha transformado en toda una mujer mayor. Tanto han corrido el calendario y la vida, que ella misma cita esa estadística oficial que indica que, hacia 2050, un tercio de los chilenos seremos de la tercera edad. Se permite, en seguida, añadir un dato casi sobrecogedor: para ese entonces, ella ya no estará aquí.
Quizá se equivoca, porque nadie tiene la existencia comprada a fecha, ni para irse antes ni para llegar después. Pero el caso es que Coca Guazzini últimamente piensa con cierta frecuencia en la muerte. Tampoco es tan raro, si se toma en cuenta que dedicó este 2024, el año de sus siete décadas, a pensarse mucho para dar vida a su primer libro: “Capítulo 70” (Zig Zag).
A lo largo 131 páginas y 14 capítulos, Silvia Beatriz Guazzini Monsalve, nacida en Santiago de Chile el 22 de diciembre de 1953, desenvuelve recuerdos y reflexiones destinados a servir de espejo y de vínculo con otras señoras como ella. El resultado es un vaporoso conjunto de impresiones, con las que busca -expresa- alimentar el alma de quien las lea: “De repente las mujeres creen que han tocado fondo y no se ha tocado fondo”.
Todo lo contrario, afirma Guazzini. A los 70 se tiene libertad y puede usarse: “Una libertad que no has tenido nunca, porque ya criaste. Están tus nietos, por supuesto las que tienen nietos. Ellos tienen una maravillosa energía, pero no son tu obligación. Entonces hay una libertad para decidir, para pensar distinto, para volar, para hacer. Si se te ocurre algo, hazlo”. En el fondo, explica, lo que ella quería era “alentar” a las demás.
—¿Y es así como se lee su libro?
—Sí. Esta no es una biografía, ni es una novela, ni es un libro de autoayuda, pero sí te ayuda y sí te alienta. Gente que lo ha leído, me dice: ‘Ay, Coca, me encantó. Es como la vida’. Otra me dijo: ‘Te juro que yo tenía ganas de escribir, estoy escribiendo’. Entonces, es sentir que estás libre y que eres poderosa todavía.
—¿Eso descubrió usted, que es poderosa? ¿En qué se nota?
—Sí, fíjate. Eso descubrí. Pucha, en que la gente se acerca a mí, en que la gente tiene ganas de conversar contigo, en sentir que gente joven está contenta alrededor tuyo, en que todavía tengo sueños que quiero cumplir”.
—¿Qué le falta por cumplir?
—He cumplido hartos sueños. Por ejemplo, quería tener una casa en la playa y mirar el mar ahí. Cuando lo cumplí, miré un atardecer desde esa casita y dije: ‘Qué maravilla seguir cumpliendo sueños’. Hay otros que tengo todavía en veremos”.
—¿A lo mejor compartir esa casita con un compañero?
—Yo tengo un compañero, pero no vive acá, sino en el sur. Somos muy distintos. Él mira la vida como desde los cerros. Para mí, irme para allá es difícil, porque mi trabajo está acá. Y para él venir es sacarlo y ponerlo en una selva. Y así estamos, es su opción de vida. Hasta ahora, lo hemos podido manejar, no hay nada escrito, pero creo que sí, ahí hay un sueño que está pendiente.

***
Coca Guazzini dice que ama su soledad. Aunque hace poco le haya pesado tener que experimentar, sin compañía y en su propia casa, un ataque de calambres imposible: “Pensé: vivo sola y si me pasa de nuevo, ¿con quién cuento?”. Cuando su único hijo era muy chico, eligió irse fuera de Santiago, a una parcela, donde comparte territorio, aunque no techo con algunos de sus familiares. La suya es una soledad compartida en la que -afirma- pasó una pandemia de privilegio: “Yo adoro el silencio y ahí tengo mi silencio. Y tengo huerto, tengo tierra, tengo árboles. Eso me encanta”.
A la soledad, y los conflictos inevitables que provoca a toda edad, está dedicado uno de los episodios de “Capítulo 70”. Párrafo a párrafo, Guazzini va desarrollando en su libro una especie de ejercicio confesional, en el que no hay detalles privados ni morbosos, pero sí transparencia existencial. Confiesa, por ejemplo, que el cuerpo le duele un poco y que la tecnología a veces le cuesta. También que a estas edades hay que acostumbrarse a que se vayan muriendo personas cercanas, que con siete décadas se disfruta tanto del sexo como a los 28 y que se ha sentido siempre muy querida. Dice que este país le parece muy discriminador con los viejos; que le gustan los jóvenes, pero que también la asustan, y que adora ser parte de la generación golpeada a la que pertenece.
