Ingrid Cruz: “Nos falta todavía la lucha para que los hombres ganen igual que las mujeres”
Ingrid Cruz lleva ya 10 años ligada al área dramática de Mega. En este momento forma parte de la telenovela “Nuevo amores de mercado”, en la que interpreta a la “Pastora” Alicia Rubilar. Destaca el buen clima entre el equipo: “No he visto nunca una comparación ni un buscar o un alejarse de nada”, afirma respecto de la inevitable comparación con la versión anterior de esa historia, hecha por TVN y aun transformada en la telenovela más vista de la era people meter. En esta entrevista, Cruz habla de cómo ha sido mantenerse en el mundo de las teleseries por 26 años y tener que ir madurando en pantalla. También revela que, según los primeros focus group cuando partió haciendo campañas comerciales, su gran fortaleza es la cercanía.
Por Jimena Villegas 4 de Enero de 2025Compartir
Ingrid Cruz Toro tenía 21 años cuando ganó el concurso miss Antofagasta. A un amigo suyo, Claudio Tapia, se le ocurrió la idea que literalmente le pavimentó el futuro. La actriz cuenta que su mamá, que nunca quiso que estudiara teatro, le advirtió ese verano de 1997 que se olvidara, que no pagaría un peso más, que no había dinero. Pero ella, que era alumna en la Academia del ya fallecido Fernando González en Santiago, había logrado, junto a muy pocos más, pasar el colador y llegar al último año. Estaba buscando trabajos de verano en locales de comida rápida para tratar de juntar plata y no abandonar, cuando Claudio Tapia llegó con la idea.
“Me muestra en el diario el premio, que era un millón y medio, y yo vi que me alcanzaba para el año entero”, dice Ingrid Cruz. Y continúa: “Me dijo: además te voy a conseguir todas las cosas que necesitas, y se fue. Volvió con tres canjes: un hotel, una discoteca y no me acuerdo qué otro más. Uno me pagó los vestidos y otro los zapatos”. Y ella concursó y ganó. A precio de hoy serían unos 4,1 millones de pesos. Ese último año de estudios, no solo se pagó sola la escuela de teatro, sino que además recibió dos pasajes a Cancún con estadía incluida, el equivalente a 200 mil pesos en ropa y un televisor, no se acuerda ya de cuántas pulgadas.
—Eso sí que es tener estrella.
—Eso sí que es tener un muy buen amigo visionario, que estudiaba comercial.
Durante esta entrevista, Ingrid Cruz matizará prácticamente todo lo que dice con toques de sentido del humor o con comentarios rápidos y disruptivos, que la revelan -quizá- como alguien libre y poco dispuesta a pasarlo mal, si eso es posible. Dice que hace años ya tomó ciertas decisiones existenciales y fundamentales, que han resultado ser muy buenas para su vida: “Como tirarme buenas vibras y darle para adelante y en positivo, que muy difícil porque hay días que uno se amanece pateando la perra”.
—¿Y qué más?
—Agradecer. Lo primero es que agradezco, porque tengo un techo, tengo comida, tengo a mi hija sana y eso ya te cambió la vibra, y creo mucho en las energías. Y otra es no mentir, aunque es difíiiiicil. Pero cuando mentía me angustiaba mucho con la culpa. Ahora la hago súper corta y en todo sentido.
—¿Pero de qué mentiras habla? ¿A quién le mentía? ¿A sus parejas?
—O sea, de todas las que una ha hecho. Cuando chica fui bandida, fui infiel y todas esas cosas. Ya no, ya. No tengo tiempo para eso. Ahora no miento para decir que vengo atrasada. Yo no digo mentiras: “Estoy en un taco heavy, voy a llegar cinco minutos tarde”, corta. Porque cuando tú dices la verdad todo se simplifica. Hay veces que duele, pero también cuando dices la verdad queda sano el tema, por ejemplo, en relaciones de pareja o de familia, y es preferible.
***
Con el paso del tiempo, Ingrid Cruz (49) cosechó fama y estabilidad gracias a la televisión. Fue firmando, además, contratos publicitarios gracias a su trabajo en las teleseries: se hizo rostro. Ahora también protagoniza un podcast llamado “Di la verdad Rosa”, junto a una de sus mejores amigas, Francisca García-Huidobro. Tienen capítulos de estreno los martes a las 20:00 horas.
