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Opinión

19 de Abril de 2018

Columna de Cristóbal Bellolio: El Deng Xiaoping chileno

Lavín y Xiaoping coinciden en que da lo mismo el color del gato, lo relevante es que cace ratones.

Cristóbal Bellolio
Cristóbal Bellolio
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Corría la campaña presidencial de 1999 y el candidato Joaquín Lavín decía que no le importaba si las ideas eran de izquierda o de derecha en la medida que funcionaran bien. Imposible no compararlo con el pragmatismo del líder que gobernó China desde 1978 a 1989. Lavín y Xiaoping coinciden en que da lo mismo el color del gato, lo relevante es que cace ratones. En su momento, el conservadurismo -que miraba con horror como Lavín firmaba piernas en San Camilo- pensó que se trataba de una estrategia para conseguir el poder. Había que desideologizar el debate para no sufrir más derrotas a manos de una izquierda que se manejaba mejor en ese terreno. La esperanza era que Lavín se comportara como un gobernante genuinamente de derecha una vez en La Moneda. El resto de la historia es conocida: Lavín se desinfló y Piñera se metió por los palos. Hoy, los nuevos intelectuales de la derecha -esos que dicen dar la batalla de las ideas desde fundaciones y centros de estudios- juzgan con dureza la escasa densidad del “cosismo”, como llegó a ser conocida la propuesta lavinista.

Sin embargo, ahí está Lavín: sonriendo con el candor de Milhouse Mussolini Van Houten y gozando de estupenda salud política. Según los números que arrojó una reciente encuesta, el alcalde de Las Condes es el político mejor evaluado del momento. Lavín revive con el frenetismo ejecutivo de la función edilicia. Lo pasó mal en el gabinete. Duró poco en educación. Su gestión en esa cartera fue testimonio de la incapacidad del primer gobierno de Piñera para conectarse con la frecuencia política del desafío que planteaban los estudiantes. Esas movilizaciones, por si fuera poco, parieron una nueva generación dorada para la izquierda chilena. Lavín fue entonces reciclado en el ministerio de Desarrollo Social, donde pasó sin pena ni gloria. En 2013, cuando a la coalición de gobierno se le empezaron a fundir los candidatos presidenciales, nadie pensó en Lavín. Hasta Evelyn Matthei venía antes en la línea de sucesión. En 2016 tuvo que dejarle el paso a Felipe Alessandri en Santiago. Y se recluyó en su viejo elemento: la comuna-ciudad que lo vio brillar en los noventa. Usa drones para ver lo que está pasando y navega en redes sociales conversando con los vecinos. Fue a comerse un panqueque con una tuitera. Lo disfruta tanto que llega a doler. Lo que parecía ser un premio termal a la trayectoria para coronar su carrera, se está convirtiendo en un pasaje de regreso a la competencia.

Su resurrección política revuelve el gallinero con miras al codiciado segundo período que la derecha espera obtener después de Piñera. Es una mala noticia para Felipe Kast. El pragmatismo de Lavín se extiende a la dimensión moral-cultural. Si hay que liberalizarse, Lavín se liberaliza. A estas alturas, después de tanto camino recorrido y una vida familiar que probablemente le resultó distinta a lo pensado, uno esperaría menos dogmatismo numerario y más escepticismo hayekiano. Así, Evópoli dejaría de ser especial en la derecha. Es también una complicación para José Antonio Kast, quien necesita recuperar el corazón gremialista para dejar la marginalidad política. Lavín, en cambio, es el recuerdo vivo de los mejores momentos de la UDI. Es probable que aún conserve sus redes intactas. Es el único de la generación de los coroneles que tiene algún futuro político. JAK lo acaba de recriminar por su entusiasmo ante la inmobiliaria popular del alcalde comunista de Recoleta, Daniel Jadue. Le recordó sus tiempos de bacheletismo-aliancismo. Pero Lavín sabe que gana si la opinión pública lo percibe como un político capaz de cruzar las fronteras partidistas. Tampoco son buenas noticias para Manuel José Ossandón. Si se trata de haber administrado municipalidades, están a mano. Si se trata de derechas sociales, Lavín también tiene su narrativa. Su último round con Vitacura es pura ganancia: mientras Torrealba quiere áreas verdes, Lavín quiere viviendas sociales. Es, finalmente, un obstáculo más para Andrés Allamand. En tiempos de renovación, no hay espacio para dos veteranos. El presidente Piñera, por su parte, desearía que su delfín saliera de la exposición y el brillo que permite el gabinete.

Lavín dice que no está disponible para aventuras presidenciales. Es justamente lo que tiene que decir. Anunciar con letras de liquidación que no está interesado en nada más que en su gestión municipal. Pero si los números lo avalan, no hay espacio para hacerle el quite a la responsabilidad. Lavín está de vuelta. Con él vuelve el cosismo y la filosofía gatuna de Deng Xiaoping.

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