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LA CALLE

5 de Mayo de 2018

De mugriento a peluquero

Soy Héctor Faúndez, tengo 75 años y soy barbero, peluquero y estilista desde los 13 porque no tuve otra oportunidad y porque era lacho. Mi madre murió cuando yo tenía dos años y mi padre era alcohólico y apenas pude me saqué el piñén de mis pies descalzos y dejé Molina para venirme a Santiago. El 1974 gané el mundial de peluquería en Francia con un esculpido con navaja y hasta hace pocos meses fui Presidente del Colegio de Peluqueros de Chile. El año pasado escribí un libro titulado “Barbería”, en el que comparto mi visión del mundo y la importancia de este oficio que para mí es un arte, pura poesía.

Por

Fui el último de ocho hermanos, todos ya fallecidos. Algunos escritores han dicho que yo pasé de mugriento a peluquero y concuerdo con ellos. Antes de venirme desde Molina a Santiago estuve una semana sacándome el piñén en el canal porque como andaba sin zapatos, mis pies estaban imposibles. Yo quería ponerme una chalas que me habían comprado de segunda mano para sentirme elegante y el piñén no salía. Lo mismo con los piojos, que ya eran parte de mi ser y caminaban por mi cara. Yo no sabía que era malo tener piojos, en rigor nunca supe que se podía vivir sin ellos.

Entre las tantas cosas que hice de niño, iba a comprarle cosas a mis vecinas al almacén y ellas me pagaban con la mitad de un pan, a veces incluso con mermelada. Una vez me ofrecieron ser lustrador, pero algo en mí me decía que no podía hacer eso, que no podía postrarme como rindiendo pleitesía a los demás por hambre. Nunca pude hacerlo.
En esos años los guetos eran todavía horizontales y muy miserables. También viví en un conventillo y nunca me expliqué por qué en medio de mi pieza había un tronco de palmera. Era el festival del guarén, procesiones, marchas de guarenes.

Cuando llegué a Santiago mi sueño era ser acomodador de cine: me parecía un oficio elegante, había que andar bien vestido y además podía ver las películas. En lugar de ser acomodador cuidé carretelas en la Vega Poniente, fui ayudante de electricista y en una fábrica de calzado. Un día me gustó una niña y su padre, al sorprender mi enamoramiento, me dijo que si quería frecuentar a su hija, que trabajara con él, que tenía una reputada barbería en Huérfanos con Ahumada. La década del cincuenta llega a a su fin y comencé a ganar mis primeras propinas con las enseñanzas de mi maestro quien me dijo “vas a andar siempre limpio, vas a sonreir amablemente y atender bien a los clientes”.

La más perfecta de las democracias

Mi maestro, don Carlos Báez, usaba camisas de cuello duro intercambiables, medía 1 metro 80 y le decían “El Hombre montaña”, pero curiosamente tenía el pie chico y usaba zapatos blancos con negros brillantes, de radiopatrulla. Él se codeaba con gente muy conspicua e incluso afeitaba a presidentes de la República. Él ponía su navaja en el cuello del presidente, ¿se da cuenta de la situación de poder? Así las cosas, la peluquería es la más perfecta de las democracias: sentados frente a un espejo son todos iguales. Uno como peluquero atiende a los del Colo y a los de la U, a los de la UDI y a comunistas. Uno, en ese sentido, es un espectador privilegiado que cuando termina su trabajo sacude el paño, los pelos vuelan y se van todas las malas vibras porque yo saco todo lo malo que tiene la gente y se queda aquí. Se van con los buenos, se van lindos, seguros, empoderados.

Un gremio feminista

Una vez, cuando era niño, nos llevaron en tranvía a recibir a Gabriela Mistral en la Estación Central, un recuerdo que atesoro como algo bello, apoteósico, lleno de niños mientras los caballos tomaban agua en las fuentes de la Alameda. Es muy triste pensar que le dieron el Premio Nacional de Literatura después que le dieron el Nobel. Es horroroso y todo por el delito de ser mujer.

Antiguamente decían que los latifundistas se oponían a que las mujeres leyeran “para qué van a aprender estas chinas, se van a poner más alzadas”, decían. Los pocos recuerdos que tengo de mi madre es levantándose al alba para hacer pan amasado y venderlos para darnos comida. Después se ponía a lavar ropa ajena. No soporto el abuso contra las mujeres.

Nosotros los peluqueros siempre hemos sido feministas. Siempre hemos sido confidentes de las mujeres y las acompañamos cuando van al altar y también cuando se separan. Esta amistad y complicidad ha hecho que se nos catalogue de homosexuales, generalizando. Antes se decía que se nos quebraba la manito, pero iré incluso más allá.

Nosotros siempre acogimos a los homosexuales y jamás se les discriminó. Acá pueden trabajar tranquilos y desarrollarse como los artistas que son. Su aporte es grandioso porque su sensibilidad es inmensa. Los peluqueros siempre hemos sido vanguardistas y las causas que hoy aparecen como banderas de lucha, nosotros las resolvimos siempre acogiendo a todos. Hoy, demás está decirlo, hemos recibido con los brazos abiertos a todos los inmigrantes que han llegado.