Ingrid Cruz integró su primer elenco a los 23, muy pocos meses después de vivir la experiencia del concurso de belleza antofagastino. Debutó aquel 1998, en “Marparaíso” (Canal 13) y en el rol de antagonista. Compartió elenco -entre otros- con Jorge Zabaleta, Alejandra Herrera y Cristián Campos. Nunca ha parado de trabajar, salvo por contados periodos, entre los que figura el tiempo doloroso y corto que se tomó tras perder a su segundo hijo. Incluso, a Emilia, la primera que ya tiene 17, la vio cumplir sus primeros 12 meses de vida mientras interpretaba a la amiga enamorada del protagonista en la comedia “Lola”, de Canal 13.
En esa estación estuvo hasta 2011, cuando emigró a TVN en medio de una crisis personal, para formar parte de la primera apuesta vespertina del canal público: “Esperanza”. Cuenta que se fue a experimentar al canal público por la mitad del sueldo: “Como he trabajado toda la vida, te van marcando cosas. Perdí una guagua de muchos meses y la vida se me remeció. Empecé a sentir como: Yo quiero hacer lo que yo quiera. Y no quería seguir marcando el paso y así me sentía en Canal 13, y llega esta invitación de TVN”.
Ingrid Cruz dice que, para ella, dar el salto igual era un riesgo grande, pero también que riesgo era todo lo que necesitaba en ese momento. Evidentemente lo tomó: “Era una coproducción y yo nunca había estado con una coproducción, siempre fui contratada por el canal. Era una teleserie que no tenía horario, porque era la primera a las 3 de la tarde y eso me encantó. Me dijeron: Vas a ser la mala, pero es melodrama. Yo nunca había hecho melodrama y era como que tenías permiso para hacer todo lo que conlleva el melodrama. Y, además, era compitiendo en ese horario y en esa época, con venezolanas, con mexicanas, con brasileñas.
—¿Le costó hacerlo?
—Mucho. Había que buscar el melodrama chileno, que tenía que ser distinto. Yo no voy a hacer a la ¡maldita lisiada! porque eso es mexicano, pero tampoco a lo brasileño. Había que encontrar, pero fue maravilloso jugar con esa tecla de (e interpreta): “Desgrrrraciaaadaaa”. Es muy choro jugar en distintos lenguajes.
—Usted es una de las pocas actrices que siempre ha tenido trabajo en televisión.
—(Golpea la mesa tres veces).
—¿A qué atribuye esa continuidad?
—No sé, espero que sea por mi talento, por mi forma de trabajar. Te puedo decir que he trabajado a concho toda mi vida. Siento que uno se tiene que volver necesario porque nadie es necesario, a todos nos pueden cambiar. Entonces, uno siempre tiene que ser algo. Ser buena onda en los equipos, por ejemplo. Muchas veces, pero muchas veces, he sido delegada de actores y siempre les digo a los actores nuevos que llegan: “Aquí hay tres cosas que uno tiene que hacer para tener la pega bien: llegar a la hora, llegar bañado y con el texto aprendido”.
—Pero eso es como el mínimo, ¿no?
—Pero igual hay muchas personas que a veces no lo cumplen, aunque ese sea el desde.
—En su historia hay personajes bien clásicos. ¿Cómo recuerda el de “Lola”?
—Es muy loco porque, como no he parado de trabajar, mi trabajo cruza mi vida. Con “Lola” empecé a grabar con un mes de parida. No me podía estirar completamente: me daba miedo rajarme. Y tenía que sacarme la leche y además la teleserie se alargó. Mi hija partió con un mes y cuando terminé la teleserie ¡ella tenía un año y cuatro meses!
—Suena a intenso.
—¡Fue heavy ese proceso! Muy duro. El equipo se vivió llantos míos, como el primer día que mi hija no me no me agarró la pechuga, que fue como a los tres meses. Como yo estaba grabando, le daban mamadera y para ella era mucho más fácil. Pero cuando dejas dar leche es terrible, porque todo el mundo puede hacer todo y lo único realmente tuyo, lo que sólo puedes hacer tú, es dar pechuga. Es como una cosa animal y, cuando dejas de dar teta, te duele algo profundo, una víscera. Entonces, “Lola” para mí tiene eso de mi hija, el aprender a ser mamá, porque uno no nace sabiendo. Y yo corría, tenía que estudiar y tenía que andar con ella y no quería soltarla y tenía varias nanas para poder hacer toda la pega, porque si no uno no alcanza.
