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Opinión

1 de Septiembre de 2016

A fondo con Jorge González: “No soy un ídolo sino un sirviente, lo que me honra mucho”

En su departamento de San Miguel, barrio al que regresó para estar cerca de los suyos, Jorge González conversó con Patricia Rivadeneira sobre todo lo que lo rodea en su nueva vida: la música, la enfermedad, los amores, su mirada sobre Chile, la muerte, y, como siempre, la difícil tarea de ser Jorge González en un país que lo sabe único. Además anuncia dos lanzamientos para las próximas semanas: un disco doble de demos inéditos y un libro con su autobiografía. “Ahí van a conocer a la persona, no al personaje”, anticipa.

Patricia Rivadeneira
Patricia Rivadeneira
Por
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Mientras editaba esta entrevista me acordé de la canción “Mi amigo el león” que Jorge escribió cuando éramos chicos y pensábamos que “el futuro se fue”, vivíamos el presente, voraces, sin pensar en el mañana.

Ahora que el mañana llegó, vivimos con ritmo más sereno. Jorge está trabajando para sanar; sus ganas de vida, su ironía y su energía de lucha son las mismas que le conocemos desde siempre.

En esta nueva vida de Jorge, su padre nos cocina cazuelas a los amigos que lo visitamos en San Miguel, su barrio de cuna, donde nacieron Los Prisioneros, donde creó y grabó gran parte de la música que lo hizo famoso como el músico más brillante e incisivo de Chile. Sus hermanos lo acompañan y producen las fotos de esta nota. La familia se ha vuelto a juntar.

Koke Rey, su padre, le enseñó que la música es un oficio de grandes y no un hobby de fin de semana. Hoy sigue trabajando como vendedor de timbres de goma. A las Cleopatras, allá por el año 86, nos hizo nuestro timbre: eran mis labios y la escrita Cleopatras, el grupo que Jorge alentó y para el que escribió Corazones Rojos.

Conocí a Jorge en esos años 80 gracias a Jacqueline Frésard, su primera esposa y amiga entrañable de ambos hasta ahora. Su regreso a Chile y su enfermedad nos han vuelto a unir, nos han dado tiempo para compartir la amistad, para pensar en el paso del tiempo y en la muerte. Siempre han sido temas de nuestro repertorio. El amor también, erótico sobre todo.

Jorge siempre me cambia el eje, me desafía. Por ejemplo, su generosidad en estos meses al permitirnos acompañarlo en su momento más difícil, abriéndose y mostrándose como lo hizo en el concierto “Nada es para siempre” el 27 de noviembre pasado en el Movistar Arena, se pone como un antídoto, como un acto de rebeldía frente a una sociedad hiperfuncional y exitista donde la vejez es un pecado y la enfermedad un castigo. Jorge se levanta y nos cuenta que para ser héroe hay que saber caer. Se rebela a la invisibilización de nuestra fragilidad, como siempre lo ha hecho, sea ésta la pobreza, la raza, el color político, la angustia, el fracaso, el miedo, la soledad. Alguien que ha vivido peligrosamente, acostumbrado a llevarse la vida por delante, se expone en su aflicción y nos permite un encuentro más sincero, humano, sin olvidarse de hacer reír ni de cuestionar lo que se pueda cuestionar. Muy de Jorge. Apabullante y generoso.

Me pregunta el otro día: ¿Qué piensas de ser dragón? (ambos nacimos el año 64). Yo le digo: ¿Ser un animal que vuela? Me contesta: No, ser un animal invisible.

Últimamente no has dado muchas entrevistas.
–No, en realidad nunca he dado muchas. Al comienzo, cuando tenía que ser conocido, me di a conocer. Y después, como ya me conocían, pensé que con eso era bastante. Nunca me interesó mucho la idea de mantener una carrera. Me he preocupado más de mantenerme a mí.

