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Cultura

8 de Marzo de 2018

La filosofía viva, por Cristián Warnken

Si hoy hiciéramos una encuesta entre los ciudadanos de la calle, la mayoría identificaría la filosofía con una disciplina de conocimientos abstractos y teóricos y no con un pensar íntimamente unido a la vida, a las angustias, dudas, preguntas y avatares de nuestra vida cotidiana.

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La filosofía otra vez es noticia: milagro nacional. Pero lo es de manera negativa: cuando se comenta su eliminación o cercenamiento de la malla curricular de los colegios. En el ir y venir de las opiniones en los medios sobre la filosofía en peligro, me pareció que se ha olvidado una dimensión fundamental de ésta, que fue esencial en su origen, pero que luego fue difuminándose hasta ser prácticamente olvidada. Y esa dimensión es el de la filosofía entendida como “forma de vida” y no sólo como actividad teórica y discursiva. Eso los antiguos lo entendieron y vivieron con intensidad: los estoicos, los epicúreos, los cínicos, Sócrates, incluso Platón, Aristóteles y sus discípulos. La filosofía para ellos era una forma de vida, y apuntaba más a formar que informar.

Si hoy hiciéramos una encuesta entre los ciudadanos de la calle, la mayoría identificaría la filosofía con una disciplina de conocimientos abstractos y teóricos y no con un pensar íntimamente unido a la vida, a las angustias, dudas, preguntas y avatares de nuestra vida cotidiana. Es cosa de leer a Epicuro (los fragmentos que quedan), Marco Aurelio, Epicteto, Séneca y tantos otros para darse cuenta que la filosofía ocupaba el espacio donde hoy campea la “autoayuda”. La filosofía de los antiguos era autoayuda de alto nivel. Pero pareciera que la filosofía se desentendió de esa dimensión fundamental en su propio origen y se encerró en las academias y las bibliotecas y dejó al hombre común sin filosofía y a merced no sólo de los fanatismos que florecen cuando la razón crítica se debilita, sino también de las supercherías y los clichés, lo que una vez Rilke llamó “el mercado del consuelo”. La filosofía fue alguna vez, también, consolación. El hecho de que la filosofía sea sinónimo de “pensar abstracto” o discursivo más que “amor a la sabiduría” y “forma de vida” ha contribuido a su desvalorización como un saber necesario, incluso práctico y vital, y ha llevado a los técnicos que toman las decisiones en materia de políticas educativas a creer que sacarla o minimizarla en el currículum no es una aberración.

Quien tuvo muy clara esta dimensión olvidada de la filosofía fue Pierre Hadot, profesor emérito del Collége de France y catedrático de la Historia del pensamiento helenístico y romano. Fue profesor de Michel Foucault y el famoso alumno le debe no pocas iluminaciones decisivas para su propio pensamiento que Hadot no avaló totalmente. Pocos conocen y han leído a Hadot, autor de libros deslumbrantes y gozosos, que nos devuelven a una filosofía viva y no de “ratones de la teoría”. Entre ellos “No te olvides de vivir”, “La ciudadela interior (sobre Marco Aurelio)” y “La mirada interior”(sobre Plotino).

Hadot, incluso, fue más allá que simplemente hablar de la filosofía como forma de vida: él llegó a hablar del discurso filosófico como ejercicio espiritual, despertando las iras de algunos colegas y también de los ignacianos que creían que el ejercicio espiritual era algo inventado por San Ignacio de Loyola. Hoy, gracias a Hadot, sabemos que el concepto “ejercicios espirituales” tiene un origen filosófico y no religioso. Los cónclaves pitagóricos eran ejercicios espirituales, pero también de alguna manera los diálogos socráticos. ¿Pero qué entiende, en sentido filosófico, Hadot por “ejercicio espiritual”?: “Personalmente, definiría el ejercicio espiritual como una práctica voluntaria, personal, destinada a operar una transformación en el individuo, una transformación de sí”.

La filosofía de los estoicos, por ejemplo, preparaba para las dificultades de la vida. Los epícureos practicaban el examen de conciencia y la limitación de los deseos, entre otras cosas. Y es famosa la afirmación de Platón en el “Fedón”: “filosofar es ejercitarse a morir”, idea retomada mucho más tarde por el gran Montaigne. Hadot aclara que estos “ejercicios espirituales” no son algo que se añade a la filosofía (una suerte de complemento), sino que toda la filosofía es un ejercicio, tanto en el discurso de enseñanza como en el discurso interior que orienta nuestra acción. Incluso, lo que considerábamos como pura teoría en esa filosofía en realidad era “práctica”, tanto por su modo de exposición como por su finalidad. Dialogar, por ejemplo, como lo hacía Sócrates con sus discípulos, era una forma de enseñar a razonar y, al mismo tiempo, una suerte de ascesis. Al filosofar, nos revela Hadot, nos elevamos por encima de los razonamientos inferiores (nosotros diríamos el mal “sentido común” o la “opinión pública” o la “posverdad”) y las evidencias sensibles para acceder al pensamiento puro y el amor a la verdad. ¿No es acaso eso un ejercicio espiritual y no sólo intelectual? Lo que buscaban los filósofos antiguos más que una teoría sistemática de la realidad era enseñar un método para orientarse tanto en el pensar como en la vida. Hasta la lógica puede ser un ejercicio espiritual, según Hadot. Y la física también .¿La física como ejercicio espiritual? Es en la conmoción que siente un espectador al ver un planeta que aparece por primera vez: hay una aprehensión científica, pero está también la experiencia ingenua de la percepción, tan importante en la fenomenología. Hadot cita la famosa frase de Merleau-Ponty (tan apreciado en estos lares por el biólogo Francisco Varela): ”la verdadera filosofía es aprender a ver el mundo”. Varela me dijo una vez en una entrevista que le hice: “Me maravilla el aparecer de las cosas”. Hadot decía que la filosofía nos permitía también ver las cosas y nuestra experiencia personal desde una perspectiva cósmica y universal. Es lo que él llamó la “conciencia cósmica”. En fin, son muchos los aspectos y perspectivas que abre esta mirada de la filosofía como ejercicio espiritual.

Cuando pienso en un filósofo chileno, como Jorge Millas -el compañero de curso de Nicanor Parra en el INBA- pienso en un filósofo que vivía la filosofía, no en un “pasador de materia” de filosofía. También en Humberto Giannini que, además, bajó la filosofía del Olimpo y la convirtió en arqueología de lo cotidiano. A ellos y a los grandes filósofos se puede aplicar el juicio de Cioran sobre María Zambrano: en ella las ideas parecían vivir en su propio cuerpo, en su ser entero, no eran exteriores a ella. En estos tiempos de predominio de lo técnico, estas ideas de Hadot cobran más relevancia. Más que nunca, necesitamos una filosofía de la vida, una filosofía viva que nos ayude a vivir en tiempos de confusión y crisis, como lo fueron los tiempos de Epicuro, por ejemplo. Por eso disminuir la presencia de la filosofía en los colegios afecta no sólo el desarrollo intelectual de los alumnos, sino sobre todo su forma de vida. Quitarnos la filosofía es quitarnos las lámparas con las que apenas iluminamos la noche de estar vivos.

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