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Opinión

21 de Agosto de 2016

Crítica de Tal Pinto: La isla siniestra

"En esta novela Bisama abandona la viñeta y se permite elaborar una historia tenaz en su descenso a las raíces de la experiencia suprema del mal en Chile, la dictadura".

Tal Pinto
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En la literatura de Bisama, uno de los narradores axiales del Chile actual, no hay verdadera iniciación –intelectual, moral y sentimental– hasta que sus personajes no se hayan sometido a la prueba definitiva del mal, hasta que no se hayan hundido en el más hondo de los pozos del autoconocimiento, hasta que sus conciencias no hagan sonar la nota máxima de tensión antes de abonarse al imperio de la locura. Para ello, se vale de imágenes, metáforas y alegorías del ruido, y de una prosa que privilegia la frase corta, punzante y repetitiva (¿staccato?). En su particular técnica dominan las herramientas de acopio y registro: baúles, álbumes, libros y, ahora, en “El brujo”, cámaras fotográficas. En muchos sentidos la experiencia literaria que propone Bisama se asemeja a un rito de pasaje que involucra alguna droga alucinógena. Seguidor de Huxley, Castaneda y del Dorfman de “Para leer al Pato Donald”, Bisama es un crítico perspicaz de todo aquello que se oculta tras el velo de las comunicaciones humanas.

“El brujo” representa un regreso, interrumpido por dos novelas mediocres, a la fuente de su talento. En esta novela Bisama abandona la viñeta y se permite elaborar una historia tenaz en su descenso a las raíces de la experiencia suprema del mal en Chile, la dictadura. “El brujo” cuenta la historia de un estudiante de arte al que la realidad del trabajo y la convicción moral empujan a la fotografía documental. Testigo de cuanto horror fue capaz de producir la represión, la conciencia de este fotógrafo solo sucumbe a un particular encuadre, una imagen sintética de esos años que sirve como epifanía del desastre personal y del estado social de la nación. Después de contemplarla, el autor de esa foto ya no puede seguir; la vida ha sido suplantada por la muerte en vida. Al modo del marinero de Coleridge, la cámara que cuelga alrededor de su cuello se transforma en un cadáver. Ahora camina en pesadillas.

Tiene un hijo de un matrimonio que nació de una amistad y terminó en una amistad. Lo deja con su madre y el nuevo marido de esta y se larga a Chiloé, a refugiarse de sí mismo (la metáfora es gruesa pero útil: una isla conectada de cierta forma a la tierra). Allí mata los días escuchando música sin más compañía que la de un gato gordo hasta que la necesidad de participar de los asuntos humanos lo devuelve al mundo como profesor de artes en un colegio subvencionado de la zona. Se presenta de nuevo la posibilidad del amor (fracasa), pero sobre todo, de que con su retorno a la vida compartida reaparezcan las amenazas, la paranoia, el desencanto.

“El brujo” no solo es la historia de una víctima directa de los crímenes de la dictadura, sino también del heredero de esa experiencia. El hijo vive su vida con el fantasma del padre al acecho. Él también tiene un hijo y también es profesor. (A modo de digresión, queda claro que Bisama sabe poco de embarazos y paternidades cuando, en una escena, describe como el hijo acaricia “el estómago” de su mujer embarazada. Jamás fue el “estómago” sino la “panza”. El uso de esa palabra le da a la escena una frialdad impropia de la ternura que se quiere transmitir). La desaparición del padre supone para el hijo emprender un viaje a la isla en el que dos temporalidades sucesivas de la experiencia de la dictadura se entrecruzan. Chiloé se transforma en un punto de inflexión de la historia nacional.

A pesar de que el largo monólogo que cierra la novela no tiene la suficiente fuerza ni sirve como miniatura del mal en Chile; a pesar de que la lengua de Bisama insiste en repeticiones y encabalgamientos que muchas veces delatan falta de recursos; a pesar de que padre e hijo son cifras y antes símbolos que personajes, “El brujo” es una novela inteligente sobre la herencia y la genealogía del horror, en la que la melancolía no es la única emoción lícita o el único malestar de nuestra época.


El brujo
Álvaro Bisama
Alfaguara, 2016, 223 páginas

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