Ya llevas un año y medio en Chile. ¿Cómo ha sido vivir de nuevo en tu país?
–Bueno, ha tenido partes lindas y partes incómodas. Lo incómodo es que todos quieren saber quién soy. También es incómodo que hagan tanto tributo, como si me hubiera muerto, cuando en realidad sólo tienen razón a medias. Lo lindo ha sido encontrar de nuevo a la gente que quiero. Me doy cuenta de que los amigos son los amigos, y los amigos ocasionales no están. En ese sentido, no ser noticia me agrada mucho, porque me viene a ver nada más que la gente que me quiere. Los que estaban de paso, parece que no eran tan amigos como decían. Eran más bien interesados. Pero yo los comprendo.

Cuando uno está menos productivo, las relaciones se restablecen más bien por lo afectivo que por lo laboral, ¿no?
–Yo creo que sí. Ahora me doy cuenta de quienes me tienen afecto, hoy día lo sé. Y me alivia mucho saberlo, porque yo soy más de afectos que de laburo. Ya me curé de ser trabajólico, creo. Ojalá así sea. El tiempo lo dirá, no yo.

Aunque la música es un trabajo pero también una vocación.
–Es una elección de vida, en verdad. Yo creo que he aprendido a decir cosas con la música más que con las palabras. Ha sido mi manera de darme a conocer, de tener un lugar.

¿Cómo te sentiste cuando te encontraste con ese público en el Movistar Arena, a fines del año pasado?
–Estaba más preocupado de no caerme. Pensaba: si me caigo, se caen ellos también. Y tengo un poco de razón, porque soy una especie de maestro de ceremonias. No soy un ídolo, sino que al final soy un sirviente, lo que me honra mucho. Pongo lo mío al servicio de la comunidad, y eso es lo que hay que hacer, ser uno entre tantos. Por eso me molesta que me hicieran un ídolo. Porque yo, en verdad, soy más persona que personaje.

Eso es algo que has tenido que trabajar, porque la tentación de convertirse en un personaje de sí mismo es bien grande.
–Sí, pero tomar ese camino es muy difícil. Hay que mantener ese personaje, y es mucho trabajo mantener a una sola persona como para mantener a dos. Yo me fui de Chile para eso, para ser solamente una persona.

Pero en el escenario, como dices, te gusta ser el que sostiene a los demás.
–Sí. La idea es que el público se ponga nervioso, no uno. Eso les trato de transmitir a los chicos que tocan ahora: el músico tiene que estar tranquilo, es la gente la que tiene que estar nerviosa.

Y la persona Jorge, ¿cómo se relaciona con el mundo ahora que has estado con esta enfermedad que te cayó sin aviso?
–No es una elección, precisamente. Es una imposición del destino.

Claro.
–Bueno, he sido cercano como siempre y alejado como siempre. O sea, he sido el mismo. Solamente he cambiado en apariencia.

¿Te enojaste mucho con el destino?
–No, no, estuvo bien. Yo me merecía algo malo, me tocaron demasiadas cosas buenas. Y el destino, en parte, lo hace uno, así es que estoy conforme con ello. “Todo está bien si termina bien”, decía el caballero Shakespeare, y creo que tiene razón. Aunque yo soy más Oscar Wilde que Shakespeare, me gusta esa manera de pensar. “Hope for the best and expect the worst”, me encanta ese dicho.

¿Y cómo ha sido volver a estar con tu familia de origen?
–Ha sido muy rico, y con mi familia electa también. Me siento muy a gusto. Tomo solcito, lo paso bien. Soy yo, en otras palabras. Eso es lo ideal, volver a ser uno.

¿Por qué decidiste volver a San Miguel?
–Porque en La Reina estaba muy lejos de mis amigos, y aquí estoy más cerca de mi familia. Además, conozco mejor este barrio. La Reina era muy aspiracional para mí. San Miguel es más como mi casa, aunque por eso mismo es más difícil, de alguna forma.

¿Por qué?
–Porque es más fácil encerrarse en La Reina que salir a la calle en San Miguel. Pero prefiero lo más difícil, porque sé que es mi destino.

