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Francisco Paredes/The Clinic

Entrevistas

9 de Marzo de 2025

Roberto Poblete: “Hoy nos enfrentamos a negacionistas aún más absurdos que los terraplanistas”

El actor y exdiputado independiente vuelve a escena con Galilei, algunas mentiras sobre la verdad, un unipersonal donde encarna al astrónomo italiano para hablar sobre falsas certezas, desinformación y fake news. “La verdad se ha convertido en un producto de mercado”, sostiene el intérprete de 70 años. Con más de cinco décadas de trayectoria ligada al grupo Ictus, la compañía teatral más longeva del país, Poblete dispara contra la privatización de la educación y la cultura, se desmarca de las críticas al Ministerio de las Culturas y respalda al gobierno de Boric. Alejado del Congreso, asegura no echar de menos la política y prefiere tomar palco. Sobre las próximas elecciones, opina que nada está dicho: “No creo que la derecha tenga una posición tan ventajosa”.

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Hace cuatro siglos, Galileo Galilei fue condenado por la Iglesia y obligado a retractarse de sus hallazgos científicos: había demostrado la teoría heliocéntrica de Copérnico y probado que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés. En 2019, Julian Assange, fundador de WikiLeaks, fue arrestado en Londres tras pasar siete años refugiado en la embajada de Ecuador. Su crimen: revelar información que expuso los abusos de gobiernos y corporaciones. Siglos de distancia los separan, “pero ambos pagaron el costo de sostener sus convicciones frente a la certeza irrefutable de los aparatos de poder”, dice el actor Roberto Poblete.

Ese puente entre el pasado y el presente es el que tiende Galilei, algunas mentiras sobre la verdad, el unipersonal que lo trae de regreso al escenario, a sus 70 años, y encarnando al mismísimo astrónomo y filósofo italiano para reflexionar sobre la posverdad y cuestionar la industria de noticias falsas.

El proyecto surge de un trabajo colaborativo con la compañía Ars Dramática y su directora, Constanza Blanco, quien está radicada en Barcelona. “Trabajamos juntos durante la pandemia en El rey se muere, para la plataforma Escenix, y luego me fui durante un mes a Barcelona el año pasado para participar de una residencia en el espacio Nao Ivanow. Ahí trabajamos intensamente en esta obra sobre, hicimos una apertura de proceso en la Sala Fénix y, cuando volví a Chile, se dio la posibilidad de estrenarla aquí, en la Sala La Comedia del Ictus”, cuenta el intérprete.

El montaje está planteado como una “conferencia teatralizada” que se pasea por distintos episodios y aspectos de la vida de Galileo –la relación con su hija, su trabajo con el telescopio, su amistad con otros científicos y la persecución de la que fue objeto– sin una pretensión biográfica. Estos sirven más bien de pretexto y atajo permanente entre el pasado y el presente.

“Al principio parece una conferencia convencional sobre Galileo, pero a medida que avanza nos damos cuenta de que estamos en otra cosa. Lo fundamental es que su historia –lo que él descubrió y cómo fue recibido– nos permite reflexionar y tocar temas muy actuales. La Iglesia lo persiguió y recién en 1992 Juan Pablo II pidió disculpas por ese error”, adelanta Poblete sobre el montaje, que se mantendrá en cartelera hasta el 27 de marzo con funciones los viernes y sábado. 

Su protagonista y codirector traza también un paralelo entre el contexto histórico de Galileo y la era de la desinformación: “Hoy nos enfrentamos a negacionistas aún más absurdos que los terraplanistas, a instituciones que imponen verdades, a discursos que pretenden ser incuestionables y que, sin embargo, pueden estar construidos a base de mentiras. Hay incluso presidentes que han llegado al poder con discursos falsos y guerras justificadas con mentiras. Presidentes que, además, son igual de desinformados y que consumen fake news”, sostiene Roberto Poblete.

“La verdad se ha convertido en un producto de mercado. Por eso me interesa hablar de esto desde el teatro, con humor, con simpleza, pero sin perder profundidad. El teatro tiene que ser poético y político, dice Brecht, y yo creo que esta obra cumple con ambas cosas. La hicimos con lo mínimo para poder llevarla ojalá a todas partes. Esa es la idea, que corra lo más posible”.