—Hay otro personaje, la inspectora Javiera Cáceres, que vive una historia de amor lésbica.
—En “Demente” hice muchas escenas super eróticas y fue muy interesante hacerlas. Fue interesante hacer una lesbiana distinta, grande, no estigmatizada.
—Fue muy bien recibido por las audiencias.
—¡Muy! Y fue muy bonito hacerlo, y por muchas cosas. Estábamos en plena pandemia, que ya era todo un muy raro. Tener que actuar con mascarillas y hacerse los miles de PCR a la semana. Nos plantearon esta relación de esta mujer que no era lesbiana y era agredida por su marido y se siente absolutamente atraída sexualmente por otra mujer, que era yo. Mi personaje era totalmente asumido y sin ni un rollo, soltera, sin pareja. Era bonito ver a dos mujeres grandes, porque en general, y ahí empezamos a aprender, y a mí me gusta mucho estudiar, que hay muy poco material lésbico. Primero, porque lo que hay es lésbico pornográfico, pero ese material es para heteros y no para lesbianas. Y, por el otro lado, hay mucho material lésbico joven, pero de adultas hay muy pocas.
—Es como que usted ha ido madurando ligada a las teleseries.
—Sí, y el 13 tuvo mucho eso. Estuve trece años en el 13. En el 13, un poco, lo viví todo. Entrar niña, que me enseñaran a pararme delante de las cámaras, porque yo estudié actuación y en esa época no se enseñaba nada audiovisual. Yo era actriz de teatro, entonces se dieron el tiempo de enseñarme. Viví el madurar y el hacerte conocida, que era muy raro y en otra época, cuando no había celulares, en teleseries con mucho éxito, como “Machos”, por ejemplo. El de “Machos”, para mí, fue un personaje fue muy difícil y es uno de los que más me ha costado.
—¿Y sabe por qué?
—Porque partí desde el prejuicio, y cuando haces un personaje desde el prejuicio es imposible sacarlo, hasta que derribes ese prejuicio y la ames. Cuando me dijeron que iba a hacer una niñita cuica y tonta, que no entiende nada, me costó. Yo era chica. Tenía, no sé, ponte que 27 años. Era chica para entender que, con mi prejuicio, no iba a llegar a ninguna una parte. Que la gente la vea tonta no significa que ella sea tonta. Ella era súper inteligente en algunas cosas, tenía habilidades blandas. Pero ver eso me costó mi primer mes entero.
—¿Cómo fue hacerse conocida y transformarse en un personaje público?
—Ha sido una larga carrera, en donde he pasado por muchas. De chica me perdí, obvio. Nadie te conoce y, de repente, te haces conocida y te abren la puerta en todos lados. Estamos hablando de los años 90 y hay que marcar que hay una gran diferencia con ahora. No tiene nada que ver con los influencers, es muy distinto. Antes se veía televisión, era “el medio” donde se veía. No había otras plataformas, no había ni teléfono. Entonces, era muy masivo. La gente te paraba. A mí me paraban como en personaje y me retaban porque hacía sufrir a Zabaleta. Era súper loco. Imagínate, tenía 23 años y todas las patas para hacerlo.
—Y después pasó por la farándula.
—Bueno, es que a todos los que hacíamos tele en ese minuto nos tocó. Pinchabas con alguien y salías y te empezabas a cuidar. Además, yo estaba soltera, tenía que pinchar, pero tampoco sabía en qué iban a terminar las cosas. Y, más encima, por el nivel de trabajo, las personas con que te ibas conectando eran gente conocida, porque era la gente que te rodeaba. Muchas veces salí en portadas con amigos que no eran nada y los titulares decían: “Está pololeando con tal”, y era que me había ido a tomar algo después de trabajar. Y así también te sapeaban relaciones que estaban empezando y que no sabías para dónde iban a ir. Pero después la farándula fue mucho más seria. Te llamaban y te preguntaban o, por último, te esperaban afuera del canal.
—¿Y eso le parecía más fácil?
—Sí. Lo que pasa es que yo siempre paré, porque estaba siempre lleno de periodistas, y la hacía corta. Me preguntaban directo y yo decía: “No. O, sabís qué, sí”. Prefería ponerme una vez colorada que mil veces morada.
—Se empezó a manejar.
—Sí, igual como que me dio buena onda con los periodistas, un cierto respeto. Nunca me siguieron a la casa, porque hubo una época en que te seguían y que era terrible.
