Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Uncategorized

3 de Noviembre de 2015

Columna: Nunca te depilaste bien

Es la primavera de 1985. “¡Monoooo! ¡Monoooo! ¡Un-dos-tres por El Mono!”, me gritan mis amiguis del Pasaje Los Pensamientos mientras jugamos a la escondida en un día soleado. Llevo puesto mi conjunto lila de tela amasada que consiste en un short y una blusita de manga corta que deja ver mis llamativos brazos felpudos y […]

Por
NUNCA-TE-DEPILASTE-BIEN

Es la primavera de 1985. “¡Monoooo! ¡Monoooo! ¡Un-dos-tres por El Mono!”, me gritan mis amiguis del Pasaje Los Pensamientos mientras jugamos a la escondida en un día soleado. Llevo puesto mi conjunto lila de tela amasada que consiste en un short y una blusita de manga corta que deja ver mis llamativos brazos felpudos y mis dos hilachas colgando hasta el suelo, llenas de largos y no tan delgados vellos azabache. Corro hasta el poste para “librarme” y caigo segundos antes de conseguirlo. Aparte de los pelos en las piernas debo sobrellevar, tras el porrazo, una gran costra que escarbaré por varios días hasta dejar esa fea cicatriz que aún me acompaña, igual que mis bellos “vellos”.

Los pelos no son cosa de hombres. Son cosa de hembras o de “machas”. Nosotras sabemos más de vellos que ellos. Axila, bigote, entrecejo, patilla, entrepierna, tiro de cola (dícese del hoyo del poto y sus extensiones norte y sur), media pierna, pierna entera, medio brazo y brazo entero, pata de camello, espalda, nalgas, manos y `pies se pueden despojar del peluche suave o virutilloso que la naturaleza nos ha entregado y que la modernidad, la moda, la estética y la machitud mundial junto a la cera caliente, el rayo láser o la modesta prestobarba o afeitabic, han conseguido erradicar y situar en un lugar cercano al descuido, la repulsa y lo “poco femenino”.

“Aparte, NUNCA TE DEPILASTE BIEN”. Esa fue la frase pal bronce que me disparó a los gritos en algún recoveco del puerto aquel amor olvidable que minutos antes pedía otra oportunidad. “Qué eres peludita tú…”, es la oración con la que convivo desde mi adolescencia cada vez que enfrento una nueva cita en pilcha sin mangas. “¿No te los depilai?”, me dicen las peluqueras, caseras de la feria, suegras, amigas lampiñas y tipos desatinados al enfrentarse a la potente imagen de mis extremidades superiores descubiertas, las más peludas que existen en esta comarca marina y que son mi sello, mi identidad que no pienso castrar, ni teñir, ni quemar. “Jamás, ¡jamás me haré la brasileña!”, es mi grito ebrio y de guerra, frente a ti en ese bar y frente a todas las exigencias y cuestionamientos anteriores.

La Peluda, la Mono, la Brazo de Hombre, La Monga. Sí, la Monga, la de Fantasilandia, esa mujer-princesa que se llenaba de pelos, así me decían a mí y me siguen diciendo, creo. Los pelos me han acompañado toda la vida. Nací con ellos y a la tumba me los voy a llevar. “Mi hermanita tiene barba en la frente”, señaló el primogénito al conocerme, ya que mi rostro de recién nacida estaba lleno de pelusa. Mi hirsutismo no es producto de un desajuste hormonal (aunque mi mamá me llevó al doctor cuando chica para estar segura), ni me hace menos hembra. Todo lo contrario, es un gen de la prehistoria que me habita, una especie de buen resabio de la cromañona o neandertala que fui, y que de seguro también es responsable de que mi lengua no tenga ni un solo pelo, vello, pelusa o cabello.

Notas relacionadas

Deja tu comentario