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Opinión

27 de Noviembre de 2011

Tres mitos de la historiografía tradicional

El investigador en historia revisó tres mitos de nuestra historia, que a su juicio deberían ser cambiados en la forma en como se enseñan. El nombre de la "Guerra del Pacifico", el "patriotismo del roto chileno" y la ya cuestionada gestión de Diego Portales son los tres elementos.

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Por José Luis Riquelme, historiador

La ausencia de fuentes orales en los trabajos de la historiografía decimonónica chilena crearon una serie de mitos en torno a ciertas figuras y procesos acaecidos en dicha centuria, que se han transmitido a la población cual realidades irrefutables a través de nuestro sistema escolar. A continuación pasamos a detallar tres de ellos:

Curioso detalle nacido en el conflicto bélico contra la Confederación es la aparición de una identidad nacional encarnada en la figura mítica del roto chileno, personaje clave en el triunfo chileno en la Batalla de Yungay. Aquí nuevamente la realidad es diametralmente opuesta, pues de existir este supuesto valor patriótico ya difundido y consolidado en el pueblo chileno al mediar el siglo XIX, como podemos explicar la práctica de los enganches realizados por el Estado chileno para reclutar soldados y enviarlos al frente en la Guerra del Pacífico tres décadas más tarde.

Los enganches consistían en el reclutamiento forzoso de vagabundos y bandidos que merodeasen por el campo chileno o bien en ofrecer grandes farras a los parroquianos más pobres en las diferentes ciudades del Chile Central, una vez que los festejados estaban ebrios eran conducidos a los vagones de los trenes que los conducirían a Valparaíso y luego al frente de batalla.

Otra construcción histórica más es la de la mal llamada Guerra del Pacífico, esta constituye el broche de oro que llena el anecdotario de mitos de nuestra historia oficial en el siglo XIX. Ya el nombre de este conflicto resulta bastante torpe e inadecuado, ya que esta se desarrolló en una mínima porción de este vasto océano y en su devenir hubo sólo dos combates navales: el de Iquique, el 21 de mayo de 1879, y el de Punta de Angamos, el 8 de octubre del mismo año. Las dos batallas marinas no duraron más de unas cuantas horas y en ellas se vieron involucradas solo seis embarcaciones. Dos peruanas, el Huáscar y la Independencia y cuatro chilenas, la Esmeralda, la Covadonga, el Cochrane y el Blanco Encalada. Posteriormente, la flota chilena surcó el Pacífico en tres ocasiones y sólo para transportar tropas. Es por esta razón que historiadores alemanes llamaron en forma tan certera a este conflicto como Salpeterkrieg (Guerra del Salitre), desnudando su carácter eminentemente económico y de interés privado.

Por ello el uso de las fuentes orales como herramienta de construcción histórica es tan pertinente en la actualidad, ya que de haber existido esta metodología en los años de nuestros próceres patrios y epopeyas más heroicas de nuestra vida como nación, otra sería la historia, otros los personajes y otras las epopeyas.

Portales fue catapultado por la historia oficial como el gran estadista chileno del siglo XIX, calificándolo como el político más influyente de nuestra patria, el que sembró la semilla de la democracia, en definitiva algo así como el “gran organizador de la República”.

Pero la verdad es otra, en realidad fue un pésimo comerciante que en las dos etapas en que ostentó el poder actuó como un inescrupuloso dictador eliminando todos sus rivales políticos, encarcelando y desterrando a sus opositores.

Diego Portales se opuso tenazmente a la Confederación Perú – Boliviana, que a partir de octubre de 1836 comenzaba a surgir encabezada por el general boliviano Andrés de Santa Cruz, Mariscal de Zepita. Al contrario de lo que nuestra historia oficial propone esta no tenía la finalidad de atacar a Chile o de entorpecer su expansión comercial. En realidad el sueño de Santa Cruz fue el de realizar en forma tardía el proyecto bolivariano de unir a los países de América del Sur. Prueba de esto es el apoyo prestado desde Lima por el propio O`Higgins a la causa del Mariscal.

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