Galilei no es su primer unipersonal. En 2008, Roberto Poblete protagonizó en el Teatro Antonio Varas la obra Porque solo tengo este cuerpo para defender este coto, de Juan Claudio Burgos, ganadora de la Muestra Nacional de Dramaturgia, y que fue dirigida por Raúl Osorio. Los monólogos o unipersonales no son particularmente de su gusto, admite. Prefiere compartir el escenario.

“El teatro es necesariamente un arte colectivo, pero de repente se dan las cosas como para que sea una persona nomás la que esté arriba del escenario y siempre hay un grupo humano detrás. Son muchas mentes colaborando con algo que está ocurriendo allí arriba”, asegura.

Hemos estado hablando de mentes y figuras que van contra la corriente. ¿A qué personajes de la historia de Chile pondría usted en esa categoría?

—Tenemos mucha gente genial y no sé por qué, tal vez porque somos muy chaqueteros, no les damos la importancia que merecen. Tenemos a Gabriela Mistral, por ejemplo, que tiene una infinita sabiduría y sensibilidad en diversas áreas, pero no logramos abarcarla. Tenemos a la poeta, aunque hasta por ahí, pero no tenemos a la pensadora. Pasa a ser casi un objeto de fetiche, como un clásico que todo el mundo menciona pero nadie conoce.

“Recientemente nos dejó Humberto Maturana, un señor que era plenamente reconocido en todo el mundo y en Chile casi no lo conocemos. Y es una pena, porque creo que la gente que piensa un país forma parte de sus riquezas y de su identidad”, dice Roberto Poblete.

¿Supone un desafío mayor para usted salir solo a escena o le es indiferente?

—Cada trabajo tiene su propio afán. La creación colectiva te da un punto de partida: conoces el material, escuchas a tus compañeras y compañeros, y entre todos van esculpiendo la obra, eliminando lo que sobra hasta que aparece la forma. Siempre hay múltiples miradas que enriquecen el proceso. Como dice esa frase químicamente pura del Ictus: “El escenario manda”.

50 años después

La primera vez que Roberto Poblete pisó la sala La Comedia del Ictus fue en 1972, cuando asistió como espectador a Tres noches de un sábado, un clásico del teatro chileno que retrataba los problemas amorosos de tres parejas de distintas clases sociales. En el elenco estaban figuras como Delfina Guzmán, Nissim Sharim y Patricio Contreras.

En ese entonces, Roberto Poblete tenía 18 años y acababa de llegar a Santiago desde su natal Los Ángeles. Había abandonado la carrera de Química en la Universidad Austral para seguir su verdadera vocación: el teatro. “Quedé alucinado con la compañía y empecé a volver una y otra vez. Mi profesor de Dramaturgia era David Benavente, autor de Pedro, Juan y Diego, otro de los clásicos del Ictus”, recuerda.

Ese mismo año Roberto Poblete ingresó a la Escuela de Arte de la Comunicación de la Universidad Católica, pero su formación se vio interrumpida por el golpe de Estado de 1973. “La escuela estaba en plena Alameda. La quemaron y nos mandaron a todos al Campus Oriente. Fuimos la primera generación en llegar allá. Me pude titular recién en 1979”, recuerda.

Pese a la incertidumbre de la época, Roberto Poblete comenzó a trabajar en teatro desde el primer semestre de su carrera. Actuó en el Teatro de la Universidad Católica y luego en el Teatro de Comediantes, compartiendo escena con figuras como Anita González, María Cánepa, Héctor Noguera y Roberto Navarrete.

Su regreso a La Comedia fue en 1980, cuando protagonizó Sálvese quien pueda, de Óscar “Cuervo” Castro. En ese momento, el Ictus presentaba Lindo país esquina con vista al mar, y fue Nissim Sharim quien lo invitó a sumarse de manera estable a la histórica compañía, pionera en la creación colectiva en Chile. Desde entonces, Roberto Poblete ha participado en algunos de sus montajes más emblemáticos, como Sueños de mala muerte (1982) y Primavera con una esquina rota (1984), basada en la novela de Mario Benedetti.

Pisar ese escenario cargado de historia no ha sido siempre sencillo. “Esta sala ha sido un refugio y un punto de encuentro. En tiempos en que estaban prohibidos los partidos políticos y la gente estaba amenazada de muerte, este era un espacio donde se podía reunir”, comenta Roberto Poblete.

