Opinión
24 de Enero de 2025

Emilia Pérez: Soluciones ficticias y problemas reales

El columnista Cristián Briones realiza una crítica cinematográfica de la película Emilia Pérez, que ha tenido varios cuestionamientos. "Emilia Pérez es una tragedia de tomo y lomo. Su núcleo está centrado en que, no importando el cambio de identidad y perspectiva (que Manitas pase a ser Emilia), o los intentos de redención (de ser narco a intentar resarcir la violencia ejercida), siempre habrá consecuencias. No se puede escapar del designio divino", escribe Briones. La película cuenta con 13 nominaciones al Oscar: maquillaje, banda sonora, guion adaptado, actriz de reparto, canción original, cinta internacional, edición, sonido, dirección y mejor película.
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Emilia Pérez (2024) es la historia de ‘Manitas’ (Karla Sofía Gascón), un capo narco mexicano que busca la ayuda de una abogada, Rita (Zoe Saldaña), para transicionar y vivir su vida como mujer. Finge su muerte, dejando a su esposa (Selena Gómez) y sus hijos. Años después, reaparece frente Rita, para retomar contacto con su familia, ahora bajo la identidad de Emilia Pérez, una adinerada familiar que inicia una ONG para la búsqueda de los desaparecidos por la violencia del narcotráfico en México. Todo ello, narrado como musical.
Salgamos de la parte en que no hablamos de la película, sino de la reacción a ella. Dediquemos un párrafo sobre lo mucho que se le ha aborrecido en redes sociales y foros. De la indignación, sobre todo, por parte de los mexicanos, por ser una obra insensible a la violencia real del narcotráfico en su país. Por no tener ninguna de las protagonistas nativas, porque incluso una de ellas ni habla español, porque el director se informó poco o nada del escenario que buscó narrar. Lo cierto, es que no les falta razón a quienes critican todo esto. Porque todo lo anterior es cierto. Son hechos, y esos son especialmente testarudos. El problema es que los hechos, y el juicio respecto a ellos, no se aplican a la ficción.
El cine no tiene por qué ser real. No es función del arte el serlo. Tiene que ser verídico en el mundo interno que crea. Puede buscar un tema que refleje el mundo, pero no tiene por qué ser el mundo. Incluso los documentales tienen un punto de vista y no son objetivos. Por mucho que se les confunda con la crónica periodística, que, por cierto, también es subjetiva. Esto no busca ser una excusa con respecto al resultado de Emilia Pérez, sino que también es constatar un hecho. Ambos argumentos no son excluyentes, muy por el contrario, son complementarios.

En estas semanas es imposible no traer a colación una frase un tanto obligatoria de David Lynch, con respecto a que el arte no está aquí para dar respuestas. Está para hacer preguntas. Somos las audiencias las que hemos perdido el contacto con eso. Con la profundidad de los mundos creados en una pintura, un cómic, una novela o el mismo cine, y dónde nos debe llevar aquella reflexión.
Jacques Audiard es uno de los directores franceses más destacados de las últimas décadas. Palma de Oro y Gran Premio del Jurado de Cannes a su haber, autor inquieto que no deja que sus obras se encasillen en un solo género. Dramas carcelarios e historias de violentos villanos que encuentran la redención, narrados como thrillers (Un Prophète, De Battre Mon Coeur s’est Arrêté); melodramas bellísimos en su rudeza (Sur Mes Lèvres, De Rouille et D’os); injusticia social y la precariedad narrados como western (Dheepan); y ahora un musical sobre el narco y la identidad de género en clave musical. Audiard no se ha quedado en una sola tecla temática. Muy por el contrario, su búsqueda está en las cualidades mismas del cine para ser un espejo de la sociedad occidental.
Entonces, ¿cuál es el tema de Emilia Pérez?
Lo primero, es que una obra de arte tiene tantas intenciones del autor como espectadores se dediquen a apreciarla. Lo segundo, es que incluso la intención puede mutar en el lenguaje y el medio escogido y, por lo tanto, terminar en un lugar distinto e incluso opuesto. Dicho lo anterior, es deber de nosotros como audiencia, ahondar en ello.
Emilia Pérez es una tragedia de tomo y lomo. Su núcleo está centrado en que, no importando el cambio de identidad y perspectiva (que Manitas pase a ser Emilia), o los intentos de redención (de ser narco a intentar resarcir la violencia ejercida), siempre habrá consecuencias. No se puede escapar del designio divino. La veta de las formas épicas por sobre las dramáticas, casi al borde de la dialéctica de Brecht, es muy probable resultado de que Audiard se planteó primero el hacer una opereta y no una película. La forma haciendo mutar el fondo y entregándolo en una estética tan atrevida como locuaz.

Siendo este el caso, ¿en qué falla Emilia Pérez? ¿En sí misma como cine? En poco o nada. Tiene buen ritmo, inserta los números musicales para ir adentrando en puntos de vista, la sátira del mercado de las cirugías estéticas es bastante brutal, por ejemplo. Unas interpretaciones muy por encima de la media. Lo de Karla Sofía Gascón es buenísimo, sobre todo cuando es aterradora.
Se criticará mucho a Selena Gómez, porque hay que reconocer que no es una buena elección de casting, pero lo cierto es que entrega un buen personaje y una interpretación más que aceptable, más allá de unos diálogos pobremente traducidos y muy poco estudiados. Pero lejos la mejor del ramillete es Zoe Saldaña, quien deja que las sutilezas de su personaje (ser “prieta”, sin ir tan lejos), se vayan adhiriendo a la misma historia, para cerrar la trágica telenovela con un atisbo de esperanza en sanar.
Nota aparte para el uso de “telenovelesco” como término despectivo para atacar esta película. No sé cómo, al querer defender nuestra identidad como latinoamericanos, nos dedicamos a pasar a llevar uno de los géneros narrativos propios de nuestra idiosincrasia, y que tan bien refleja nuestros acervos culturales.
Y es justo ahí donde la película desconecta. En la mirada a una cultura completa. En esbozar una solución a un problema complejísimo, en establecer una brújula moral, en un tono que resulta tan fascinante como exasperante. Es aquí donde subyace su mayor problema, no en los temas o en su ejecución, no en los acentos o usar el musical como género narrativo. Es que Audiard no está planteando una solución a un problema real. Porque su mundo no es la realidad. La realidad es mucho peor. En 2024, la media de asesinatos en México fue de 70 víctimas diarias, la mayoría relacionada al narco.
Latinoamérica se ha convertido en una de las regiones más violentas del mundo, y sin conflictos bélicos. Y esa no es la peor parte. Lo peor es que es normal. Como bien lo dijera Adriana Paz, la única mexicana del reparto principal, “se convirtió en parte del paisaje”. Todo se olvida. Se hablará más de lo indignante que es la mirada retrógrada sobre la identidad de género y lo culturalmente disociada que es Emilia Pérez durante los meses venideros de la temporada de premios, que de cualquier dato de nuestra realidad. Porque en nuestro mundo esto es normal. Y eso sí es aterrador.
Parafraseando a Hickman y Dragotta en la excelente ‘East of West’:
“Este es el mundo. No es el que se suponía que tendríamos, pero es el mundo que hicimos. Nosotros hicimos esto. Con nuestros ojos abiertos y nuestras manos dispuestas. Lo rompimos, y no hay forma de repararlo”.
Culpar a un director francés por hacer un musical, sí que es una respuesta demasiado simple.