Opinión
8 de Marzo de 2025

Dueñas de casa: urbanistas innatas

"Junto con mudar, lavar, planchar, cocinar, aspirar, trapear, cuidar, estudiar y trabajar, las dueñas de casa somos expertas en ciudad, que también es nuestro nido", dice Rita Cox en su columna de hoy, hablando sobre autoras dedicadas al urbanismo, a propósito del Día Internacional de la Mujer.
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Este mes se cumplen cinco años desde que comencé a trabajar en un programa de radio sobre ciudad: Ciudad Pauta, en radio Pauta. Un terreno al que llegué como polizón y cuyos interlocutores son hombres y mujeres arquitectos, planificadores urbanos, ministros, alcaldes, organizaciones barriales, ONG’s, agentes que activan la ciudad desde múltiples espacios: museos, galerías de arte, bares, restaurantes y ferias temáticas.
Durante mucho tiempo, escuchando a los formados en la academia y a quienes ocupaban y ocupan cargos públicos, intenté -con dificultad- entender a qué se referían cuando hablaban de “los territorios”, entre otros términos que jamás había escuchado de boca de un ciudadano de a pie. Con cierta desesperación comprendía muy poco, como si se tratase de un nuevo idioma. En ese laberinto (que es todo aprendizaje) estaba cuando, googleando y googleando llegué al nombre de Jane Jacobs. Se abrió un portal: el de su biografía, obra y convicción contagiosa: quienes habitamos la ciudad tenemos las credenciales suficientes para hacer diagnósticos. A veces faltarán las palabras precisas o las soluciones avaladas por la necesaria evidencia e investigación, pero nosotros, los vecinos, sabemos, y nuestra voz debe ser considerada. Para alcanzar mayor escala, hay que salir de la cuadra, del barrio, conocer lo que sucede en otras comunas y en otras micro culturas.
Jacobs (1916-2006), estadounidense-canadiense, escritora, periodista, urbanista y activista en temas de urbanismo y planificación de ciudades, no se formó en ninguna universidad. Lo hizo mirando qué pasaba en su cuadra, desde la ventana de su casa en Greenwich Village mientras lavaba los platos, jugando con sus hijos en la calle, cargando el carrito de las compras, regresando de noche tras el trabajo, recorriendo con curiosidad infinita Nueva York. En su gran obra Muerte y vida de las grandes ciudades, publicada en 1961 por Random House, desplegó los ideales posibles de una buena ciudad. Los mismos que expone buena parte de quienes se ocupan del tema.
Tenía 45 años y una trayectoria construida a pura voluntad. A los 18, mientras se ganaba la vida como vendedora en una tienda de dulces, comenzó a publicar columnas sobre ciudad en la edición estadounidense de Vogue, dirigida por la mítica Edna Woolman Chase. En esas mismas páginas también escribió sobre el tema la inglesa Virginia Woolf, quien acuñó el término street haunting, nombre del ensayo homónimo donde describe el acto de deambular por las calles de Londres, explorando cómo la ciudad y sus habitantes influyen en la percepción del yo y en la imaginación del caminante.
Jane Jacobs publicó sobre los distritos de las pieles y de las joyas y sobre los patrones de diseño de las tapas de alcantarilla, entre otros, hasta llamar la atención de revistas especializadas y colarse en un mundo dominado por hombres. Eran los años oscuros de la Depresión Económica, que generaron una crisis social, habitacional y de salubridad inimaginable para la antes luminosa Nueva York.
Por supuesto que si se habla de Jane Jacobs no se puede obviar su descarnada rivalidad con Robert Moses, poderoso urbanista y planificador de NY, que lideró la construcción de autopistas, puentes, parques y viviendas públicas con una visión opuesta a la de Jacobs. Frente a él fue que Jacobs marcó su destino de activista, cuando a fines de 1950 él, con varios cargos administrativos, quiso extender la Quinta Avenida a través del parque Washington Square para conectarla con una serie de autopistas en el sur de Manhattan. Su objetivo era mejorar el flujo vehicular de la ciudad, priorizando el auto. De concretarse, habría significado la destrucción de parte de esas áreas verdes y recreacionales, un espacio clave para la comunidad de Greenwich Village.