Estrenada en los años 80, en plena dictadura, Primavera con una esquina rota abordaba por primera vez en escena el impacto de la represión en Uruguay y las fracturas familiares que dejó el exilio. En Chile, la obra quedó marcada por un hecho trágico: en 1985, mientras se presentaba una función, Roberto Parada recibió la noticia del asesinato de su hijo, José Manuel Parada, víctima del “Caso degollados”. La conmoción sacudió al elenco y al público.

En el montaje original, Roberto Poblete interpretaba a un gendarme uruguayo encargado de custodiar y torturar a los presos políticos. Años después, cuando el director Jesús Urqueta y sus compañeros del Ictus le propusieron remontarla, se negó.

“Dije que no porque fui parte de ese elenco y estaba en el camarín con don Roberto Parada cuando le comunicaron la muerte de su hijo. Hay cosas que uno no quisiera recordar, aunque sean necesarias. Revivir esa situación en el escenario no sabía si me haría bien o mal”, confiesa.

Sin embargo, con el tiempo cambió de opinión. “El proceso y la visión del director fueron muy satisfactorios. Después entendí que había que remontarla. Es necesario que las nuevas generaciones conozcan esa parte horrible de nuestra historia, que ha sido negada y relativizada por algunos sectores”, resume Roberto Poblete.

¿Qué reflexión cree que faltó en la conmemoración de los 50 años del golpe?

—Es complejo explicar lo que significó un país con los partidos políticos suspendidos, sobre todo hoy, cuando la política tiene tan mala prensa. Es difícil hacerle entender a una persona joven que hubo un tiempo en Chile donde no se podía reunir más de dos personas en la calle sin ser interrogadas. Que existía el toque de queda, y que si salías, te podían matar.

Se instaló un régimen de terror donde nadie podía reclamar ante el nivel de barbarie que se estaba cometiendo. Y en eso estoy muy de acuerdo con la tesis de Javier Rebolledo. Probablemente debimos haber reflexionado más sobre eso, pero no sé cómo. Lo que sí me parece importante es preguntarnos por qué, como sociedad, somos capaces de actuar con tanta saña contra nuestros propios compatriotas solo por pensar distinto.

A más de cuatro décadas de su ingreso a la compañía, Roberto Poblete sigue siendo parte activa del Ictus junto a María Elena Duvauchelle. “El Ictus es una compañía muy viva. Han pasado muchísimos actores y actrices por aquí. El que fue columna vertebral durante mucho tiempo fue Nissim Sharim. Afortunadamente, ese bastón lo tomó Paula Sharim, que ha sabido continuar con esa forma de trabajo y darle un nuevo aire”.

Administrar un teatro independiente no es fácil, y la historia de La Comedia ha estado llena de desafíos. “El peor negocio del planeta es tener una sala de teatro”, dice Roberto Poblete entre risas.

“La sostenibilidad del espacio depende en gran medida de los fondos estatales –en particular del Programa de Apoyo a Organizaciones Culturales Colaboradoras (PAOCC), del Ministerio de las Culturas, que otorga aportes anuales a espacios y organizaciones–y del trabajo del equipo, que en los últimos años ha sumado nuevas miradas con la incorporación de Emilia Noguera, de Nicolás Zárate y Catalina Tapia. Yo no olvido y me saco el sombrero por Nissim Sharim, por haberse atrevido a seguir en esta cruzada de mantener abierta una sala y un espacio para la compañía”.

A lo largo de sus seis décadas de historia, el Ictus ha sorteado múltiples crisis, pero ha logrado mantenerse en pie, dice el actor. “Lo que nos ha permitido seguir es la flexibilidad. Nunca haber sido una compañía rígida ni dogmática. El arte tiene que estar abierto a experimentar, probar y renovarse permanentemente. El Ictus respira gracias a eso”.

“No echo de menos la política”

Entre sus compañeros del Ictus decían que andaba de intercambio o en préstamo, como un futbolista fichado temporalmente por otro equipo. No era para menos: en 2013, Roberto Poblete sorprendió al lanzarse como candidato a diputado independiente en la lista del Partido Socialista por el (ahora disuelto) Distrito 47, que abarcaba Los Ángeles, Mulchén, Laja, Nacimiento y otras comunas del Biobío.

Sin militancia política previa y sin haberlo imaginado nunca, dice ahora, el actor terminó en el Congreso por los siguientes cuatro años. Un amigo actor de Los Ángeles, militante socialista, le ofreció un cupo para postularse al Parlamento. Su primera reacción fue de guata: “Le dije: no, gracias. Muy amable”, recuerda.