Y ahora que estás con dificultades, ¿cómo sientes que te ve la gente?
–Juran que estoy sano, y que soy de ellos. De alguna manera, tienen un discurso aprendido de que soy una especie de ídolo, o algo así. Y pienso en el ídolo con pies de barro. Pero no pienso mucho. Solamente escapo. Pero escapo hasta el punto en que hoy puedo moverme y esconderme, o sea ninguno. En realidad, a veces es un sueño y a veces una pesadilla, según el día y según cómo uno lo tome. Yo trato de tomarlo como una ayuda, como que la gente necesita ayuda y yo estoy dispuesto a ofrecerla. O sea, ofrecer mi música.

Pero me has contado que estabas cansado de Berlín y ya te querías venir a Chile. ¿Cuánto tiempo estuviste afuera?
–Como diez años. Me fui a México primero, después a España y luego a Berlín. Antes había estado en Nueva York tres años. Pero no me pensaba venirme a Santiago. Yo creo que me voy a ir a provincia, porque Santiago está invivible, creo que para todos, no solamente para mí. Lo único bueno es que ahora se está convirtiendo en una ciudad de verdad, con los inmigrantes. Cuando se ve gente de otro color, sabes que estás en una ciudad.

Y eso ayuda a crear una mayor tolerancia a lo diferente, ¿no?
–En las ideas, sí. En la práctica, está por verse. Vamos a ver si se transforman en guetos. Pero más allá de eso, en Santiago hay una tensión que se nota en las calles, en cambio en las provincias ves relajo, y eso es rico. Pienso que un pueblo es más adecuado que una ciudad, más humano, una escala más manejable. Y parece que creo más en un pueblo con caciques que en un país con presidentes.

¿Por qué?
–Porque un presidente es sólo una imagen, los que mandan están detrás siempre.

¿Cómo fue tu encuentro con la Bachelet cuando te entregaron el premio en La Moneda?
–Fue bastante cómico. Era como Los Simpson, en realidad.

¡Ja, ja, ja! ¿Cómo?
–Era como un Simpson de Jorge González y un Simpson de la Bachelet.

¿Qué impresión te causó? ¿La conocías?
–No, no tenía el gusto y no creo tenerlo todavía, porque conocer a una persona toma más tiempo que una reunión. Además, estábamos en personajes, y cuesta sacarse eso de encima. Se requieren ciertas condiciones. Lo que sí me impresiona es que una mujer sea presidente. No deja de ser algo, como figura por lo menos.

¿Por qué te impresiona?
–Porque tengo una mamá, y parece que algunos se olvidan de eso, porque denigran mucho a la mujer. Yo siempre fui respetuoso con las mujeres. A mi última novia, Daniela, yo creo que le gusté por eso. Porque ella trabajaba conmigo y veía que yo era un jefe que trataba a las mujeres con deferencia, porque les había costado mucho más el puesto que a un hombre. Creo que eso todavía ocurre.

¿Crees que a Bachelet la están maltratando mucho?
–Yo creo que la derecha opina que las mujeres son iguales mientras no dejen de ser sus mujeres. O sea, mientras sean la mujer en la que ellos creen, que es sumisa, ella la china y ellos el patrón. Desgraciadamente, todavía esa gente manda. Y mandará siempre, porque son los que tienen la razón y la fuerza al mismo tiempo.

DE NERUDA A JOE PINO

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Me contaste que fuiste al cine a ver la película de Neruda.
–Sí, aunque no había nadie viéndola. Y estaba buena porque no es San Neruda, es un caballero gozador, como uno se lo imagina. Más bien un hombre que un santo. Aunque a la Fundación parece que no le gustó mucho la idea, porque lo quieren canonizar. O quieren los billetes que produce un santo.

Quieren sacarlo de chapita…

–Pero es muy tarde para eso: el caballero ya confesó que había vivido, en su momento. Para mí él es un orgullo y considero que es bueno que haya vivido. Que haya vivido tanto, que haya viajado y todo eso que algunos le critican. Parece que en algún momento era importante tratar de ser un poeta. Ahora es más importante ser un buen contador, un buen funcionario. O sea, un esclavo.

