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Opinión

9 de Octubre de 2013

Martín Kohan, escritor argentino y la discusión sobre los 70: “Es una lucha entre memorias y no una lucha entre memoria y olvido”

Esta semana fue algo así como la quinta vez que el escritor y profesor de teoría literaria visitó Chile. Lo hizo para participar de una versión del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires que se realizó en la UDP, donde habló de dictadura, libros y fútbol.

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
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*Fotografía, Alejandro Olivares.

Unas horas antes de entrar a un conversatorio, admite Kohan que dos de las cosas que más lo movilizan son el fútbol y la literatura, pero nunca las ha combinado.
La única obra suya en que aparece el fútbol es en “Dos veces junio”, que transcurre durante el mundial del ’78. En esa novela, que se sitúa solamente durante la noche del único partido que Argentina perdió -ese año salió campeón-, Kohan dice que usó el evento para crear el clima no de festejo mundialero, sino de “mucha desolación y pesadumbre, de silencio”. Nada de su relación con el fútbol está ahí.
-Más bien al contrario, el fútbol aparece exactamente de la manera contraria a como yo lo vivo. A mí me importa muchísimo el fútbol y ahí está presentado como parte de una instrumentación de la dictadura.

A propósito de dictadura, septiembre en Chile ha estado muy movido: se conmemoraron los cuarenta años del golpe de Estado. ¿Cómo se vio eso en Argentina? ¿Se vio algo?
-Llega. Mirá, cada once de septiembre aparecen referencias que no necesariamente tienen que ver con cubrir actualidad de lo que pasa en Chile, aunque eventualmente sí, sobre todo los años precedentes con todo lo que se ha dado con los estudiantes. Pero aunque no sea algo que se cubre desde alguna clase de actualidad, tipo qué manifestaciones hay, aparece como evocación de una página decisiva para la historia de América Latina. La idea de que ahí se quebró algo delicado para todos.

Hace poco entrevisté a Hebe Uhart. Ella me dijo que lo que le había faltado a Chile era un gobierno populista.
-No sé en qué estaría pensando, pero si iba por el lado del peronismo, me parece una bendición que se hayan exceptuado de eso. No por yo ser un antiperonista feroz, procuro no serlo, porque me parece que el antiperonismo es parte del dispositivo peronista. Y por lo tanto el encarnizamiento fanático no deja de ser parte de la lógica del fanatismo, del fervor peronista también. A mi entender, hay fuertes reivindicaciones que el peronismo aportó, mejoras sociales, en los años cuarenta. En términos de una transformación social profunda es un movimiento retardatario. Cualquier marxista diría eso. Y para el caso de Chile, que con Salvador Allende alcanzó una ambición de transformación social por vía democrática mucho más honda, con desafíos a los centros de poder mucho más hondos, me parece que al revés, no le falta nada. A nosotros nos está sobrando algo.

¿Qué está sobrando?
-Hoy en día el espectro político argentino es casi enteramente un abanico de variaciones del peronismo. Sobre todo pensando en que algunos de los partidos politicos que realmente estarían planteando alternativas de fondo respecto a esos proyectos, son bastante minoritarios en cuanto al caudal eleccionario. Dan un poco más de expectativas pero no tienen ambiciones de triunfo. Entonces los tres o cuatro candidatos con opciones de ser elegidos presidentes dentro de dos años, probablemente sean todos peronistas; cada uno de los cuales pretendiendo ser el intérprete más adecuado de lo que el peronismo es y se supone que fue, e históricamente con una disposición de los otros a integrarse con el que gane una vez que ese que gana toma el poder. Incluidos los Kirchner en los años de Menem, aunque parezca difícil de entender. Eso supone una amplitud muy estrecha en términos de perspectiva de transformación social. Probablemente no haya mejores perspectivas que las que Argentina está atravesando ahora, en estos términos. Me parece que lo más potable que el peronismo tiene para aportar es esto que está pasando ahora y para mí es insuficiente, pero no se me ocurre qué más podría ser, más que lo que fue Kirchner y Cristina en términos de reabrir los juicios a los represores, ciertas intervenciones a algunos focos de poder tradicionales en Argentina como la sociedad rural, meterse en algunas cosas con la Iglesia, con el ejército. Eso es muy propicio, pero tiene los límites que tiene el peronismo y el populismo en ese punto, que es que eso no integra un proyecto radical de transformación social. Nunca lo integró, entonces estamos entrampados en lo mismo.

¿Y Cristina? ¿También es estar entrampados en lo mismo?
-Sí, en un punto sí. Yo no sabría encontrar en el espectro del peronismo en toda su amplitud y su diversidad, una alternativa mejor en cuanto a inteligencia, formación, capacidad política, tanto en la práctica como la formación ideológica, que una presidenta pueda tener en comparación con otros candidatos; que por lo pronto habla de corrido, lo cual es bastante decir en comparación con otros candidatos que no han alcanzado ese nivel de fluidez en su expresión. No es que sean tartamudos, es que el pensamiento también se les traba. Es la más potable en esos términos.

