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Opinión

19 de Diciembre de 2012

El calendario maya, la pasión por la hecatombe y el fin del sentido común

Pablo de Llano / El País “Señora”. La señora no escucha. “Señora, disculpe”. Ahora la señora escucha y deja de mirar su cubo de agua sucia. María Bautista tiene los ojos saltones y viste de uniforme, con una camisa holgada que le cuelga hasta los muslos como a un muchacho rapero. Es una empleada de […]

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Pablo de Llano / El País

“Señora”. La señora no escucha. “Señora, disculpe”. Ahora la señora escucha y deja de mirar su cubo de agua sucia. María Bautista tiene los ojos saltones y viste de uniforme, con una camisa holgada que le cuelga hasta los muslos como a un muchacho rapero. Es una empleada de la limpieza del metro de la ciudad de México. El vagón aún no ha llegado. Estamos a 17 de diciembre. “¿Usted qué opina de lo del fin del mundo?”. La señora responde: “Pues mire, yo creo que ahoritita estamos aquí y al ratito quién sabe, eso depende del Señor”. La empleada de la limpieza, de pie con una fregona, no se cree la profecía apocalíptica de los mayas. “Ellos que digan lo que quieran”, dice en contra de la civilización que inventó el número cero, “pero el de arriba es el que lo sabe todo. Como dice el dicho, el árbol no se mueve si no es por la voluntad de Dios”. El metro ha llegado. María Bautista se queda fregando el andén.

Dos inscripciones iconográficas de los antiguos mayas han despertado de nuevo las ansias de los adoradores del cataclismo universal. Una se labró en el siglo VII en el Monumento 6 de Tortuguero, en el Estado mexicano de Tabasco. Y otra en La Corona, Guatemala. En las dos está señalado el 21 de diciembre de 2012 como un fin de ciclo que los apocalípticos ven como el día del Armagedón y los estudiosos de los glifos mayas como un simple cambio de época anunciado por un pueblo que jamás concibió la idea de un gran estropicio planetario. En el código maya ese día se cumple el decimotercer b’aktun —término que para ellos demarcaba periodos de 394 años— y se completa un círculo astronómico que comenzó en el 3114 antes de Cristo y que ahora se cierra para dar paso a otra era de su calendario.

Pero las explicaciones científicas no han calmado a los fatalistas, que se han animado a anunciar toda clase de catástrofes para el día 21. Un cometa se empotrará en la Tierra. No, la abrasará una tormenta solar. Será un extraordinario terremoto el que lo quiebre todo de una vez por todas. O una inversión de los polos magnéticos del planeta. Y si no, será un rayo sincronizador proveniente del centro de la galaxia el que nos convierta en polvo interestelar. La NASA ha recibido miles de mensajes de ciudadanos preocupados. Pese a que se trata de temores individuales, no de pánico colectivo, ha hecho una declaración negando todos los terroríficos supuestos de los intérpretes esotéricos. “El 21 de diciembre no será el fin del mundo como lo conocemos”, ha sentenciado la agencia espacial estadounidense. Es decir: esto no se acaba. El árbol no se mueve si no lo avisa la NASA.

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