—Dice que es una maravilla haber sido joven en los años 70.
—Sí, digo que agradezco, a pesar de lo doloroso que fue, haber vivido el golpe. Agradezco saber qué es ese dolor y cómo fue esa etapa negra, dura y tremenda, que vivimos y que no se nos va a olvidar nunca. Pero es difícil transmitir la sabiduría.
—El traspaso de experiencia es complejo, y quizá más en estos días.
—Hemos tenido que ir encontrando nuevas maneras de traspasar. La gente tiende a decir: “¡Ay, de nuevo, otra vez!”. Pero es verdad que es algo que nos marcó. Muchos somos lo que somos por haber vivido la dictadura.
—¿Cómo llega usted a sus 70?
—Al escribir el libro, me di cuenta, para empezar, de que no me estaba dando cuenta de que estaba cumpliendo 70 años. Cuando yo era chica y veía a señoras de 70, veía a unas viejitas y eran viejitas hacía rato. Pensé que iba a llegar a ser así, pero no. No me siento vieja y no soy yo solamente, estoy hablando de mí y de muchas de mis amigas. Llegué a los 70 con muchísima energía y con capacidad intelectual. Cuando cumplí 70 años hice una gran fiesta y además me vestí de rojo, que no me gusta, pero fue sin darme cuenta. Estaba radiante. No fue algo que me propuse, me pasó. Y no digo que los 70 son lo más maravilloso que he vivido en la vida, pero sí me encontré con los 70.
—¿Y qué se encontró?
—Empecé a desmenuzarlos, porque también me llegó la invitación, porque no es idea mía, para escribir el libro. Inmediatamente dije que no, me parecía muy difícil. Pero, cuando después acepté, empecé a darle vueltas y vueltas, y pensé: “¿Por qué no?”. Si además como que nos ponen un “ya, llegaste los 70, listo”.
—¿Como que la jubilan?
—¡Claro! Tienes 70 y es un “hasta luego, check”. Piensa tú que en este país uno ya es vieja a los 50. Y a los 60 tú entras a la tercera edad y como que te ponen hasta una ropita distinta, y no. Empecé a darme cuenta de que los 70 son una edad que está como entremedio. Los 70 son como la adolescencia de la etapa vieja.
—¿Cómo es eso?
—Sí, porque a los 80 uno ya sí que está mucho más viejo. No solo te duelen partes del cuerpo, sino que te duele el cuerpo entero. Y es obvio que te va a costar mucho más memorizar, pero tampoco significa que te tienes que ir a encerrar en tu casa. O sea, lo viví haciendo la obra “No me deje hablando solo”, con Tito Noguera y con Jaime Vadell, que son exponentes maravillosos. Y están la Gaby Hernández y la Gloria Münchemeyer. Y la Delfina Guzmán, ¡que tiene 95! Ir a conversar con ella es una maravilla. Es ella la que te está planteando temas, la que está pensando en la humanidad y la que hace reflexiones. Ha sido mi inspiración absoluta, mi luz.
—En uno de los capítulos habla de los miedos. ¿A qué le tiene miedo?
—Yo pensé: “Voy a decir todo lo que me ha pasado”, y en mis 70 años por primera vez me sentí más frágil. Te pasan cosas en el cuerpo. Esto es una gran guerra entre tu mente y tu cuerpo. El cuerpo se encarga de hacerte sentir que estás más cansada y más vieja. Pero tu mente, no. Por eso muchas veces uno llega, como yo, a los 70 años, creyéndose mucho más joven. También creo que he sentido más miedo porque vivo en un país donde el miedo no solo se ha acrecentado entre las viejas. Todos hemos tenido más miedo. Antes era súper valiente.
—¿Y ahora está esa sensación de temor colectivo?
—Es que, como vivo lejos, antes me he iba cualquier hora. Ahora me dicen: “¿Te vas a ir a esta hora?”, y eso me ha puesto más cuidadosa. Y también la muerte se te aparece más veces, está más cerca. Tienes más amigos que se van.