“Siempre he estado metido en política, porque asumo que todos los seres humanos somos políticos y tomamos decisiones y tenemos puntos de vista frente a lo que está pasando”, dice Roberto Poblete. “Pero no todos tenemos el oficio de ser político, de estar todo el día allí aprendiendo, conociendo, sabiendo, administrando. Yo no pertenecía al Partido Socialista e imaginaba que había otros militantes que tenían mucho más mérito que yo para estar allí. Y, además, nunca pensé ser diputado. Al final, alguien me dijo: tú ya trabajas por la región, desde el Congreso podrías hacer más. Eso me convenció”.

¿Tiene un buen recuerdo de su paso por ahí?

—Al final del día es un trabajo que me encantó. Lo hice muy seriamente. Trabajé como nunca había trabajado. Soy un trabajólico. Me metí mucho en conocer, en ver. Hicimos redes, un muy bonito trabajo. Sin embargo, no pertenezco a un partido político y eso, aunque tú no lo creas, ayuda mucho. Tener un conglomerado de gente que está trabajando en una dirección ayuda muchísimo.

No se arrepiente, pero tampoco volvería. “No echo de menos la política, pero sí no dejo de estar muy metido o de informarme de todo lo que pasa allí. Me sigue gustando mucho la política, pero desde este lugar. Cuando no fui reelecto, acepté las reglas del juego y entendí que mi tiempo ahí se había terminado y volví tranquilamente a trabajar al teatro”.

Durante su período como diputado (2014-2018), Roberto Poblete integró diversas comisiones en la Cámara, pero su mayor compromiso estuvo con la cultura. Presidió la Comisión de Cultura, Artes y Comunicaciones, participó en Derechos Humanos y Pueblos Originarios, trabajó en Economía, Fomento y Turismo, e incluso en la comisión de Bomberos, una causa que siempre ha apoyado.

Roberto Poblete fue también uno de los impulsores de la creación del Ministerio de las Culturas, cuyo proyecto se aprobó durante su gestión. Sin embargo, tiene reparos sobre su implementación y cree que, más allá de los problemas administrativos, hay un error de concepto: el enfoque actual no considera la cultura en su dimensión más amplia y la reduce, según el exparlamentario, a la gestión artística en lugar de entenderla como un pilar en la formación de una sociedad.

“Es complejo abordar este punto en un país que no tiene conciencia de la importancia de la cultura”, opina Roberto Poblete. “Estuve en el periodo de Bachelet 2 y era presidente de la Comisión de Cultura, estuve en la génesis del proyecto, en la discusión de si debía ser de Cultura o de las Culturas, y dejamos listo el Ministerio para ser montado. Luego, vino el gobierno de Piñera 2, que, en mi opinión, no hizo bien la pega. Las grandes deficiencias del Ministerio se deben a una mala implementación inicial, pero ha ido mejorando. La institucionalidad cultural no es fácil”.

“No es fácil porque parte de la base de que tienes que aceptar cómo son las personas, cómo es la historia, cómo es el país. Y para hacerse cargo de todo eso, hay que entender que el Ministerio de las Culturas no solo tiene que ver con el arte. El arte es una parte mínima de la expresión del ser humano”, dice Roberto Poblete. “Todo lo que hace el ser humano pertenece a la cultura: cómo se viste, cómo se alimenta, cómo se educa, qué deportes le gustan. El Ministerio de las Culturas debería ser la base ideológica de un gobierno y divulgar una cultura del respeto, de la tolerancia, de lo colectivo. Pero eso aún no termina de entenderse”, apunta.

¿Por qué cree que la cultura se entiende y se reduce únicamente a las artes?

—Evidentemente, sigue habiendo un concepto errado de lo que es la cultura, y eso impide que el Ministerio se despliegue por completo. Cultura es mucho más que teatro, música, pintura o danza. La cultura en las artes debería ser solo uno de los objetos sobre la mesa, pero en rigor, es todo aquello que hemos aprendido como especie para satisfacer nuestras necesidades.