—¿Y nunca se tuvo que esconder?
—Nooo, sí. Me escondí igual, ¡muchas veces! Si era chica y soltera.
—¿Y su vida cambió cuando dejó de ser soltera?
—Nunca me he casado, pero sí. Cuando estuve en pareja sí, obvio que cambió mi vida. Pero sobre todo porque tuve una hija. Creo que lo que me cambió la vida fue la maternidad. Hombres he tenido muchos, pero hija solo una (se ríe a carcajadas). Igual suena feo, pero es verdad. Ella es mi vida.
***
En 2012, Ingrid Cruz firmó su primer contrato para una campaña publicitaria. Fue rostro de la cadena de supermercados Tottus por siete años. Antes había hecho un primer comercial para M&M’s: “En el año 1 y fue internacional, ¡mira la cueva! Yo era muy chica”, afirma. Después hizo propaganda para la óptica GMO, gracias a la telenovela “Brujas”. Hoy, y desde hace dos años, forma parte de lo que ella define como “la familia Maycao”.
Cuenta que después de firmar su primer contrato publicitario comenzó a saber de los focus group y los estudios de rostros: “Me pasaron mil anécdotas muy divertidas. Una vez fui a comprar lana al Apumanque y afuera se paran a hacer un focus group, y me dicen: Hola, le podemos hacer un focus group. Y yo veo mis fotos y le digo: ¡Sí, obvio! Me pregunta: ¿Qué le parece a usted Ingrid Cruz? Y yo le empiezo a hablar: Bueeeeena, pues. Y él escribía, pero de repente me pregunta: ¿Me dice su nombre? Y yo: Ingrid Cruz. Y él: Es que no puedo. Le dije: Es que tenía que escucharte y saber qué preguntabai.
Ahí -afirma Ingrid Cruz- aprendió que estudiaban si a los consumidores ella -o quien sea- les parecía cercano o no y si para la gente los rostros son creíbles o no. Entendió también que en las campañas publicitarias se buscan saber lo que el público quiere y que ser evaluada para una campaña es absolutamente distinto a ser evaluada como actriz.
—¿Y cómo la veían los consumidores?
—Cercana. Ese es mi eslogan: “Hola, soy cercana” (se ríe a carcajadas). Creo que la gente no me ve hacia arriba, si no a los ojos, aquí (y mira de frente).
—¿Y esta percepción se ha sostenido con los años?
—Eso espero. Ahora, yo soy actriz. En televisión, lo que ven no soy yo, es un personaje. En publicidad sí soy yo, pero también en base a un producto y eso me costó mucho tiempo entenderlo, porque la publicidad es muy distinta. Cuando te dicen: “No, es que ese vestido no te queda bien”. Y tú estás ahí, parada, piensas: “A ver, oye, oye, oye…”. Y no, pues. Tuve que entender que no soy yo. Es el producto que ellos quieren vender.
—En 2017 se filtraron sueldos de actores y actrices de teleseries. La diferencia entre hombres y mujeres era abismante. ¿Cómo lo vivió?
—A ver, siento que son dos temas diferentes. Es muy difícil evaluar cuánto se le paga a alguien, porque todas las carreras son distintas. La Sigrid (Alegría) y yo, por ejemplo, entramos el mismo año a las teleseries, y toda la vida hemos estado las dos en tele haciendo teleseries, y más encima somos Ingrid y Sigrid. Pero te aseguro que nuestras carreras son diametralmente distintas. Entonces, ¿cuánto a ti te tienen que pagar? Finalmente, eso es súper único, porque no hay otra carrera igual a la tuya, tú tienes talentos únicos. Entonces, es difícil y ahí hay que ser un buen negociador. Eso no te lo enseñan en la escuela y te lo deberían enseñar, porque uno no tiene la menor idea de números. Soy pésima en los números.
—Pero usted aprendió a negociar.
—¡Sí! Pero porque a mí me enseñó Zabaleta: ¡el mejorrrr!
—¡Ese sí que es dato!