Y a ti, con la vida más tranquila que llevas ahora, ¿qué es lo que más satisfacción te está dando?
–Lo que más satisfacción me dio fue ir a la playa. Lo pasé re bien, viví a otro ritmo. En vez de escuchar celulares, escuchaba olas. Es importante esa diferencia. Por eso me dan ganas de vivir por ahí en algún momento. Aunque sea más fome, igual yo creo que es más vida. Santiago tampoco es tan entretenido. Tiene todos los vicios de una ciudad grande, pero ninguna de las virtudes.

Sí, hay un exceso de tensión, de estrés, la gente anda mal agestada…
–O está trabajando o está pensando en trabajar. Entonces todo gira alrededor de sobrevivir, no de vivir. No parece Latinoamérica, es muy serio. Pero no es concentrado, es serio nomás. La gente se esconde mucho, no se atreve a hablar. Incluso creo que no se atreve a pensar.

Tú me dijiste que la gente tiene miedo.
–Yo creo que tiene miedo de perder el trabajo y tiene miedo de no vivir. Pero la verdad es que están sobreviviendo, según mi punto de vista. En algún momento, la gente fue ciudadana, después fue consumidora y ahora son sencillamente esclavos. Algunos son esclavos de la riqueza y otros de la pobreza, pero todos estamos atados a la plata. O sea, todos estamos atados a algo que es una idea, no una realidad. Se le da más valor al dinero del que realmente tiene. El problema es concentrarse en el futuro y en el pasado. Hay que concentrarse en el presente. Eso opino del Canal 13, por ejemplo: son muy lindos “Los 80”, pero en los 80 estaban calladitos ante lo que pasaba. Sólo contaban la verdad oficial, que siempre es demasiado oficial para ser verdad. Por eso lo que más me ha gustado de Chile ha sido la 31-Minutización del país.

¿Cómo es eso?
–Se ha vuelto cada vez más como 31 Minutos. Mejor dicho, se ha vuelto cada vez más como Joe Pino que como Tulio. Y eso es bueno, porque éramos muy Don Francisco. Ahora el chileno está más opinólogo, aunque no sé si más participativo. Hay una diferencia entre las dos.

Como que la gente opina mucho pero participa poco.
–Opina escondida en un computador. Pero se calla, en verdad. Y creen que la Internet no está manejada. Son ilusos, igual que yo.

¿Viste que hubo dos marchas bien grandes contra las AFP?

–Una vez se me ocurrió pasar por una marcha con un televisor de plasma y mandar a todo el mundo a trabajar. Lo encontré un buen momento. Bastante irónico.

¿Y qué pasó?
–Nada, no me pescaron. Estaban muy ocupados marchando. En realidad la gente marcha por el acto de marchar, no por defenderse de lo indefendible.

Eso te iba a preguntar, porque ahora fue por las AFP, pero hace unos años fue por la educación y ahora parece que hasta por ahí nomás querían la educación gratuita para todos…
–Cierto. Yo creo que moviliza más un paro que una marcha. Creo que un paro es la solución, habría que parar de trabajar. ¿Pero entonces cómo comemos? Ahí lo descubriremos, a la fuerza, creo yo.

Como que la gente quiere cosas, pero después no sabe cómo las quiere.

–En realidad, no saben lo que están pidiendo. “Más lágrimas se han derramado por las plegarias atendidas que por las no atendidas”, decía una santa, y Truman Capote la citó en su libro. Yo creo eso, que hay que tener cuidado con lo que uno pide. Porque se te puede dar, y ahí vas a tener que enfrentarte con eso. Debemos saber, más que creer.

Quizás el problema es que antes creíamos tener un amo, un patrón, y podías organizarte contra él. Pero ahora te hacen creer que puedes ser un empresario de ti mismo y que tienes todas las posibilidades. ¿Qué te dice la palabra emprendedor?
–Me dice: ¿quién estará emprendiendo, en verdad? Es difícil emprender, porque está todo maqueteado. Eso de que tienes todas las posibilidades es verdad hasta por ahí nomás. Es verdad según uno.

Al final, te empiezas a fagocitar a ti mismo.
–Cierto, te conviertes en tu jefe. En realidad, lo que tenemos es la posibilidad de decir que no. Es la única posibilidad que todavía existe, la de negar. Pero es un poco difícil, porque eso no se enseña desde niños. Nos enseñan a competir a los hombres, y a las mujeres a complacer. No tenemos mucho el concepto de negar, y que nos paguen por rebeldes.