Con esto de los cuarenta años se habla mucho de dar vuelta la página. De forzar el olvido, pero también de forzar el recuerdo. ¿Cómo te enfrentas a eso?
-A mí me parece que hay un dispositivo falso en el planteo, que es la discusión entre memoria y olvido, como si alguien se pronunciara a favor del olvido y contra la eliminación de la representación de ese pasado. Quiero decir, en un punto es falso. Aunque en un momento digan que hay que dar vuelta la página, fue el discurso del menemismo en los noventa en Argentina que acompañó los indultos y la impunidad. Lo cierto es que a mí me parece que hay un punto más, el punto fascisto más sensible es otro: es una lucha entre memorias y no una lucha entre memoria y olvido. Cuando plantean la cuestión del olvido es una especulación tan rastrera como ellos con respecto a su situación judicial. Ambicionan ser recordados como salvadores de la patria y montan su versión de lo que pasó en los años ‘70 para erigirse. Eso no es un discurso del olvido, eso es un tipo de memoria, no es un borramiento de las páginas de la historia. La construcción de un tipo de historia que tiene que ver con la guerra antisubversiva que libraron y el hecho de haberla ganado. Plantear memoria contra olvido, en parte es verdad y en parte me parece que hay que buscar una formulación más compleja que sea indagar en cada uno de las formulaciones de la memoria, incluida la nuestra. ¿Qué olvidos la constituyen? Porque ninguna memoria es plena, ninguna es total. Indagar qué zonas de olvido requiere toda memoria, incluida la nuestra. Lo que nosotros construimos como memoria de esos años y lo que los aniversarios construyen como memoria de esos años; si no se nos está escapando precisamente eso, que es que esgrimen una versión de la historia y pretenden que eso sea lo que queda.

MIEDO A FOGWILL
En “Fuga de Materiales” dijiste que le tenías miedo a Fogwill hasta después de muerto. ¿Se te pasó ese miedo?
-Jajaja. No. Ahora más, porque todavía me parece que me ve. No, no creo en el más allá. Fogwill era un tipo muy intenso y cuando esa intensidad estaba puesta al servicio del afecto era un afecto conmovedor. Podía ser increíblemente tierno y protector y de un modo muy genuino, que era conociendo la fibra más delicada en la que ese afecto podía expresarse para cada uno, no con frases o gestos generales. Al mismo tiempo, cuando algo suscitaba su veneno, era letal. Era muy implacable y era una persona que daba la impresión que podía decir -no sé si hacer- cualquier cosa. Eso a mí me da miedo. Porque además como era tremendamente inteligente, superlativamente inteligente, lo que decía en términos de agresión también tocaba una fibra. Tampoco decía cualquier cosa para cualquiera. También para herir sabía exactamente lo que había que decir y dónde había que tocar. Para mí, alguien que tiene ese saber es alguien que me intimida. He sido beneficiado también por su afecto. Fogwill me decía algunas veces “ingale”, que es niñito en yiddish. Las tres personas que a mí me dijeron “ingale” en mi vida fueron mis dos abuelas y Fogwill. Es extraño y a la vez indica que es alguien que podía saber exactamente cuál era mi palabra de la ternura. También me dijo que el holocausto era un lobby, la misma persona. Yo no terminé de aprender cuándo iba a venir una y cuándo iba a venir otra.

A propósito de “Cortázar Inesperado”, te quería preguntar si crees que después de este amor inicial por Cortázar, y luego esta etapa de ninguneo, ¿qué viene? ¿Una revalorización por parte de los escritores y críticos?
-Probablemente sí, algo más cercano a la justicia. Creo que Cortázar fue bastante víctima del cortazarismo, culturalmente es algo que tiende a pasarle a cualquier escritor emblemático. Y ello termina siendo a la vez injusto para él porque el cortazarismo construyó un Cortázar más pobre que Cortázar. Fue un ciclo bastante injusto. Primero se le descartaba por entero, después se admitió que algunos cuentos, después se admitió que todos los cuentos. Yo creo que no hay que pasarse de vivo, tampoco. Cuando uno no escribió Rayuela… te puede gustar más, menos, pensar que se desgastó, muchísimas cosas, pero la caída en desgracia de Cortázar me parece que fue producto de un cierto estereotipo de lo cortazariano que devino de sus mentores, no de sus adversarios; de los que lo admiraban y no de los que proponían denostarlo. Esa veneración construyó ese estereotipo Cortázar que resultó muy por debajo de su literatura. Es verdad que la literatura de Cortázar, en algunos casos, admite ser reducida a ciertas fórmulas, lo que no quiere decir que sea de fórmula. Entonces a la hora que los cortazarianos crearon talleres para formar escritores, pudieron hacer consignas cortazarianas. Como si explicando esas consignas el resultado fuera Cortázar, y el resultado fue el cortazarismo. Recuperar un Cortázar que supere esos homenajes tan desdichados es algo que está empezando a pasar ahora en parte porque este fue el año de los 50 años de Rayuela y el año que viene es el centenario de su nacimiento, y la verdad es que uno vuelve sobre los textos y dice, bueno, no cualquiera escribe así.

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