—Sí, muy chica me enseñó Zabaleta. Ahora, insisto, ha cambiado mucho la televisión. Antes era, no sé cómo decirlo, por rangos. Entonces, era muy difícil hablarles a los jefes, porque había una diferencia. Pero Zabaleta no tenía esa diferencia, nunca la tuvo, y me enseñó que todos éramos iguales. Yo siempre he tratado a todo el mundo igual, pero a la hora de negociar es distinto. Hoy en día es más transversal, más democrático. Pero tienes que ver que, en los 90, veníamos saliendo una dictadura y todo estaba súper marcado, teñido. Había jerarquías, había orden, había golpe de mesa, había grito. Ahora alguien le llega a pegar a la mesa y es un: “What?!”.
—Han cambiado los tiempos.
—Sí, pero a eso voy. Creo que nos falta todavía la lucha para que los hombres ganen igual que las mujeres, que nosotras ganemos lo mismo que ellos. Pero la negociación es individual, porque cada uno tiene un valor. Quizá un cabro nuevo puede ganar lo mismo que yo. Entonces lo aplaudo, no soy de las personas que tienen envidia. Al revés, siento que: “Ah, ya claro. Es súper conocido y es bueno, y ha hecho diez películas”. ¿Cachai que no hay comparación? Es obvio que, si a un cabro de 25 años le ha ido increíble, aunque no haya hecho teleseries, pueda cobrar bien. Entiendo que él tiene un bagaje distinto al mío y que no es equivalente en carrera. Entonces, comparar es muy difícil.
***
En este momento, Ingrid Cruz forma parte de los elencos de Mega, la única empresa televisiva chilena que sigue produciendo teleseries. Partió, desde TVN, hace 10 años, igual que lo había hecho poco antes María Eugenia Rencoret, la actual directora ejecutiva del área dramática de Mega Media. En esa estación privada, Cruz ha participado ya en ocho producciones. Hoy, está en la comedia romántica “Nuevo amores de mercado”, la apuesta que Mega Media emprendió, en conjunto con Mazal Producciones, al adaptar 23 años después la telenovela más vista de la era people meter: “Amores de mercado” (2001) de TVN, cuyo detonador narrativo está basado en “El príncipe y el mendigo”, el clásico de Mark Twain.
Estrenada el 25 de noviembre pasado, esta nueva versión ocupa parte la franja de las 20:00 horas y tiene a Ingrid Cruz en el rol de la rígida “Pastora” Alicia Rubilar. Si bien partió liderando su franja, la semana del 16 de diciembre “Nuevo amores…” cayó al cuarto lugar en su horario. Para la actriz, lo que importa es que aún hay trabajo y que se debe agradecer por eso: “Está difícil la cosa y sobre todo en el medio audiovisual”, afirma. En su modelo es necesario “moverse y gestar”, buscar caminos: “Estoy con la teleserie, que es mi matriz y es lo que hago de base, lo que manda. Pero también hago publicidad y estoy haciendo un podcast. Siempre estoy produciendo, y además, claro, soy mamá y tengo perro”.
—¿Cómo ha sido interpretar a la “Pastora”?
—Es una señora que me encanta. Es mayor, pesada y me divierte. Hay un goce.
—Como usted dice, es una señora que debe pesada. No se parece a usted. ¿Quizá debiera ser alguien mayor?
—Yo no creo. Yo creo que Ana Reeves (la Pastora de la primera versión) debe haber tenido la misma edad cuando la hizo. Son distintos los 50 de hoy de los 50 hace 20 años. Antes, los 50 eran una señora, y la “Pastora” es un poco de la vieja escuela. Tuvo a su hijo a los 20 y es una mujer pragmática, muy dura, en esta religión que se inventa ella. Cuando nos planteaban esto yo decía: “¡Que raro!”. Pero después empecé a indagar en este mundo de la religiosidad y de la fe, y no es raro. Hay mucha gente que lo hace, que crea sectas y hace cosas.
—¿Entonces estudió sobre el tema?
—Ufff, fue un goce. Descubrir cómo mucha gente se libera y se abstrae del mundo real es muy interesante. La fe es muy bonita, a mí me gusta, yo tengo mucha fe, pero no al límite de esta fe cegadora. No creo en algo que te limite, donde todo es con reglas, que si no haces esto está mal y vas a tener un castigo. La culpa y las palabras han sido un aprendizaje. Me ha costado mucho hacerlas normales.
—¿Y le ha costado diferenciar su personaje de hoy respecto de la “Pastora” de Ana Reeves?
—No la vi. Tuve la suerte, porque cuando tú ves el trabajo de otro compañero es muy difícil. Y es más difícil además porque hay una vara muy alta como la de la Ana, que es una gran actriz. En esa época yo estaba en Canal 13. No vi “Amores de mercado”, pero sí conocía perfecto a algunos personajes. Conocía al Pelluco, el Chingao, la misma Luz Divina.