¿A ti todavía te pagan por rebelde?

–Yo creo que sí.

Qué suerte.
–Espero que me paguen bien.

MUJERES

Decías que la gente está sobreviviendo, pero tú sí que sobreviviste. Porque en un momento pensamos que te ibas a morir, y tú también lo pensaste.
–Sí, también lo pensé.

¿Qué sentiste en ese momento, al pensar “me voy a morir”?
–Nada, pensaba que ya había hecho lo que tenía que hacer y que estaba bien. Si me muero mañana, me voy a morir contento. No voy a tener esa sensación de que me voy con cosas sin hacer, porque ya crié a mis hijos, de alguna forma.

Pero tuviste la fuerza de salir.
–Fue la inercia, en realidad. Fue la mala costumbre de respirar. La mala costumbre de vivir. El apego al ser humano.

Uno está apegado a la vida, a pesar de todo.
–A pesar de todo. Y uno no decide. La vida decide por uno.

Cuando vas a la Teletón, ¿cómo ha sido eso de relacionarte con otros enfermos? Es todo un mundo.
–Claro, es como un club de los enfermos. Y pienso que el club de los sanos también está enfermo, pero de la cabeza. Hice una especie de novela que se llama “Los Sanos”. Se trata de que toda la humanidad está enferma porque los Sanos, que tienen el poder, están de acuerdo con otra gente que no es humana. La amiga con la que salí el fin de semana piensa que eso es pensar negativamente, pero yo creo que por ahí va la cosa.

Ya que lo mencionas, tú sigues queriendo el amor.
–Sí, sigo creyendo que nos vamos a salvar por ese lado. Y que el miedo nos separa. No creo que el miedo sea lo que permanece adentro, sino que el miedo lo rechazamos. Pero como la gente rechaza el miedo, por eso se aferra a los amores, porque creen que eso es el amor. Yo creo que el amor está dentro de uno mismo.

Sí, pero yo escuché tu disco “Leonino Double Life” y es un disco lleno de canciones de amor.
–Sí, porque yo estaba mucho en el amor carnal en ese momento.

¿Y ahora?
–Quisiera estar en el amor espiritual. Porque no me queda otra… El amor en uno mismo.

Ya, porque no te queda otra, pero lo que siempre has buscado es una pareja…
–El amor carnal. Pero yo creo que no era correcto, porque al final se sufre. En cambio siendo amigos, te llevas mejor. Siendo novios terminas peleando y separándote de alguien que quieres.

Porque tú has sido muy pasional.

–Cierto, me he comprometido mucho. O sea, me lo he tomado en serio.

¿Sientes que te has perdido a las mujeres que has amado?
–Algunas son amigas, las que son buena onda, como la Jacquelincita. Y algunas no son nada de amigas, las que son mala onda, que no quiero ni nombrarlas.

Te casaste dos veces, o tres.
–Me casé cuatro o cinco veces, como Elizabeth Taylor.

O sea, tú crees en el matrimonio.
–La verdad es que me da lo mismo. Si alguien se quiere casar, me caso.

¿Siempre han sido las mujeres las que han querido casarse?
–No sé, yo creo que la primera vez fue la familia, la Jacquelincita era muy guagua para saber algo. Solamente queríamos vivir juntos y era más cómodo casarse. Y fue muy buena la fiesta.

¿Qué es lo que más recuerdas de esa fiesta?

–Que había mucha gente de prensa, y que yo me enojé con eso. Y que después me dio un ataque de asma y nos morimos de la risa con la Jacqueline por eso.

Estabas nervioso.
–No, estaba tranquilo.

¿Qué sentiste cuando entraste? Porque esa iglesia era como una catedral.
–No sentí nada. Era como una película. No sé si buena o mala, pero era una película.

Era como estar en un videoclip de Jorge González.
–Cierto, más o menos. Ahora sería eso, en esa época yo me estaba haciendo. En realidad la Jacqueline me estaba ayudando a hacerme. Esa época yo era solamente un proyecto.