Nuestra labor siempre ha sido así, vale destacar la obra “El barbero de Sevilla”, donde se habla del fac-totum, el que es necesario a todos, que les sirve a todos.

Postes ensangrentados

Todo partió con el concepto de barbero cirujano, una persona que recorría los pueblos cortando los cabellos y afinando barbas así como también extrayendo muelas, haciendo sangrías y sacando malos humores. Los colores blanco y rojo que se suelen ver en los postes afuera de cada barbería nacen porque antiguamente se ponían las toallas blancas ensangrentadas en la calle. Luego se le agregó el azul.

Cortantes criaturas

Para mí la peluquería es una forma de poesía. Qué más bello puede haber que entregar seguridad y armonía a una mujer que viene deprimida, achacada y sometida, le digo “mírate, tú vales, eres estupenda”. Me gusta sentir que ayudo a la gente a descubirse. Ahí están las tijeras, al usarlas se escucha su canto, ese tic, tic, tic, tic, tic, tic, que Neruda describía como cortantes criaturas que vuelan dentro de una peluquería.

Una breve historia reciente

La peluquería y el periodismo han estado íntimamente ligados desde siempre. Por esos años una forma de acceder a revistas como El Peneca, era yendo a la peluquería. Me recuerdo mirando revistas, ansioso, tratando de comerme el mundo. En las peluqierías siempre ha estado la papa de la política y de todo lo que estaba sucediendo. Acordémonos que hubo un tiempo en el que nadie sabía leer y que una simple bandera blanca significaba que había pan, una bandera roja que había carne y que una zapatería se reconocía porque afuera había un gran dibujo o una figura. No había celulares ni nada de eso, con suerte un teléfono en diez cuadras a la redonda.

Recuerdo el gobierno de Eduardo Frei Montalva como tiempos muy esperanzadores. Él dijo que podía hacer una reforma agraria, y pese a que la única tierra que tenía era la de los maceteros, me hizo mucha ilusión porque fue una señal de que se estaban tomando en cuenta a los campesinos. Me divierte recordar el famoso hoyo de Frei, que no es otra cosa que ese paso bajo nivel que está en Diagonal Paraguay y que fue y es fantástico para cruzar el centro, pero todo el mundo hablaba despectivamente de su hoyo.

El gobierno de Allende estuvo marcado por las colas, pero yo hacía muy buena plata porque descubrí la solución para que se pudieran mantener los estilos de los barbudos y melenudos. El look barbudo de importación cubana fue muy exitoso. Cuando llegó Pinochet me sacaron de la presidencia de la federación nacional de sindicatos de peluqueros y pusieron a un designado. A mí me iba bien con Frei y con Allende, pero con los militares, por primera vez en la historia, hubo filas en las peluquerías porque había que cortarse el pelo y dejar las orejas descubiertas. Había que tener el pelo corto.

El pelo siempre ha sido señal de los tiempos. En ese tiempo a los malandras los pelaban al cero y uno los reconocía desde la esquina.

Mundial de peluquería

En 1974 fui invitado al mundial de peluquería en el espacio de Pierre Cardin, en País. Fue apabullante, me sentía ahí como una hormiga en el supermercado. Yo siempre quise ir a París porque me había impactado mucho una pelicula que ví en los rotativos continuados, la pelicula sobre la vida de Modigliani, a quien nunca valorizaron por cómo representaba la realidad y cuyas pinturas fueron a dar a bares. Ese viaje cambió toda mi forma de pensar y he vuelto a hacerlo seis veces más, ahora como jurado porque el primer año que fui, solo y sin plata a representar a Chile, gané. Yo gané la medalla de oro y la copa del mundo de peluquería. Parte del premio era una tarjeta para ir con mi supuesta delegación a tomar champaña al Moulin Rouge y fui yo conmigo no más.

Monos con navaja

Este monito que sale en la portada de mi libro “Barbería”, es un detalle del primer panfleto político que se hizo en Chile y lo pintó el Mulato Gil de Castro, haciendo referencia a que con el advenimiento de los nuevos políticos, la nueva clase chilena que venía a gobernar era peligrosa como un mono con navaja. La pintura original está en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Yo admiro a Leonardo Da Vinci. También a Miguel Ángel. Cuando fui a Florencia y vi el David de Miguel Angel me sucedió algo muy extraño; me quedé abismado, sin poder moverme, sin hablar. Fue algo tremendo. El arte tiene otras vías de comunicación y muchas no están escritas todavía. La peluquería está absolutamente vinculada con eso.

Un profesional moderno

Para ser peluquero es indispensable estar bien presentado, informado y manejar algunos conocimientos literarios, de administración de de modales como los que aparecen en el Manual de Carreño. Hoy por hoy, yo dedico bastante tiempo a revisar las principales revistas de tendencias que me llegan desde Paris y de New York.

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