Así como existe el arte, también están la gastronomía, la religión, la cultura Rapa Nui o los chicos que hacen skate en Antofagasta. Todos tienen una manera determinada de ser, de vestir y de pensar, y queremos que convivan de la mejor manera. Ese debería ser, a mi juicio, el verdadero rol del Ministerio de las Culturas. Un buen avance ha sido la descentralización, aunque no sé cuán efectiva es, pero parece ir en la dirección correcta. La ministra ha ido creciendo en aceptación y parece comprender esta mirada más amplia. Si tú me preguntas a quién pondría yo de ministro si fuese Presidente, te daría al tiro un nombre: José Maza.

¿Qué se pone en riesgo cuando un país no atiende o no dimensiona el valor de su cultura?

—Es tan simple como recordar que, durante el siglo XX, hubo dos bloques en el mundo: la Unión Soviética y Estados Unidos. Este último venció al bloque soviético porque lo invadió culturalmente. Modificó su forma de comer con los McDonald’s, su manera de vestir con los blue jeans, la música que escuchaban con el rock, y el cine con Hollywood. Hoy en día, vemos lo mismo con la invasión cultural coreana o japonesa a través de los cómics, el K-pop, el animé. Es una cuestión cultural: si un país no tiene claridad sobre quién es, termina diluyéndose ante el flujo de lo que viene de afuera.

Los actores han sido muy críticos con la gestión de Cultura en este gobierno. ¿Comparte usted esas críticas?

—No necesariamente, porque no sé si el tema cultural ha sido tan abandonado como algunos colegas actores dicen. Yo me quedo con la visita de nuestro Presidente, que estuvo aquí, en esta misma sala, y reconoció, con algo de culpa, que el gobierno estaba en deuda con los artistas. No debe ser fácil para un gobierno como este ocuparse de un tema que ha sido tan postergado por tanto tiempo, y menos cuando no tiene mayoría en ninguna de las cámaras. No estoy justificando lo que haya hecho o dejado de hacer, pero el gobierno no siempre ha navegado con el viento a su favor, y eso le ha jugado en contra.

Sin embargo, siento que hay un genuino interés en que las cosas vayan para bien, y eso lo reconozco. Yo estuve adentro, conozco la ley y sé que un país es un trasatlántico en el que no es fácil dar un golpe de timón así nomás, como muchos y muchas prometen. La nave tiene que avanzar en dirección al consenso y no quedarse solo en la crítica.

¿Cuál es su diagnóstico de ese descontento en el sector artístico?

—Estamos viviendo una cultura del capitalismo que no solo afecta a las artes, sino también a la salud y la educación, y es una aberración. Llegará un punto en que nos daremos cuenta de que el mercado no puede regularlo todo. No da el ancho. El mercado permite que una empresa como Huachipato se vaya al carajo y deje a miles de personas sin trabajo. Lo mismo hace con las salas de teatro, con todo lo que toca.

El mercado es un parámetro culturalmente siniestro, porque entrega el poder a quienes no tienen pudor en hacer lo que sea por conseguir sus medios. El mercado es bueno cuando está regulado, cuando permite igualdad de condiciones, cuando evita que alguien se apodere de todas las farmacias del mundo y no que ocurra lo que pasó también con la educación en Chile. La educación pública aquí era un baluarte. Este país tiene dos premios Nobel de Literatura gracias a la educación pública. La educación de mercado no ha logrado algo similar. Quizás forme gente que sepa ganar más plata, que sepa emprender, pero que perdió otra parte fundamental.

Roberto Poblete observa el escenario político como quien toma palco en una batalla campal. La carrera presidencial se mueve rápido de cara a las elecciones de octubre: esta misma semana, Carolina Tohá dejó el Ministerio del Interior para sumarse a la contienda donde ya están Evelyn Matthei, José Antonio Kast y Johannes Kaiser.

“Si uno fuera medianamente liviano en su análisis, pensaría que la derecha ya ganó, pero realmente no creo que tenga una posición tan ventajosa”, dice Roberto Poblete. “Y de ser el caso, tampoco creo que sea una derecha con tanta libertad como para llevarnos a un extremo. No veo en Chile líderes reformistas del calibre de Milei”.

¿Qué desafíos cree que se le vienen al futuro mandatario o mandataria?

—Buscar consensos, más allá de las diferencias políticas. Ojalá que sepamos y seamos capaces de remar todos para el mismo lado. Este país no está feliz y forrado, pero tiene una economía sana, hay una confianza alta y solo ha crecido en los últimos años. Lo que no ha decrecido, y me preocupa muchísimo, es la desigualdad, que es francamente obscena. Cuando uno ve que hay gente durmiendo en carpas en las calles o levantando casas muy precarias en tomas de terreno, se da cuenta de que no estamos bien y que las cosas no se han hecho bien desde hace mucho, no solo de este gobierno.