La Jacqueline fue buena compañera.
–Muy buena compañera, porque me dejaba crear. Y me enseñó mucho de arte. En cambio los otros prefirieron ser prisioneros nomás. Yo creo que preferí ser artista.

Y también la Jacqueline te permitía mucha libertad.
–Cierto.

No creo que todas las mujeres que has tenido te hayan dado tanta libertad.
–No. Ahora pretendo que sí. Y si no, seamos amigos.

Ya, pero tú pides libertad para ti, en cambio tú no la das.
–Yo también la doy, aunque igual me duele, porque soy humano. Pero comprendo que no soy el único, como me quedó clarito en la vida.

Claro, a estas alturas del partido uno se resigna, dice “bueno ya”…
–Sí, dice “bueno ya”, pero en verdad no está tan convencido.

El disco “Leonino Double Life”, dedicado al amor, ¿se lo dedicaste a alguien en especial?
–Sí, a esta niña que le llamo Gia, como un personaje de “Magadascar”, la película. Era una jaguara. Y yo el león, que se llamaba Alex. Es que yo soy fanático de los dibujos animados. Como cuando llevé a tu hijo Adriano a ver las Tortugas Ninjas, sigo siendo un forro.

El mundo de la fantasía, tú tienes muchas fantasías…
–Es que los dibujos animados son más parecidos a la gente. Por eso Chile es más como 31 Minutos que como la tele. Y por eso 31 Minutos es tan popular, porque es verídico.

¿Cómo fue tu colaboración con ellos?
–Los muchachos me llamaron y yo dije que quería trabajar con ellos, aunque lo único que quería era ver a los monos. Me sentía feliz estando al lado de la Patana o de Joe Pino. Para mí era un sueño, en verdad. Y para ellos fue una alegría.

¿Cuáles son las canciones que más te gusta cantar ahora?
–La de este disco de Leonino o las de “Trenes” (2015), más bien las últimas. Porque las de Los Prisioneros ya las canta la gente, yo ya me cansé un poquito. La vez cinco mil era divertido cantar “Tren al sur”, la vez diez mil no era tan divertido. Y ahora es un poquito una lata.

LEVANTAR EL ESPÍRITU

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En noviembre del 2014 te presentaste como Leonino en Nueva York y hablaste de la espiritualidad como respuesta a la angustia, de convertir el hogar propio en un templo. ¿Esa búsqueda la estás integrando en este nuevo proceso?
–Sí. Trato, por lo menos. Ahora me gusta escuchar gospel, o sea música cristiana. Pienso que es bueno levantar el espíritu. Aunque no soy dogmático, no tengo mucho la cultura católica. Mis padres eran tan poco creyentes que no eran ni ateos siquiera.

¿Y en qué estás creyendo, qué crees que va a pasar cuando nos muramos?
–Yo creo que nos convertiremos en seres de luz, de alguna forma. O que ya somos, pero que el cuerpo va a desaparecer, que nos vamos a ir de la tierra, que nos quieren echar, porque somos huéspedes nomás. Somos esclavos. Pero de alguna forma, vamos a quitarnos la idea de nosotros mismos. No sé cómo. Es un estado que no puedo describir, porque no lo puedo vivir todavía, pero creo en él.

Pero hay algo que imaginas.
–Más o menos, pero yo sé que está lejos de mi imaginación. Más bien los pintores tienen la respuesta, o los poetas.

Pero uno ha tenido, en ciertos momentos de éxtasis, o de iluminación, también con algunas drogas, esa sensación de que uno es parte de un todo.
–La clave está en poder describirlo. Eso es lo difícil. Para eso está el arte, para poder describir lo indescriptible, o para representarlo. Por eso es más útil de lo que la gente cree.

¿Cuando estás triste escribes música?
–No, cuando estoy triste no quiero saber nada. Solamente quiero escapar de la tristeza, y me busco cómo hacerlo.

¿Y cuál es ahora tu manera de salir de esa tristeza?
–Ahora la manera es cambiar la música. Antes era tomar droga, y alguna vez fueron las mujeres. Espero que las drogas no vuelvan, y espero que las mujeres no se vayan nunca. O que se vayan, pero no muy lejos.