—¿Llegó a alguna conclusión sumaria sobre la edad con este libro?
—Que ser vieja es una cantidad de cosas y que el país te va poniendo en el lugar de los viejos. Este es un país segregado, todo lo separa. Que esto es para los jóvenes, que esto para las mujeres, que esto para los hombres, que esto para los de más plata, que esto es para los de menos plata. El país te va diciendo que eres vieja y uno se puede rebelar, sin duda. Pero yo nunca lo había visto así.
—¿Qué ha sido lo peor de tener 70?
-¿Seguir soñando con que tienes 20? (Se ríe a carcajadas). Pucha, hay hartas cosas que si no las hiciste ya es difícil hacerlas. A esta edad no vas a poder convertirte en esa otra, porque ya eres esta. Para mí era muy importante que el libro fuera mío, tenía que tener mi impronta, mi sello, quién yo soy. Trabajé con una periodista que me iba ordenando y, de repente, le decía: “No quiero quedar como alguien totalmente superado, salir diciendo que los 70 son maravillosos”. Lo que yo quería era decir que he pasado por todo esto, pero que soy capaz de darle la vuelta, que no me voy a quedar, que no voy a ser alguien amargado. Y tampoco voy a pensar que siempre lo de antes fue mejor, aunque muchas veces pensamos: “¡Qué rico como era antes!”.
—¿Y cómo es la vida sexual a los 70?
—Es estupenda, igual. O sea, si tú quieres y tú sientes deseo, tu vida sexual está ahí. A lo mejor no va a estar llena de parafernalia, sin duda que no. Pero el hacer lo que sientes, el placer que tú sientes es igual. Yo siempre he sentido que el sexo, muy en confianza, puede ser ilimitado. Nunca tuve problemas con el sexo, siempre me encantó. Era un espacio donde me sentía muy bien. De joven me sentía muy bonita y siento que, con el tiempo, si tú tienes una pareja y hay confianza, vuelves a sentirlo. La confianza que tú le das al otro y que el otro te entrega a ti es muy rica y valiosa, y también puede ser muy sexy.
—¿Y si no se tiene pareja con confianza?
—Bueno, para los que no tienen pareja, conocer a alguien y explorar. ¿Por qué no? Puede ser con la lucecita más apagadita.

—Hay una queja que plantea en el libro. Siente que este país está en deuda con los mayores.
—Sí, y en todos los sentidos, por los cuatro costados. Imagínate con el tema de las pensiones, que ya debería estar resuelto hace mucho tiempo, para que los viejos realmente puedan vivir su etapa jubileo, de júbilo. Vivir tranquilos, sintiendo que ya trabajaron, que ya se sacaron la mugre, que ya es tiempo para poder expresarse de otra manera, y hay algunos que tienen que seguir deslomándose o no se pueden dar lujos. No pueden, por ejemplo, pegarse un viaje que es uno de los placeres. Encuentro que siempre se ha apartado a los viejos.
Nunca hemos tenido espacios donde podamos compartir con los viejos. No hay programas de televisión hechos por viejos, donde se hable de los viejos. Los viejos no son convocados, y esa fue otra de las razones por las que hice el libro. No son interesantes los viejos en este país y por eso encuentro que Chile está en deuda con sus viejos.
—Hace un par de semanas, Gloria Münchmeyer decía en una entrevista que le parecía insólito que en la tele, para papeles de gente mayor, no se convocara a gente mayor. Es como mostrar una parte de realidad excluyendo esa parte de la realidad.
—Claro. Esta mujer es “de edad”, pero casi siempre es una joven la que lo hace. ¿Cómo cree alguien que tú ya no puedes? Entonces también es labor de nosotros, de los viejos que nos sentimos jóvenes, seguir estando ahí, seguir peleando, seguir manifestándonos, seguir luchando por estar presentes.
—¿Pero cuando usted tenía 25 años pensaba en dar una entrevista como ésta?
—¡Noooo! Claro que no. Es que a los 25 años ibas tan rápido y estabas tan apurada que no veías a los viejos.
—Eso es lo que pasa.
