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Opinión

16 de Junio de 2011

La marcha de los estudiantes

Galería de Patricio Fernández Recién regreso de la marcha de los estudiantes. No sé las conclusiones que sacarán los analistas de este desfile multitudinario, pero nada demasiado fino si no estuvieron allí. Las estimaciones hablan de 70.000 personas. Ni idea. Contarlos uno por uno hubiera sido un delirio, mientras que perderse en medio del carnaval […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Galería de Patricio Fernández

Recién regreso de la marcha de los estudiantes. No sé las conclusiones que sacarán los analistas de este desfile multitudinario, pero nada demasiado fino si no estuvieron allí.

Las estimaciones hablan de 70.000 personas. Ni idea. Contarlos uno por uno hubiera sido un delirio, mientras que perderse en medio del carnaval era tan natural como dejarse llevar por un río.

La gigantesca mayoría estaba constituida por pingüinos y universitarios. Los viejos que sostenían lienzos y encabezaban columnas, eran casi todos seguidos por estudiantes.

El slogan izquierdista ortodoxo de las pancartas mejor elaboradas, no era exactamente el mismo de los gritos y los carteles artesanales. Supongo que por ahí entra la mano del PC, empresa especialista en intervenir movimientos sociales.

Pero no nos detengamos en minucias: los manifestantes -el Chile del mañana, como diría un político en tiempos de campaña-, vestían de modo variado y, a veces, estrambótico; no era rabia lo que emanaba de sus movimientos, sino más bien la felicidad de no saberse solos.

Bandas de música, escuelas de baile, asociaciones circenses, jóvenes disfrazadas, con el pelo de color, ninguna bandera partidaria (salvo la comunista por ahí), skeaters, federaciones estudiantiles, liceanas desacomplejadas…, todo esto fluía por la Alameda, hoy al mediodía.

Obligado a decir lo qué se pedía en la marcha, diría que mayor igualdad. Las consignas apuntaban todas hacia allá. Educación pública y gratuita, la misma para todos, mucho si se piensa desde el llano realismo, pero nada del otro mundo a la hora de soñar.

Es harto sensato pretender que los hombres nazcan libres e iguales en dignidad y derechos; de lo contrario, no arrancarían así la mayor parte de las constituciones jurídicas occidentales.

Había grupos de escolares que trataban de inepto al Presidente de la República en sus gritos. Le decían: “Wéa, aprende a gobernar!!!”. No quisiera estar en los pantalones de Piñera.

Tiene desordenado el frente interno, ha perdido el respeto dentro y fuera de sus filas, cada día se habla menos de su indiscutible inteligencia, ahora le dio con que era Inca, mientras la ciudadanía, desde los flancos más disparatados, le reclama un nuevo pacto.

Es uno de esos momentos en que algunos sudan de preocupación, al tiempo que otros se llenan de entusiasmo: los primeros porque van en retirada, y los demás porque juran que es su turno.

Habrá que ver el curso que toma este torrente. Arriesga ahogarse cualquiera que no lo tome en serio.

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