No te han faltado…
–No, no me puedo quejar por ese lado. Para eso me hice músico. Pero a la larga, como le decía a un amigo, lo que puedes ganar con la música es quererse a uno mismo. Me acuerdo que en los 90, yo iba por ahí a tocar como DJ, vestido de grunge, y unas gorditas rockeras me decían “pobrecito”. Pensaban que eso era rebajarse, y yo pensaba que era enaltecerse. Yo pensaba que me ganaba a mí mismo, ellas pensaban que me perdía la fama. Estaba mezclando Rafaella Carrà y esas cosas, o sea, estaba dando alegría, a mi manera de ver, riqueza espiritual. Ellas pensaban que estaba dando pobreza.

¿Y con qué nombre te presentabas?
–Me ponía Dj Deafuera, porque creía que eso era mejor visto. Y después no quería tocar acá, porque pensaba que iba a ser siempre Jorge González. Y tenía razón. Probablemente ese es mi nombre. Recién ahora lo descubro.

¿Y Leonino?
–Yo creo que fue un buen sueño. Y pretendo retomarlo en algún momento.

Pero siempre era Jorge González atrás.
–Sí, el que estaba manejando la batuta. Leonino fue un buen amigo, pero demasiado bueno para ser cierto.

¿En qué estás ahora? ¿Vas a publicar un libro?
–Claro, tengo terminada mi autobiografía. De hecho, hablé con mi hermano para editar un disco de demos míos y al mismo tiempo mi autobiografía, como algo conjunto (ver recuadro). Porque ahí va a ser más claro todo, y van a conocer a la persona, no al personaje. El personaje es lo que Copesa quiere de mí, la persona es que lo que yo voy a contar.

Has tenido una vida intensa. ¿Estás dispuesto a contar todo eso a calzón quitado?
–Algunas cosas sí. Otras cosas, muy sensacionalistas, todavía no las digiero bien.

¿Y no te da nervio publicar eso?
–No, me da lo mismo. Encuentro que es un paso que tengo que dar. Pero por ahora va a ser una primera parte, porque tengo la ambición de vivir unos años más. Aunque eso no lo sabemos. Ahora sé que no soy de fierro. Antes pensaba que nada me entraba, que era una persona inmortal. Ahora creo que el alma es inmortal, pero el cuerpo falla.

Aunque uno sepa que la muerte existe, creíamos que éramos muy fuertes, que nos quedaba mucho por delante.
–Cierto, ahora me doy cuenta de que me queda mucho, pero no igual. Tengo que tener más cuidado. Y pretendo no distraerme. Por ejemplo, ahora estoy tranquilo, y esa es una manera de conservar la vida. Y siempre, de alguna forma, luchamos por nuestra vida, aunque yo tengo más conciencia que los demás de eso.

Por estar enfermo.
–Por haber vivido. O sea, por confesar que todavía vivo, como lo hizo el inmortal Pablo Neruda, que debe estarse riendo por ahí porque lo pasó muy bien.

Como tú. También lo has pasado bien.
–Sí. Y pretendo seguir pasándolo mejor aún.

Y mantener siempre el sentido del humor.

–Y el doble sentido también, cuando llega el momento.

LOS NOVEDADES QUE VIENEN

Jorge González anuncia para dentro de un mes dos grandes lanzamientos: el disco doble “Jorge González – Demos” y el libro “Autobiografía”, ambos editados junto a sus hermanos Zaida y Marco bajo los sellos y editoriales Avenida la Novena, El Gato de la Acequia y La Garra del León. El disco promete ser una pieza de culto, con material inédito y desconocido de distintas épocas. Se publicará inicialmente en formato Digipack Doble, con un librito que incluirá fotos que nunca vieron la luz pública y la historia de cada canción narrada por el propio Jorge. En cuanto al libro, es la vertiginosa historia de Jorge contada finalmente por él mismo, en una edición de tapa dura y papel couché que también incluirá registros gráficos inéditos de su biografía.

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