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Opinión

15 de Junio de 2016

Columna del “Chasca” Valenzuela: Más miedo

Qué fácil es culpar siempre a los demás. Qué fácil es decir “yo no soy violento, pero…” “Yo no soy homofóbico, pero…” “Yo no soy islamofóbico, pero…” Cada vez que aparece ese “pero” a mí se me retuerce el alma.

José Ignacio Valenzuela
José Ignacio Valenzuela
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Sigo sin poder respirar de manera normal y rítmica después de la matanza de Orlando, donde un loco rabioso e incapaz de procesar sus emociones entró con una metralleta de guerra y mató a 49 personas que bailaban dentro de la discoteca gay. Al horror de la noticia, se sumó otro más: el hecho que fuera un ataque tan dirigido, y a un sector de la población que sigue peleando y luchando para que no los maten y los dejen ejercer sus derechos civiles.

Pero, por encima de todo, lo que me terminó de quitar la respiración fue el manejo de la noticia. Eso, sigan metiendo miedo. Sigan diciendo que la homosexualidad es un pecado. Sigan diciendo que un ser humano transgénero no quiere ir al baño a mear sino que su verdadera intención es violar al primero que se le cruce. Sigan diciendo que dios (cualquiera) odia a los que él mismo creó. Sigan diciendo que los terremotos son por culpa del matrimonio igualitario. O que las lluvias se desatan cada vez que dos hombres se besan. Sigan metiendo miedo, que así la gente se lo creerá y seguirá comprando armas para defenderse. Y claro, como aquí en Estados Unidos cualquiera puede comprar un arma semi automática, meter miedo se convierte en algo mucho más peligroso que simplemente asustar a alguien.

Lo terrible, es que el debate sobre lo sucedido duró muy poco. En lugar de revisar, ¡por fin!, la ley de armas para que los locos homofóbicos, racistas, xenófobos, machistas, etc, etc, no tengan acceso a ellas, el tono de la conversación cambió hacia el odio al Islam. Y listo, se acabó el problema: el asesino de Orlando era un radical islámico. Punto. Resultó ser uno de ellos y la prensa se encargó de difundir esa información a diestra y siniestra. Sin hacer más preguntas críticas. No hubo más debate que debatir, no hubo problema alguno que resolver. No es culpa de Estados Unidos lo que pasó en esa discoteca gay. No es culpa de alguien de aquí. Los malos siguen siendo los otros, los que están más allá de la frontera.

Qué alivio. Con horror llegamos a pensar por un momento que era un homofóbico radical estadounidense (que nació, estudió, vivió y trabajó en Estados Unidos) con un historial de abuso doméstico y que probablemente encontró en la propaganda de Isis terreno fértil para seguir cultivando su homofobia, misoginia y maltrato. Qué bueno que no fue así. De no ser un radical islámico, como Donald Trump nos hizo ver a los pocos segundos de ocurrida la tragedia, hubiéramos tenido que admitir que algo estaba mal dentro del país y eso hubiese sido muy, muy difícil de hacer. El problema se redujo, en el fondo, a que esos 49 muertos no fueron a bailar con una pistola en su bolsillo, para así defenderse efectivamente del loco islámico.

Qué fácil es culpar siempre a los demás. Qué fácil es decir “yo no soy violento, pero…” “Yo no soy homofóbico, pero…” “Yo no soy islamofóbico, pero…” Cada vez que aparece ese “pero” a mí se me retuerce el alma. 

Tengo tanta pena, tanta rabia, tanta desilusión y derrota de escribir esto que escribo, de leer lo que leo en las redes sociales, que tengo la impresión que escucho una y otra vez esos disparos que mataron a 49 como yo, y dejaron en el hospital a otros 53 también como yo. Un yo que somos todos. Y un yo que mientras haya gente dispuesta a disfrazar, justificar y defender la homofobia, seguiremos muriendo, y muriendo, y muriendo.

*Escritor y guionista de tv.

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