Hay una serie de registros de Jane Jacobs junto a madres con sus coches de guagua y dueñas de casa protestando con pancartas contra la iniciativa. A las acciones se sumaron la primera dama Mamie Eisenhower (ideal de esposa de la época), con un discurso frente a las cámaras, y la escritora e intelectual Susan Sontag. Ambas, tan distintas, dieron cuenta de un movimiento femenino, no necesariamente feminista, con una mirada sobre el espacio público y sus usos.
En su primer libro, su obra más influyente, Jacobs desplegó una visión completamente original —¡y vigente!— sobre la ciudad y el urbanismo. La ciudad como un sistema complejo, de caos y equilibrio, de mixturas entre lo residencial (con edificios nuevos y antiguos), comercial y recreativo, como un organismo donde la vida en la calle es fundamental, lo mismo que las interacciones entre personas diversas, que se dedican a trabajos diversos.
Si Jane Jacobs mira especialmente a la calle, ojalá transitada y bullente, la arquitecta, historiadora urbana, escritora y poeta estadounidense Dolores Hayden (80) ha desarrollado su crítica sobre los problemas en la vida de quienes residen en los suburbios y cómo estos afectan especialmente a las mujeres y a las minorías. Su libro esencial es La renovación del sueño americano, donde argumenta sobre la precarización de la vida comunitaria que propone ese modelo de viviendas unipersonales a las que se llega vía carreteras. La fórmula para fortalecer a la familia, dice, divide el trabajo de hombres y mujeres: ellos en el espacio público, ellas en las labores no remuneradas de la casa, nutriendo el aislamiento y la dependencia económica. Se me viene a la cabeza Mad men. Don Draper en Manhattan brillando como publicista y saltando de amorío en amorío, mientras Betty Draper en el jardín, sola, con bata, disparando al cielo con una escopeta, al borde de la locura.
Y si Dolores Hayden ha reparado en los suburbios, la economista Sheryl Sandberg, exdirectora de operaciones de Facebook (Meta), hace un par de inolvidables observaciones en su primer libro, “Vayamos adelante” (2013). De los estacionamientos exclusivos opina que, aunque han sido pensados para beneficiar en materias como la seguridad, también deslindarían que las mujeres no somos capaces de estacionarse en el mismo lugar que los hombres. De los baños se queja que en oficinas, espacio público y grandes eventos la cantidad no es equitativa. Cuenta, sabrosamente, que llegando a una reunión en una gran empresa preguntó por uno para usar y ninguno de sus anfitriones hombres sabían dónde estaban ubicados.
El tiempo avanza y las miradas, observaciones, conocimientos y alegatos son acumulativos y complementarios. La mayor expectativa de vida, especialmente en el caso de las mujeres, nos tiene pensando en cómo nos vamos a asociar en nuestras vejeces. Vivir en comunidad, bajo la figura del co-housing, es una de esas alternativas que han surgido desde grupos de amigas, hermanas mayores. También la perimenopausia y la menopausia han surgido como variables a considerar.
Quien ha llevado la delantera en poner el tema sobre la mesa es la inglesa Jean Hewitt, de la oficina de ingeniería y construcción Buro Happold. Hace tres años leí, a propósito del Día Internacional de la Mujer, una columna suya en una revista especializada, donde exponía que las mujeres menopáusicas son el grupo demográfico de mayor crecimiento en la fuerza laboral de Reino Unido. Puntualizaba que es una etapa que las mujeres comienzan a vivir entre los 45 y 55 años, con distintos tipos de síntomas e intensidad, lo que coincide con el momento en que muchas alcanzan el nivel de experiencia y potencial para asumir roles de liderazgo de alto nivel. Frente a eso, destacaba que es relevante repensar la manera de diseñar los espacios de trabajo, para hacerlos más cómodos. Daba como ejemplo los sofocos, que requieren de una ventilación y control de humedad adecuados, así como el acceso a instalaciones como buenos baños y duchas.
Hace 64 años, cuando salió de imprenta su libro debut, Jane Jacobs le mandó un ejemplar a Robert Moses. Él se lo devolvió con una nota que decía: “¿Por qué no te dedicas a escribir sobre lo que realmente sabes?”. Ya varias veces la había descalificado, tratándola públicamente como dueña de casa. Lo que Moses -muy capaz sin duda- jamás sospechó es que 64 años después seguimos leyendo a Jacobs, algunos con admiración, otros con ojo crítico, pero es ineludible. Tampoco sospechó Moses que, junto con mudar, lavar, planchar, cocinar, aspirar, trapear, cuidar, estudiar y trabajar, las dueñas de casa somos expertas en ciudad, que también es nuestro nido.