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Opinión

10 de Enero de 2013

Editorial: Barbaridades

La muerte de un matrimonio anciano quemado al interior de su casa de campo en medio de la noche, sólo puede causar espanto. Y más todavía si se trata de un crimen. Agrego esto último, porque noticias de niños y viejos que mueren a causa de un incendio son, en realidad, pan de cada día. […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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La muerte de un matrimonio anciano quemado al interior de su casa de campo en medio de la noche, sólo puede causar espanto. Y más todavía si se trata de un crimen. Agrego esto último, porque noticias de niños y viejos que mueren a causa de un incendio son, en realidad, pan de cada día. Esta vez, sin embargo, la escena imaginada sin contexto, nos lleva al territorio de los western, del colono religioso, familiar y esforzado, cuyo hogar es atacado repentinamente por una turba de salvajes, o incluso a las escenas de ciertas películas de terror, donde los espíritus de los antiguos habitantes salen un día de sus ataúdes para tomar venganza. En las del oeste, se supone que son los indios quienes invaden, olvidando que son los colonos quienes se han instalado en sus tierras. En las de terror, es una vida metafísica la que de pronto sale a cobrar venganza. Algo de ambas tiene este crimen. De hecho, el único detenido inculpado por el asesinato de la pareja se llama Ceferino Serafín Córdova Tránsito, y es un machi, un brujo, un sacerdotiso.

El asesinato del matrimonio Luchsinger, todavía lejos de ser enteramente esclarecido, ha convocado, como era de esperar y de desear, una condena unánime. Ningún grupo organizado se ha siquiera atribuido el atentado como un logro. Mapuches de múltiples comunidades han hecho sentir su lamento por el suceso. Pero con el paso de las horas -como ocurre en el cuento de Cortázar, donde el público, movido por la euforia, termina matando a los músicos-, acá el repudio por el delito, fue alcanzando un entusiasmo monstruoso. Hubo quienes usando las redes sociales llamaban a “llenarlos de plomo”. Un bobalicón de apellido Montalbeti escribió lo siguiente: “La solución al problema mapuche es fácil. Inviten al rey de España a cazar a Chile y que termine la pega que sus ancestros no hicieron”. Alan Cooper, pariente de la señora muerta y conocido por haber estado involucrado en el crimen del general Schneider, amenazó: “Estos huevones no se la van a llevar pelá… Si llegan a mi casa, les voy a disparar a todo dar”.

El Presidente de la República se apersonó en la zona. Los dueños de campos de La Araucanía, mal que mal, pertenecen al ala dura de la derecha chilena. Renovación Nacional y la UDI pidieron que se declarara estado de excepción. Cuando murió Matías Catrileo, justo cuatro años antes, nadie mandó siquiera sus condolencias. Y eso que el culpable era un agente del Estado mismo que le había disparado por la espalda. El crimen de los Luchsinger fue horrendo, la situación está que arde, o arde, más bien, porque las quemas de galpones y casas han continuado. Algunos especulan que tras estos grupos violentos está Luis Tralcal, algo así como el Llaitul de la IX región. Todos saben que se trata de un grupo minoritario, pero también saben que si se limitan a apresarlos, al poco tiempo habrá otros que los reemplacen. La violencia podría volver a ser partera de la historia, si acaso se aprovecha esta trágica circunstancia, no sólo para castigar a los culpables (que por cierto se lo merecen), sino también para generar un diálogo político, una instancia de acuerdo, el trazado de un camino sin espacio para ningún tipo de cuatreros. Y para ello, el primer paso, es acallar los gritos bárbaros del racismo.

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