—¿Es complejo hacerse cargo de esta nueva versión? La original es la más vista de la historia de las telenovelas.
—No. No tiene nada de complejo. Hay mucha gente muy joven, que todavía no nacía con ese “Amores de mercado”. Hay una muy buena onda en el elenco. Lo estamos pasando muy bien, entonces ya estamos. No he visto nunca una comparación ni un buscar o un alejarse de nada. Esta es una teleserie 2025 y eso ya te hace ser absolutamente distinto.
—¿Y es un peso o una responsabilidad tener trabajo en esta área dramática, que es la única que queda?
—No lo tomo como un peso. Lo tomo como consecuencia de una carrera larga y difícil, que ha pasado por muchas épocas televisivas. Yo partí a fines de los 90, en una televisión que no tiene nada que ver con la televisión de hoy. Si alguien joven de hoy estuviera en esa televisión de los años 90 le daría un síncope. O sea, sería imposible. Los malos tratos y los gritos, la misoginia. Yo, como actriz, tampoco alcanzaba a verlo.
—¿Porque estaba normalizado?
—Era normal. Estaba tan normalizado que te gritaran, que te tenías que callar, así era.
—¿Qué provocó el cambio? ¿Quizá el movimiento #MeToo?
—No, fue mucho antes. Se empezaron a dar cuenta de que la gente tiene derechos, de que puedes decir las cosas con respeto. Ese tipo de dirección o de producción, ese tipo de tratos, se empezaron a quedar obsoletos. Una generación mucho más joven se dio cuenta de que no correspondía y nos hizo abrir los ojos a los demás. Y mucho, pero mucho después, fue el darte cuenta del cuerpo.
—¿Cómo es eso? ¿A qué se refiere?
—El trabajo de la actuación tiene mucho que ver con la imagen. O sea, para mí, no sería agresivo si algún director me dice: “Mira, vas a ser una bailarina de ballet y yo necesito que bajes de peso”, porque es lógico. Si voy a hacer una bailarina de ballet, no puede tener mi contextura, y también entendería que no me llamen a mí. Por eso, hay cierto tipo de actores que han decidido tomar esos retos, y no es un maltrato físico. Tú entiendes que tu trabajo es físico y que se requieren ciertas cosas para un tipo de personaje. Si tú lo quieres, estás dispuesto a pasar límites.
—Pero esos límites son decisión suya.
—Claro. Y después te empiezas a dar cuenta, también con el relajo de la edad, y como que dices: “¡Ya, ya!”. Y ves que hay hoy en día toda una lucha con eso, con decir: “OK, estoy mucho más grande y es otro el atractivo”. Uno no es joven para siempre y la belleza no es igual a juventud. Pero eso no es solo un discurso que uno no trata de llevar para afuera, sino que es un discurso que uno trata de asimilar.
—Pero no es fácil. Y menos para una actriz, que debe usar su cuerpo…
—Y tu expresión, y tus sentimientos, que se transmiten a partir de una arruga, de un guiño en medio de los ojos. Entonces también hay un cuidado ahí. Tú dices: “Ya, obvio yo no quiero verme acabada”. Pero eso no es igual a que el tiempo pase y pase como tenga que pasar.
—¿Pero no se sentirá acabada?
—No, no. Pero pasa por otro lado. Pasa por el cuidado que uno tiene, porque es imagen. Cuando llevas veintitantos años, tú ves el paso del tiempo en una imagen. Es muy divertido, porque mi hija, que tiene 17, hace poco tiempo vio unas imágenes de “Brujas” y me dijo: “¿¡Esa eras tú!?” (se ríe). “Sí pues, hija”. Si, todas fuimos último modelo. Ahí yo tenía veintialgo y no había sido mamá. Pero también ella tiene mucho que ver, porque los jóvenes te empiezan a dar un discurso que lo llevan súper intrínseco, al decirme: “Mamá, basta. Te has dado cuenta de cómo se te hablái”.
—¿Cómo que se auto maltrata?
—Claro, mirarse al espejo y decir: “Ay, que estoy vieja. Ay, que estoy gorda”. Y es como basta, y es ella la que me ha hecho ver esos detalles y darme cuenta y decir: “Ay, estoy bien pa’ tener 50, huevón”.