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Opinión

24 de Mayo de 2015

Restos nocturnos

Y a pesar de que los niveles a veces inoportunos de sordidez puedan velarlo, “Bolsas de basura” es, entre otras cosas, una investigación sobre el amor. Un amor tentado por el fracaso, por la inhabilidad de tolerar la fuerza del amor y el deseo. Miguel se escabulle porque en alguna parte de su cabeza sabe, o llega a saber, que Brenda es su viaje. No queda claro si Miguel es una suerte de Ulises, si volverá por Brenda tras años de errancia, que en lugar de tejer y destejer, hace el amor con un pololo al que solo ve los días jueves, recoge perros muertos y tira por las noches las vísceras inútiles de esos pobres animales dentro de negras bolsas de basura. Una historia de amor y de viajes que solo sirven para volver al punto de partida.

Tal Pinto
Tal Pinto
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RESTOS-NOCTURNOS
Miguel, el protagonista de “Las bolsas de basura”, es un hombre solo, dado a las fugas. Huye de su primera novia, Brenda, sin esgrimir mayor razón que el miedo, el tedio o la angustia, o todas a la vez; huye de su carrera, Veterinaria, para censar cabras en los montes de Coquimbo; sabemos, hacia el final de la novela, que también se alejará de allí, seguramente a Talca, de donde huyó de su padre, de su familia, de su historia, de todo.
Aunque también veterinaria en ciernes, la imaginación de Brenda parece ocupada por la continuación de la piel: dedica gran parte de sus días y noches a recoger perros muertos, luego a desollarlos para ocupar esos caninos restos nocturnos como material para su arte, un arte que podría llamarse taxidermia pero en realidad es otra cosa, una especie curiosa de embalsamamiento, tal vez.

Todavía hay un tercer relato, el de Brian, un travesti coquimbano. Pero este no alcanza la intensidad de las voces de Miguel y Brenda que, después de todo, son el centro emocional de la novela.

Y a pesar de que los niveles a veces inoportunos de sordidez puedan velarlo, “Bolsas de basura” es, entre otras cosas, una investigación sobre el amor. Un amor tentado por el fracaso, por la inhabilidad de tolerar la fuerza del amor y el deseo. Miguel se escabulle porque en alguna parte de su cabeza sabe, o llega a saber, que Brenda es su viaje. No queda claro si Miguel es una suerte de Ulises, si volverá por Brenda tras años de errancia, que en lugar de tejer y destejer, hace el amor con un pololo al que solo ve los días jueves, recoge perros muertos y tira por las noches las vísceras inútiles de esos pobres animales dentro de negras bolsas de basura. Una historia de amor y de viajes que solo sirven para volver al punto de partida.

Muchas de las frases de Winter acaban en lugares inesperados: “Acá [Coquimbo], Miguel también es un inmigrante, y está salvo de los talquinos”, o “Besos por los que Miguel habría apostado más hace años y puede darlos ahora cuando ya no sirven para nada”. En la novela hay un tono de amenaza, de inminencia que no termina por suceder, una tensión entre inmovilismo y dinámica que Winter maneja con propiedad.

Al margen de que a la novela le sobran unas 10 o 20 páginas (el relato de Brian nunca despega del todo), “Bolsas de basura” es el promisorio debut en la narrativa de un poeta que, a pesar de su juventud, ya cuenta con un estilo, una voz y un conjunto de preocupaciones importantes.

(lectura portada libro)
Las bolsas de basura
Enrique Winter
Alquimia ediciones, 2015, 190 páginas

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