—Claro. Pero también lo que pasa es que, si los viejos están más integrados a la sociedad y si la sociedad se dedica, desde abajo, a formar y a estructurarse de una manera en que convivamos más, no nos va a pasar tanto como pasa ahora.
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A sus 70, Coca Guazzini recibió una invitación que la tiene fascinada: la reconocida compañía Bonobo la convocó para formar parte de su próximo estreno. “Estampida humana”, dirigida por Andreina Olivari y Pablo Manzi, debutará durante la próxima temporada de Santiago a Mil. Se presentará, a partir del 17 de enero, en el centro Gabriela Mistral, donde están en plena etapa de ensayos.
Guazzini compartirá escena con personas a las que casi les dobla la edad, nombres respetados en el ambiente teatral joven, como Paulina Giglio, Gabriel Cañas o Gabriel Urzúa. Ella dice que “son magníficos” y que les seguía la pista desde siempre: “Me encanta la profundidad que tienen para hablar del país, con ese humor que es tan incómodo y genial. Uno se ríe, pero en el fondo se está riendo de uno mismo y nerviosamente y no puede parar”. Añade que le encantaba verlos en escena, porque ve mucho teatro, pero que jamás se imaginó trabajando con ellos: “Pensaba que yo no podría, porque siento que ellos tienen una técnica, una metodología que es bien particular y, de alguna manera, bien distinta a mí. Yo soy mucho más para afuera y ellos privilegian la palabra”.
-Es decir, está aprendiendo.
—O sea, he aprendido como una loca estando con ellos. Escuchando, escuchando, escuchando. Viendo a Pablo y a la Andreina. Cómo dirigen, cómo son respetuosos entre ellos, siempre están preocupados uno del otro. Y hay palabras de Pablo que se me han quedado, como “confíen en el texto”.
—¿Y eso es nuevo para usted?
—He hecho humor durante toda mi vida, harto humor. Pero también muy distinto, porque es más de personajes. Aquí, en la metodología que ellos tienen, es mucho más acotado. Tienen una cosa de trabajo corporal y una rapidez para decir los textos que yo no tengo. Uno trata de agrandar al personaje para que diga el texto, pero aquí es al revés. El texto te va a decir a ti como espectador, y yo no te voy a dar tanto en el gusto. Tú vas a sacar lo que tú tienes que sacar.

—En el libro usted celebra a las nuevas generaciones de actores y actrices. Dice que tienen muchos más recursos.
—Sin duda. Es totalmente distinto ahora. Nosotros nos formamos para ser actores de teatro. Había pocas escuelas, dos en realidad: la Universidad de Chile, que es donde yo estudié, y la Universidad Católica. Salíamos siendo actores y luego la gente se especializaba para ser director. Pero los chiquillos hoy día cantan, dirigen, bailan y todo con rigor. Son bien talentosos. Creo también que, en el mundo que vivimos, todo se amplió. El Chile que vivimos es totalmente diverso. La diversidad existe en todo. Ellos son muy completos y te diría que son muy serios, como que a veces dan miedo.
—¿En serio? No es verdad.
—No, pero yo me pongo nerviosa.
—Pero debería ser al revés. Que ellos se pongan nerviosos con usted.
—Son unos amores. Y ellos me dicen lo mismo a mí cuando les digo que me ponen nerviosa: “Nosotros tenemos el honor de tenerte aquí”. Son cariñosos, preocupados. Fuimos a Polonia, a una residencia. Yo no había estado nunca en una residencia, así que para mí fue todo nuevo, y ellos siempre muy atentos conmigo.
—¿Usted, con su experiencia, les hace un aporte a ellos?
—O sea, sintonizamos en el humor y por ahí no me cuesta tanto entender. Pero creo que eso tendrías que preguntárselo a ellos. Yo creo que fue una apuesta invitarme. El personaje es una vieja y dentro de las viejas había que elegir. Tampoco hay tanta vieja. Algunas ya son más mayores y hay otras que no tienen tanto humor.
—Y quizá hay otras que no trabajan tanto como usted, porque usted trabaja mucho.