La revuelta de octubre de 2018, dice Roberto Poblete, fue la expresión de un descontento profundo, una explosión de injusticia acumulada. Y aunque no tuvo una conducción política clara, puso en evidencia que las promesas del progreso no llegaron para todos.

Usted habla de lo que no se ha hecho bien en mucho tiempo. ¿Es crítico de los “30 años” y de los gobiernos de la Concertación y la centroizquierda?

—No con la facilidad para decir que “no eran 30 pesos, sino 30 años”. No. Todo lo contrario. Creo que Chile tuvo suerte de tener esos gobiernos. Probablemente no se hicieron todas las cosas que tendrían que haberse hecho para cambiar definitivamente y haber tomado un mejor rumbo, pero se hicieron muchas otras. La reducción de la pobreza que se logró en este país durante esos 30 años es algo que ningún otro país en el mundo hizo a ese nivel. Tal vez China, pero en Latinoamérica, Chile tiene una situación económica favorable gracias a esos 30 años que fueron bien llevados. La desigualdad, definitivamente, sigue siendo lo más escandaloso.

“La funa no puede reemplazar a la justicia”

Han pasado años desde que Roberto Poblete dejó la televisión, aunque su rostro sigue ligado a programas icónicos como El tiempo es oro, que marcó a la audiencia en los 90. Más recientemente, intentó un regreso junto a Cristián García-Huidobro y Luis Gnecco con un revival en YouTube de El Desjueves, pero la experiencia fue breve.

“Nos dimos cuenta de que estamos en situaciones muy distintas cada uno y no teníamos tiempo para hacerlo. Hablamos con la productora, le dijimos que estábamos felices, pero que esto no era un negocio para nadie ni en el corto ni mediano plazo, y hasta ahí nomás llegamos. Quedó en una pausa permanente (ríe)”, cuenta Roberto Poblete.

Aunque el proyecto quedó en suspenso, no descarta explorar el mundo digital en el futuro. “Lo vamos a seguir desarrollando, con tiempo, está pendiente. Me gustaría tener un canal en internet, pero no sé si de El desjueves, porque es un desgaste y un compromiso de palabras mayores que requiere tiempo y dedicación. Además, estamos todos en diferentes momentos y nos costaba coincidir”.

En los últimos años, el mundo del teatro y la televisión ha sido sacudido por denuncias de abuso y otros delitos sexuales. Figuras emblemáticas han sido acusadas, y el debate sobre el abuso de poder en el sector artístico sigue abierto.

“Si alguien se siente afectado por una situación, tiene todo el derecho a denunciar. No podría estar más de acuerdo con eso”, comenta Roberto Poblete. “Ahora, la funa no puede reemplazar a la justicia. La justicia tiene un proceso y es la que todos conocemos. Cuando uno no conoce los detalles ni está involucrado, es mejor no meterse. Me parece preocupante que mucha gente opine sin conocer los hechos. Todo el mundo tiene derecho a hacerlo, pero ojalá lo hiciera con información. Yo, si no conozco los detalles, prefiero no emitir juicios”.

“Yo inmediatamente me conduelo con las víctimas, sin ninguna duda. Es un tema complejo. Siempre han existido denuncias con base sólida y otras sin fundamentos, por eso hay que ser delicado y cuidadoso antes de emitir juicios. Pero si alguien se siente atropellado, tiene derecho a exigir justicia, y ojalá por los conductos regulares”.

Personalmente, ¿ha sentido esa interpelación hacia los hombres?

—Tengo la suerte de ser profesor por opción desde hace casi 20 años, y en este tiempo he aprendido, día a día, cómo relacionarme de manera respetuosa con todas las personas. No importa quién seas o cuál sea tu condición: si tratas a los demás con el respeto que merecen y les das el espacio que necesitan, sin atropellar ni cuestionar a nadie, no hay motivo para sentirse ni especial ni distinto. Cada quien es y será como quiera o como pueda ser. Si alguien necesita ayuda y la pide, hay que estar ahí. Si pudiera cambiar el lema del escudo nacional, sacaría “Por la razón o la fuerza” y dejaría una sola palabra: respeto.

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