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Opinión

11 de Junio de 2025

Brian Wilson, el genio al que no le gustaba salir de gira

Foto autor Felipe Rodríguez Por Felipe Rodríguez

Felipe Rodríguez, columnista de música en The Clinic, escribe sobre la vida de Brian Wilson, que fue un viaje entre la creación sublime y la ruina personal. El cerebro detrás de The Beach Boys fue un artista marcado por el contraste entre el éxito de su música y una vida personal dominada por la fragilidad mental y adicciones.

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La vida de los grandes artistas suele estar relacionada con la tragedia. Lo que exteriormente son aplausos y loas por la capacidad de crear belleza artística que toca fibras emocionales en la mayoría de los seres humanos, internamente linkea con la incomprensión, la soledad y, fundamentalmente, por una sensibilidad ajena al promedio.

Brian Wilson, el ex líder y genio musical de The Beach Boys, se fue físicamente a los 82 años. Pero hace largo rato que se había despegado de este mundo. Hace casi exactos veinte años lo vi a pocos metros en el festival musical danés Roskilde y Wilson era un tipo desconectado, absorto en su propia galaxia, empujado a presentarse en vivo por su mujer, Melinda Kae, para generar dinero y que solo ponía su firma para que otros músicos interpretaran sus canciones en una especie de auto homenaje en recintos multitudinarios.

Había llegado a la música por casualidad. Una tarde en que viajaba en un auto familiar, su padre -un músico frustrado y sin talento- percibió que sus tres hijos cantaban en forma perfecta. A los pocos años, esas voces que instrumentalizaban melodías dulces y nostálgicas se unieron a un primo, Mike Love, y a un amigo, Al Jardine. Tras editar un single con el sello distintivo del sol y las playas de California que, en apenas un mes se transformó en un hit radial, Murry, su padre, selló un contrato con la discográfica Capitol. Wilson, como Michael Jackson, había crecido en un entorno autoritario. Su progenitor lo golpeaba -como a sus hermanos- y plasmaba en Brian, el talento puro, todas sus incapacidades artísticas.

Si en un principio, los arreglos vocales de The Four Freshmen fueron el espejo en que The Beach Boys se miraron para crear una música juguetona y abiertamente nerd, las grabaciones de Phil Spector fueron un destello de luz para Brian Wilson. En una de sus escasas entrevistas, dijo que cuando escuchó “By me Baby” de The Ronettes, producida por Spector, sintió que había encontrado un alma gemela. “Spector es todo”, afirmó. Esos sonidos brillantes, de instrumentación reverberante y que poseían esa sensación de una permanente nostalgia tuvieron eco en su cabeza. Fueron su mejor manera de expresar sentimiento y emoción para abordar la música.

Con su grupo al alza y como la encarnación del sueño californiano, con chicas en bikini, fiestas y atardeceres playeros, llegaron los éxitos. Giras por Estados Unidos y el extranjero lo llevaron a los primeros lugares de los rankings. Cuando creyó que tocaba el cielo, el primer tour de The Beatles por su país en 1964 fue un estallido interno. Aunque los miraba con distancia, su impacto juvenil fue una motivación extra para trabajar. Y también sus primeros indicios de fragilidad mental. En diciembre de ese mismo año, se bajó de una gira por una crisis nerviosa. No podía pararse arriba de un escenario y decidió trabajar solo en el estudio y haciendo toda la música. El resto de sus compañeros pondrían sus voces a sus creaciones.

En la soledad, Wilson creó su propio mundo. Sus canciones eran tan inmensas como sensibles. Pero ese paraíso propio pronto chocó con otras dificultades. La libertad juvenil y el protagonismo de drogas como el LSD hizo que el músico se fuera envolviendo en un torbellino de locura y depresión. Esos problemas se alimentaron con la escasa recepción comercial -aunque sí de crítica- de su obra maestra, Pet Sounds (1966). Esa música barroca y de belleza resplandeciente que, al año siguiente tendría su punto cúlmine con Forever Changes de Love, fue el empujón para que The Beatles se expandiera artísticamente con Sgt. Pepper (1967).

Cada vez más ensimismado y en su propio mundo, Brian Wilson se alejó de sus compañeros y se zambulló en las drogas. Su siguiente álbum, Smile -que debió esperar casi treinta años para su publicación-, estuvo plagado de excentricidades. En su estudio puso cajas de tres metros de arena -para creer que grababa en la playa- e instaló una orquesta de bomberos de juguetes. Aunque su primo, Mike Love, lo trató de demente, de esas sesiones -así como de Pet Sounds- salieron algunas de las canciones más exquisitas, alucinantes e imaginativas del pop.

Esa creatividad desbordante y febril, sin embargo, lo llevó a una ruina personal. Incapaz de poder salir de la cama por largos periodos, distanciado de su padre por vender sin su autorización el catálogo musical de su banda y con demandas de su propio primo por autoría de canciones, lo llevaron al descalabro total.

Su ineptitud de volver a la realidad y una dirección de los gustos musicales de la juventud a fines de los 60 y comienzos de los 70 -marcada por la contracultura, la guerra en Vietnam y el consumo de drogas- que no tenía nada que ver con su mirada creativa, hizo que el músico se perdiera en el limbo. Sumergido en el alcoholismo, drogadicción y sobrealimentación, esbozó una recuperación en 1982 cuando el sicólogo Eugene Landy lo ayudó a cuidarse, lograr cierto equilibrio mental y volver a hacer música.

La década de los 90 fue tumultuosa para el músico. A su precaria estabilización personal, encontró el reconocimiento de nuevos artistas. Una autobiografía, sin embargo, lo puso contra sus hermanos y hasta su madre por difamación. En 1999, comenzó a girar con Pet Sounds y a generar reverencia por su pasado. Pero, a esa altura, su aspecto era caricaturesco.

Sus giras por el mundo -nunca vino a Sudamérica- lo mostraron como una figura de cera más que un músico en plena actividad y reinvención. Aunque celebró el 50 aniversario de Pet Sounds y tocó en un disco junto a Paul McCartney y Elton John -dos confesos admiradores-, los últimos cincuenta años de Brian Wilson nunca lo vieron adaptado al mundo adulto. Fue un genio que, a través de la música, concibió su propia existencia con belleza y tragedia. Un Peter Pan incapaz de adaptarse a la vida a la que lo empujaba su entorno y sus miles de seguidores.

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