—Sí, y me encanta. Me encanta hacer teatro. Es una pasión, es como un motor. Gozo cuando estoy ahí, en ese montaje. Acabo de terminar, después de un año, “No me dejen hablando solo”. Fue una tremenda experiencia trabajar con Jaime y con Tito. Ellos son mayores que yo y fue maravilloso escucharlos, conversar con ellos, preguntarles sobre teatro, verlos. Ver a Jaime Vadell, a sus 86 años, durante una hora y media en el escenario, en esa obra preciosa, muy bien escrita por Rodrigo Bastidas, que calibra el humor y la emoción. La gente salía llorando. Te abrazan, te agradecen. Entonces, para mí, el teatro es una gran energía. Uno de los placeres grandes que siento es cuando voy al teatro y veo una buena obra. Salgo tan contenta y diciendo: “Qué maravilloso es lo que hacemos”.
—¿Qué prefiere? ¿Humor o drama?
—A mí me gustan los dos. Crecí haciendo humor, me encanta la vida con sentido del humor, me encanta la gente que tiene humor, me encanta reírme con alguien que tiene humor. Reír con alguien que me hace reír es un placer y soy buena para reírme. A lo mejor me río con cosas tontas, pero ya superé esa etapa de “la risa abunda en la boca del tonto”. Era como de mi época y como que no había que reírse. Me encanta trabajar con humor.
—Debe haberlo pasado muy bien en la tele haciendo humor, con “De chincol a jote” o “Los Eguiguren”.
—Sí, lo pasábamos regio, porque además eso era un trabajo de autor, eran todo nuestro, eran nuestras historias. Nos juntábamos a inventar cosas que nos pasaban en la vida. Ahí no existía el que te llamaran y te dijeran: “Mira, tú vas a hacer tal personaje”. Siempre nos acordamos de cuando nos reuníamos en la sala de reuniones de las altas jerarquías de Canal 13. Todos los ejecutivos sentados y nosotros, para poder presentarles las ideas que teníamos, les hacíamos los personajes. Así de precarios éramos y así de osados también. Y ellos se reían, se asustaban, quedaban fascinados y de esa manera nos aceptaron hacer todo lo que hicimos. Imagínate juntarse a cranear cosas y a reírnos todo el tiempo. Pasamos momentos difíciles también mientras estábamos ahí. Yo me separé en esos momentos en que estábamos haciendo humor, y el humor sin duda que nos ayudó.
—Usted se separó de Gonzalo Robles, pero siguieron trabajando juntos. ¿Nunca fue incómodo?
—Mira, nosotros con Gonzalo ya habíamos aprendido trabajar juntos, porque formamos parte del teatro Imagen cuando recién estábamos casados o antes de casarnos. Ahí aprendimos con nuestro gran maestro, Gustavo Meza, que los problemas se dejan afuera. Una vez llegamos peleando y Gustavo quedó muy sorprendido y dijo: “Los problemas de la pareja se cuelgan en el perchero, aquí adentro es el teatro”. Así que fue un aprendizaje inmediato y nos ha acompañado toda la vida.
—¿No tiene la impresión de que a la tele hoy en Chile le hace falta humor?
—Sí po’. Muchas veces la gente me lo pregunta en la calle. A veces es gente mayor, que es un poco más rotunda y dice: “No, es que ese era el humor y no como ahora”. Pero ese era el país. Era un país más austero, tal vez más ingenuo, más chiquitito. Y a nosotros lo que nos interesaba era meternos en eso, a indagar en lo que éramos. Queríamos que la gente se sintiera identificada, reflejar el país que vivíamos, y yo creo que ese fue el éxito que tuvimos, porque la gente se sentía identificada. Con los personajes de Hermosilla y Quintanilla y la señorita Astrid, por ejemplo, porque a quién no le había tocado ir a esa oficina pública y ver a ese tipo de gente. Era rico bucear ahí, pero el humor de ahora es de una diversidad, tienes para todo.

—¿Le molesta la diversidad?
—¡No! Me parece muy atractiva la diversidad.
—Pero le es difícil comprenderla.
—Sí, en algunos casos sí. Tantos seres humanos distintos. Con los jóvenes me cuesta entender. Son de alguna manera diversos, pero también tan tajantes. Por ejemplo, en relación con la diversidad de género, si te equivocas en decirle ella o elle. En ese espacio es difícil, porque además no reaccionan muy bien. No tienen tal vez la paciencia de ver que uno no conoce.
—Y también está eso de “del cuerpo no se habla”.
—Claro, y ahí como que uno hace el chiste “pa’ callao”.
—Porque los chistes de su época eran todos con gordo, flaco, chico, cojo.
-Claro, y todavía como que hacemos un circuito cerrado de chistes así, para que nadie se dé cuenta. Yo tengo muchas amigas jóvenes y me han parado el carro. De súper bonita manera, porque somos amigas, pero me han dicho: “Coca, no creo que sea bueno que te refieras así a determinadas personas”.
—O sea: “Coca, no seas de incorrecta”.
-Sí, claro. Porque tú no sabes, si te refieres a alguien que es gordo, si esa persona ha tenido problemas con su cuerpo, si ha tenido problemas para poder bajar de peso, entonces puede que le afecte, y tú lo estás mirando de una manera muy superficial. Hemos tenido que ir aprendiendo de toda esta diversidad. Pero, por ejemplo, me encanta el gran movimiento de las mujeres. Lo encuentro fascinante, aunque también es súper estricto en relación a los hombres, muy estricto en relación a lo que no. Y a mí me encantaban los piropos y me encanta todavía que me hagan pasar y que me atiendan. Pero respeto, porque creo que es uno de los movimientos que más ha logrado visibilizarse en el mundo, no solo aquí. Tal vez hay que pasar por este rigor tan estricto, muchas veces doloroso para los hombres.
—Pensando en los actores hombres, ese rigor ha provocado incluso cancelación.
—Claro, es muy difícil y es duro. Hay varios que han pasado por eso. Pero, sin duda, nosotros siempre vamos a querer estar al lado de las mujeres. Están esos juicios inmediatos, a lo mejor muy apresurados, de lanzarse directamente antes de que se sepa realmente si son culpables o inocentes. Pero, sin duda, uno está al lado de las mujeres, porque no queda otra alternativa.
—No queda otra que estar al lado de la víctima, por ejemplo, de Manuel Monsalve.
—Es que el caso Monsalve ha sido algo terrible. Yo creo que tuvimos que guardarnos ese respeto que teníamos, esa admiración que teníamos por ese ser humano que a todos nos parecía alguien muy respetable, alguien en quien podíamos confiar, alguien que estaba mirando el país de una manera distinta, que tal vez tenía una sensibilidad especial. Es terrible porque ha resultado ser un monstruo. Tuvimos que tragarnos todo eso rápidamente y buscar la objetividad y, sin duda, estar al lado de la víctima.
—Una de las críticas es que este Gobierno, que se declaró feminista, no actuó a tiempo.
—Yo no imagino que el Gobierno haya tratado de ocultar. No me imagino eso para nada. Sí creo que no imaginaron todo lo que venía, que no supieron y que dieron una chance como para decir: “Estudiemos esto, pero en silencio. Veámoslo antes de que explote esta bomba”. Pero la bomba explotó, porque hoy día explotan todas las bombas antes de que uno se lo imagine.
—Usted dice que el humor que hacían en los 90 buscaba reflejar la sociedad. Y es lo que buscaban las telenovelas en su momento.
—Hoy día yo creo que igual las teleseries quieren seguir buscando la identificación. Nosotros, el año pasado, hicimos una teleserie que se llamó “Como la vida misma” y era realmente como la vida misma. Me pareció que reflejaba de todo. Había muchos problemas y muchas situaciones. La adolescente que queda embarazada, el chiquillo que está buscando un camino sexual distinto, las conversaciones con los padres. A nosotros se nos acercaba mucha gente que nos decía que tenían una guía, para saber, para no cerrarse, porque tocamos el tema del Alzheimer, con Tito Noguera y conmigo. Te diría que se tocó muy bien, muy delicadamente. Entonces creo que las teleseries no han perdido ese rumbo de buscar qué identifica a un país.
—Pero algo se ha perdido, ¿no?
—Sí, se ha perdido. Primero porque no se hacen muchas teleseries, porque el área dramática o de ficción está centrada solamente en Mega. Los demás canales no lo están haciendo. Entonces son muy pocos los que están trabajando, los que están contratados. Hay mucha repetición de actores y eso también cansa a la gente. Ahora eso de hacer remakes, francamente no lo entiendo. No sé cuál es el propósito y no le veo sentido, porque encuentro que esas historias ya fueron.